Jesús + 17 de septiembre de 1896
Querida hermana:
No encuentro la menor dificultad en responderte (1)... ¿Cómo puedes preguntarme si puedes tú amar a Dios como le amo yo...?
Si hubieses entendido la historia de mi pajarillo, no me harías esa pregunta. Mis deseos de martirio no son nada, no son ellos los que me dan la confianza ilimitada que siento en mi corazón. A decir verdad, son las riquezas espirituales las que hacen injusto al hombre cuando se apoya en ellas con complacencia, creyendo que son algo grande (2)...
Esos deseos son un consuelo que Jesús concede a veces a las almas débiles como la mía (y de estas almas hay muchas); pero cuando no da este consuelo, es una gracia privilegiada. Recuerda aquellas palabras del Padre (3): «Los mártires sufrieron con alegría, y el Rey de los mártires sufrió con tristeza».
Sí, Jesús dijo: «Padre, aparta de mí este cáliz». Hermana querida, ¿cómo puedes decir, después de esto, que mis deseos son la señal de mi amor...? No, yo sé muy bien que no es esto, en modo alguno, lo que le agrada a Dios en mi pobre alma. Lo que le agrada es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia... Este es mi único tesoro. Madrina querida, ¿por qué este tesoro no va a ser también el tuyo...?
¿No estás dispuesta a sufrir todo lo que Dios quiera? Yo sé muy bien que sí. Pues entonces, si deseas sentir alegría o atractivo por el sufrimiento, es tu propio consuelo lo que buscas, pues cuando se ama una cosa desaparece el dolor (4). Te aseguro que si fuésemos las dos juntas al martirio con las disposiciones que hoy tenemos, tú tendrías un gran mérito y yo no tendría ninguno, a menos que Jesús tuviese a bien cambiar mis disposiciones.
Hermana querida, comprende a tu hijita, por favor. Comprende que para amar a Jesús, para ser su víctima de amor (5), cuanto más débil se es, sin deseos ni virtudes, más cerca se está de las operaciones de este Amor consumidor y transformante (6)... Con el solo deseo de ser víctima ya basta; pero es necesario aceptar ser siempre pobres y sin fuerzas, y eso es precisamente lo difícil, pues «al verdadero pobre de espíritu ¿quién lo encontrará? Hay que buscarle muy lejos», dijo el salmista (7)... No dijo que hay que buscarlo entre las almas grandes, sino «muy lejos», es decir, en la bajeza, en la nada... Mantengámonos, pues, muy lejos de todo lo que brilla, amemos nuestra pequeñez, deseemos no sentir nada. Entonces seremos pobres de espíritu y Jesús irá a buscarnos, por lejos que nos encontremos, y nos transformará en llamas de amor... ¡Ay, cómo quisiera hacerte comprender lo que yo siento...! La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al amor... El temor ¿no conduce a la justicia... (*)?
Hermanita querida, si no me comprendes, es que eres un alma demasiado grande..., o, mejor, es que yo me explico mal, pues estoy segura de que Dios no te daría el deseo de ser POSEIDA por él, por su Amor misericordioso, si no te tuviera reservada esa gracia... O mejor dicho, ya te la ha concedido, puesto que te has entregado a Él, puesto que deseas ser consumida por Él, y Dios nunca da deseos que no pueda convertir en realidad...
Dan las 9 y tengo que dejarte (8). ¡Cuántas cosas quisiera decirte! Pero Jesús mismo te hará comprender todo lo que yo no acierto a escribir...
Te quiero con toda la ternura de mi corazoncito de hija AGRADECIDA.
Teresa del Niño Jesús rel. carm. ind.
(*) A la justicia severa, tal como se la presentan a los pecadores; pero no es ésta la justicia que Jesús usará con los que le aman (9).
NOTAS
1 Esta «contestación» de Teresa representa una puntualización importante en su doctrina. Es, pues, indispensable, leer entero el billete que le había escrito sor María del Sagrado Corazón después de recibir el Manuscrito B: «Hermanita querida, he leído tus páginas ardientes de amor a Jesús. Tu madrinita se siente felicísima de poseer este tesoro y está muy agradecida a su hijita querida por haberle desvelado así los secretos de su alma. ¿Y qué puedo yo decirte acerca de estas líneas marcadas con el sello del amor? Tan sólo una palabra, que me concierne a mí personalmente. Como el joven del Evangelio, también se apodera de mí un sentimiento de tristeza ante tus deseos extraordinarios de martirio. Ahí está, bien clara, la prueba de tu amor. Sí, tú estás en posesión del amor. ¿Pero yo...? No, jamás me harás creer que yo podré llegar a esa meta tan deseada. Pues yo temo todo lo que tú amas.
«Y te voy a dar una prueba bien clara de que yo no amo a Jesús como tú. Tú dices que no haces nada, que eres sólo un pobre y endeble pajarillo. ¿Pero tus deseos no cuentan nada para ti? Para Dios sí, para Dios cuentan tanto como las obras.
«No puedo decirte nada más. Comencé estas líneas esta mañana, y no he tenido ni un minuto para terminarlas. Ahora son las cinco. Me gustaría que le dijeses por escrito a tu madrinita si puede ella amar a Jesús como tú. Pero dos palabras nada más, pues con lo que tengo ya me basta para labrar mi dicha y mi aflicción. Mi dicha, al ver hasta qué punto eres amada y privilegiada; mi aflicción, al presentir el deseo de Jesús de cortar su querida florecita. Al leer esas líneas, que no son de la tierra sino un eco del corazón de Dios, me entraron ganas de llorar... ¿Quieres que te diga una cosa? Pues bien, tú estás poseída por Dios; pero lo que se dice absolutamente poseída..., como los malvados lo están por el maligno
«También yo desearía estar poseída así por Jesús. Pero te quiero tanto, que, a fin de cuentas, me alegro de ver que tú eres más privilegiada que yo.
«Unas letras para tu madrinita» (LC 170, 17/9/1896).
2 Cf Im II, 11, 5.
3 El P. Pichon, retiro de octubre de 1887 en el Carmelo de Lisieux, charla del día 7º.
4 Cf SAN AGUSTÍN, De bono viduitatis.
5 Sor María de Sagrado Corazón fue la tercera, después de Teresa y de Celina, que hizo su ofrenda al Amor misericordioso, durante el verano de 1895. Cf CG p. 896s.+f y Prières, p. 87s.
6 Esta afirmación hay que situarla en el contexto de Cta 196 y 197, y especialmente en el del Ms B: «Es mi misma debilidad la que me da la audacia de ofrecerme» (3vº). Estamos aquí en el mismo corazón del caminito».
7 En realidad, Im II, 11, 4, citando a Pr 31,10.
8 Para ir al oficio de Maitines.
9 Nota añadida por Teresa. En el texto (1), tachó «a la justicia».
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