lunes, 17 de agosto de 2020

BILLETE DE SU PROFESIÓN


8 de septiembre de 1890 

¡Oh Jesús, divino esposo mío <1>!, que nunca pierda yo la segunda vestidura de mi bautismo <2>. Llévame antes de que cometa la más leve falta voluntaria. 

Que nunca busque yo, y que nunca encuentre, cosa alguna fuera de ti; que las criaturas no sean nada para mí y que yo no sea nada para ellas, sino que tú, Jesús ¡lo seas todo <3>...! 

Que las cosas de la tierra no lleguen nunca a turbar mi alma, y que nada turbe mi paz. Jesús, no te pido más que la paz, y también el amor, un amor infinito y sin más límites que tú mismo, un amor cuyo centro no sea yo sino tú <4>, Jesús mío. 

Jesús, que yo muera mártir <5> por ti, con el martirio del corazón o con el del cuerpo, o mejor con los dos... Concédeme cumplir mis votos con toda perfección, y hazme comprender cómo debe ser una esposa tuya.

Haz que nunca sea yo una carga para la comunidad, sino que nadie se ocupe de mí, que me vea pisada y olvidada <6> como un granito de arena tuyo, Jesús. 

Que se cumpla en mí perfectamente tu voluntad, y que yo llegue al lugar que tú has ido por delante a prepararme... Jesús, haz que yo salve muchas almas, que hoy no se condene ni una sola y que todas las almas del purgatorio alcancen la salvación <8>... Jesús, perdóname si digo cosas que no debiera decir, sólo quiero alegrarte< 9> y consolarte. 


NOTAS 

Documento: autógrafo. - Fecha: para el 8 de noviembre de 1890. - Publicación: HA 98, pp. 127s (retocada) y Manuscrits autobiographiques, 1957. Sobre las disposiciones interiores de Teresa en el momento de su profesión, cf Ms A 75rº/77vº y las que cartas que escribió durante los ejercicios espirituales de diez días previos a la misma (Cta 110-117). Al escribir este billete, Teresa hace suya una tradición del Carmelo. Era costumbre en aquel tiempo que la novicia en la toma de hábito -o la profesa el día de su profesión- llevase sobre su pecho un billete de esa índole, en el que pedía para sí y para sus amigos las gracias que deseaba alcanzar. Una tradición aseguraba que todas las peticiones que se hacían en el momento de la postración solemne, con los brazos en cruz, sobre la alfombra de buriel, serían escuchadas.  

<1> La profesión consagra a Teresa como «esposa» de Jesús. Este tema recurre a menudo bajo su pluma, especialmente en la correspondencia con Celina. 

<2> Una larga tradición espiritual ve en la profesión religiosa un «segundo bautismo», que devuelve al alma su «vestidura de inocencia» (Or 5); cf Cta 114 y Ms a 70 rº. 

<3> Eco, sin duda, de la Imitación de Cristo, pero también de san Juan de la Cruz de quien Teresa se fue impregnando a lo largo de todo el año 1890 (cf Ms A 83rº). 

<4> Bajo un vocabulario muy sencillo, Teresa pide en realidad la «transformación de amor» por la que el Amado y el alma «el uno da posesión de sí al otro y cada uno se deja y trueca por el otro» (Cántico Espiritual, B, canc. 12, 7). 

<5> Uno de los profundos deseos de Teresa desde su misma infancia; cf Ms B 3rº. En 1896 afirmará que esos «deseos de martirio no son nada» (Cta 197). Sin embargo, sufrirá el «martirio del cuerpo» por la enfermedad, y el «martirio del corazón» de múltiples maneras (cf Cta 167 y 213). 

<6> La constante aspiración de Teresa; cf Cta 95, 103, 176; Ms A 71rº; P 15,7; etc. 

<7> Uno de símbolos preferidos de Teresa desde marzo de 1888; cf Cta 45 y 111. Pero después de su profesión sólo volverá a aparecer en junio de 1897 (Ms C 2vº). 

<8> Ya en su toma de hábito expresaba Teresa este mismo deseo (Cta 74). En el examen canónico, el 2 de septiembre de 1890, insiste en la orientación apostólica de su vocación: «salvar almas» (Ms A 69vº). Y hasta en la enfermería conservará Teresa el preocupación por las «almas del purgatorio»; CA 18.5.2; 6.8.4; 11.9.5, etc. En fecha desconocida, había hecho el «acto heroico» (o renuncia a sus méritos) en favor de esas almas (cf PA, pp. 178 y 286s). <9> Ser la alegría de Jesús, agradarle, hacerle feliz, consolarle: ése es el último resorte de toda la existencia de Teresa.

sábado, 14 de marzo de 2020

LA VOCACIÓN MISIONERA (1896-1897) MANUSCRITO C

Desde mi entrada en el arca bendita, siempre he pensado que si Jesús no me llevaba muy pronto al cielo, mi suerte sería la misma que la de la palomita de Noé: que un día el Señor abriría la ventana del arca y me mandaría volar muy lejos, muy lejos, hacia las riberas infieles, llevando conmigo la ramita de olivo. 



Este pensamiento, Madre, ha hecho que mi alma creciera, y me ha hecho cernerme por encima de todo lo creado. Comprendí que incluso en el Carmelo podía haber separaciones y que sólo en el cielo la unión será completa y eterna. Y entonces quise que mi alma habitase en el cielo y que sólo de lejos mirase las cosas de la tierra. Acepté no sólo desterrarme yo a un pueblo desconocido, sino que también -lo cual me resultaba mucho más amargo- acepté el destierro de mis hermanas.

Nunca olvidaré el 2 de agosto de 1896. Aquel día, que coincidió precisamente con el de la partida de los misioneros (1), se trató muy en serio de la partida de la madre Inés de Jesús. Yo no hubiera movido un solo dedo para impedirle partir; sin embargo, sentía una gran tristeza en mi corazón. Me parecía que su alma, tan sensible y delicada, no estaba hecha para vivir entre unas almas que no sabrían comprenderla. Otros mil pensamientos se agolpaban en mi mente. Y Jesús callaba, no increpaba a la tempestad... Y yo le decía: Dios mío, por tu amor lo acepto todo. Si así lo quieres, acepto sufrir hasta morir de pena.
 

Jesús se contentó con la aceptación. Pero algunos meses después se habló de la partida de sor Genoveva y de sor María de la Trinidad. Aquélla fue otra clase de sufrimiento, muy íntimo, muy profundo. Me imaginaba todos los trabajos y todas las decepciones que iban a tener que sufrir. En una palabra, mi cielo estaba cargado de nubarrones... Sólo el fondo de mi corazón seguía en calma y en la paz. 

TERESITA A LA DERECHA SENTADA, RODEADA DE SUS HERMANAS
CARNALES Y LA MADRE MARÍA GONZAGA

Su prudencia, Madre querida, supo descubrir la voluntad de Dios, y en su nombre prohibió a las novicias pensar por el momento en abandonar la cuna de su infancia religiosa.

No obstante, usted comprendía sus aspiraciones, pues usted misma, Madre, había pedido en su juventud ir a Saigón. Ocurre con frecuencia que los deseos de las madres hallan eco en el alma de sus hijas. Y usted sabe, Madre querida, que su deseo apostólico halla en mi alma un eco fiel. Permítame confiarle por qué he deseado, y aún sigo deseándolo, si la Santísima Virgen me cura, cambiar por una tierra extranjera el oasis donde vivo tan feliz bajo su mirada maternal. 

Para vivir en los Carmelos extranjeros -usted, Madre, me lo dijo- hay que tener una vocación muy especial. Muchas almas se creen llamadas a ello sin estarlo en realidad. Usted también me dijo que yo tenía esa vocación, y que el único obstáculo para ello era mi salud. Sé que, si Dios me llamara a tierras lejanas, ese obstáculo desaparecería. Por eso, vivo sin la menor inquietud.

Si un día tuviese que dejar mi querido Carmelo, no lo haría, no, sin dolor. Jesús no me ha dado un corazón insensible; y justamente porque mi corazón es capaz de sufrir, deseo que le dé a Jesús todo lo que puede darle. Aquí, Madre querida, vivo sin la menor preocupación por las cosas de esta tierra miserable; mi único quehacer es cumplir la dulce y fácil misión que usted me ha encomendado. 

Aquí me veo colmada de sus atenciones maternales; no sé lo que es la pobreza, pues nunca me ha faltado nada. 

Pero, sobre todo, aquí me siento amada, por usted y por todas las hermanas, y este afecto es muy dulce para mí. 

Por eso sueño con un monasterio donde nadie me conociese, donde tuviese que sufrir la pobreza, la falta de cariño, en una palabra, el destierro del corazón.

No, la razón para abandonar todo esto que tanto amo no sería la de prestar una serie de servicios al Carmelo que quisiera recibirme. Ciertamente, haría todo lo que dependiese de mí; pero conozco mi incapacidad (2) y sé que, aun haciendo todo lo posible, no lograría hacer nada de provecho, pues, como decía hace un momento, no tengo el menor conocimiento de las cosas de la tierra. Mi único objetivo sería, pues, hacer la voluntad de Dios y sacrificarme por él de la manera que a él más le agradase. 

Estoy segura de que no sufriría la menor decepción, pues cuando se espera un sufrimiento puro y sin mezcla de ninguna clase, la menor alegría resulta una sorpresa inesperada. Y además, usted sabe, Madre, que el mismo sufrimiento, cuando se lo busca como el más preciado tesoro, se convierte en la mayor de las alegrías. 



No, tampoco quiero partir con la intención de gozar del fruto de mis trabajos. Si eso fuera lo que busco, no sentiría esta dulce paz que me inunda, e incluso sufriría por no poder hacer realidad mi vocación en las lejanas misiones. 

Hace ya mucho tiempo que no me pertenezco a mí misma, vivo totalmente entregada a Jesús. Por lo tanto, él es libre de hacer de mí lo que le plazca. El me dio la vocación del destierro total, y me hizo comprender todos los sufrimientos que en el iba a encontrar, preguntándome si quería beber ese cáliz hasta las heces. Yo quise coger sin tardanza esa copa que Jesús me ofrecía; pero él, retirando la mano, me dio a entender que se conformaba con mi aceptación. 

¡De cuántas inquietudes nos libramos, Madre mía, al hacer el voto de obediencia! ¡Qué dichosas son las simples religiosas! Al ser su única brújula la voluntad de los superiores, tienen siempre la seguridad de estar en el buen camino. No tienen por qué temer equivocarse, aun cuando les parezca seguro que los superiores se equivocan. 

Pero cuando dejamos de mirar a esa brújula infalible, cuando nos separamos del camino que ella nos señala, bajo pretexto de cumplir la voluntad de Dios, que no ilumina bien a los que sin embargo están en su lugar, entonces el alma se extravía por áridos caminos en los que pronto le faltará el agua de la gracia.

Madre queridísima, usted es la brújula que Jesús me ha dado para guiarme con seguridad a las riberas eternas. ¡Qué bueno es para mí fijar en usted la mirada y luego cumplir la voluntad del Señor! Desde que él permitió que sufriese tentaciones contra la fe, ha hecho crecer enormemente en mi corazón el espíritu de fe, que me hace ver en usted, no sólo a una madre que me ama y a quien amo, sino que, sobre todo, me hace ver a Jesús que vive en su alma y que me comunica por medio de usted su voluntad.

Sé muy bien, Madre, que usted me trata como a un alma débil, como a una niña mimada; por eso, no me resulta pesado cargar con el yugo de la obediencia. Pero, a juzgar por lo que siento en el fondo del corazón, creo que no cambiaría de conducta y que el amor que le tengo no sufriría merma alguna aunque me tratase con severidad, pues seguiría pensando que era voluntad de Jesús que usted actuase así para el mayor bien de mi alma. 




NOTAS:

(1)  El P. Roulland embarcaba en Marsella rumbo a China. 

(2) Teresa pasaba por ser lenta y poco hábil; cf, por ejemplo, CA 15.5.6 y 13.7.18. Si desea partir, no es para predicar o para prestar servicios; en tierras de misión, el ideal carmelitano sigue siendo el mismo: amar, sacrificarse.  

(Fuente: Historia de un alma, Santa Teresa de Jesús)
 



lunes, 2 de marzo de 2020

BIOGRAFÍA EXTENSA DE SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS


ALENÇON

 

Por sus raíces familiares, Teresa de Lisieux es, en primer lugar, Teresa de Alençon. Allí es donde abre sus ojos a la vida el 2 de enero de 1873. 



Fue bautizada dos días después de su nacimiento, el 4 de enero de 1873, en la iglesia de Notre Dame de Alençon recibiendo los nombres de María Francisca Teresa. Sus padrinos fueron Paul Boul, hijo de un amigo de la familia, y su hermana mayor, María. En marzo de ese año, a los dos meses de edad, estuvo a punto de morir y debió ser confiada a una nodriza, Rosa Taillé, que ya había estado cuidando 
a dos hijos de la pareja Martin. Se mejoró rápidamente y creció en la campiña normanda, en la granja Semallé, a una distancia de casi ocho kilómetros. A su regreso a Alençon el 2 de abril de 1874, su familia la rodea de afecto. Su madre dice que "es de una inteligencia superior a Celina, pero mucho menos dulce, y sobre todo es de una obstinación casi invencible. Cuando ella dice que no, nada puede hacerla cambiar." Es juguetona y traviesa, pero también es emocional y a menudo llora. Teresa siempre se refirió a este primer periodo de su vida como el más feliz. testigo inolvidable de los «años soleados» de su niñez (Ms A 11vº),
TERESITA CRECIÓ EN EL CAMPO
Alençon se identifica sobre todo, para ella, con la imagen de sus padres. 
Luis Martin ronda los cincuenta años cuando nace la novena de sus hijas. Cuando tenía veinte años, había solicitado ser admitido en los religiosos del Gran San Bernardo. Pero en vano. Durante toda su vida conservará esa inclinación al «silencio y a la paz de la soledad profunda». A los treinta y cinco años opta por el matrimonio (1858). Su profesión es la de relojero-joyero (1850-1870), pero en realidad menos en plan de comerciante que de artista. En el hogar, su bondad desbordante se convierte en ternura para con sus hijas. 



LUIS Y CELIA, PADRES DE TERESITA
 Celia Martin, a sus cuarenta y un años, afronta con alegría una nueva maternidad. Pero esta mujer, tan sensible como enérgica, lleva ya los estigmas de un gran agotamiento físico y sobre todo de un profundo sufrimiento moral. La pérdida de cuatro hijos todavía muy pequeñitos y las prolongadas vigilias en el trabajo de encaje -auténtica tela de araña- del «punto de Alençon» la han consumido prematuramente. 


De momento, Teresa va descubriendo su ciudad natal. Los cuatro puntos cardinales de su universo infantil son fáciles de fijar: la casa del gobernador, que puede contemplar desde el balcón de su casa de la calle de San Blas (Ms A 9vº); siguiendo por la acera de la izquierda, desembocaba en la iglesia de Nuestra Señora, donde había sido bautizada.


BAUTIZO DE TERESITA
Otra meta para sus paseos era la estación: ¡qué alegría ver aparecer de nuevo allí a Paulina cuando llegaban las vacaciones! (Ms A 7rº); pero el privilegio más ansiado era la visita al Pabellón, pequeña propiedad de su padre al sur de un meandro del Sarthe (Ms A 11vº).. 

Un hechizo más: el de los paseos dominicales por la campiña circundante. Las flores de los campos, el oro de los trigales maduros, las «lejanías» semitonadas la llenan de poesía.

«Empezaba a disfrutar de la vida» (Ms A 11rº) 

Abril-septiembre de 1877  4 años



Un «diablillo» de cuatro años» : así aparece Teresa en el umbral de sus escritos. «¡Qué feliz era yo a esa edad!». Cuatro hermanas mayores que ella la colman de atenciones y de regalos. Las dos mayores -diez y siete y quince años y medio- se extasían ante todo lo que hace su benjamina. María no puede ocultar su orgullo por su ahijada y alumna. Paulina, que está de interna en un colegio, recibe durante las vacaciones de Pascua las primeras confidencias de su «angelito», para quien ella era ya su «ideal de niña».
TERESITA Y CELINA

Leonia, una adolescente difícil de catorce años, ocupa «un lugar muy destacado» en el afecto de la niña. Y Celina, tres años y medio mayor que ella, es la compañera soñada de sus juegos. A su afán por «actuar como ella» en todo debemos dos de las primeras cartas de Teresa.



Pero esa felicidad de la infancia va a pasar prematuramente «por el crisol del sufrimiento» .La señora Martin se extingue al amanecer del 28 de agosto de 1877, tras grandes sufrimientos. No ha cumplido todavía los cuarenta y seis años. «No recuerdo haber llorado mucho, observará más tarde Teresa. No le hablaba a nadie de los profundos sentimientos que me embargaban». Habrá de pasar bastante tiempo para que la profunda impresión que entonces sufrió la niña salga a la superficie. A partir del día de la inhumación de su madre, Teresa buscará refugio en los brazos de Paulina.

MUERTE DE LA MADRE DE TERESITA
La última mirada de la moribunda había sido para su cuñada, la señora Guérin. Con el fin de tener a sus hijas más cerca de su tía, el señor Martin decide trasladar su hogar a Lisieux. Para él, a sus cincuenta y cuatro años, esto es un auténtico desenraizamiento. Pero las huérfanas, comenzando por Teresa,se muestran encantadas con esa solución. 

LISIEUX: LOS BUISSONNETS

Noviembre de 1977-octubre de 1881  4/8 años

El señor Guérin, a instancias de su cuñado, encuentra en Lisieux, cerca de su propio domicilio, «una casa preciosa coronada por un mirador». «En la casa, no nos pueden ver desde ninguna parte», y en cambio desde ella «se disfruta de una deliciosa panorámica de la villa».

El 15 de noviembre de 1877, las cinco hermanas Martin, acompañadas por su tío, dejan para siempre la casa de la calle San Blas. Al día siguiente, y sin esperar a su padre, que se ha quedado en Lisieux por asuntos de negocios, se instalan en los Buissonnets. En este marco apacible pasará Teresa más de diez años.

HACIA LOS "BUISSONNETS"
Y en Teresa convergen las ternuras de sus hermanas mayores, convertidas ahora en pequeñas madres; pero sobre todo, las de su padre, su «rey querido», que le muestra un «amor verdaderamente maternal».

A comienzos de enero de 1878, a Leonia y a Celina se las confía a las benedictinas de la ciudad. «Mamá Paulina» se convierte entonces, para Teresa, en una maestra de escuela exigente y cariñosa. La alumna se muestra tan aplicada, que antes de cumplir los siete años ya sabe escribir sola.

En esa su existencia sobresalen algunos acontecimientos:

- invierno de 1879-1880: primera confesión, que la hace sentirse «contenta y ligera»; - 13 de mayo de 1880: primera comunión de Celina, uno de los días más hermosos en la vida de Teresa;
 - verano de 1879 ó 1880: visión misteriosa de su padre, encorvado, envejecido, con el rostro cubierto, mientras él en esos momentos se encuentra en Alençon. 

Octubre de 1881-febrero de 1884  8/11 años 

TERESITA CON 8 AÑOS

Teresa tiene ya ocho años. En el mes de octubre de 1881, entra como medio-pensionista en la Abadía de las benedictinas. Pero esa solitaria que es la niña mimada de los Buissonnets no consigue integrarse en el grupo. A «la pobre florecilla» le resulta muy amargo el paso de la «tierra selecta» a la «tierra común» . Por eso, a pesar de sus éxitos escolares -pues consigue fácilmente los primeros puestos- y a pesar, sobre todo, del cariño de las religiosas, Teresa definirá esos cinco años del pensionado como 
«los años más tristes de su vida». 
PAULINA
Su gran sueño, en esa época, era el de irse un día con Paulina «a un desierto lejano». En efecto Paulina, que anda ya por los veintiún años, tiene puestos sus ojos en el «desierto» del Carmelo. Su partida se decide rápidamente. Teresa se entera de ella por sorpresa en el verano de 1882. Fue un golpe brutal. 

El 2 de octubre de 1882, con la muerte en el alma, recibe «el último beso» de su segunda madre. 
En adelante, tan sólo conseguirá «apenas dos o tres minutos al final del tiempo de locutorio» donde la familia visita todos los jueves a la nueva carmelita, sor Inés de Jesús. Y «pensaba en lo más hondo del corazón: ¡¡¡He perdido a Paulina!!!». Durante el invierno siguiente, la salud de Teresa se altera. En Pascua se declara una aguda crisis.

El 23 de marzo de 1883, el señor Martin se lleva a María y a Leonia a París para las celebraciones de la Semana Santa. Teresa, minada ya por la pena y confiada al cuidado de sus tíos, no puede superar esta breve separación. En la tarde de Pascua, 25 de marzo, el señor Guérin, sin darse cuenta, termina de conmocionarla al evocar el recuerdo de la señora Martin. 
Unas horas más tarde, la niña es presa de un temblor nervioso, seguido de crisis de terror y de alucinaciones. Se llama urgentemente al señor Martin y a sus hijas. María se instala a la cabecera de la niña, en casa de los Guérin, pues no está en condiciones de ser trasladada a los Buissonnets.

El deseo de volver a abrazar a Paulina en su toma de hábito produce un vuelco en la enfermedad. Es el 6 de abril. Pero al día siguiente, ya en los Buissonnets, nueva recaída. Las penosas manifestaciones se multiplican. La «extraña enfermedad» desconcierta al Dr. Notta, que por un momento habla de «baile de San Guido» pero que excluye formalmente el histerismo.

Tras cinco semanas de angustia, la fe de la familia Martin obtiene por fin la curación que la ciencia es incapaz de proporcionar. El domingo 13 de mayo de 1883, día de Pentecostés, la niña se siente repentinamente liberada por «la encantadora sonrisa de la Santísima Virgen».
 
Teresa, totalmente restablecida, puede disfrutar de unas vacaciones extraordinarias que el señor Martin ofrece a sus hijas en la segunda quincena de agosto de 1883. Teresa no había vuelto a ver Alençon desde el 15 de noviembre de 1877. «Podría decir que durante mi estancia en Alençon fue cuando hice mi presentación en sociedad. Todo era alegría y felicidad en torno a mí». En esta ocasión conoce al P. Pichon, director espiritual de su hermana mayor, María. Enseguida se siente a gusto con este religioso tan sumamente acogedor. Y la jovencita de diez años no siente el menor apuro cuando su padre la invita a dar un beso al sacerdote. 

Pero allá en lo hondo, y durante mucho tiempo, Teresa va a sufrir «dolores de alma»: miedo de haber simulado la enfermedad en la primavera de 1883, miedo de haber mentido al presumir de «una sonrisa de la Reina de los cielos» el 13 de mayo. De estos sufrimientos no se verá liberada hasta noviembre de 1887, y luego en mayo de 1888.

«Un recuerdo sin nubes» (Ms A 32vº) 

Febrero de 1884-mayo de 1885  11/12 años

Los tres meses que precedieron a la primera comunión de Teresa marcan uno de los tiempos fuertes en el diálogo espiritual entre la niña y su «madrecita», las doce cartas de sor Inés. Tan sólo se conserva una contestación de Teresa. En realidad, su verdadera respuesta fue su extraordinaria generosidad. 

María toma parte muy activa en la preparación de su hermanita. Y Teresa recoge cada día docenas de «flores» para el Niño Jesús: rosas, violetas, margaritas, flor de espino, lirios, miosotis, etc. La niña las «perfuma» con jaculatorias amorosas (breves oraciones, sugeridas también por Paulina). Por la noche, anotaba el total en el «precioso librito» que la carmelita había preparado para ella.

De esta manera, el simbolismo de la flor entra en el vocabulario, o, mejor dicho, en la espiritualidad de Teresa. En 1896, en plena floración de su genio místico, no sabrá descubrir una expresión mejor de su amor apasionado a Jesús que su gestoinfantil de los
Buissonnets: arrojar flores ... hasta el día en que el símbolo se 
convierta en realidad. En su cama de la enfermería, la flor que deshoje será su propia vida.

El año 1884 representa una cima espiritual en la vida de Teresa adolescente. La autobiografía nos habla bien a las claras de la densidad de experiencia mística que va ligada a estas fechas enormemente importantes:
- 8 de mayo de 1884, primera comunión: 
«no fue ya una mirada, sino una fusión» entre Jesús y Teresa;  
- 22 de mayo, Ascensión, recibe por segunda vez la Eucaristía: 
«Ya no vivo yo, es Jesús quien vive en mí»;  

PRIMERA COMUNIÓN DE TERESITA

- 14 de junio, recibe el «sacramento de amor», la confirmación. 
Al decir de Celina, Teresa se prepara para recibirlo con una «santa embriaguez»; 
- a lo largo del año 1884 hay otra comunión que hace nacer en su corazón «un gran deseo de sufrir»; repite una y otra vez: 
¡»Oh Jesús!, dulzura inefable, cámbiame en amargura todos los consuelos de la tierra!».

«En los pañales de la niñez» (Ms A 44vº) 

Mayo de 1885-noviembre de 1886  12/13 años


Después de una semana de agradables vacaciones en Deauville (3-10 de mayo) en el chalet de la familia Roses, Teresa asiste en la Abadía al retiro de preparación para su «segunda comunión» (21 de mayo de 1885). «Lo que nos dijo el Padre (Domin) es muy horroroso...». Esas ideas, al caer en un espíritu psíquicamente débil, desencadenaron en Teresa «la terrible enfermedad de los escrúpulos (..); imposible decir lo que sufrí durante un año y medio».

MARÍA, HERMANA DE TERESITA

Su hermana mayor, María, se convierte entonces en su «único oráculo». La madrina necesita armarse de paciencia para escuchar todas las noches la confesión, empañada en lágrimas, de su hermanita. Teresa se vuelve «verdaderamente insoportable por su extremada sensibilidad».


En septiembre de 1885, volvemos a encontrarla feliz en Trouville» en compañía de Celina. Pero la vuelta al internado, en octubre de 1885, sin «su inseparable», excede a sus fuerzas. Pronto cae enferma de tristeza. El señor Martin se ve obligado a traer de nuevo a su hija a casa. Tiene sólo trece años. Su padre hará que Teresa complete su educación con clases particulares en casa de la señora Papineau.

En julio de 1886, de nuevo en Trouville, en casa de su tía Guérin, se siente como desterrada sin su madrina, su hermana María. Al cabo de dos o tres días hay que repatriarla a los Buissonnets.

LEONIA
Es fácil, pues, adivinar su estupor cuando se entera de la próxima partida de María para el claustro.



El 7 de octubre, Leonia ingresa de improviso en las clarisas de Alençon. El 15, María atraviesa el umbral del Carmelo. «De la alegre y numerosa familia de los Buissonnets ya sólo quedaban las dos últimas hijas...». Humanamente, Teresa se hunde.

Pero, al igual que en 1883, la gracia suple a la naturaleza. Tras una oración angustiada a sus cuatro hermanitos y hermanitas del cielo, Teresa siente que recobra la paz y se ve liberada de los escrúpulos. Sin embargo, todavía no ha llegado el momento de su «total conversión»: ésta llegará en la noche de Navidad de 1886. 

LA GRACIA DE NAVIDAD

La noche de Navidad de 1886 marca un giro de 180 grados en la vida de Teresa. Esta, en 1895, pensará que esa noche inauguró el período de su vida «más hermoso de todos y el más lleno de gracias del cielo».
Es tal la transformación, que, quince meses más tarde, la niña llorona de ayer estará en condiciones de alistarse entre las hijas de Teresa de Avila -y ésta quería que sus hijas fuesen "muy varoniles".

En este período podemos distinguir varias etapas:

* Navidad de 1886-octubre de 1887, meses de plenitud humana y espiritual;  

* octubre de 1887, mes de lucha por su vocación; 

* noviembre-diciembre de 1887, viaje a Roma y su prolongación;
 * enero-abril de 1888, espera serena del Carmelo.

«Las brisas perfumadas de la aurora»   

Esta expresión, inspirada en el Cántico espiritual de san Juan de la Cruz, servirá a Teresa en 1893 para caracterizar ese año excepcional de 1887. La autobiografía lo confirma: para ella fue como un despertar de todo su ser. Creció «en estatura y sobre todo en gracia». 

Desarrollo físico: tiene ya catorce años. «Mi bebé tan crecido», le escribirá María en mayo de 1887; «la gran Teresa», dice Juana Guérin.

Desarrollo intelectual: «Mi espíritu, liberado ya los escrúpulos y de su excesiva sensibilidad, comenzó a desarrollarse. Yo siempre había amado siempre lo grande, lo bello, pero en esta época me entraron unos deseos enormes de saber». A las clases de su institutriz, añade «estudios especiales de historia y de ciencias», además de clases especiales de dibujo que le da Celina.

Pero, sobre todo, desarrollo espiritual: Jesús, dice ella misma, me instruía en secreto en las cosas de su amor». De momento debemos contentarnos con enunciar las gracias más señaladas: 

* mayo de 1887: lectura de las conferencias del P. Arminjon, «una de las mayores gracias de mi vida»;
TERESITA REZA POR PRANZINI, EL CRIMINAL
* julio: despertar de la dimensión apostólica, ante una imagen de Cristo crucificado, en la catedral de San Pedro;  
* julio-agosto: entrega sin reservas por conseguir la salvación del criminal Pranzini, su «primer hijo»;  
* verano, conversaciones espirituales con Celina en el mirador de los Buissonnets; 
* «transportes de amor» a Dios. 

Desde entonces, «la llamada divina era tan apremiante que, si hubiera tenido que pasar por entre llamas, lo habría hecho por ser fiel a Jesús». 
El domingo de Pentecostés, 29 de mayo, Teresa obtiene de su padre el permiso para entrar en el Carmelo a los quince años. Celina se ha convertido también para ella en una aliada, en «una hermana de alma». Tras la partida de María para el Carmelo, Celina y Teresa gozan de «la vida más dulce con que unas jóvenes pueden soñar». En el futuro, vivirán «juntas» su aventura espiritual.

«A punta de espada»

Navidad 1886-octubre 1887  13/14 años


ISIDORO GUERIN, TÍO DE TERESITA
El 8 de octubre, tres meses escasos antes de las fiesta de Navidad, fecha que había elegido para su entrada en el Carmelo, Teresa se arriesga por fin a hablar a su tío Guérin. La primera reacción es negativa. Quince días más tarde, el 22 de octubre, se produce un viraje total por influjo de sor Inés de Jesús.

Pero entonces el canónigo Delatroëtte, superior del Carmelo, pone un veto categórico a que una niña de tan solo quince años entre en el convento. La insistencia de las carmelitas tan sólo conseguirá un mayor empecinamiento en ese no obstinado.

En cambio, el capellán del Carmelo, el abate Youf, es favorable al proyecto. «¡Una niña tan encantadora! Yo la quiero mucho».
Y aprueba el recurso al obispo de Bayeux.

El 31 de octubre, Teresa se presenta ante Mons. Hugonin, acompañada por su padre. Con el cabello recogido en un moño para aparentar ser mayor, Teresa despliega los recursos de su mejor elocuencia. El obispo se muestra paternal, pero no responde ni que sí ni que no: estudiará la cuestión con el Sr.Delatroëtte . 

A LA IZQUIERDA, OBISPO MONSEÑOR HUGONIN, A LA DERECHA, ESCENA QUE  REPRESENTA LA VISITA DE TERESITA CON SU PADRE AL OBISPO



MONSEÑOR RÉVÉRONY
De hecho, será el vicario general, Mons. Révérony, quien tomará la última decisión. Hombre prudente y con un gran aprecio por la vida religiosa, tendrá pronto ocasión de examinar con detención a la candidata.
Teresita entonces quiso hablar con el Papa, exponerle su situación para que le diera el permiso para entrar al Carmelo tan joven.

El viaje a Roma 

Noviembre-diciembre de 1887  14 años


El viaje a Roma: todo un acontecimiento para aquella época. El acontecimiento -humanamente hablando- de la vida de Teresa. 
"Me enseñó más que largos años de estudios".





EL PAPA LEÓN XIII

De este viaje de un mes, en compañía de la nobleza normanda y de setenta y tres sacerdotes -casi una tercera parte del grupo-, la autobiografía recordará una doble lección: la fragilidad de las grandezas humanas y la urgente necesidad de orar por los sacerdotes.

La correspondencia que se intercambia entre Lisieux por una parte -el Carmelo y los Guérin- y «los tres peregrinos» por la otra -el señor Martin, Celina y Teresa- es de una frecuencia excepcional.

Del Carmelo salen las directivas espirituales... y a veces las diplomáticas; lo cual no impedirá que la audiencia del 20 de noviembre con el Papa León XIII sea todo un fracaso (Cta 36). Celina echará la culpa de ello a Mons. Révérony. Teresa, por su parte, no dejará «de esperar contra toda esperanza». 

Los peregrinos regresan a Lisieux el 2 de diciembre. Sin más tardanza, se vuelven a empezar las negociaciones para llevar a buen puerto «el asunto»: la entrada de la aspirante en el Carmelo para Navidad.

Ante la enconada intransigencia del superior, el Sr. Delatroëtte, sor Inés de Jesús está a punto de capitular. Y entonces la madre María de Gonzaga y el señor Guérin toman cartas en el asunto. Se trata de jugar hábilmente la última carta: el arbitraje del obispo de Bayeux. 
Del 18 al 24 de diciembre, Teresa se dirige todas las mañanas al correo con su padre, esperando encontrar una respuesta a sus cartas a Mons. Hugonin y al Sr. Révérony. 

«El valor del tiempo» (Ms A 68vº) 

Navidad de 1887-9 de abril de 1888  15 años el 2 de enero de 1888


La Navidad encuentra a Teresa en los Buissonnets: la respuesta de Bayeux no ha llegado... «Fue una prueba muy dura para mi fe» .

El 28 de diciembre, la madre María de Gonzaga recibe de Mons. Révérony la autorización para admitir sin demora a la aspirante. A Teresa se la informa el 1 de enero; pero, sor Inés, en un cambiazo desconcertante, no quiere saber nada de la entrada de su hermana más pequeña en el Carmelo antes de Pascua. El motivo: la cuaresma. Fue una prueba de un «carácter muy particular», más dura todavía que la anterior.

Teresa reacciona con generosidad. Reanuda sus clases semanales con la señora Papinau. Y sobre todo, comprende «el valor del tiempo» y lo hace rendir al máximo siendo fiel en las cosas pequeñas. Ese mes de marzo de 1888 lo co
nsiderará como «uno de los más hermosos» de su vida.

«No sabría decir cuán dulces recuerdos me ha dejado esta espera. Tres meses se pasan muy pronto, y por fin llegó el momento tan ardientemente deseado». 

EN EL CARMELO

«¡Estoy aquí para siempre, para siempre...!» (Ms A 69vº)


En la mañana del 9 de abril de 1888, tras «una última mirada a los Buissonnets», Teresa asiste con los suyos a la misa de siete en el Carmelo. Y luego, el desgarramiento de la separación, el último beso a su familia, y sobre todo a su anciano padre, que la bendice entre lágrimas. La comunidad se encuentra reunida a la puerta del monasterio para recibir a la postulante. El superior, Sr. Delatroëtte sólo tiene, como palabras de bienvenida, un breve discurso glacial  La descortés amonestación no quebranta el ánimo de Teresa. Con paso firme, franquea el umbral de la clausura. 

TERESITA ENTRA EN LA CLAUSURA
El monasterio, situado al fondo de una depresión insalubre, en las proximidades del Orbiquet, cuenta apenas cincuenta años de existencia. Teresa conocía tan sólo las inmediaciones del mismo. Ahora lo descubre por dentro. Y se sorprende agradablemente: «Todo me parecía maravilloso». Alrededor del coro, verdadero eje de la vida monástica, una veintena de celdas y los principales lugares conventuales forman un cuadrilátero de ladrillos rojos, de proporciones armoniosas. Completa el conjunto una huerta, a la que da su encanto una avenida de castaños que bordea un pequeño campo de heno: «el prado».

Teresa es conducida a su celda. En esta habitación de paredes enyesadas hay justamente lo necesario: la cama, un simple jergón sobre una tarima, y unos muebles rudimentarios. Ni agua, ni electricidad, ni calefacción. Ni tampoco horizontes: a tres metros, el tejado de pizarra de un edificio anexo, que sin embargo no impide que entre el sol durante toda la tarde. Allí se experimenta algo así como una sensación de soledad y de paz: «Me creía transportada a un desierto. Nuestra celdita, sobre todo, me encantaba». Teresa vivirá en ella por lo menos cinco años. Allí escribirá sus cartas, sentada en un banquito, con un atril portátil sobre las rodillas, y por las noches a la luz de una lámpara de gasolina. 


La postulante no viste hábito especial, sino sólo una esclavina encima de su largo vestido azul de jovencita, y el clásico gorrito. 

En el noviciado, es recibida por sor María de los Angeles, religiosa de cuarenta y tres años, «el tipo acabado de las primitivas carmelitas». La maestra tiene ya otras tres novicias a su cargo: sor María Filomena, de cuarenta y ocho años; sor María del Sagrado Corazón, hermana carnal y madrina de Teresa, de veintiocho años de edad; y sor Marta de Jesús, de veintitrés años, postulante conversa, huérfana, de inteligencia mediocre y de modales toscos, que pondrá a prueba con frecuencia la paciencia de su nueva compañera. 

Sor Teresa del Niño Jesús aborda su vocación sin hacerse ilusiones de ninguna clase. Salvo pequeñas diferencias, marcadas por el ritmo de las estaciones, seguirá siempre el mismo horario desde el 1º de enero hasta el 31 de diciembre. Su trabajo se reduce a tareas sin brillo: arreglar la ropería, barrer un claustro, una escalera y un pasillo, y un poco de trabajo en la huerta como ejercicio físico. 

Todos los días, sor María de los Angeles reúne a las novicias para explicarles la Regla, las Constituciones y las costumbres de la Orden. La maestra declarará más tarde: «Sor Teresa del Niño Jesús tenía tal intuición de la virtud y de la perfección religiosas, que, por así decirlo, bastaba con instruirla (sobre ello) para que las llevase a la práctica con perfección» 

Primeros pasos: «más espinas que rosas» (Ms A 69vº) 

9 de abril de 1888-5 de enero de 1889   15/16 años

 Durante el postulantado de nueve meses, se pueden delinear tres períodos: 

- 9 de abril-23 de junio: todo marcha bien. En el Carmelo, la forma de comportarse de Teresa sorprende incluso a la priora. «No es necesario decirle ni una sola palabra, todo en ella es perfecto...», escribe la madre María de Gonzaga a la señora Guérin.
- Las fiestas radiantes del mes de mayo: profesión y toma de velo de sor María del Sagrado Corazón- tienen su coronación en una entrevista liberadora con el P. Pichon. Después de una confesión general, el Padre asegura a la postulante que ésta no ha cometido nunca un solo pecado mortal. Fue el final de las turbaciones interiores que venía sufriendo desde hacía cinco años.  

- 23 de junio-31 de octubre: El señor Martin, aquejado de una enfermedad mental, abandona de improviso el domicilio. Es una alarma breve, pero que traumatiza a sus hijas. La grafía de Teresa conserva las huellas. Sin embargo, encuentra fuerzas para dominar su ansiedad y sustentar así el ánimo de Celina.

Además, adaptarse a la vida comunitaria exige sufrimientos. La «débil caña» experimenta su debilidad. Pero su generosidad no sufre mengua alguna. La comunidad decide admitir a Teresa a la toma de hábito. La fiesta está ya preparada, pero una brusca recaída del señor Martin obliga a aplazar la ceremonia.

- 31 de octubre-3 de enero: el debilitamiento mental del padre hace vivir a sus hijas un mes de noviembre cargado de angustia. Luego, la «curación» inesperada invita a fijar finalmente la fecha para la toma de hábito. Teresa ve amanecer sus dieciséis años sumida en una profunda alegría.

La autobiografía señalará con gran acierto lo que fue ese año 1888: «Sí, el sufrimiento me tendió sus brazos, y yo me arrojé en ellos con amor».

5-10 de enero de 1889  16 años


La toma de hábito tendrá lugar el día 10. El retiro de Teresa, que comenzó el 5 por la noche, durará por tanto cuatro días en vez de tres. La postulante se comunica con los demás por escrito.

Los mensajes de Teresa, redactados de prisa, sin preocuparse en absoluto por el estilo, en pobres papeles a veces escritos por detrás, tienen a menudo un tono patético. Como ella misma confiesa: «todo es tristeza»: 

- «privada de todo consuelo» durante sus tres o cuatro horas diarias de oración: «Al lado de Jesús, nada, ¡sequedad!, ¡sueño!...»;  - acribillada por «alfilerazos» en la vida comunitaria: «las criaturas, ¡ay!, las criaturas» ; - no menos preocupada que sus hermanas por el señor Martin, continuamente amenazado por un nuevo ataque.

SU PADRE ASISTE A LA TOMA DE HÁBITO
Pero la prueba va educando su fe. «Creo que el trabajo de Jesús durante estos ejercicios ha consistido en despojarme de todo lo que no es Él». 
La fiesta del 10 de enero es totalmente radiante. «No faltó nada, ni siquiera la nieve» . También para el señor Martin fue un día gozoso. «Mi Rey querido nunca había estado tan guapo y tan digno... Fue la admiración de todo el mundo». 


EL NOVICIADO

Con la toma de hábito se inaugura para Teresa el año canónico del noviciado. Dentro de un año, la joven religiosa podrá emitir los votos perpetuos (en aquella época no existía la profesión temporal). En enero de 1890 cumplirá exactamente los diecisiete años que exigen las Constituciones para poder hacer el compromiso definitivo. Pero los superiores creerán más prudente hacerla esperar: le impondrán una prórroga de ocho meses. 

SANTA TERESITA CON EL VELO BLANCO DE NOVICIA

La novicia se va haciendo cada vez más al ambiente. En el Oficio coral, entona las antífonas, recita los versículos, lee las lecturas de maitines. Todo ello en latín.

Cuando le llega el turno, atiende durante una semana los oficios de comunidad: tocar la campana, servir y leer durante las comidas. Nombrada «segunda de oficio», bajo la dependencia de sor Inés de Jesús, prepara el agua y la «cerveza», a mediodía y por la noche, barre el refectorio y se encarga del cuartito de «San Alejo», pegado al refectorio, refugio de las arañas a las que tiene verdadero horror.

Si nos atenemos a las fotografías de esa época, la novicia respira alegría. Una alegría no fingida, pero que no debe llamarnos a engaño. «Al fin del mundo, escribirá Teresa, ¡cuántas personas se quedarán asombradas» respecto a ella!. En 1889, dice, «al exterior nada reflejaba mi sufrimiento, tanto más doloroso cuanto que sólo yo lo conocía». La autobiografía es muy parca en confidencias. Diez páginas le bastan para despachar veinte meses de noviciado. "Todo lo que acabo de escribir en pocas palabras requeriría muchas páginas de pormenores y detalles, pero esas páginas no se leerán nunca en la tierra".  

«Nuestra gran riqueza» (Ms A 86rº) 

Enero-mayo 1889  16 años


Para el señor Martin, la ceremonia del 10 de enero fue «su triunfo, su última fiesta aquí en la tierra». Pero «su gloria de un día fue seguida de una pasión dolorosa». Esa pasión la describen las cartas de 1889 en todo su realismo. El drama estalla el 12 de febrero, cuando las alucinaciones toman un cariz alarmante para quienes lo rodean. El enfermo ve «cosas espantosas, carnicerías, batallas», se arma para defender a sus hijas Leonia y Celina. El señor Guérin decide trasladar inmediatamente a su cuñado a una casa de salud, al Buen Salvador de Caen. 
La prueba golpea a la «reinecita» en pleno corazón: «¡No, ese día ya no dije que podía sufrir todavía más!».

LUIS MARTIN, PADRE DE TERESITA
Las doce cartas de Teresa fechadas en ese período expresan muy gráficamente su valentía y su fortaleza interior: su contenido pone bien a las claras el triunfo de su fe; su grafía revela el desgarramiento de su corazón. La mayor parte de estas cartas están dirigidas a Celina, quien se queda con Leonia en Caen, junto al señor Martin.

La sombra de esta prueba se cierne como un manto de luto sobre todo el período del noviciado. Pero ese velo de dolor se irá transformando poco a poco en un velo de Verónica. A través de las lágrimas, Teresa aprende a reconocer, tras el rostro de su padre humillado, los rasgos del Siervo sufriente. 

«La Faz ensangrentada de Jesús»

Julio-octubre de 1889  16 años


Los meses pasan. La esperanza de que el señor Martin pueda curarse se va esfumando. Sus hijas han de aprender a vivir con este dolor lacerante en lo hondo del corazón. Teresa no se conforma con aceptar pasivamente la situación. Se mete de lleno en la realidad que están viviendo. De ahí su inmensa capacidad de sufrimiento.

En la correspondencia de esta época es claramente perceptible el influjo de la carmelita de Tours, sor María de San Pedro (muerta en 1848). Una estampa que le da la madre María de Gonzaga intensifica la piedad de Teresa en esa misma dirección. Esa estampa representa el rostro ensangrentado de Jesús. En ella se puede leer este texto: «Lo que yo quiero de ti, alma fiel, es AMOR..., un amor humilde que se anonade, un amor generoso que se olvide de sí...». Anonadarse, olvidarse de sí para consolar a Jesús, he aquí la máxima aspiración de Teresa.

Una noche de ese verano de 1889, la novicia recibe una gracia mística en la gruta de Santa María Magdalena, al fondo del pequeño cementerio del convento.

En septiembre y octubre, en ausencia del sacristán y de las hermanas torneras, se encomienda a las dos novicias, Marta y Teresa, el barrido de la capilla exterior. Un día, contará más tarde sor Marta, Teresa, «en un arrebato de amor, se arrodilla en el altar y golpea la puerta del sagrario, diciendo: «¿Estás ahí, Jesús? Respóndeme, por favor»». 

«Esperaré todo el tiempo que quieras»  
 Noviembre 1889-marzo 1890  16/17 años

Pocos acontecimientos tienen lugar en este invierno de 1889-1890. La novicia, «privada de todo consuelo» en su vida de oración, se aplica «sobre todo a la práctica de las virtudes pequeñas». En los días de Navidad se le van a exigir dos nuevos desprendimientos: 

- el de los Buissonnets, un «nido» ahora ya desierto. El señor Martin, que sigue hospitalizado, ya nos los volverá a ver. El 25 de diciembre se rescinde el contrato de alquiler. En una última visita, Celina arranca para su hermana una hoja de hiedra.

- y el del retraso impuesto a su profesión, que ella esperaba poder hacer el 11 de enero de 1890.

Teresa asiste con sus hermanas a la continua decadencia de su padre, «¡cuya gloria ha pasado ya!». - «Sí, pero prosigue ella- su humillación pasará también, y un día él nos seguirá, o, mejor, le seguiremos nosotras a él al cielo, y entonces uno de sus blancos cabellos nos iluminará». 

«El más bello de los lirios» (Cta 105) 

Abril-julio de 1890  17 años


Antes de finales de julio de 1890 no se tomará ninguna decisión respecto a la profesión de Teresa. Las cuatro cartas o billetes escritos de su mano durante esos cuatro meses son de una enorme riqueza espiritual.

En esta época, el objeto privilegiado de su contemplación es la Santa Faz. La novicia se nutre cada vez más de los textos bíblicos que había ido espigando muy especialmente durante la cuaresma anterior. El canto cuarto del Siervo de Yavé la marca con una impronta indeleble. Así lo manifestará en su lecho de muerte.




Una vez más una estampa produce en Teresa una «fuerte impresión» al poner ante sus ojos la Faz dolorida de Jesús. Es una preciosa miniatura en pergamino que sor Inés de Jesús había pintado en honor de Celina: un velo de la Verónica sostenido en un ramo de nueve lirios. La impresiona sobre todo un detalle: «su sangre divina rocía nuestras corolas». Y el texto de la Carta 108 se concluye con un «Fragmento de un cántico de Nuestro Padre san Juan de la Cruz». Es la primera vez que Teresa cita expresamente a su maestro espiritual. «¡Cuántas luces he sacado de las obras de nuestro Padre san Juan de la Cruz...! A la edad de diecisiete y dieciocho años no tenía otro alimento espiritual».

«¡Que tú, Jesús, lo seas todo...! (Billete de profesión)  
Julio-septiembre de 1890  17 años

«El tiempo de los esponsales... ¡se le hizo muy largo a la pobre Teresita!». El superior, Sr. Delatroëtte, juzgaba a la novicia «demasiado joven para asumir compromisos irrevocables para toda la vida». Sin renunciar a su opinión, se somete al parecer favorable de Mons. Hugonin. La fecha para la profesión queda fijada para el 8 de septiembre de 1890.

Teresa se prepara para ella durante unos ejercicios espirituales de diez días, que comienza en la noche del 28 de agosto. «La aridez más absoluta y casi casi el abandono fueron mis compañeros». 
El 2 de septiembre llega la bendición de León XIII para la profesa y «para su venerable padre, el santo anciano, tan probado por el sufrimiento». Teresa quería asociar a su padre a este gran acontecimiento de su vida. El 8 de septiembre, «obligada» a pedir su curación, hará esta súplica: «¡Dios mío, por favor, que sea tu voluntad que papá se cure!».

En la mañana del día de su profesión, la novicia «inundada por un río de paz», se consagra al Señor hasta la muerte. A cambio, tan sólo pide a Jesús «la paz, y también el amor, un amor infinito, sin otro límite que tú mismo...», y una vez más la gracia del «martirio» y la de salvar «muchas almas». 


Esa ceremonia íntima se completa, el 24 de septiembre, con la toma del velo negro, una ceremonia pública. Fue un día «velado por las lágrimas» a consecuencia de una decepción de última hora, «un dolor difícil de entender»: la ausencia del señor Martin, cuya bendición había esperado recibir con tanta ilusión su reinecita. De ahora en adelante, ya no habrá para ella más rey que «el Rey del Cielo». Sí, «que tú, Jesús, lo seas todo...!»


EN EL NOVICIADO: LOS AÑOS OSCUROS

Al día siguiente de su profesión, Teresa comienza a vivir su vida de carmelita tal como la había intuído en su niñez. El amplio velo que ocultaba su rostro a los asistentes a la ceremonia, en la mañana del 24 de septiembre, es más que un símbolo. Su destino humano y espiritual se va a jugar ya para siempre «en lo interior» de un claustro y de su vida oculta.

Con su padre, que desde febrero de 1889 se encuentra ingresado en una casa de salud, la comunicación ya no es posible: «El silencio se fue haciendo cada vez mayor en torno al nombre venerado de quien nosotras adorábamos. En la comunidad, donde hasta entonces había gozado de un cierto prestigio, si se lo pronunciaba, era en voz baja, como si fuera el de un hombre casi deshonrado» (Madre Inés de Jesús, «Souvenirs intimes», p. 83).

El trato con Leonia se reduce a las visitas semanales en el locutorio. Ni una sola carta (que se conserve) en esos tres años. A sus veintisiete años cumplidos, Leonia sigue buscando su camino por «rutas arenosas». 

La atención del tío y la tía Guérin se encuentra absorbida por las idas y venidas de los nuevos esposos, Juana (prima de Teresita) y Francis La Néele (1/10/1890). María (prima pequeña de Teresita  y hermana de Juana) por su parte, ha visto confirmada su vocación de carmelita el día de la toma de velo de Teresa. Pero su confidente ahora es Celina. .  
MARÍA (PRIMA DE TERESITA) A LA IZQUIERDA, 
Y CELINA A LA DERECHA
El eclipse de su sol paterno irá acompañado de una especie de eclipse interior. La tristeza la invade por momentos: ¿la amará Dios de verdad, la amará ese único Padre al que desde ahora va a poder «decir con verdad: Padre nuestro, que estás en el cielo»?.

Su mejor guía en esta ascensión a toda prueba: san Juan de la Cruz, cuyas obras constituyen por entonces su único «alimento espiritual». Del doctor de las noches, Teresa irá recibiendo dócilmente las lecciones del desasimiento interior.

Teresa es una auténtica carmelita -también, y sobre todo- por su celo apostólico, alentado por la madre María de Gonzaga y por sor María de los Angeles, y del que quiere contagiar a Celina. Y así hace participar a su hermana de un salvamento más difícil todavía que el de Pranzini: la conversión del ex-carmelita Jacinto Loyson, «el fraile renegado» como dice la prensa, «nuestro hermano» como dirá Teresa. 

JACINTO LOYSON
La llama que vela en su corazón comienza a brillar discretamente como el fuego bajo las cenizas. El capellán, Sr. Youf, se lo hace notar así un día a la madre Inés. Cuando entra en el monasterio para llevar la comunión a la madre Genoveva, que está enferma, Teresa lo acompaña en su condición de sacristana, cubierta con el velo: «Cuando veo a su hermana tan cerca de mí por el claustro, mientras llevo el Santísimo Sacramento, me hace siempre pensar en esos cirios benditos que arden en las iglesias y a cuya sola vista uno se siente inclinado a la oración y al recogimiento» (Madre Inés, NPPA).

«El invierno ha pasado» (cf Ms A 12vº) 

Octubre 1891-octubre 1892  18/19 años


Este año, el áster, «florecilla misteriosa» en la simbología de Teresa y de Celina, se abrió «casi de golpe», no a pesar sino gracias a los rigores del invierno. ¿Tal vez la historia de Celina? Mejor aún, la historia de Teresa: «Tú eres yo». Como una floración inesperada, los «consuelos» vuelven a salpicar su camino. 

Durante los ejercicios espirituales que hace la comunidad del 7 al 15 de octubre, Teresa, que está viviendo «grandes pruebas interiores de todo tipo», se siente de pronto «maravillosamente comprendida, incluso adivinada» por el predicador de los mismos, el P. Alejo Prou. Este Padre franciscano la lanza «a velas desplegadas por los mares de la confianza y del amor», asegurándole que sus faltas «no desagradaban a Dios».  El 24 de noviembre, Mons. Hugonin entra en clausura para las celebraciones del centenario de san Juan de la Cruz. El obispo se muestra de lo más paternal con «su hijita». Le prodiga «mil caricias» en presencia de la comunidad. 

El 5 de diciembre se extingue la madre Genoveva. Es la primera vez que Teresa ve morir a alguien. Ese espectáculo le parece «encantador». Poco después, recibe en un sueño la herencia maternal: la fundadora le deja su corazón.

Al día siguiente de Navidad, la gripe se abate sobre el Carmelo y en ocho días siega la vida de tres religiosas. Sólo permanecen en pie las tres más jóvenes, una de ellas Teresa, que dará toda su talla. Su abnegación y su sangre fría acabarán por vencer las persistentes prevenciones del superior, el Sr. Delatroëtte.

Con la primavera, Teresa ve por fin reaparecer el sol: el 10 de mayo de 1892 el señor Martin vuelve a su casa. ¡Un sol velado, ciertamente! Y es conmovedor el encuentro del 12 de mayo, en la última visita al locutorio, en que el anciano pronuncia estas únicas palabras: «¡Al cielo!» Sin embargo, la «reinecita» experimenta «un consuelo muy dulce» al saber que su padre estará en Lisieux rodeado de los suyos. 

EL PADRE DE TERESITA CUIDADO POR SU FAMILIA
Su vida espiritual se alimenta cada vez más en las fuentes de la revelación: en la Sagrada Escritura, y «por encima de todo, el Evangelio» (83vº).



«Jesús me manda que baje...» (Cta 137) 

Octubre 1892 febrero 1893  19/20 años


La elección de Paulina Martin para el cargo de priora, el 20 de febrero de 1893, crea un clima afectivo propicio para el desarrollo espiritual de Teresa. El trienio 1893-1896 se sitúa para ella bajo el signo «de la paz y del amor». Pero que nadie se lo imagine como una eterna e idílica primavera.

PAULINA (MADRE INÉS), HERMANA CARNAL
DE TERESITA Y PRIORA
Los primeros meses del priorato de la madre Inés transcurren en un clima de euforia. La vuelta de la «madrecita», renovado manantial de poesía y de ternura, contribuye a que la primavera y el verano de 1893 sea uno de los períodos más líricos de la vida de Teresa.

El camino de su éxodo pasa entonces por un nuevo «desierto árido y sin agua». Un sufrimiento multiforme la purifica «como el oro en el crisol». 
La muerte del señor Martin (29 de julio de 1894) y la entrada de Celina en el convento seis semanas más tarde (14 de septiembre): dos grandes acontecimientos familiares que descubren a Teresa, cada uno a su manera, «la inmensidad del amor» que Dios le tiene. 


Efectivamente, en 1895 Teresa alcanza una nueva cumbre. Y es en estos precisos momentos cuando la madre Inés la invita a que ponga por escrito sus recuerdos de la infancia.

Desde el día en que Paulina se convierte en su «Jesús viviente», la armonía reencontrada entre la naturaleza y la gracia crea el terreno propicio para que Teresa camine hacia una maduración indiscutible. Las cuarenta y seis cartas escritas en ese período no permiten -ni el contenido ni la grafía- duda alguna a este respecto. Teresa, sin embargo, no se deja encadenar. Ha venido al Carmelo, «no por Paulina, sino sólo por Jesús». 

El descanso en el valle (cf Cta 142) 

Febrero - septiembre 1893)  20 años


En los comienzos de este priorato de la madre Inés podemos observar cómo se desarrolla entre Teresa y Celina un diálogo de una rara intensidad. La riqueza de las cartas del mes de julio es algo que merece la pena subrayar.

Celina, que tiene ya veinticuatro años, atraviesa una crisis delicada. A pesar de su ternura filial -habría ya que decir: maternal- hacia su padre enfermo, le cuesta no poder convertir aún en realidad su vocación. Leonia la deja para volver a la Visitación. María Guérin se decide por el Carmelo. Celina se siente como dislocada. Por si fuera poco, el P. Pichón la pone en una situación falsa ante sus hermanas al pedirle que guarde secreto acerca de un proyecto de fundación en el Canadá. Y finalmente, la madre Inés tiene miedo a que su «Celino» acabe emborrachándose con un tren de vida un tanto mundano: recepciones en casa de los Guérin, servidumbre numerosa. Para neutralizar esas tentaciones, recurre a Teresa, «la tocadora de lira», quien escribe con una frecuencia inusitada.
La antigua priora, María de Gonzaga, ha sido nombrada maestra de novicias, mientras que sor María de los Angeles había sido elegida como subpriora. La Madre Inés pide a Teresa, ahora decana del noviciado, que se encargue de sus dos compañeras, sor 
Marta de Jesús y sor María Magdalena.



La pluma de sor María de los Angeles nos ha dejado un sabroso bosquejo de la fisonomía de Teresa a los veinte años: «Sor Teresa del Niño Jesús. 20 años. Novicia y joya del Carmelo, su querido benjamín. Oficio de pintura, en el que sobresale sin haber recibido nunca más lecciones que la de ver trabajar a nuestra Reverenda Madre, su hermana querida. Grande y fuerte, con un aire de niña, un tono de voz y una expresión idem, que ocultan en ella una sabiduría, una perfección y una perspicacia de cincuenta años. 
De espíritu siempre sereno, y totalmente dueña de sí en todo y para con todas. Una verdadera santita, a quien se le podría dar la comunión sin confesarla, y a la vez con una cabecita llena de picardía para sacarle chispa a todo. Mística, cómica, todo se le da..., es capaz de hacernos llorar de devoción o desternillarnos de risa en los recreos» (a la Visitación de Le Mans, abril-mayo 1893).

»Nuestras almas permanecen libres» (Cta 149) 

Septiembre de 1893 - junio de 1894  20/21 años)


El 8 de septiembre de 1893 expira para Teresa el tiempo de noviciado, pero ella misma pide que se le prolongue. La madre Inés saca provecho de este estado de cosas en favor de las otras dos novicias: sor Marta, cuyo noviciado no terminará hasta septiembre de 1894, ya sor María Magdalena, que acaba de tomar el hábito. Pero con esta hermana triste y melancólica, marcada por una niñez desgraciada, Teresa verá cómo se estrellan todos sus progresos.

Los oficios de Teresita siguen siendo sin brillo: trabajos de pintura (estampas, ornamentos para la iglesia); oficio de «tercera» quizás, a menos que la obediencia no le haya encomendado ser segunda portera. Está bajo la dirección de sor San Rafael, una monja buena y bondadosa, pero con unas manías capaces «de hacer perder la paciencia a un ángel» (María de la Trinidad, PO, p. 458). 

»Como el oro en el crisol» (Cta 165) 

Junio - septiembre de 1894  21 años


Varios episodios cardíacos repetidos, en mayo y en junio, anuncian que está próximo el final del señor Martin. Sobreviene en La Musse el 2 de julio de 1904. Al igual que cuando la muerte de su madre, Teresa guarda en su interior «los profundos sentimientos» que experimenta. Pero la alegría acaba venciendo al dolor. Y Teresa «vuelve a encontrar» a su padre «revestido de gloria» después de haber sido «probado como el oro en el fuego» (textos del recordatorio del señor Martin).

Y al mismo tiempo se prepara para volver a encontrase con Celina. «El más íntimo de sus deseos, el más grande de todos», la entrada de su compañera de la infancia en el mismo Carmelo que ella, «un sueño inverosímil», está a punto de convertirse en realidad.

Nuevas pruebas, del cuerpo y del alma, contribuyen también a pulirla durante esas mismas semanas:

- la enfermedad que ataca a su organismo desde el pasado invierno, y con gran fuerza, ya que Teresa sigue los ayunos desde los veintiún años (enero de 1894). Una ronquera pertinaz exigirá pronto ser tratada por medio de cauterizaciones;

- dificultades, desde un principio, con sor María de la Trinidad, una postulante de veinte años.

- y más dolorosas que esas «cruces exteriores» son la turbación, o al menos las tinieblas». «Ni siquiera sé ya dónde estoy». Con todo, de vez en cuando, una «dulce voz se deja oír, una voz más dulce que el soplo de la primavera»

»¡Qué dulce es el camino del amor!» (Ms A 83rº) 

Octubre 1894 - marzo 1896  21/23 años


El 14 de septiembre de 1894, tras seis años de separación, Celina y Teresa se vuelven a encontrar bajo el mismo techo. Los Consejos y Recuerdos de sor Genoveva nos han legado la sustancia de la nueva relación que se instaura entre ellas.  

Al final del mandato de la madre Inés afloja el ritmo de la correspondencia. La actividad literaria de Teresa se despliega en otros campos:¡ una veintena de poemas y cinco obras de teatro en este período! 

Pero, sobre todo, Teresa comienza en enero de 1895 la redacción de su autobiografía, que continuará en ratos perdidos a lo largo del año. La trascendencia de esta relectura de su vida,
precisamente en 1895, no puede pasarse por alto. Las cartas dejan en la sombra zonas enteras de la vida de la carmelita. Es el caso de dos acontecimientos de gran importancia que tuvieron lugar en estos años.

El primero se sitúa a finales de 1894. Mientras Teresa hojea una libreta de textos escriturísticos que le ha traído Celina, la voz misteriosa que desde hace un año guía sus pasos titubeantes pronuncia claramente su nombre por medio de la boca de la sabiduría eterna: Si alguno es pequeñito, que venga a mí y beba» (Ms C 3rº). Ese pequeñito es ella misma, Teresa, «la más pequeña... la última». "Entonces me acerqué". Acaba de descubrir su «caminito», un atajo hacia la santidad. Un atajo también hacia el cielo: desde la muerte de su padre sobre todo, su ser aspira hacia «la Patria» donde «más de la mitad de la familia goza ya de la visión de Dios». Además, sabe que está enferma. «Morir de amor» en breve plazo, ésa es ya «su esperanza».

El segundo acontecimiento decisivo consiste en la llamada de Jesús, en la mañana del nueve de junio de 1895, fiesta de la
TERESITA SE OFRECE COMO VÍCTIMA
Santísima Trinidad, a «aceptar su Amor infinito» como nunca antes lo había hecho. Y Teresa se ofrece «como víctima de holocausto al Amor misericordioso». 
El 11 de junio, Celina se une a esta ofrenda. Algunos días más tarde, una llama de amor «hiere» a Teresa, pero, aparte de la priora, nadie conoce el secreto. Pues la santa se hunde voluntariamente en la pequeñez y en la insignificancia. Sólo tiene ya un deseo: «amar a Jesús con locura» (Ms A 82vº) y «cumplir siempre con el más absoluto abandono la voluntad de Dios» (84vº).

En ese año 1895 hay que anotar también el regreso al hogar de los Guérin de Leonia, que el 20 de julio abandona por tercera vez el convento, mientras que María Guérin entra en el Carmelo de 15 de agosto, y la adopción por parte de Teresa de su primer hermano espiritual, el abate Bellière, un seminarista de vocación frágil, que le ha confiado la madre Inés.
MAURICE BELLIÈRE, MISIONERO

Ello supone una gran alegría para Teresa (Ms C 31vº/32rº), pero la relación epistolar no comenzarán hasta octubre de 1896, bajo el priorato de la madre María de Gonzaga. 

NUEVO PRIORATO DE LA MADRE MARÍA DE GONZAGA


A comienzos de 1896, la comunidad está formada pro veinticuatro miembros. El 21 de marzo, las dieciséis hermanas capitulares se reúnen para elegir priora. Tras siete escrutinios, se produce una escasa mayoría, la madre María de Gonzaga sale elegida por los pelos. Sor María de los Angeles es reelegida subpriora, la madre Inés de Jesús y sor Estanislao consejeras.
MADRE MARÍA GONZAGA

El nombramiento de la maestra de novicias corresponde por derecho a la priora. La mirada de la madre María de Gonzaga se fija en Teresa que durante el priorato anterior la ha ayudado en ese cargo. Con sólo veintitrés años de edad y consciente de las susceptibilidades que iba a suscitar, Teresa declina el nombramiento. Pero asumirá esa función hasta que se le agoten las fuerzas.

A partir de estas elecciones, reunirá diariamente a las cinco jóvenes hermanas, de las cuales tres son ya profesas, durante media hora. Profundiza con ellas la Regla del Carmelo y las Constituciones. Las instruye en las mil costumbres que regulan en esa época cada detalle de la vida religiosa. Responde a sus preguntas, corrige sus faltas. «No es una conferencia propiamente dicha, no hay nada de sistemático», sino más bien un diálogo vivo y directo, que ella sabe animar como nadie. Las sucesivas ediciones de la Historia de un alma nos ofrecerán los «consejos y recuerdos» recogidos así por las novicias. 

TERESITA, MAESTRA DE NOVICIAS

El resto de su tiempo Teresa lo reparte entre la sacristía, que ahora dirige sor María de los Angeles; el trabajo de pintura, en el ella que realiza su parte de trabajo retribuido; y la ropería, para la que se ha ofrecido voluntariamente con el fin de ayudar a sor María de San José, una religiosa de temperamento inestable.

Una doble prueba llama a su puerta en Pascua de 1896:

- ofensiva de la tuberculosis, que llega hasta la hemoptisis (2 y 3 de abril); - brusca entrada en el túnel (cf Ms C 4vº/7rº). 

Para Teresa ya no habrá descanso hasta su muerte. «Tengo que caminar hasta mi último momento» (Cta 239); necesidad espiritual, más que física:

- marzo-septiembre de 1896: Teresa supera, por la caridad, sus sufrimientos de cuerpo y de alma. El amor gana a la noche por velocidad; 
- septiembre-noviembre de 1896: restablecida aparentemente gracias a un régimen fortificante, vive durante su retiro privado horas de una gran densidad espiritual (redacción del Ms B); 
- diciembre de 1896 - abril de 1897: desde la llegada de los primeros fríos comienza una recaída definitiva. en vez de una partida para el Extremo Oriente, a lo que hay que encararse es a la muerte a corto plazo; 
- abril-septiembre de 1896: con energía y abandono, Teresa afronta el último combate. Consagra sus fuerzas a transmitir su «camino de confianza y de amor» por medio de sus cartas, de su último cuaderno (Manuscrito C) y de sus últimas conversaciones. La difusión de este «caminito» -así lo presiente ella- estará en el mismo corazón de su misión póstuma: «misión de hacer amar a Dios como yo le amo». 

»Olvidarme de mí misma para gloria de Dios y salvación de las almas»

Marzo - septiembre de 1896  23 años

Y abordamos aquí uno de los capítulos más densos en la vida de la santa. Tendremos que conformarnos con esbozar el cuadro a grandes rasgos.

2-3 de abril: en la noche del Jueves al Viernes Santo, y luego en la noche de este último día, las primeras hemoptisis. Teresa exulta de alegría. Percibe «como un dulce y lejano murmullo (que le anuncia) la llegada del Esposo» (Ms C 5rº).

Unos días después, Pascua (5 de abril), se siente «invadida por las más densas tinieblas».

30 de abril: profesión de sor María de la Trinidad, seguida de la toma de velo (7 de mayo). 

10 de mayo: un relámpago rasga la noche. Recibe en un sueño la visita de la fundadora (española) del Carmelo en Francia. Durante algún tiempo vuelve a sentir «que existe un cielo y que ese cielo está poblado de almas que (la) quieren» (Ms B 2vº).

30 de mayo: la madre María de Gonzaga le confía «los intereses espirituales de un misionero» (Ms C 33rº), el P. Roulland. La carmelita acompaña con la oración a su «hermano», en su viaje de despedida y luego a bordo del Natal que lo llevará a Su-Tchuen.
PADRE ROULLAND
21 de junio: para la fiesta de la priora, Teresa prepara una pieza de teatro sobre un tema de actualidad: ¡Ana Vaughan! La lectura de las Memorias de la ex-luciferiana, «convertida» un año antes (13/6/1895), la ha impresionado fuertemente las semanas anteriores. Ese misterioso personaje (mítico, pero esto no se sabrá hasta abril de 1897) suscita tomas de posición apasionadas y contradictorias. De esas «revelaciones», Teresa sólo recoge un aspecto: el ensañamiento de Lucifer contra los conventos, y en especial contra la Orden del Carmen. E invita a sus hermanas a entregarse intrépidamente a la lucha con la única arma verdaderamente irresistible: la humildad.

»La caridad..., clave de mi vocación» (Ms B 3vº) 

Septiembre-diciembre de 1896  23 años


Con la «Carta a sor María del Sagrado Corazón» (Manuscrito B), la correspondencia de Teresa llega a su más alta cumbre. Este texto inagotable está considerado, desde hace ya varios decenios, como una joya de la literatura cristiana. Queremos precisar aquí su contexto biográfico.

En los primeros días de septiembre, un sacerdote de París, Roger de Teil, hace partícipe a la comunidad de sus gestiones en favor de la Causa de las dieciséis carmelitas de Compiègne, martirizadas en 1794. Su celo suscita el entusiasmo de Teresa. 

El 7 de septiembre por la noche, entra en ejercicios espirituales para diez días, sus últimos ejercicios privados. El 8 de septiembre, sexto aniversario de su profesión, Teresa consagra una parte de su tiempo libre a contestar a una petición que le había hecho anteriormente su hermana María del Sagrado Corazón: exponer por escrito su «pequeña doctrina». Esas páginas serán, sobre todo, una anámnesis de las gracias recibidas durante los últimos cinco meses y que culminan en el descubrimiento de su vocación personal «en el corazón de la Iglesia»: «¡Mi vocación es el Amor!... ¡Así lo seré todo!» (Ms B 3vº).  

En los días siguientes, intercambia billetes y cartas con su hermana mayor, María, y probablemente también con sor María de San José, esa monjita tan poco atractiva y a quien Teresa intenta liberar de su egocentrismo contagiándole su celo misionero.

El 18 de septiembre, se reintegra a la vida de la comunidad. E incluso reanuda la observancia regular, de la que estaba dispensada desde la primavera debido a su estado de salud. Y obtiene permiso para añadir algunas penitencias supererogatorias.

Del 8 al 15 de octubre, el P. Godofredo Madelaine, premonstratense, da ejercicios espirituales a la comunidad. Teresa le manifiesta sus tentaciones contra la fe. El le aconseja que lleve el Credo permanentemente sobre su corazón. Y ella decide escribirlo con su propia sangre.

El 21 de octubre, Teresa dirige al abate Bellière sus primeras líneas personales. A este seminarista, a quien acaba de sacudir violentamente un servicio militar tumultuoso, le dedicará una carta bimestral, hasta las vacaciones de verano de 1897.


Sus tinieblas espirituales, que en septiembre son todavía intermitentes (cf Ms B 5rº), van a hacerse más densas. Teresa llega a las puertas de su último invierno y de su noche más larga... A la hora en que se va a eclipsar para ella «la antorcha luminosa de la fe», otra luz se eleva en su corazón, como un resplandor de aurora cuya claridad no cesará de crecer en los meses subsiguientes: «la antorcha de la caridad» (Ms C 12rº). Es en esta época cuando transcribe un versículo muy significativo de Isaías: «Cuando partas tu pan con el hambriento y llenes de consuelo al afligido, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía» (Is 58,10).

»Mi desierto, así lo espero, será breve» (Cta 220) 

Diciembre 1896-abril 1897    23/24 años


Las cartas del invierno 1896-1897 nos hacen asistir al declive progresivo e irreversible de Teresa. La enferma, forzada a aislarse intermitentemente en su celda, se comunica con sus hermanas por medio de cortos billetes.
Los datos biográficos en este período son escuetos. 

El 2 de febrero de 1897, en un cántico dedicado a su amigo del cielo Teófano Vénard (decapitado el 2/2/1861), Teresa canta: «El universo entero (a sus ojos) es sólo un punto. / Mi flaco amor y mis pequeños sufrimientos, / bendecidos por El, / hacen amar a Dios más allá de los mares».

»Mas allá de los mares» en el tiempo y en el espacio: el 8 de febrero, en una obra de teatro compuesta en honor de san Estanislao, pone en labios de su héroe , Estanislao de Kostka, la gran pregunta que la asedia, la única que ya le importa: «Dime que los bienaventurados pueden seguir trabajando por la salvación de las almas... Si en el paraíso no puedo trabajar por la gloria de Jesús, prefiero seguir en el destierro y luchar por Él». 
«Amar a Jesús y hacerlo amar»: éste es su único deseo póstumo,  deseo que Teresa se esfuerza por hacer realidad hic et nunc, llegando hasta el límite de sus fuerzas.

El 3 de marzo, comienza con la comunidad los ayunos cuaresmales. El 25 de marzo, para la profesión de sor María de la Eucaristía, compone el poema Mis armas (PN 48), que termina así: «Moriré sobre el campo de batalla, / ¡las armas en la mano!»  

SOR MARÍA DE LA EUCARISTÍA (PRIMA DE TERESITA)
En esa determinación no hay el más mínimo estoicismo. La jovialidad ilumina la correspondencia de este último invierno. De nuevo en una poesía Teresa nos ofrece el secreto de su alegría: «¿Qué me importa la vida? ¿Qué me importa la muerte? ¡Amarte, ése es mi gozo!» 

»No muero, entro en la vida» (Cta 244) 
Abril-septiembre 1897  24 años 

4 de abril - 4 de junio: antes de terminar la cuaresma, cuyos ayunos ha tratado de soportar, Teresa cae gravemente enferma. Los signos de la tuberculosis son ya evidentes: rostro encendido por la fiebre, falta total de apetito, agotamiento que apenas le permite estar de pie. Durante estas semanas de transición, Teresa va siendo dispensada progresivamente de asistir al Oficio coral, del oficio de ropera, de las recreaciones comunitarias, del cuidado de las novicias. 

A partir del 6 de abril, la madre Inés empieza a anotar las palabras de su hermana, sustancia de lo que será el «Cuaderno amarillo». Durante los ejercicios espirituales de la Ascensión a Pentecostés, se intercambian entre ellas varios billetes, que ayudan a recomponer el clima de las «Ultimas Conversaciones». 

PAULINA (MADRE INÉS), ANOTA LAS ÚLTIMAS PALABRAS DE TERESITA

La toma de velo de sor María de la Eucaristía, el 2 de junio, será para Teresa la última fiesta familiar.

6 de junio - 8 de julio;: tras una grave alarma, que le da el 9 de junio la certeza de que morirá pronto, la enferma experimenta una remisión. Los ratos que tiene de calma los consagra ahora a la redacción del Manuscrito C. Lo empieza el 3 de junio, por orden de la madre María de Gonzaga, escribe buena parte de él bajo los castaños, y quedará sin acabar en los primeros días de julio. 
TERESITA ESCRIBE EL MANUSCRITO C

8 de julio - 25 de agosto: con la vuelta de las hemoptisis el 6 de junio, y el traslado a le enfermería el 8, Teresa parece encontrarse ya a las puertas de la muerte. Una reacción del organismo retrasa el final. 
Mauricio Bellière es objeto de un visible predilección: es preciso ayudar a ese seminarista inconstante a desprenderse valientemente de los lazos del pasado y sobre todo de la obsesión de su miseria. A este dócil discípulo dedicará Teresa una de sus enseñanzas más preciosas sobre «el camino de la confianza sencilla y amorosa».

25 de agosto - 30 de septiembre: la enferma, demasiado débil ya para escribir, y pronto incluso para hablar, entra en el silencio. Tras una dura agonía, Teresa muere con un último «¡Dios mío, te amo!» en los labios. «Acababa de levantar los ojos al cielo, ¿qué estaba viendo?»). Durante las horas que siguieron al fallecimiento, «era la suya una belleza fascinante, con una sonrisa expresiva que parecía estar diciendo: Dios no es más que amor y misericordia» (Madre Inés, PA, p. 206). 


Poco después de la publicación de sus manuscritos autobiográficos en 1898 (Historia de un alma), se desata en todas partes un “Huracán de Gloria” y cientos de peregrinos de toda Francia y de algunos otros países empiezan a llegar a Lisieux para orar sobre la tumba de la pequeña carmelita. 



La devoción a Teresita crece rápidamente y es acompañada por testimonios de curaciones físicas y conversiones. Pero es especialmente durante el periodo de la Primera Guerra Mundial cuando cientos de soldados franceses llevan estampas y medallas de la carmelita y cargan en sus bolsillos una versión más corta de su autobiografía llamada “una rosa deshojada”. 

Después de la guerra peregrinan a Lisieux para agradecer a Teresa el haberlos ayudado y regresado con vida a casa. Muchos dejan sus condecoraciones y medallas militares como acción de gracias. Los testimonios enviados al Carmelo de Lisieux entre 1914 y 1918 son de casi 592 páginas. En 1914, el Carmelo de Lisieux recibe en promedio quinientas cartas al día.
Pronto es necesario colocar rejas de hierro que protejan la tumba de los peregrinos que desean llevarse flores o tierra de su sepultura. 

El papa San Pío X responde al clamor de miles de fieles que le piden se abra lo más pronto posible el proceso de Beatificación y Canonización de Sor Teresa del Niño Jesús, por lo que el 14 de junio de 1914 es introducida oficialmente su causa.
El proceso apostólico, por mandato de la Santa Sede, comienza en Bayeux en 1915. Pero es retrasado por la guerra, que termina en 1917. En ese tiempo se necesitaba un período de cincuenta años después de la muerte de un candidato a la canonización, pero el papa Benedicto XV exime a Teresa de ese período. El 14 de agosto de 1921, se promulgó el decreto sobre sus virtudes heroicas.

Son requeridos dos milagros para la Beatificación:
El primero se da en un joven seminarista, de nombre Charles Anne, en 1906. Charles sufría de tuberculosis pulmonar y su estado era considerado desesperanzador por su médico. Después de dos novenas dirigidas a Sor Teresa del Niño Jesús, recupera pronto la salud. Un estudio radiográfico en 1921 muestra la estabilidad de la curación y que había desaparecido el agujero en el pulmón. 
El segundo milagro aparece en una religiosa, Luisa de San Germán, que sufría de una afección del estómago, ya muy avanzada para una cirugía. Pide a Sor Teresa durante dos novenas, después su condición mejora. Dos médicos confirman la curación.


Presentadas y aceptadas estas curaciones milagrosas, Teresa es Beatificada el 29 de abril de 1923 por el papa Pío XI. 

Luego de su beatificación aparecen cientos de testimonios sobre prodigios y milagros, dos de estos son presentados ante la Santa Sede para alcanzar su canonización, el primero es el caso de una joven belga, María Pellemans, con una tuberculosis pulmonar e intestinal avanzada y milagrosamente sanada en la tumba de Teresa. El otro caso es el de una italiana, la hermana Gabrielle Trimusi, que sufría de una artritis de la rodilla y tuberculosis en las vértebras que la llevaron a usar un corsé; se libera de forma repentina de sus enfermedades y deja el corsé después de un Triduo celebrado en honor de la Beata Teresa. 
El decreto de aprobación de los milagros es publicado en marzo de 1925.
En la Ciudad del Vaticano, el papa Pío XI manda celebrar por todo lo alto la canonización de Teresa y pide que toda la fachada de la Basílica de San Pedro sea decorada con miles de velas de sebo que la iluminaran en la noche. Esta era una costumbre que no se hacía desde hace 55 años. En América, el diario norteamericano The New York Times publica en primera plana “Toda Roma admira la Basílica de San Pedro iluminada por una nueva santa”. 

La Basílica de San Pedro, iluminada con miles de cirios 
para la canonización de Teresa de Lisieux en 1925


Otro periódico aseguró que la ceremonia contaría con alrededor de 60.000 fieles. Una multitud que no se veía desde hace 22 años durante la coronación del papa Pío X.
Teresa del Niño Jesús es canonizada el 17 de mayo de 1925 por el mismo pontífice. A la ceremonia asistieron medio millón de personas, de entre las cuales se ha llegado a decir que estuvo San Pío de Pietrelcina gracias a su don de Bilocación. 
CANONIZACIÓN DE SANTA TERESITA Y PÍO XI
El papa Pío XI la llama la "estrella de su pontificado". Durante la canonización, Pío XI afirma acerca de Teresa de Lisieux:
"El Espíritu de la verdad le abrió y manifestó las verdades que suele ocultar a los sabios e inteligentes y revelar a los pequeños, pues ella, como atestigua nuestro inmediato predecesor, destacó tanto en la ciencia de las cosas sobrenaturales, que señaló a los demás el camino cierto de la salvación."
PATRONA DE LAS MISIONES

En 1927 es proclamada patrona de las misiones pese a no haber abandonado nunca el convento, pero siempre rezaba por los misioneros y siempre fue su deseo ardiente el serlo hasta en los últimos confines de la tierra. 

Y en 1944 es proclamada copatrona de Francia junto a Santa Juana de Arco.

Edificada en su honor, la Basílica de Santa Teresa, en Lisieux, es uno de los edificios religiosos más grandes de Francia y el segundo lugar de peregrinación más importante del país, después del Santuario de Lourdes. Su construcción fue iniciada en 1929, bendecida por el Cardenal Eugenio Pacelli, futuro Pio XII, el 11 de julio de 1937 y consagrada en 1954. 

BASÍLICA DE SANTA TERESA DE LISIEUX

Doctora de la Iglesia Universal
El 19 de octubre de 1997, durante las celebraciones del primer centenario de su muerte, el papa San Juan Pablo II la proclamó Doctora de la Iglesia Universal, siendo la tercera mujer en recibir ese título —anteriormente, habían sido declaradas doctoras Santa Teresa de Jesús, también carmelita, y Santa Catalina de Siena. La siguió Santa Hildegarda de Bingen en 2012. 


Durante la ceremonia de la proclamación de su Doctorado, el papa le concedió el título de “Doctor Amoris” (Doctora del Amor) y afirmó sobre la santa: 

“Así pues, con razón se puede reconocer en la santa de Lisieux el carisma de Doctora de la Iglesia, tanto por el don del Espíritu Santo, que recibió para vivir y expresar su experiencia de fe, como por su particular inteligencia del misterio de Cristo. En ella confluyen los dones de la ley nueva, es decir, la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe viva que actúa por medio de la caridad.”