sábado, 21 de septiembre de 2019

ÚLTIMA COMUNIÓN DE SANTA TERESITA, CARTA 663

 Al abate Bellière

J.M.J.T. 

Carmelo de Lisieux 

Jesús + 10 de agosto de 1897 

Querido hermanito: 
 

Ahora sí estoy a punto de partir. He recibido mi pasaporte para el cielo, y ha sido mi padre querido quien me ha alcanzado esta gracia: el 29, me dio la garantía de que pronto iré a reunirme con él (1). 
Al día siguiente, el médico, extrañado de los progresos que en dos días había hecho la enfermedad, le dijo a nuestra Madre que había llegado el momento de satisfacer mis deseos, administrándome la unción de los enfermos. 

Así pues, el 30 tuve esa dicha, y también la de ver que Jesús Hostia, a quien recibí en viático para mi largo viaje, dejaba el sagrario para venir a mí... Ese Pan del cielo me ha fortalecido: ya ve, parece que mi peregrinación no quiere acabarse; pero lejos de quejarme, me alegro de que Dios me permita sufrir un poco más por su amor. ¡Y qué dulce es abandonarse entre sus brazos, sin temores ni deseos!  

ÚLTIMA COMUNIÓN DE SANTA TERESITA

Le confieso, hermanito, que usted y yo no entendemos el cielo de la misma manera (2). Usted piensa que, al participar yo de justicia y de la santidad de Dios, no podré disculpar sus faltas, como lo hacía en la tierra. ¿No se está olvidando de que participaré también de la misericordia infinita del Señor? Yo creo que los bienaventurados tienen una enorme compasión de nuestras miserias: se acuerdan de que cuando eran frágiles y mortales como nosotros, cometieron las mismas faltas que nosotros y sostuvieron los mismos combates (3), y su cariño fraternal es todavía mayor que el que nos tuvieron en la tierra, y por eso no dejan de protegernos y de orar por nosotros. 

Ahora, hermanito querido, voy a hablarle de la herencia que recogerá después de mi muerte. Esta es la parte que nuestra Madre le dará: 

1º. El relicario que recibí el día de mi toma de hábito, y que desde entonces nunca se ha separado de mí. 

2º. Un pequeño crucifijo, al que le tengo un cariño incomparablemente mayor que al grande, pues el que tengo ahora no es el primero que me dieron. En el Carmelo nos cambian de vez en cuando los objetos de piedad, lo cual es una buena medida para impedir que nos apeguemos a ellos. 

Vuelvo al pequeño crucifijo. No es bonito, la cara de Cristo ha desaparecido casi por completo; no se sorprenderá cuando sepa que, desde la edad de 13 años, este recuerdo de una de mis hermanas (4) me ha seguido a todas partes. Sobre todo en mi viaje a Italia ese crucifijo fue precioso para mí. Lo hice tocar a todas las reliquias insignes que tuve la dicha de venerar.


T. del Niño Jesús r.c.i. 





 Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.

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