sábado, 5 de enero de 2019

SANTA TERESITA CONSUELA A LA MADRE MARÍA DE GONZAGA CON UNA LEYENDA, CARTA 190

A la madre María de Gonzaga 
J.M.J.T. 
29 de junio de 1896 
Leyenda de un pequeño corderito (1). 

En una risueña y fértil pradera vivía feliz una pastora. Amaba a su rebaño con toda la ternura de su corazón, y las ovejas y los corderos querían también a su pastora (2)... 

Pero la felicidad perfecta no se encuentra en este valle de lágrimas. Un día, el hermoso cielo azul de la pradera se cubrió de nubes, y la pastora se puso triste; ya no encontraba alegría en cuidar a su rebaño y, ¿habrá que decirlo?, a su espíritu se asomó el pensamiento de alejarse de él para siempre (3)... Felizmente, amaba todavía a un corderito, muchas veces le tomaba entre sus brazos, le acariciaba y, como si el cordero fuese su igual, la pastora le confiaba sus penas y a veces lloraba con él... 
 

El pobrecito, al ver llorar a su pastora, se afligía y buscaba en vano en su corazoncito la forma de consolar a su pastora, a la que amaba más que a sí mismo.  

MADRE MARÍA DE GONZAGA

Una tarde, el corderito se durmió a los pies de su pastora, y entonces la pradera... las nubes... todo desapareció de su vista. Se encontró en una campiña infinitamente más amplia y más hermosa. En medio de un rebaño más blanco que la nieve divisó a un Pastor resplandeciente de gloria y de serena majestad... El pobre cordero no se atrevía a acercarse, pero el buen Pastor, el divino Pastor, vino hacia él, lo sentó en su regazo, lo beso como antes hacía su dulce pastora..., y le dijo: «Corderito, ¿por qué brillan las lágrimas en tus ojos? ¿Por qué tu pastora, a quien yo amo, vierte tantas lágrimas...? Habla, que yo quiero consolaros a los dos».  



«Si lloro -respondió el cordero-, es sólo porque veo llorar a mi pastora querida. Escucha, Pastor divino, el motivo de sus lágrimas. En otro tiempo ella se creía amada por su querido rebaño y habría dado su vida por hacerlo feliz; pero un día, por orden tuya, se vio obligada a ausentarse durante algunos años. A su vuelta, le pareció que ya no reconocía el mismo espíritu que ella tanto había amado en sus ovejas. 
Tú sabes, Señor, que tú mismo has dado al rebaño el poder y la libertad de elegir a su pastora. Pues bien, en vez de verse elegida por unanimidad como otras veces, sólo después de siete votaciones fue colocado en sus manos el cayado (4)... Tú, que antaño lloraste en nuestra tierra, ¿no comprendes cómo debe de sufrir el corazón de mi pastora querida...? 

(El buen Pastor sonrió, e inclinándose sobre el cordero:) «Sí, dijo, lo comprendo..., pero que se consuele tu pastora. Soy yo quien, no sólo ha permitido, sino quien ha querido la gran prueba que tanto la ha hecho sufrir». «¿Es posible, Jesús?, replicó el corderito. Yo pensaba que tú eras tan bueno, tan dulce... ¿No podías haber dado a otra el cayado, como lo deseaba mi Madre querida (5)? O si querías volverlo a poner a toda costa en sus manos, ¿por qué no haberlo hecho a la primera votación...?» «¿Que por qué, corderito? ¡Porque amo a tu pastora! Durante toda su vida la he guardado con celoso cuidado, y ella había sufrido ya mucho por mí en su alma y en su corazón; pero aún le faltaba esta prueba exquisita que acabo de enviarle después de habérsela preparado desde toda la eternidad». 

«Ya veo, Señor, que tú no sabes cuál es la pena mayor de mi pastora..., o que no quieres confiármela... También tú piensas que el espíritu primitivo de nuestro rebaño está desapareciendo..., ¿cómo no lo va a pensar mi pastora...? ¡Son tantas las pastoras que deploran esos mismos desastres en sus apriscos...!» 

«Es cierto, respondió Jesús, el espíritu del mundo se infiltra aun en medio de las más apartadas praderas, pero es fácil equivocarse en el discernimiento de las intenciones. Yo, que lo veo todo y que conozco hasta los pensamientos más secretos, te digo: el rebaño de tu pastora me es muy querido entre todos los demás, y no ha hecho más que servirme de instrumento para llevar a cabo mi obra de santificación en el alma de tu Madre querida». 

«Señor, yo te aseguro que mi pastora no comprende todo eso que me estás diciendo... ¿Y cómo lo va a comprender, si nadie juzga las cosas de esa forma en que tú me las acabas de mostrar...? Conozco ovejas que hacen sufrir mucho a mi pastora con sus razonamientos a ras de tierra (6)... Jesús, ¿por qué no comunicas a esas ovejas los secretos que me confías a mí? ¿Por qué no hablas tú al corazón de mi pastora...?» 

«Si le hablase, su prueba desaparecería, y su corazón se llenaría de una alegría tan grande, que nunca le habría parecido tan ligero el cayado... Pero no quiero quitarle su prueba, sólo quiero que comprenda la verdad y que reconozca que su cruz le viene del cielo y no de la tierra». 

«Señor, entonces háblale tú a mi pastora. ¿Cómo quieres que comprenda la verdad, si a su alrededor sólo escucha la mentira...?» 

«Corderito, ¿no eres tú el preferido de tu pastora...? Pues entonces repítele las palabras que he hablado a tu corazón». 

«Lo haré, Jesús. Pero preferiría que dieses ese encargo a una de las ovejas cuyos razonamientos están a ras de tierra... Yo soy tan pequeño..., es tan débil mi voz..., ¿cómo me va a creer mi pastora...?» 

«Tu pastora sabe bien que a mí me gusta esconder mis secretos a los sabios y a los entendidos y que se los revelo a los más pequeños, a los simples corderos, cuya lana blanca no se ha manchado con el polvo del camino... Ella te creerá, y si todavía corren lágrimas de sus ojos, esas lágrimas no tendrán ya la misma amargura y embellecerán su alma con el austero resplandor del sufrimiento amado y recibido con gratitud». 

«Te entiendo, Jesús. Pero hay todavía un misterio que quisiera penetrar. Dime, por favor, por qué has escogido precisamente a las ovejas queridas de mi pastora para probarla... Si hubieses escogido ovejas extrañas, la prueba hubiese sido más suave...» 

Entonces el buen Pastor, mostrando al cordero sus pies, sus manos y su corazón hermoseados con luminosas llagas, respondió: «Mira estas llagas, ¡son las que recibí en casa de los que me amaban...! Por eso son tan bellas y gloriosas, y su resplandor arrobará de alegría a los ángeles y a los santos por toda la eternidad...  


«Tu pastora se pregunta que ha hecho para alejar de sí a sus ovejas. ¿Y yo?, ¿qué le había hecho yo a mi pueblo? , ¿en qué lo había ofendido...(7)? 

«Tu pastora tiene, pues, que alegrarse de tomar parte en mis dolores... Si le quito los apoyos humanos, ¡es para llenar yo solo su amante corazón...! 

«Dichoso el que pone en mí su apoyo; es como si pusiera peldaños en su corazón para elevarse hasta el cielo (8). Fíjate bien, corderito..., no digo separarse por completo de las criaturas, despreciar su amor y sus atenciones, sino, al contrario, aceptarlas para darme gusto a mí, servirse de ellas como de otros tantos peldaños, porque alejarse de las criaturas no serviría más que para una cosa: para caminar y extraviarse por los senderos de la tierra... Para elevarse, es necesario posar el pie sobre los peldaños de las criaturas y no apegarse más que a mí... ¿Entiendes, corderito...?» 

«Así lo creo, Señor, pero sobre todo siento que tus palabras son la verdad, pues ponen paz y alegría en mi pobre corazón. ¡Y ojalá puedan penetrar suavemente en el gran corazón de mi pastora...! 

«Jesús, antes de volver a su lado, tengo que hacerte una súplica... No nos dejes languidecer mucho tiempo en la tierra del destierro, llámanos a los gozos de la pradera celestial donde conducirás eternamente a nuestro querido rebañito a través de senderos floreados.»  


«Querido corderito (respondió el buen Pastor), escucharé tu petición. Pronto, sí, pronto (9) tomaré a la pastora y a su cordero, y entonces bendeciréis por toda la eternidad el venturoso sufrimiento que os habrá merecido tan gran felicidad, ¡y yo mismo enjugaré todas las lágrimas de vuestros ojos...!» 


NOTAS

(1) Desde la laboriosa elección del 21 de marzo, la madre María de Gonzaga sufre por la actitud de algunas hermanas. Teresa recoge, a su pesar, las confidencias, las quejas y las lágrimas de su priora. Y sirviéndose de una parábola, intenta hacerle comprender «que su cruz le viene del cielo y no de la tierra». 

(2) Es fácil repartir los papeles: la pastora es María de Gonzaga; las ovejas, las hermanas profesas; los corderos, las jóvenes hermanas del noviciado; el corderito, Teresa.

(3) La madre María de Gonzaga había pensado, sin duda, en dimitir e irse a otro Carmelo. 

(4) Se trata, evidentemente, de los siete escrutinios que se necesitaron para que saliese por fin una mayoría suficiente de votos. 

(5) ¿Tal vez la madre María de Gonzaga había deseado la reelección de la madre Inés? 

(6) Ningún documento nos ha permitido identificar a las religiosas aquí aludidas. 

(7) Cita bíblica, recogida en los Improperios del Viernes Santo. 

(8) Esta sentencia estaba escrita en la pared, al pie de la escalera que Teresa subía a diario para ir a su celda.
 

(9) Cf Ms B 2rº: «Dime si Dios me dejará mucho tiempo en la tierra... ¿Vendrá pronto a buscarme?» (...) «Sí, pronto, pronto... Te lo prometo».
Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario