martes, 31 de diciembre de 2019

SERENIDAD ANTE LA MUERTE (ÚLTIMA ENFERMEDAD DE SANTA TERESITA)

Nuestra querida Santa, lejos de asustarse ante el pensamiento de la muerte, procuraba sacar de él lecciones útiles, de las cuales hacía que nos aprovechásemos. 


Un día nos dijo:        
«Cuando yo esté muerta -hecha cadáver-, guardaré silencio, no daré ningún consejo: si me colocan a la derecha o a la izquierda, no facilitaré tales movimientos. Dirán: está mejor de este lado; hasta podrán colocar el fuego cerca de mi, yo nada diré. ¡Cómo ayuda este pensamiento a desprenderse de las cositas que nos descomponen, de todo aquello que hemos de dejar caer!».     

Se alegraba de la muerte, y miraba con placer los preparativos que se le hubieran querido ocultar. Así, deseó ver la caja de lirios artificiales que acababa de llegar para adornar el lecho mortuorio, y dijo con alegría: «¡Son para mí!». 
No lo podía creer: tanto era su contento.

        
Una tarde de los últimos días, temiendo que no pasase de la noche, se había preparado en la celda contigua a la enfermería un cirio bendito, el acetre y el hisopo. Ella lo sospechó, y pidió que se pusiesen estos objetos de manera que los pudiese ver. Los miraba de vez en cuando con aire complacido, y nos dijo amablemente:        «¿Veis ese cirio? Cuando el «Ladrón» (se refería a Dios) me lleve, me lo pondrán en la mano; pero no hace falta que me den el candelero: ¡es demasiado incómodo!» 
Luego nos contaba todo lo que pasaría después de su muerte, pasaba revista con placer a los detalles de su sepultura, y lo hacía en términos que nos hacían reír, cuando hubiéramos querido llorar. 
No éramos nosotras quienes la animábamos, sino ella quien nos daba valor.     

Se mostraba indiferente a toda preocupación humana. Poco antes de su muerte, se había discutido delante de ella acerca de la compra de un nuevo recinto para las Hermanas difuntas, en el cementerio de Lisieux; ella me dijo graciosamente:        
«Mi sitio me importa poco; esté donde esté, ¿qué más da? Hay muchos misioneros que están en el estómago de los antropófagos, y los mártires tenían por cementerio los cuerpos de las fieras». 



Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)


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