jueves, 26 de septiembre de 2019

ORACIÓN PARA ALCANZAR LA HUMILDAD (Santa Teresita del Niño Jesús)


 
16 de julio de 1897


¡Jesús!
JESÚS LAVA LOS PIES A LOS APÓSTOLES

Jesús, cuando eras peregrino en nuestra tierra, tú nos dijiste: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón <1>, y vuestra alma encontrará descanso». 
Sí, poderoso Monarca de los cielos, mi alma encuentra en ti su descanso al ver cómo, revestido de la forma y de la naturaleza de esclavo, te rebajas hasta lavar los pies a tus apóstoles. Entonces me acuerdo de aquellas palabras que pronunciaste para enseñarme a practicar la humildad: «Os he dado ejemplo para que lo que he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. 
El discípulo no es más que su maestro... Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica». Yo comprendo, Señor, estas palabras salidas de tu corazón manso y humilde, y quiero practicarlas con la ayuda de tu gracia. 

Quiero abajarme con humildad y someter mi voluntad a la de mis hermanas, sin contradecirlas en nada y sin andar averiguando si tienen derecho o no a mandarme <2>. 

Nadie, Amor mío, tenía ese derecho sobre ti, y sin embargo obedeciste, no sólo a la Virgen Santísima y a san José, sino hasta a tus mismos verdugos. Y ahora te veo colmar en la hostia la medida de tus anonadamientos <3>. 
¡Qué humildad la tuya, Rey de la gloria, al someterte a todos tus sacerdotes, sin hacer alguna distinción entre los que te amen y los que, por desgracia, son tibios o fríos en tu servicio...! 
A su llamada, tú bajas del cielo; pueden adelantar o retrasar la hora del santo sacrificio, que tú estás siempre pronto a su voz... 


¡Qué manso y humilde de corazón me pareces, Amor mío, bajo el velo de la blanca hostia! Para enseñarme la humildad, ya no puedes abajarte más. Por eso, para responder a tu amor, yo también quiero desear que mis hermanas me pongan siempre en el último lugar y compartir tus humillaciones, para «tener parte contigo» en el reino de los cielos. 

Pero tú, Señor, conoces mi debilidad. Cada mañana tomo la resolución de practicar la humildad, y por la noche reconozco que he vuelto a cometer muchas faltas de orgullo. Al ver esto, me tienta el desaliento, pero sé que el desaliento es también una forma de orgullo. Por eso, quiero, Dios mío, fundar mi esperanza sólo en ti. Ya que tú lo puedes todo, haz que nazca en mi alma la virtud <4> que deseo. 
Para alcanzar esta gracia de tu infinita misericordia, te repetiré muchas veces: 
«¡Jesús manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo!» 


 


NOTAS:

Doc.: CE II, 181vº/183rº. - Fecha: 16 de julio de 1897. - Compuesta para: sor Marta. - Public.: HA 07, pp. 307-308 (retocada); Prières 1988, p. 53.


Esta oración fue compuesta para sor Marta de Jesús, con ocasión de sus treinta años, el 17 de julio de 1897 (confirmado por la Cta 256). La condición de conversa de esta última la expone a que cualquiera de las hermanas le mande lo que sea, y su espíritu de contradicción le hace difícil la obediencia. Por eso Teresa la invita a mirar a «Jesús, manso y humilde de corazón». En esa época, Teresa no usa ya otro lenguaje con las novicias, María de la Trinidad (Cta 264), María de la Eucaristía (UC, p. 698) y sobre todo sor Genoveva (Cta 243).



<1> Esta frase, que se repite por tres veces en la oración, ayudaba a vivir a Teresa, especialmente en las últimas semanas (Cf CA 15.5.3).


<2> Im II,49,7 y CSG, p. 118.


<3> Unica vez que se emplea esta palabra en los Escritos.


<4> Cf CA 6.8.8 y 7.8.4. 


Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, oraciones.


SANTOS INOCENTES Y SAN SEBASTIÁN, ORACIÓN






SAN SEBASTIÁN

¡Santos Inocentes <1>, que mi palma y mi corona se parezcan a las vuestras!

¡San Sebastián <2>, alcánzame tu amor y tu valor, para que yo pueda combatir como tú por la gloria de Dios...!

Glorioso soldado de Cristo <3>, tú que peleaste victoriosamente por la gloria del Dios de los ejércitos y que alcanzaste la palma y la corona del martirio, escucha mi secreto <4>: 

«Como el angelical Tarsicio <5>, yo también llevo al Señor». No soy más que una niña, y sin embargo tengo que luchar continuamente para conservar el Tesoro inestimable que se esconde en mi alma...... Con frecuencia debo enrojecer con la sangre de mi corazón <6> la arena del combate...

SAN TARCISIO, MÁRTIR DE LA EUCARISTÍA
 
¡Poderoso guerrero!, sé tú mi protector, sosténme con tu brazo victorioso y no temeré a las fuerzas enemigas. Con tu ayuda, lucharé hasta la tarde de la vida. Entonces me presentarás a Jesús, y recibiré de su mano la palma que tú me ayudaste a conquistar... 


NOTAS:

Doc.: autógrafo. - Fecha: finales de 1896-comienzos de 1897 (?). Compuesto para: sor Genoveva. - Publ.: NV 1927, pp. 213s e HA 53, pp. 258s.


Estampa con orla de encaje (11'9/8'2 cm) que representa a un soldado («San Sebastián») prestando auxilio a Tarsicio, y dos angelitos («los santos Inocentes») que presentan la palma y la corona. Arriba, se puede ver un copón con una hostia resplandeciente y estos dos versos en el grabado: «A este soldado valiente, cuyo corazón conoce, / dice el niño su secreto: 'Llevo al Señor'». Esta oración fue compuesta para sor Genoveva (tal vez para el primer aniversario de su profesión, el 24 de febrero de 1897).

<1> Sobre este tema, cf RP 2,2rº; RP 6,5rº y 9rº; Cta 182; P 28 (28/12/1896).

<2> Este santo tan popular es uno de los héroes de Fabiola, obra muy leída en los Buissonnets. A partir de 1893, la madre Inés comparaba a Celina con san Sebastián (a quien esta última tenía especial devoción). Teresa incluye a este guerrero en el cortejo de honor de la profesión de Celina (Cta 182). Ya en su lecho de muerte, el 20 de enero de 1959 (día de la fiesta del santo), sor Genoveva cantará una vez más: «¡Oh gran san Sebastián, a quien Dios no niega nada!».

<3> Cf P 31,5, compuesta en enero de 1897.


<4> Teresa retoma por su cuenta el texto impreso en el anverso de la estampa.

<5> Adolescente de la iglesia de Roma que murió mártir (hacia el 225) mientras llevaba la eucaristía en secreto a los cristianos presos: al tropezar con unos paganos, se negó a entregársela y fue asesinado.

<6> Cf P36,23. En la estampa Teresa pintó más sangre de la que había en el modelo. Toda esa frase tiene un alcance autobiográfico: también Teresa lucha «hasta la sangre» contra la tentación; cf Or 19. 



Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, oraciones.

SEÑOR, DIOS DE LOS EJÉRCITOS, ORACIÓN



Oración inspirada por una estampa que representa a la Venerable Juana de Arco 

TERESITA REPRESENTANDO A JUANA DE ARCO EN PRISIÓN


 Señor Dios de los ejércitos, que nos dijiste en el Evangelio: «No he venido a sembrar paz, sino espadas» <1>, ármame para la lucha. Ardo en deseos de combatir por tu gloria, pero te pido que fortalezcas mi valor... Así podré exclamar con el santo rey David: «Tú solo, Señor, eres mi escudo, tú adiestras mis manos para el combate...»

¡Amado mío!, sé muy bien a qué combate me tienes destinada, y que no es en los campos de batalla <2> donde tendré que luchar...Yo soy prisionera de tu amor, voluntariamente he remachado la cadena que me une a ti y que me separa para siempre del mundo que tú maldijiste <3>... Mi espada no es otra que el Amor; con ella arrojaré del reino al extranjero y te haré proclamar Rey de las almas <4> que no quieren someterse a tu divino poder. 

Es cierto, Señor, que no necesitas de un instrumento tan débil como yo; pero, como dijo Juana, tu virginal y valiente esposa: «Para que Dios dé la victoria, hay que luchar» <5>. Pues bien, Jesús mío, yo lucharé por tu amor hasta la tarde de mi vida <6>. Puesto que tú no has querido gozar de descanso en la tierra, yo quiero seguir tu ejemplo, esperando que así se realice en mí aquella promesa que salió de tus divinos labios: «El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo allí estará también mi servidor, y mi Padre lo honrará».

Estar contigo, estar en ti, ése es mi único deseo...La certeza que tú me das de que esto se realizará me hace soportar el destierro, a la espera del día radiante del cara a cara eterno...


 NOTAS:



Doc.: CE II, 175rº/vº. - Fecha: 1896-1897. - Publ.: HA 07, pp. 306-307 (retocada); Prières 1988, p. 50s.


La crítica interna permite fechar esta oración durante el invierno de 1896-1897 (cf Prières, pp. 133s). Durante este invierno, la tuberculosis avanza y va minando las fuerzas de Teresa que presiente cercana su muerte. Además, la atormentan las tentaciones contra la fe. En esta lucha solitaria, vuelve los ojos hacia Juana de Arco. ¿A qué estampa de Juana de Arco se refiere el título (que no es de Teresa, sino de la copia de los Procesos)? Las palabras «prisionera» y cadena» inclinarían a pensar que se trata de VTL nº 13, Juana (= Teresa) en la prisión.


<1> Cf BT, pp. 164s. El texto repetirá más adelante. «Mi espada». Sobre esta imagen, puede verse el fascículo Mes Armes (1895), pp. 102 y 121s.


<2> Cf Ms B 2vº y Cta 224. La palabra «batalla» aparece 13 veces en los Escritos, y se repite sobre todo en 18961897 (nueve veces).


<3> Unica vez que esta expresión aparece en la pluma de Teresa. Se trata del «mundo» en sentido joánico (cf Jn 17).


<4> La misma idea en Cta 224, donde Teresa hace una transposición explícita de la misión de Juana.


<5> Réplica histórica de Juana a los jueces durante su proceso.


<6> Cf la afirmación fuerte de Teresa en CA 9.8.1.

sábado, 21 de septiembre de 2019

ÚLTIMA COMUNIÓN DE SANTA TERESITA, CARTA 663

 Al abate Bellière

J.M.J.T. 

Carmelo de Lisieux 

Jesús + 10 de agosto de 1897 

Querido hermanito: 
 

Ahora sí estoy a punto de partir. He recibido mi pasaporte para el cielo, y ha sido mi padre querido quien me ha alcanzado esta gracia: el 29, me dio la garantía de que pronto iré a reunirme con él (1). 
Al día siguiente, el médico, extrañado de los progresos que en dos días había hecho la enfermedad, le dijo a nuestra Madre que había llegado el momento de satisfacer mis deseos, administrándome la unción de los enfermos. 

Así pues, el 30 tuve esa dicha, y también la de ver que Jesús Hostia, a quien recibí en viático para mi largo viaje, dejaba el sagrario para venir a mí... Ese Pan del cielo me ha fortalecido: ya ve, parece que mi peregrinación no quiere acabarse; pero lejos de quejarme, me alegro de que Dios me permita sufrir un poco más por su amor. ¡Y qué dulce es abandonarse entre sus brazos, sin temores ni deseos!  

ÚLTIMA COMUNIÓN DE SANTA TERESITA

Le confieso, hermanito, que usted y yo no entendemos el cielo de la misma manera (2). Usted piensa que, al participar yo de justicia y de la santidad de Dios, no podré disculpar sus faltas, como lo hacía en la tierra. ¿No se está olvidando de que participaré también de la misericordia infinita del Señor? Yo creo que los bienaventurados tienen una enorme compasión de nuestras miserias: se acuerdan de que cuando eran frágiles y mortales como nosotros, cometieron las mismas faltas que nosotros y sostuvieron los mismos combates (3), y su cariño fraternal es todavía mayor que el que nos tuvieron en la tierra, y por eso no dejan de protegernos y de orar por nosotros. 

Ahora, hermanito querido, voy a hablarle de la herencia que recogerá después de mi muerte. Esta es la parte que nuestra Madre le dará: 

1º. El relicario que recibí el día de mi toma de hábito, y que desde entonces nunca se ha separado de mí. 

2º. Un pequeño crucifijo, al que le tengo un cariño incomparablemente mayor que al grande, pues el que tengo ahora no es el primero que me dieron. En el Carmelo nos cambian de vez en cuando los objetos de piedad, lo cual es una buena medida para impedir que nos apeguemos a ellos. 

Vuelvo al pequeño crucifijo. No es bonito, la cara de Cristo ha desaparecido casi por completo; no se sorprenderá cuando sepa que, desde la edad de 13 años, este recuerdo de una de mis hermanas (4) me ha seguido a todas partes. Sobre todo en mi viaje a Italia ese crucifijo fue precioso para mí. Lo hice tocar a todas las reliquias insignes que tuve la dicha de venerar.


T. del Niño Jesús r.c.i. 





 Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.

¡QUÉ POCO CONOCIDA ES LA BONDAD DE JESÚS!, CARTA 261



Al abate Bellière

J.M.J.T. 

Jesús + 26 de julio de 1897 

Querido hermanito: 

¡Cómo me ha gustado su carta (1)! Si Jesús escuchó sus plegarias y por ellas prolongó mi destierro, también escuchó, en su amor, las mías, puesto que usted está resignado a perder «mi presencia y mi acción sensible», como dice. 


Déjeme, hermanito, que le diga una cosa: Dios le tiene reservadas a su alma sorpresas muy agradables. Su alma, así me lo escribe, «está poco acostumbrada a las cosas sobrenaturales»; pues yo, que para algo soy su hermanita, le prometo hacerle saborear, después de mi partida para la vida eterna, la dicha que puede experimentarse al sentir cerca de sí a un alma amiga. Ya no será esta correspondencia, más o menos espaciada, siempre demasiado incompleta y que usted parece echar en falta, sino una conversación fraterna que maravillará a los ángeles, una conversación que las criaturas no podrán censurar porque estará escondida para ellas. 


¡Y qué estupendo me parecerá verme libre de estos despojos mortales que me harían ver a mi hermanito como a un extraño y como a un indiferente, si por un imposible me encontrase delante de él entre muchas personas...! Por favor, hermano, no imite a los hebreos, que añoraban «las cebollas de Egipto». Demasiado le he servido, de un tiempo acá, esas hortalizas que hacen llorar si las acercamos sin cocer a los ojos. 


Ahora mi sueño es compartir con usted «el maná escondido» (Apocalipsis) que el Todopoderoso prometió dar «al vencedor». Este maná celestial le atrae a usted menos que las «cebollas de Egipto» sólo porque está escondido; pero estoy segura de que, en cuanto yo pueda ofrecerle un alimento totalmente espiritual, no echará ya más en falta el que le habría dado si me hubiese quedado todavía mucho tiempo en la tierra. 

 

Sí, su alma es demasiado grande para apegarse a ningún consuelo de aquí abajo. Tiene que vivir por anticipado en el cielo, pues Jesús nos dijo: «Donde está tu tesoro, allí está tu corazón». ¿Y no es Jesús su único tesoro? Pues si él está en el cielo, allí debe morar su corazón. Y se lo digo con toda sencillez, querido hermanito: me parece que le va a ser más fácil vivir con Jesús cuando yo esté ya junto a él para siempre.  


Muy mal tiene que conocerme para temer que una relación detallada de sus faltas pueda disminuir el cariño que siento por su alma. Créame, hermano, que no necesitaré «tapar con la mano la boca a Jesús». Hace ya mucho tiempo que tiene olvidadas sus infidelidades, y sólo tiene presentes sus deseos de perfección para alegrar su corazón. Se lo ruego, no se arrastre a sus pies, siga ese «primer impulso que lo lleva a sus brazos».  
Ese es su sitio, y en esta carta he comprobado más aún que en las demás que le está prohibido ir al cielo por otro camino que no sea el de su pobre hermanita. 


Estoy completamente de acuerdo con usted: «al Corazón de Dios le entristecen más las mil pequeñas indelicadezas de sus amigos que las faltas, incluso graves, que cometen las personas del mundo». Pero, querido hermanito, yo pienso que eso es sólo cuando los suyos, sin darse cuenta de sus continuas indelicadezas, hacen de ellas una costumbre y no le piden perdón; sólo entonces Jesús puede decir aquellas palabras conmovedoras que la Iglesia pone en nuestra boca durante la semana santa: «Esas llagas que veis en mis manos son las que me hicieron en casa de mis amigos».

Pero cuando sus amigos, después de cada indelicadeza, vienen a pedirle perdón echándose en sus brazos, Jesús se estremece de alegría y dice a los ángeles lo que el padre del hijo pródigo dijo a sus criados: «Sacad enseguida el mejor traje, y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y hagamos una fiesta». 


Sí, hermano mío, ¡qué poco conocida es la bondad y el amor misericordioso de Jesús...! Es cierto que, para gozar de estos tesoros, hay que humillarse, reconocer la propia nada, y eso es lo que muchas almas no quieren hacer. Pero, hermanito, ésa no es su manera de actuar. Por eso el camino de la confianza sencilla y amorosa está hecho a la medida para usted. Yo quisiera que usted fuese muy llano con Dios, pero también... conmigo. ¿Le sorprende la frase? Lo digo, querido hermanito, porque me pide perdón «por su indiscreción», consistente en desear saber si en el mundo ésta, su hermana, se llamaba Genoveva. A mí esa pregunta me parece completamente natural, y para demostrárselo voy a darle algunos detalles acerca de mi familia, pues no ha sido bien informado. 


Dios me dio un padre y una madre más dignos del cielo que la tierra. Pidieron al Señor que les diese muchos hijos y que los tomara para sí. Su deseo fue escuchado: cuatro angelitos volaron al cielo, y las 5 hijas que quedaron en la arena tomaron por esposo a Jesús. Mi padre, como un nuevo Abraham, subió por tres veces, con un valor heroico, la montaña del Carmelo para inmolar a Dios lo que tenía de más querido. Primero fueron las dos mayores; después la tercera de sus hijas (2), por consejo de su director y conducida por nuestro incomparable padre, hizo una prueba en un convento de la Visitación (Dios se contentó con la aceptación; más tarde volvió al mundo, donde vive como si estuviera en el claustro). Al Escogido de Dios no le quedaban ya más que dos hijas, una de 18 años y la otra de 14. Esta «Teresita», le pidió volar al Carmelo, lo que obtuvo sin dificultad de su buen padre, que llevó su condescendencia hasta acompañarla primero a Bayeux y después a Roma, con el fin de remover los obstáculos que retardaban la inmolación de la que él llamaba su reina. Y una vez que la condujo al puerto, dijo a la única hija que le quedaba (3): 
«Si quieres seguir el ejemplo de tus hermanas, tienes mi consentimiento, no te preocupes por mí». El ángel que debía sostener la ancianidad de ese santo le contestó que, después de su partida para el cielo, ella volaría también hacia el claustro, lo que llenó de alegría a quien no vivía ya más que para Dios (4).  


Pero una vida tan hermosa debía ser coronada con una prueba digna de ella. Poco tiempo después de mi partida, el padre a quien tan merecidamente amábamos sufrió un ataque de parálisis en las piernas, que se repitió varias veces; pero no podía quedarse todo ahí, pues entonces la prueba habría sido demasiado suave, ya que aquel heroico patriarca se había ofrecido a Dios como víctima (5). Por eso la parálisis cambió su curso y afectó a la cabeza venerable de la víctima que el Señor había aceptado... 


Ya no me queda espacio para contarle algunos detalles conmovedores. Sólo quiero decirle que tuvimos que beber el cáliz hasta las heces y separarnos de nuestro adorado padre durante tres años, confiándole a manos religiosas, pero extrañas. Él aceptó esta prueba, aun comprendiendo toda la humillación que entrañaba, y llevó su heroísmo hasta no querer que pidiésemos su curación.  

SENTADO EN LA SILLA DE RUEDAS ESTÁ EL PADRE DE SANTA TERESITA 
CUANDO ESTABA ENFERMO. 
LA CHICA QUE LE ECHA UN BRAZO ES CELINA

Hasta Dios, querido hermanito, espero volver a escribirle si el temblor de mi mano no va en aumento, pues me he visto obligada a escribir la carta en varias veces. 

Su hermanita, no «Genoveva», sino «Teresa» del Niño Jesús de la Santa Faz. 
 



 NOTAS::

(1) Una carta larga y de una gran confianza, de la que entresacamos algunos párrafos: «Mi santa y querida hermanita: ¡Lo he logrado! ¡Y qué fácil ha sido! Tengo su fotografía (...) A pesar de que haya «adoptado un aire solemne», como usted dice, querida hermana, yo la he encontrado igualita a como la conocía, muy buena, muy cariñosa, y -sí, sí- sonriente, diga usted lo que diga. Gracias por su condescendencia al darme esta alegría de tenerla casi realmente junto a mí, siempre conmigo. ¿Qué será cuando su propia alma anime esos rasgos, sonriéndole a la mía y viviendo de su vida? Eso será ya el cielo. ¿Y aún encontraré yo la manera de ser desdichado? ¿Cómo puede ser posible el menor sufrimiento cuando un rincón del cielo ilumina toda una vida? Pero, ¿sabe una cosa?, tengo miedo a que Jesús le cuente todas las penas que yo le he causado, toda mi miseria, y que entonces se enfríe su cariño. ¡Si supiera lo miserable que soy...! Si llega a ocurrir eso, ciérrele la boca desde el primer momento y venga, pues sin usted yo no puedo mantenerme en pie. (...) ¿Así que va a embarcarse conmigo para Africa? Primero, al noviciado (...) Y después de tres años, saldremos para el desierto, seremos misioneros. Allí usted se encontrará como pez en el agua. No nos faltará el sufrimiento, pero entonces yo seré su representante, porque usted ya no sufrirá. (...) 

«Doy gracias a Jesús que ha querido dejarla un poco más entre nosotros. ¡Sí, cierto, cómo nos ama! Yo le he rezado mucho, le he exigido, le he gritado, y él se ha dejado vencer por nuestro dolor y nuestras lágrimas. Sin embargo, yo estaba resignado. En un primer momento la impetuosidad del dolor se desahogó en voz alta, luego vino la calma, y al final acabé pensando como usted. Sí, es bueno que se vaya. Además, así estará más cerca de mí. Pero mire una cosa: su presencia -o al menos su acción- ya no será sensible como ahora, y yo, que estoy poco acostumbrado a las cosas sobrenaturales, no logro hacerme a la idea de que usted estará realmente más presente en mi acción. No importa, ya no protesto, estoy preparado para su partida, quizás en parte debido a que no me parece tan inminente, ya que usted aún sigue viva. 
 

[Me dice], «hermanita, que se siente feliz de saber que he entrado en el Amor por el camino de la confianza. Creo, igual que usted, que ése es el único camino que puede conducir al puerto. En mis relaciones con los hombres nunca he hecho nada por temor. Nunca pude obedecer a la fuerza; los castigos de los profesores me dejaban frío, mientras que las reprensiones hechas con cariño y con dulzura hacían que se me saltasen las lágrimas y me inducían a pedir disculpas y a hacer promesas que ordinariamente cumplía. Con Dios me ocurría casi lo mismo. Si me presentaban a un Dios airado, con la mano siempre armada para descargarla, me entraba el desaliento y no hacía nada. Pero si miro a Jesús esperando pacientemente mi regreso y concediéndome una nueva gracia después de haberle pedido yo perdón por una nueva falta, me siento vencido y reanudo la marcha. 
Lo que ahora a veces me retiene no es Jesús, sino yo mismo: tengo vergüenza de mí mismo y, en vez de arrojarme en los brazos de este amigo, apenas me atrevo a arrastrarme a sus pies. Con frecuencia, un primer impulso me lanza a sus brazos, pero me detengo enseguida a la vista de mi miseria, y no me atrevo. Dígame, hermanita, ¿me equivoco? Pienso que al Corazón de Dios le entristecen mucho más las mil pequeñas cobardías e indelicadezas que le hacen sus amigos, que otras faltas, incluso graves, que escapan al control de la naturaleza. Usted me comprende y me hará generoso, irreprochable con Jesús. 

«(...) Gracias a usted y a su familia supe yo que había un Carmelo en Lisieux. Unos compañeros míos de Lisieux hablaban un día entre ellos de una tal familia Martin que había dado tres hijas al Carmelo, y de otros parientes más lejanos. Una de las hijas había entrado a los 15 quince años, y otra después de haber cuidado de una manera admirable hasta el final al afortunado de su padre. Yo me encontraba presente, y más tarde, cuando pensé en pedir una hermana al Carmelo, buscando adónde podría dirigirme, me acordé de que había un Carmelo en Lisieux. Y ya ve qué coincidencia: su hermana me recibió y usted, la única de la que yo había oído hablar, me fue dada por hermana. Cuando recibí sus «fechas», me impresionaron las semejanzas, y saqué algunas conclusiones. ¿Me he equivocado? ¿No es usted la que en el mundo se llamaba la señorita Genoveva Martin? Le pido perdón por mi indiscreción, pero usted me ha enseñado a no tener nada oculto. Eso es. Sin embargo, una vez más perdón». (LC 191, 21/7/1897). 

(2) Leonia. 

(3) Celina. 

 (4) Cf en Histoire d'un âme (ed. 1989, p. 347, nota 23) el añadido de la madre Inés: «Ven (dijo), vamos juntos ante el Santísimo Sacramento para dar gracias al Señor por las gracias que ha concedido a nuestra familia y por el honor que hace escogiendo a sus esposas en mi casa. Sí, (...) si yo tuviese algo mejor, me apresuraría a ofrecérselo». Ese algo mejor ¡era él mismo! Y el Señor lo aceptó como hostia de holocausto, lo probó como al oro en el crisol y lo encontró digno de sí. (Sb 3, 6). 

(5) Ibid., p. 347, nota 19: «Madre mía, ¿te acuerdas de ese día, de esa visita al locutorio en que nos dijo: «Hijas, vengo de Alençon, donde he recibido en la iglesia de Nuestra Señora gracias tan grandes y tales consuelos, que he hecho esta oración: ¡Dios mío, es demasiado! Sí, soy demasiado feliz, no se puede ir al cielo así, quiero sufrir algo por ti. Y me he ofrecido...»? La palabra víctima expiró en sus labios, no se atrevió a pronunciarla delante de nosotras, pero nosotras comprendimos».
 

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.







 

viernes, 20 de septiembre de 2019

OH JESÚS, TU NOMBRE ES COMO UN UNGUENTO DERRAMADO, CARTA 259


A sor Genoveva

J.M.J.T. 

22 de julio de 1897, Fiesta de Sta. María Magdalena 

Jesús + 

«Que el justo me golpee por compasión hacia los pecadores, pero que ungüento del impío no perfume mi cabeza».  

 

Yo sólo puedo ser golpeada y probada por los justos, pues todas mis hermanas son gratas a Dios. Es menos amargo ser golpeada por un pecador que por un justo; pero por compasión hacia los pecadores y para obtener su conversión,  yo te pido, Dios mío, ser golpeada en su favor por las almas justas que me rodean. 

Te pido también que el ungüento de las alabanzas, tan dulce para la naturaleza, no perfume mi cabeza, es decir, mi espíritu, haciéndome creer que tengo unas virtudes que apenas he practicado algunas veces. 

¡Oh, Jesús!, tu nombre es como ungüento derramado, y en ese divino perfume quiero yo bañarme toda entera, lejos de la mirada de las criaturas... 


(Teresita del Niño Jesús)


Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.

SANTA TERESITA CONSUELA AL ABATE BELLIÉRE, MISIONERO, CARTA 258


Al abate Bellière     18 de julio de 1897 

Jesús + 


MAURICE BELLIÈRE
 

Mi pobre y querido hermanito: 

Su dolor me llega al alma (1), pero mire qué bueno es Jesús, que permite que pueda volver a escribirle para tratar de consolarle, y seguro que no será la última vez. Nuestro buen Salvador escucha sus quejas y sus oraciones, y por eso me deja todavía en la tierra. No crea que me aflijo por ello. No, querido hermanito; al contrario, pues en esta forma de obrar de Jesús veo cuánto le quiere a usted... 


No cabe duda que me he explicado mal en mi última cartita, ya que me dice, queridísimo hermanito, que «no le pida esa alegría que yo siento al acercarse la Felicidad". Si por unos instantes pudiera usted leer en mi alma, ¡qué sorprendido quedaría (2)! El pensamiento de la felicidad del cielo no sólo no me produce ninguna alegría, sino que a veces incluso me pregunto cómo voy a poder ser feliz sin sufrir. Jesús, sin duda, cambiará mi naturaleza; de lo contrario, echaré de menos el sufrimiento y este valle de lágrimas. Nunca he pedido a Dios morir joven, me habría parecido cobardía; pero él ha querido darme, desde mi más tierna infancia, la íntima convicción de que mi carrera aquí abajo sería corta. Así pues, lo único que constituye toda mi alegría es el pensamiento de hacer la voluntad de Dios. 

Querido hermanito, ¡cómo me gustaría verter en su alma el bálsamo del consuelo! Pero lo único que puedo es hacer mías las palabras de Jesús en la última cena. No creo que se ofenda, pues soy su esposa y, por consiguiente, sus bienes son míos (3). Le digo, pues, como él decía a sus íntimos: 

«Me voy a mi Padre. Pero por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya. Vosotros ahora sentís tristeza, pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría". 
 
 Sí, estoy segura: después de mi entrada en la vida, la tristeza de mi querido hermanito se cambiará en una alegría serena que ninguna criatura podrá arrebatarle. 

Estoy segura: tenemos que ir al cielo por el mismo camino, por el del sufrimiento unido al amor. Cuando llegue a puerto, querido hermanito de mi alma, le enseñaré cómo navegar por el mar tempestuoso del mundo con el abandono y el amor de un niño que sabe que su Padre lo ama y no puede dejarlo solo en la hora del peligro. 

¡Cómo me gustaría hacerle comprender la ternura del Corazón de Jesús y lo que él espera de usted! Su carta del día 14 (4) hizo que mi corazón se estremeciera de alegría: comprendí mejor que nunca hasta qué punto nuestras almas son gemelas, pues también la suya está llamada a elevarse hacia Dios por el ASCENSOR del amor, en vez de tener que subir la dura escalera del temor... No me extraña en absoluto que el trato familiar con Jesús le parezca algo difícil de realizar, no se puede llegar a ello en un día; pero estoy segura de que le ayudaré mucho más a caminar por este camino deleitoso cuando me vea liberada de mi envoltura mortal, y que pronto podrá decir con san Agustín: «El amor es el peso que me arrastra (5)". 

Quisiera tratar de hacerle comprender con una comparación muy sencilla cómo ama Jesús a las almas que confían en él, aun cuando sean imperfectas. Supongamos que un padre tiene dos hijos traviesos y desobedientes, y que, al ir a castigarlos, ve que uno de ellos se echa a temblar y se aleja de él aterrorizado, llevando en el corazón el sentimiento de que merece ser castigado; y que su hermano, por el contrario, se arroja en los brazos de su padre diciendo que lamenta haberlo disgustado, que lo quiere y que, para demostrárselo, será bueno en adelante; si, además, este hijo pide a su padre que lo castigue con un beso, yo no creo que el corazón de ese padre afortunado pueda resistirse a la confianza filial de su hijo, cuya sinceridad y amor conoce. Sin embargo, no ignora que su hijo volverá a caer más de una vez en las mismas faltas, pero está dispuesto a perdonarle siempre si su hijo le vuelve a ganar una y otra vez por el corazón... Sobre el primer hijo, querido hermanito, no le digo nada, usted mismo comprenderá si su padre podrá amarle tanto y tratarle con la misma indulgencia que al otro... 

¿Pero por qué hablarle de la vida de confianza y de amor? Me explico tan mal, que tendré que esperar al cielo para hablarle de esta vida tan feliz. Lo que yo quería hoy hacer era consolarlo. ¡Qué feliz me sentiría si usted aceptase mi muerte como la acepta la madre Inés de Jesús! Usted seguramente no sabe que ella es dos veces mi hermana y que es quien me hizo de madre en mi niñez. Nuestra Madre temía mucho que su temperamento sensible y el gran cariño que me tiene le hiciesen muy amarga mi partida. Ha ocurrido lo contrario: habla de mi muerte como de una fiesta, y eso es un gran consuelo para mí. Por favor, querido hermanito, trate de convencerse, como ella, de que, en vez de perderme, me va a encontrar y de que ya nunca lo abandonaré. Y pida esta misma gracia para la Madre, a quien usted ama y a quien yo amo aún más que usted, pues es mi Jesús visible. 

Le daría gustosa lo que me pide (6) si no hubiese hecho voto de pobreza; pero, por haberlo hecho, no puedo disponer ni siquiera de una estampa. La única que puede complacerle es nuestra Madre, y sé que ella cumplirá sus deseos. Precisamente en vista de la proximidad de mi muerte, una hermana me ha hecho una fotografía el día del santo de nuestra Madre. Las novicias, al verme, exclamaron que había adoptado un aire solemne (7), por lo visto ordinariamente estoy más sonriente. Pero, créame, hermanito, que si mi foto no le sonríe, mi alma no cesará de sonreírle cuando esté cerca de usted.  


Hasta Dios, mi querido y muy amado hermano. Esté seguro de que por toda la eternidad seré su verdadera hermanita, 

T. del Niño Jesús r.c.i. 
 



NOTAS:

(1) Tras recibir una carta de Teresa y otra carta «desolada» de la madre María de Gonzaga, el abate Bellière escribía a esta última: «¡Vaya!, estoy llorando como cuando nos golpea una gran desgracia» (17/7/1897). Y dirigía a Teresa esta carta llena de dolor: «¡Pobre hermanita mía, qué golpe para mi pobre corazón! ¡Estaba tan poco preparado para eso! No le pida la alegría que usted siente al acercarse la Felicidad: sigue atado a su pesada cadena y remachado fuertemente a su cruz. Usted va a partir, querida hermanita, y él se queda solo una vez más. Sin madre, sin familia, se había concentrado en la caridad de su hermana, había convertido en dulce costumbre esa santa intimidad, era feliz (sí, muy feliz) al sentir cerca de sí esa mano amiga que lo consolaba, lo fortalecía o lo levantaba. Avanzaba sonriente por el camino de la cruz porque ya no se sentía solo. Era feliz y esperaba con impaciencia el momento de lanzarse al desierto, porque tenía la confianza de que iba a ser apoyado. El único afecto terreno que le quedaba lo iba a romper, contando para compensarlo con el que Jesús le había brindado en la persona de un ángel de la tierra. Y he aquí que Jesús le quita este bien en el momento en que más parecía desearlo. ¡Qué duro es esto y qué penoso para un alma mal afianzada en Dios! Sin embargo, ¡fiat! ¡fiat!, ya que usted, hermana, va a ser feliz para siempre. Sí, es justo, y yo soy un egoísta. Parta, hermanita, no haga esperar más a Jesús, que está impaciente por llevársela. Déjeme a mí batallar, llevar la cruz, caer bajo su peso y morirme de pena. Usted, sin embargo, estará allí a mi lado, me lo ha prometido y cuento con ello; ésta es mi última esperanza para el presente y para el porvenir. Usted estará conmigo, cerca de mí; su alma guiará la mía, le hablará y la consolará, a menos que Jesús, enfadado por mis quejas, no lo quiera así. Pero usted, hermanita, su niña mimada, convertida en su esposa y reina con él, ganará mi causa y me atraerá hacia él en el último día, usted sabrá por qué camino, por el más rápido, el martirio, si él lo quiere. - A pesar de todo, doy gracias al Maestro: con esta nueva lección, él me enseña a desapegarme de todo lo que es pasajero y a no poner los ojos más que en él. 

«Parta, pues, querida hermanita de Dios, y hermanita mía también. Dígale a Jesús que yo quisiera amarle, mucho, con todo mi ser. Enséñeme a amarle como usted. Dígale a María que la quiero con toda el alma. A mis santos, a los que usted ya conoce, dígales también mi amor. Y usted, que va a convertirse en mi santa predilecta, usted, hermanita mía, ¡bendígame y sálveme (...)!» (LC 189, 17/7/1897). 

(2) La prueba de la fe, que Teresa padece desde hace quince meses, no afloja: «Todo carga sobre el cielo» (CA 3.7.3). 

(3) Cf Ms C 34vº. 

(4) Del 15 de julio en realidad;

(5) SAN AGUSTÍN, Confesiones, 13, 9. 

(6) El abate Bellière escribía también a Teresa el 17 de julio: «Déjeme, por favor, alguna cosa suya, el crucifijo, si quiere»

 (7)Visage de Thérèse de Lisieux, nº 43, foto tercera del 7 de junio. Teresa se enderezó para dominar su agotamiento; 


Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.

LA ÚNICA COSA NECESARIA ES AGRADAR A JESÚS, CARTA 257

 A Leonia       J.M.J.T. 
 

Jesús + 17 de julio de 1897  

HERMANAS DE TERESITA, DE IZQUIERDA A DERECHA: 
Celina, María, Paulina y Leonia 

Querida Leonia: 

Me siento feliz de poder conversar contigo una vez más. Hace unos días no pensaba volver a tener ya este consuelo en la tierra, pero parece que Dios quiere prolongar un poco más mi destierro. 
No me aflijo por ello, pues no quisiera entrar en el cielo ni un minuto antes por mi propia voluntad. La única felicidad que hay en la tierra es esforzarnos por encontrar siempre deliciosa la porción que Jesús nos ofrece, y la tuya es muy bella, querida hermanita: si quieres ser santa, a ti te resultará muy fácil, pues en lo hondo de tu corazón el mundo no es nada para ti. 
Tú puedes, por tanto, igual que nosotras, ocuparte de «la única cosa necesaria", es decir, que, aun entregándote con entusiasmo a las obras exteriores, tu único objetivo sea: agradar a Jesús y unirte más íntimamente a él. 

Quieres que en el cielo ruegue por ti al Sagrado Corazón. Puedes estar segura de que no me olvidaré de darle tus encargos y de pedirle encarecidamente todo lo que necesites para llegar a ser una gran santa. 

Hasta Dios, hermana querida. Yo quisiera que el pensamiento de mi entrada en el cielo te llenase de alegría, ya que allí podré amarte todavía más. 

Tu hermanita, 

T. del Niño Jesús  


 
Ya te escribiré más despacio otra vez, ahora no puedo, pues el bebé (ella misma) necesita irse a dormir.  

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.
 

LA ÚNICA ALEGRÍA EN LA TIERRA ES CUMPLIR SU VOLUNTAD, CARTA 255

A los señores Guérin

J.M.J.T. 

Jesús 16 de julio de 1897 

Mis queridos tíos: 
 

Me siento enormemente feliz de poder demostrarles que su Teresita no ha abandonado todavía el destierro, pues sé que esto les llenará de alegría. Sin embargo, creo, queridos familiares, que su alegría será todavía mucho mayor cuando, en vez de leer unas pocas líneas trazadas con mano temblorosa, sientan mi alma cerca de la suya.  


Sí, estoy segura de que Dios me permitirá derramar a manos llenas sus gracias sobre ustedes y sobre mi hermanita Juana y su Francis. Escogeré para ellos el querubín más hermoso del cielo y pediré a Jesús que se lo regale a Juana para que llegue a ser «un gran pontífice y un gran santo" (1). Si no soy escuchada, mi querida hermanita tendrá realmente que renunciar al deseo de ser madre aquí en la tierra, pero podrá alegrarse pensando que en el cielo «el Señor le dará el gozo de ver que es madre de muchos hijos" (2), como lo prometió el Espíritu Santo al cantar por boca del rey profeta esas palabras que acabo de escribir. Esos hijos serán las almas que su sacrificio, aceptado con entereza, hará nacer a la vida de la gracia; pero confío que le podré alcanzar mi querubín, es decir, un alma que sea su copia fiel, pues un querubín no va a querer desterrarse ni siquiera para recibir las dulces caricias de una madre... 

Me doy cuenta de que no voy a tener espacio en esta carta para decir todo lo que quisiera. 
Quería, queridos tíos, contarles detalladamente mi comunión de esta mañana, que ustedes hicieron que fuese tan emocionante, o, mejor dicho, tan triunfante, con sus ramos de flores. Dejo que mi querida hermanita sor M. de la Eucaristía les cuente los detalles, y sólo quiero decirles que ella cantó antes de la comunión una coplilla que yo había compuesto para esta mañana (4). Cuando Jesús estuvo en mi corazón, volvió a cantar esta estrofa de «Vivir de amor": 
¡Morir de amor, dulcísimo martirio! No acierto a decirles lo digna y hermosa que era su voz. 


Me había prometido no llorar por complacerme, y mis esperanzas se vieron rebasadas. Jesús debió escuchar y comprender perfectamente lo que espero de él, y eso era justamente lo yo que quería... 

Ya sé que mis hermanas les han hablado de mi alegría. Es verdad que soy como un pinzón, excepto cuando tengo fiebre; por suerte, la fiebre sólo viene a visitarme al anochecer, a la hora en que los pinzones duermen, con la cabeza escondida bajo el ala. 
No estaría tan alegre como estoy si Dios no me enseñase que la única alegría posible en la tierra es cumplir su voluntad. Un día creo estar a las puertas del cielo, al ver el aire consternado del Sr. de Cornière, y al día siguiente se va muy contento, diciendo: Estás en vías de curación... 
Lo que pienso yo (pobre niñito de leche) es que no me curaré, pero que podría ir tirando así todavía mucho tiempo. 

Hasta Dios, queridos tíos, sólo en el cielo podré expresarles todo mi cariño; mientras vaya tirando, mi lápiz será incapaz de hacerlo. 

Su hijita, 

T. del Niño Jesús r.c.i. 





NOTAS 


(1) Su prima Juana deseaba tener un hijo , y en un sueño escuchó que sería un «un gran pontífice y un gran santo", por eso Teresa usa estas palabras en su carta.

(2) Juana tenía dificultad para tener hijos, por eso Teresita le pide que ofrezca ese sufrimiento, de hecho Juana y Francis nunca tuvieron hijos.
 

(4) «Tú que conoces mi infinita nada» (PS 8); UC p. 398.  

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.




 

VOY A SER MÁS ÚTIL EN EL CIELO QUE EN LA TIERRA, CARTA 254

 Al P. Roulland

J.M.J.T.    Carmelo de Lisieux 

14 de julio de 1897     Jesús + 

Hermano: 


Me dice en su última carta (que me ha gustado mucho): «Soy como un bebé que está aprendiendo a hablar" (1). Pues bien, desde hace cinco o seis semanas, también yo soy como un bebé, pues sólo vivo de leche (2), pero pronto iré a sentarme en el banquete celestial, pronto iré a apagar mi sed en las aguas de la vida eterna. Para cuando usted reciba esta carta, seguramente yo habré dejado ya la tierra. El Señor, en su infinita misericordia, me habrá abierto ya su reino y podré disponer de sus tesoros para prodigarlos a las almas que amo.  


Puede estar seguro, hermano, de que su hermanita mantendrá sus promesas, y que su alma, libre ya del peso de su envoltura mortal, volará feliz hacia las lejanas regiones que usted está evangelizando. Lo sé, hermano mío: le voy a ser mucho más útil en el cielo que en la tierra; por eso vengo, feliz, a anunciarle mi ya próxima entrada en esa bienaventurada ciudad, segura de que usted compartirá mi alegría y dará gracias al Señor por darme los medios de ayudarlo a usted más eficazmente en sus tareas apostólicas. 

Tengo la confianza de que no voy a estar inactiva en el cielo. Mi deseo es seguir trabajando por la Iglesia y por las almas. Así se lo pido a Dios, y estoy segura de que me va a escuchar. ¿No están los ángeles continuamente ocupados de nosotros, sin dejar nunca de contemplar el rostro de Dios y de abismarse en el océano sin orillas del amor? ¿Por qué no me va a permitir Jesús a mí imitarlos? 

Ya ve, hermano, que si abandono el campo de batalla, no es con el deseo egoísta de irme a descansar. El pensamiento de la felicidad eterna apenas si hace estremecerse a mi corazón: desde hace mucho tiempo, el sufrimiento se ha convertido en mi cielo aquí en la tierra, y realmente me cuesta entender cómo voy a poder aclimatarme a un país en el que reina la alegría sin mezcla alguna de tristeza. Será necesario que Jesús transforme mi alma y le dé capacidad para gozar; de lo contrario, no podré soportar las delicias eternas. 

Lo que me atrae hacia la patria del cielo, es la llamada del Señor, es la esperanza de poder amarle al fin tanto como he deseado, y el pensamiento de que podré hacerle amar por una multitud de almas que lo bendecirán eternamente.  


Hermano mío, ya no va a tener tiempo para hacerme sus encargos para el cielo, pero los adivino. Además, sólo tiene que decírmelos muy bajito, y yo le escucharé y llevaré fielmente sus mensajes al Señor, a nuestra Madre Inmaculada, a los ángeles y a los santos que usted ama. Yo pediré para usted la palma del martirio y estaré cerca de usted sosteniéndole la mano para que pueda recoger sin esfuerzo esa palma gloriosa, y luego volaremos juntos jubilosos a la patria celestial, rodeados de todas las almas que usted ha conquistado. 

Adiós, hermano, rece mucho por su hermanita, rece por nuestra Madre, a cuyo corazón sensible y maternal le cuesta tanto aceptar mi partida. Cuento con usted para consolarla. 

Soy, para toda la eternidad, su hermanita 

Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz rel. carm. ind. 

 


NOTAS:

(1) «Aquí estoy como un bebé, sin saber hablar y aprendiendo la lengua en una familia cristiana», escribía el P. Roulland a Teresa (LC 178, 29/4/1897). 

 (2) Desde la semana de Pentecostés Teresa sigue un régimen lácteo.  


Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.


EL ESPOSO ESTÁ A LA PUERTA, CARTA 253

Al abate Bellière

J.M.J.T.    Jesús + 13 de julio de 1897 

Querido hermanito: 

Cuando lea estas letras, quizás yo no esté ya en la tierra, sino en el seno de las delicias eternas. No conozco el futuro, pero puedo decirle con seguridad que el Esposo está a la puerta. Se necesitaría un milagro para retenerme en el destierro, y no creo que Jesús haga ese milagro inútil. 

 
Querido hermanito, ¡qué contenta estoy de morir! Sí, estoy contenta, no por verme libre de los sufrimientos de aquí abajo (al contrario, el sufrimiento unido al amor es lo único que me parece deseable en este valle de lágrimas). 
Estoy contenta de morir porque veo que ésa es la voluntad de Dios y porque seré mucho más útil que aquí abajo a las almas que amo, y muy especialmente a la suya. 

En su última carta a nuestra Madre me pedía que le escribiese a menudo durante las vacaciones. Si el Señor quiere prolongar todavía algunas semanas más mi peregrinación y nuestra Madre lo permite, podría garabatearle aún algunas palabras como éstas. Pero lo más probable es que haga algo más que escribirle a mi querido hermanito, incluso más que hablarle el lenguaje fastidioso de la tierra: estaré muy cerca de él, veré todo lo que necesita y no dejaré en paz a Dios hasta que me conceda todo lo que quiero... Cuando mi hermanito querido parta para Africa, yo le seguiré, y no ya con el pensamiento o con la oración: mi alma estará siempre con él, y su fe le hará descubrir la presencia de una hermanita que Jesús le dio, no para que le sirviera de apoyo durante apenas dos años, sino hasta el último día de su vida. 

Todas estas promesas, hermano, tal vez puedan parecerle un tanto quiméricas; sin embargo, debe empezar a saber que Dios siempre me ha tratado como a una niña mimada. 
Es verdad que su cruz me ha acompañado desde la cuna, pero Jesús me ha hecho amar apasionadamente esa cruz y me ha hecho siempre desear lo que él quería darme. ¿Va a empezar entonces en el cielo a no colmar ya mis deseos? La verdad, no puedo creerlo, y le digo: «Pronto, hermanito, estaré cerca de usted". 

Se lo suplico, pida mucho por mí, ¡necesito tanto las oraciones en este momento! Pero sobre todo, pida por nuestra Madre; ella quisiera retenerme todavía mucho tiempo aquí abajo, y para conseguirlo esta venerada Madre ha mandado decir un novenario de Misas a Nuestra Señora de las Victorias que ya me curó en la niñez; pero yo, sabiendo que el milagro no se realizará, he pedido y alcanzado de la Santísima Virgen que ella consuele un poco el corazón de mi Madre, o, mejor, que le haga consentir en que Jesús me lleve al cielo. 

Hasta Dios, hermanito, hasta pronto, hasta que volvamos a vernos en el hermoso cielo. 

 T. del Niño Jesús y de la Santa Faz rel. carm. 


Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.

 
 


 

OLVIDAR LAS PEQUEÑAS PENAS PARA CONSOLAR A JESÚS, CARTA 251

A sor Marta de Jesús

Junio-julio (?) de 1897 

J.M.J.T. 
 

La pequeña esposa de Jesús no tiene que estar triste, pues Jesús lo estaría también. Debe cantar siempre en su corazón el cántico del amor. Tiene que olvidar sus pequeñas penas para consolar las grandes penas de su Esposo...  


Hermanita querida, no seas una chiquilla triste pensando ver que no te comprenden, que te juzgan mal, que te olvidan, sino ríete de todo el mundo procurando actuar como las demás, o, mejor, tratándote a ti misma como [dices que] te tratan las demás, es decir, olvidándote de todo lo que no es Jesús y olvidándoTE a ti misma por su amor... 

Hermanita querida, no me digas que eso es difícil. Si te hablo así, la culpa es tuya: me has dicho que amas mucho a Jesús, y al alma que ama nada le parece imposible... 

Puedes estar segura de que tu billetito me ha agradado mucho... 

(Santa Teresita del Niño Jesús)

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.

 


 

JESÚS HA DESTERRADO TODO TEMOR DE MI CORAZÓN, CARTA 247

 Al abate Belliére

J.M.J.T.     Carmelo de Lisieux 


21 de junio de 1897 

Jesús +  


Querido hermanito: 

He dado gracias a Nuestro Señor con usted por la gracia tan señalada que se dignó concederle el día de Pentecostés (1). En esa misma hermosa fiesta (hace 10 años) obtuve yo, no de mi director sino de mi padre, el permiso para hacerme apóstol en el Carmelo. Un motivo más de parecido entre nuestras almas. 

Por favor, querido hermanito, ni se le ocurra nunca pensar que «me aburre o me distrae" hablándome mucho de usted. ¿Cómo iba a ser posible que una hermana no tuviese interés por todo lo que se refiere a su hermano? Y en cuanto a distraerme, no tiene nada que temer: sus cartas, por el contrario, me unen más a Dios al hacerme contemplar de cerca las maravillas de su misericordia y de su amor. 

A veces Jesús quiere «revelar sus secretos a los más pequeños". Prueba de ello es que, después de haber leído su primera carta del 15 de oct. del 95, yo pensé lo mismo que su director: usted no puede ser un santo a medias, tendrá que serlo del todo o no serlo en absoluto. Comprendí que usted debía de tener un alma valiente, y por eso me sentí feliz de ser su hermana. 

No crea que me asusta al hablarme de «sus años más hermosos desperdiciados". Agradezco a Jesús que lo haya mirado con una mirada de amor como en otro tiempo miró al joven del Evangelio. Usted, más afortunado que él, ha respondido fielmente a la llamada del Maestro y lo ha dejado todo para seguirlo, y en la edad más hermosa de la vida, a los 18 años... 

Usted, hermano, igual que yo, puede cantar las misericordias del Señor, que brillan en usted en todo su esplendor... Usted ama a san Agustín y santa María Magdalena, esas almas a las que «se les han perdonado muchos pecados porque amaron mucho". También yo les amo, amo su arrepentimiento, y sobre todo... ¡su amorosa audacia! Cuando veo a Magdalena adelantarse, en presencia de los numerosos invitados, y regar con sus lágrimas los pies de su Maestro adorado, a quien toca por primera vez, siento que su corazón ha comprendido los abismos de amor y de misericordia del corazón de Jesús y que, por más pecadora que sea, ese corazón de amor está dispuesto, no sólo a perdonarla, sino incluso a prodigarle los favores de su intimidad divina y a elevarla hasta las cumbres más altas de la contemplación. 

Querido hermanito, desde que se me ha concedido a mí también comprender el amor del corazón de Jesús, le confieso que él ha desterrado todo temor de mi corazón. El recuerdo de mis faltas me humilla y me lleva a no apoyarme nunca en mi propia fuerza, que no es más que debilidad; pero sobre todo, ese recuerdo me habla de misericordia y de amor. Cuando uno arroja sus faltas, con una confianza enteramente filial, en la hoguera devoradora del Amor, ¿cómo no van a ser consumidas para siempre? 

Sé que ha habido santos que pasaron su vida practicando asombrosas mortificaciones para expiar sus pecados. Pero, ¿qué quiere?, «en la casa del Padre celestial hay muchas estancias". Lo dijo Jesús, y por eso yo sigo el camino que él me traza. Procuro no preocuparme ya de mí misma en nada y dejar en sus manos lo que él quiera obrar en mi alma, pues no he elegido una vida de austeridad para expiar mis faltas sino las de los demás. 

Acabo de releer estas líneas, y me pregunto si usted me entenderá, porque me he explicado muy mal. No crea que censuro el arrepentimiento que usted tiene de sus faltas y sus deseos de expiarlas. En absoluto, ¡estoy muy lejos de hacerlo! Pero mire, ahora que somos dos, el trabajo se hará más rápidamente (y a mí, a mi estilo, me cundirá más el trabajo que a usted); por eso espero que algún día Jesús lo hará caminar por el mismo camino que a mí (2). 

Perdón, querido hermanito, no sé lo que me pasa hoy, pues realmente digo lo que no quisiera decir. No me queda ya sitio para contestar a su carta. Lo haré en otra ocasión. Gracias por las fechas. Ya he festejado sus 23 años (3). Ruego por sus queridos padres, a los que Dios se llevó ya de este mundo, y no olvido a la madre a la que tanto ama (4). 

Su indigna hermanita, 


T. del Niño Jesús de la Santa Faz rel. carm. ind. 
 



NOTAS:

(1) El 7 de junio, lunes de Pentecostés, el abate Bellière escribía a Teresa: «Ayer, mi muy querida hermana, a la misma hora en que el Espíritu Santo descendía sobre los apóstoles con su luz y con su fuerza, recibía yo sus órdenes de labios de mi Director. Dicho de otra manera, recibía una confirmación casi decisiva de mi vocación y escuchaba esto: Usted tiene una vocación seria, en la que yo creo firmemente y en la cual Dios manifiesta de manera singular su Providencia. Por mil ocasiones de perderse, Dios le ha concedido diez mil de salvarse. Es más, él quiere que sea misionero. El camino está abierto, vaya. 

«Y voy a partir, querida hermanita. Pasaré estas vacaciones con mi familia, y el 1 de octubre llegaré a Argel para hacer el noviciado en Maison-Carrée con los Padres Blancos. (...) Si más tarde me ocurre sentir desmayo o desaliento, (...) sabré, hermana, que usted está cerca de mí con su caridad fraternal, y no será ése el menor sostén de mi pobre alma. Usted me ha prometido que, incluso después del destierro, estará a mi lado, y no tengo miedo. 

«Adoremos a Dios, hermana mía, ayúdeme a darle gracias. Yo menos que nadie, créame, merecía este honor, en el que no puedo pensar si no es temblando, y este amor de Dios me asusta un poco. Sin embargo, quiero que venza la confianza y entregarme sin reservas, que, por otra parte, es lo que me han pedido. El Padre me ha dicho: Tiene que entregarse enteramente a Dios, que se lo pide todo. Usted no puede estar a su servicio sólo a medias; o es un buen sacerdote, o no es nada. Estos son también mis sentimientos y quiero darme sin cálculos (...) 

«Usted me decía no hace mucho: «Siento que nuestras almas fueron hechas para comprenderse». También a mí me lo parece, y, como soy un poco supersticioso respecto a la Providencia, no puedo dejar de establecer algunas semejanzas (pero también ¡cuántas diferencias!). 

«Permítame transmitirle algunas con toda sencillez. Unos mismos deseos: almas, apostolado... -usted es ante todo un apóstol, creo yo-. Esa necesidad de entrega a una causa santa. (...) 

«Siendo aún muy joven, usted, querida hermanita, se vio privada de las caricias de una madre. Pues ya ve, yo no llegué a conocer a la mía; es más, ella murió por causa mía. Hasta los 10 ó los 11 años yo ignoraba esta desgracia, pues estaba recibiendo de una tía el afecto y las caricias que yo creía eran caricias de una madre, tan dulces y bienhechoras eran para mí. Por eso siempre llamé «madre» a esta hermana de mi madre, y mi corazón sufrirá [al separarme de ella] tanto como hubiese sufrido si me despidiese de mi madre para ir al lejano apostolado. (...) 

«No me sorprendería que tuviésemos también las mismas devociones. A mí me ha convertido el Sagrado Corazón, después de muchas necedades y cobardías. Los años más hermosos de la vida, los que más ama Jesús, yo los he despilfarrado, sacrificando al mundo y a sus locuras los «talentos» que Dios me había prestado. Pero la Santísima Virgen, Nuestra Señora de la Liberación, a la que usted seguramente conoce, me ha ayudado también mucho. San José me ha recibido en su guardia de honor. Y espero mucho de la amistad de los santos Pablo, Agustín, Mauricio, Luis Gonzaga, Francisco Javier, y de las santas Juana de Arco, Celina e Inés (a quienes usted ha cantado), Genoveva, que era una valiente y cuya fiesta está enmarcada entre su nacimiento de usted y su bautismo (3 de enero), Teresa, sobre todo desde que sé que es la santa patrona de mi querida hermanita, María Magdalena, la pecadora a la que Jesús llegó a amar tanto. (...) 

«¡Cómo debo de aburrirla y distraerla, mi valiente y querida hermanita, con toda esta palabrería en la que me parece que hablo de mí más de la cuenta! Perdóneme. La verdad, se lo aseguro, es que soy un miserable, y gracias a que usted está ahí Dios me sigue amando todavía. Estoy seguro de que se lo recompensará, y así se lo pido ardientemente. 

«Mi muy querida y genial hermanita, yo seré para siempre su agradecido, aunque indigno hermano, 

M. Barthélemy Bellière 

«No tenga miedo, hermana mía, estoy demasiado celoso de la gracia de Dios que me concede el favor de sus cartas, para que ningún profano penetre en su secreto» (LC 186, 7/6/1897). 

(2) El 15 de julio, el abate Bellière escribía a este respecto: «¿Sabe que me abre horizontes nuevos? En su última carta, especialmente, encuentro una serie de reflexiones sobre la misericordia de Jesús, sobre la familiaridad a que él nos invita, sobre la sencillez en las relaciones del alma con nuestro gran Dios, que hasta el presente no me habían conmovido mayormente, sin duda porque nadie me las había presentado con esa sencillez y esa unción que su corazón prodiga. Y pienso como usted. Pero yo sólo llego imperfectamente a esa sencillez exquisita que me parece asombrosa, porque soy un pobre orgulloso y me apoyo todavía demasiado en las cosas creadas. 

«No, querida hermanita, no se ha explicado mal, tiene toda la razón. He comprendido bien sus ideas. Y como usted dice tan bien y tan acertadamente, ya que en la práctica somos dos, me fío enteramente de Nuestro Señor y de usted, que es el camino más seguro. Todo lo que me dice lo considero como proveniente del mismo Jesús, tengo plena confianza en usted y me acomodo a su estilo, que quisiera hacer mío» (LC 188, 15/7/1897). 

(3) El 10 de junio. 

(4) Su tía, la señora Barthélemy. 


Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.


DESEOS PARA EL NIÑO JESÚS, CARTA 246


A sor María de la Trinidad

13 de junio de 1897  


Que el divino Niño Jesús encuentre en tu alma una morada totalmente perfumada por las rosas del amor; que encuentre también en ella la lámpara ardiente de la caridad fraterna, que hará entrar en calor a sus miembrecitos helados y que alegrará su corazoncito haciéndole olvidar la ingratitud de las almas que no le aman lo suficiente. 
 

Sor Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz r.c.i.  



(13 de junio de 1897) (1)

 
NOTAS:

(1) Domingo de la Santísima Trinidad, onomástico de sor María de la Trinidad. Este texto estaba escrito al dorso de una estampa. 



Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.

ESTAMPA DE DESPEDIDA DE SANTA TERESITA AL APROXIMARSE SU MUERTE, CARTA 245

A la madre Inés de Jesús, sor María del Sgdo. Corazón y sor Genoveva (1) 

Junio (?) de 1897 

 
Al verso 
Arriba: No lloréis por mí, pues estoy en el cielo con el Cordero y las vírgenes santas...(2). 

Abajo: Veo lo que creí. Poseo lo que esperé. Estoy unida a Aquel a quien amé con toda mi capacidad de amar (3). 

A ambos lados: Un poquito de este puro amor más provecho hace a la Iglesia que todas esas otras obras juntas (4). Por eso es gran negocio para el alma ejercitar en esta vida los actos de amor, porque, consumándose en breve, no se detengan mucho acá o allá sin ver a Dios (5) 
(San Juan de la Cruz). 

Al dorso:
Nada encuentro en la tierra que me haga feliz; mi corazón es demasiado grande, nada de lo que en este mundo se llama felicidad puede llenarlo. Mi pensamiento vuela hacia la eternidad, ¡el tiempo va a terminarse...! Mi corazón está sosegado, como un lago tranquilo o un cielo sereno. No añoro la vida de este mundo, mi corazón tiene sed de las aguas de la vida eterna... Un poco más, y mi alma dejará la tierra, concluirá su destierro, terminará su lucha... ¡Subo al cielo... llego a la patria..., consigo la victoria...! Voy a entrar en la morada de los elegidos, voy a ver bellezas que el ojo del hombre nunca vio, a escuchar armonías que el oído nunca escuchó, a gozar de alegrías que el corazón nunca gustó... ¡He llegado a esta hora que todas nosotras tanto hemos deseado...! Es gran verdad que el Señor escoge a los pequeños para confundir a los grandes de este mundo... No me apoyo en mis propias fuerzas, sino en las fuerzas de Aquel que en la cruz venció el poder del infierno. Soy una flor primaveral que el dueño del jardín corta para recrearse... Todas nosotras somos flores plantadas en esta tierra y que Dios corta a su tiempo, un poco antes o un poco después... ¡Yo, pequeño efémero, me voy la primera! Un día, nos encontraremos en el paraíso y gozaremos de la verdadera felicidad...! 

(Teresa del Niño Jesús copió los pensamientos del angelical mártir Teófano Vénard) (6). 


NOTAS:


1 Textos escritos por Teresa en una estampa, como recuerdo de despedida. 

2 Adaptación de la tercera lectura de Maitines de la segunda fiesta de santa Inés (28 de enero). 

3 Antífona del cántico Benedictus de ese mismo oficio. 

4 SAN JUAN DE LA CRUZ, cf Cta 221, nota 2; Ms B 4vº; Or 12 rº. 

5 ID, Ll 2,34. Esta frase cierra el tercer pasaje que Teresa había señalado con una cruz en el ejemplar que guardaba como libro de cabecera durante su enfermedad. Cf UC pp. 149-422; Prières, p. 121). 
 

6 Copiado de la correspondencia que escribió el mártir durante su encarcelamiento, entre el arresto (30/11/1860) y la decapitación (2/2/1861). Teresa había copiado éstos y otros pasajes en su libreta de apuntes. Al transcribirlos para sus hermanas, introdujo algunas mínimas variantes, apropiadas a su propio caso. 

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.