martes, 31 de diciembre de 2019

SERENIDAD ANTE LA MUERTE (ÚLTIMA ENFERMEDAD DE SANTA TERESITA)

Nuestra querida Santa, lejos de asustarse ante el pensamiento de la muerte, procuraba sacar de él lecciones útiles, de las cuales hacía que nos aprovechásemos. 


Un día nos dijo:        
«Cuando yo esté muerta -hecha cadáver-, guardaré silencio, no daré ningún consejo: si me colocan a la derecha o a la izquierda, no facilitaré tales movimientos. Dirán: está mejor de este lado; hasta podrán colocar el fuego cerca de mi, yo nada diré. ¡Cómo ayuda este pensamiento a desprenderse de las cositas que nos descomponen, de todo aquello que hemos de dejar caer!».     

Se alegraba de la muerte, y miraba con placer los preparativos que se le hubieran querido ocultar. Así, deseó ver la caja de lirios artificiales que acababa de llegar para adornar el lecho mortuorio, y dijo con alegría: «¡Son para mí!». 
No lo podía creer: tanto era su contento.

        
Una tarde de los últimos días, temiendo que no pasase de la noche, se había preparado en la celda contigua a la enfermería un cirio bendito, el acetre y el hisopo. Ella lo sospechó, y pidió que se pusiesen estos objetos de manera que los pudiese ver. Los miraba de vez en cuando con aire complacido, y nos dijo amablemente:        «¿Veis ese cirio? Cuando el «Ladrón» (se refería a Dios) me lleve, me lo pondrán en la mano; pero no hace falta que me den el candelero: ¡es demasiado incómodo!» 
Luego nos contaba todo lo que pasaría después de su muerte, pasaba revista con placer a los detalles de su sepultura, y lo hacía en términos que nos hacían reír, cuando hubiéramos querido llorar. 
No éramos nosotras quienes la animábamos, sino ella quien nos daba valor.     

Se mostraba indiferente a toda preocupación humana. Poco antes de su muerte, se había discutido delante de ella acerca de la compra de un nuevo recinto para las Hermanas difuntas, en el cementerio de Lisieux; ella me dijo graciosamente:        
«Mi sitio me importa poco; esté donde esté, ¿qué más da? Hay muchos misioneros que están en el estómago de los antropófagos, y los mártires tenían por cementerio los cuerpos de las fieras». 



Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)


A PROPÓSITO DE UNA ESTAMPA (ÚLTIMA ENFERMEDAD DE SANTA TERESITA)

Procuraba ella en toda ocasión despegarme de mí misma, y gustaba comparar nuestra vida a la de dos niños representados en una estampa: vigilados por su Ángel de la guarda, estos niños se van sin cuidado alguno al borde de un precipicio. El uno, vestido con una simple túnica y libre de todo obstáculo, excepto la mano de su hermanita, a quien él arrastra tras de sí. 
La niñita, en cambio, opone resistencia, entorpeciendo su marcha con un gran ramillete y entreteniéndose en recoger todas las flores que halla a su alcance.


A este propósito, Sor Teresa del Niño Jesús, me contó esta historia alegórica:        
«Había una vez una «señorita»  que poseía riquezas que hacen a uno injusto, y de las que hacía mucha cuenta.       
Tenía un hermanito que no poseía nada y, sin embargo, nadaba en la abundancia. Este niñito cayó enfermo y dijo a su hermana: «Señorita», si quisierais, arrojaríais al fuego todas vuestras riquezas, que no sirven más que para intranquilizaros, y os convertiríais en mi criada, dejando vuestro título de «señorita»; y yo cuando esté en el país encantador a donde he de ir pronto, volveré a buscaros, pues habréis vivido pobre como yo, sin preocuparos del mañana.       
La «señorita» comprendió que su hermanito tenía razón; se hizo pobre como él, se hizo su criada, y nunca más se vió atormentada por el cuidado de las riquezas perecederas que ella había arrojado al fuego...       
Su hermanito mantuvo la palabra: vino a buscarla cuando estuvo en el país encantador donde Dios es el Rey, la Santísima Virgen la Reina, y los dos vivirán eternamente sobre las rodillas de Dios, pues éste es el lugar que han escogido».     

Otra vez, haciendo alusión aún a la estampa de los dos niños y, además, a una ama de casa a quien nada falta en sus armarios, ella dijo:        
«Señorita demasiado rica: varios botones de rosa, varios pájaros que le cantan al oído, unas enaguas, una batería de cocina, paquetitos…  
      
Una noche que me vió desnudar, sintió compasión ante la miseria de nuestros
vestidos y, sirviéndose de una expresión cómica que había oído, exclamó:        «¡Pobre, pobre! ¡Sois toda harapos! ¡Pero no estaréis siempre así, os lo aseguro yo!».



Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)


JOVIALIDAD HERÓICA (ÚLTIMA ENFERMEDAD DE SANTA TERESITA)


Mi santa Hermanita conservó hasta el fin de su vida maneras infantiles y encantadoras, que hacían muy agradable su compañía. 
Todas querían verla y oírla. Hasta parecía que su amable jovialidad crecía con el sufrimiento; de este modo, reveló su extraordinaria fuerza de ánimo y su exquisita caridad hacia nosotras, queriendo distraernos -a pesar nuestro- de nuestra pena.        

Se gozaba, pues, en multiplicar las pequeñas diversiones, permitiéndose el uso de sobrenombres que evocaban recuerdos de nuestra infancia para divertirme y, alguna vez, para envolver en una forma graciosa un consejo.        
Por eso no vacilo en revelar estas graciosas frases familiares, que la muestran tan sencilla en las horas más dolorosas de su vida. 

Las agrupo por no haber conservado las fechas precisas.       
Entre las historietas que más nos divirtieron en nuestra infancia, había un cuento en el que figuraban una jovencita, la señorita Lilí, y su hermanito, el señor Totó. 
Como yo era la mayor, se me había dado el papel de Lilí, y Teresa había heredado el de Totó.        Por eso, repetidas veces y para calmarme, ella hizo alusión a esta historieta en la intimidad, aun en el Carmelo.        

Así, cuando por estar fatigada temía no oír la llamada para despertarse, me recomendaba:        «¿Queréis mirar mañana por la mañana si el señor Totó ha oído la matraca.?».        
O también:        
«No os olvidéis de despertar mañana al señor Totó, pobre señorita Lilí, humillada por todo el mundo pero amada de Jesús y del señor Totó». 

Le daba fricciones por orden del médico; esto era para ella un martirio. Se lo confió más tarde a la Madre Inés, pero a mi me las reclamaba... Una vez que yo, sin duda, quería omitirlas, me hizo esta observación: 
«Tengo miedo de descontentar a nuestra Madre, pues insiste mucho en las fricciones, sobre todo en la espalda. Si el médico viene el domingo, preguntará por qué no se ha hecho lo que él mandó... ¿Será mejor esperar al lunes? En fin, Pobre, Pobre, haced lo que queráis; todo estará preparado mañana. Sobre todo, no habléis a este pobre Señor; obrad como os parezca y ¡acordaos de que debemos ser ricas, muy ricas las dos!...».     Este final se refiere a un chiste que una novicia le había hecho leer en un almanaque, al pie de un dibujo que representaba a un judío muy forrado de dinero, diciendo a un amigo:        
«Soy rico, muy rico. ¡Pues bien: cuando comencé los negocios, no tenía nada!  
- ¡Si, replicó el otro, pero aquél con quien los habéis hecho tenía algo!».        
Nuestra Santita replicó finamente: «Yo soy como este judío: Soy rica, muy rica. ¡Pues bien: cuando comencé los negocios, no tenía nada! ... 
Sí, pero Aquél con quien los hice tenía algo!...».  


 Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)

FORTALEZA EN EL SUFRIMIENTO FÍSICO (ÚLTIMA ENFERMEDAD DE SANTA TERESITA)

Los últimos años que Teresita pasó en la tierra fueron el eco de su vida; no se desdijo ni un solo instante de su tierno abandono en Dios, de su paciencia, de su humildad.
Su semblante tenía una expresión de paz indefinible. Se veía que su alma había llegado a donde la habían conducido los deseos de toda su vida, dirigida hacia un fin único, ahora logrado. Como Nuestro Señor antes de expirar, ella me dijo la víspera de su muerte con una grave entonación de voz:        
«Todo está bien, todo se ha cumplido, lo único que cuenta es el amor».   

     
Los sufrimientos físicos que soportó los últimos meses eran atroces, pues a la enfermedad de pecho se añadió la tuberculosis intestinal, que produjo la gangrena, mientras se formaban úlceras a causa de su extremada flaqueza: males que no podíamos en manera alguna aliviar. 

Estuve muy cerca de mi querida Hermanita durante su enfermedad, pues siendo segunda enfermera, se me confió su cuidado. Yo dormía en una celda contigua y no la dejaba más que para las horas del Oficio divino y para dispensar algunos cuidados a otras enfermas. Durante este tiempo me reemplazaba la Madre Inés de Jesús, la cual anotaba en hojas sueltas todas las palabras de nuestra Hermanita a medida que las pronunciaba. Gracias a estos documentos ciertos hemos conservado el recuerdo de los hechos, que están hoy tan vivos como el primer día.   

Después de su primera hemoptisis del Viernes Santo de 1896, Sor Teresa del Niño Jesús estuvo santamente gozosa de obtener el permiso para terminar la Cuaresma en todo su rigor, aquel día y el siguiente. 
Viéndola seguir de ese modo todos los ejercicios, yo no sospechaba lo que le había pasado. Supe después que había sufrido mucho a causa del ayuno de aquel año, pero según su costumbre no se había quejado.        
De igual modo, no reclamó alivio alguno en la extrema fatiga que experimentaba cada día en la recitación del Oficio divino, el cual coincidía precisamente con la hora en que más ardiente era la fiebre. Se guardaba bien de decirnos, en el momento oportuno, que ciertos trabajos la hacían sufrir más, por ejemplo lavar y tender la ropa.  

¡Y qué ánimo para soportar las curas dolorosas!    Aún la veo sufriendo más de quinientos botones de fuego en la espalda (yo llegué a contarlos). Mientras el médico operaba, la angelical paciente, sin dejar de hablar a nuestra Madre sobre cosas indiferentes, estaba de pie, apoyada contra una mesa. Ofrecía -me dijo luego- sus sufrimientos por las almas. y pensaba en los mártires. Después de la sesión, subía a su celda, sin esperar a que se le dirigiese una palabra de compasión; se sentaba, toda temblando, sobre el borde de su pobre jergón, y, allí, soportaba sola el efecto del penoso tratamiento.        
Llegada la noche, no teniendo permiso para ponerle un colchón, no me quedaba otro recurso que plegar en cuatro la manta y pasársela por sobre el jergón, lo que mi pobrecita Hermana aceptaba con agradecimiento, sin que se escapase de sus labios una sola palabra de crítica acerca de la manera primitiva con que se cuidaba entonces a las enfermas.  
      
Es verdad que en medio de los más agudos dolores ella mantenía una gran serenidad y alegría. Como interiormente yo me admiraba, pensando que era porque no sufría tanto como creíamos, deseaba sorprenderla en un momento de crisis. 
Poco tiempo después la vi sonreír con un aire angelical, y le pregunté la causa. Ella me dijo: «Es porque siento un dolor muy vivo en el costado: he cogido la costumbre de poner buena cara al sufrimiento». 



Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)

FELICIDAD Y RECOMPENSA CELESTIALES




Para asegurarme acerca de la felicidad inalterada del cielo, me decía y me repetía: "que Dios sabría disponer tan bien todas las cosas, que no tendríamos nada que envidiarnos los unos a los otros".        
A fin de comunicarnos esta convicción, ella se apoyaba en los hechos más menudos que ocurrían a su alrededor.        
Viéndome arreglar las flores artificiales combinándolas de manera que pudiese sacar partido aun de las más pequeñas para mejorar a las más marchitas, de tal modo, que una vez terminado el ramillete, no se reconocía en él a aquél cuyo arreglo me habían confiado, me dijo que esto le suministraba un ejemplo sorprendente de lo que haría Dios cuando nos pusiese de relieve después de haber hecho desaparecer todas nuestras miserias. 
Se verá entonces al más grande de los Santos puesto de relieve por el más pequeño, y al más pequeño se le verá muy grande por la proyección de gloria que le dará el mayor.     

El Evangelio de los obreros de la última hora, pagados lo mismo que los que habían soportado el peso de la jornada (Mateo 20, 1-16), le encantaba: 
«Mirad, nos decía: si ponemos toda nuestra confianza en Dios, haciendo los pequeños esfuerzos posibles y esperándolo todo de su misericordia, recibiremos tanto como los grandes Santos».     

Habiéndome dado una de mis amigas una muñeca, se la ofrecí a nuestra Madre el día de su santo; y mientras las demás Hermanas aportaban cosas magníficas, mi modesto regalo causó mayor placer que todo lo demás.        
A propósito de esto, nuestra querida Hermanita me dijo: «Así obrarán los Santos con nosotras: ellos son nuestros hermanos mayores, nos harán regalos y nos hallaremos ricas...       
Las Hermanas que han confeccionado cofrecitos espléndidos, objetos de valor y de paciencia me representan a los Santos que han realizado obras y dejado escritos admirables. Y sin embargo, vuestra muñequita ha llamado la atención... ¡y eso que era un juguetito que se os había dado! ¡No era obra vuestra!». 



Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)

domingo, 29 de diciembre de 2019

DESEO DE LA MUERTE


Sor Teresa tuvo siempre la intuición de que su vida sería corta, lo cual le hizo despreciar todas las cosas perecederas.        
Cuando quería comprobar si su grado de amor de Dios se mantenía siempre igual, se preguntaba si la muerte seguía teniendo para ella el mismo atractivo. 
Una jornada demasiado próspera, una viva alegría, le eran penosas, porque tendían a debilitar su deseo de la muerte. 
       
«¿Por qué me ha de causar miedo la muerte?, me dijo; nunca he obrado sino para Dios». 
Y como se le hiciese esta reflexión: «¿Moriréis, tal vez, el día de tal fiesta?...», ella respondió: 
«No tengo necesidad de un día de fiesta para morir: el día de mi muerte será para mí el más grande de todos los días de fiesta».   



Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)

SANTIDAD Y GLORIA


«Hay Santos a quienes conocemos porque están más cerca de nosotros, pero nada prueba que sean los más grandes. 
De igual modo, juzgamos a las estrellas según su distancia, pero su verdadera belleza sólo Dios la conoce. 
Algunas, que nos parecen pequeñitas, o que no vemos en modo alguno, son incomparablemente más bellas que las que llamamos «de primera magnitud».     
En la tierra no se puede saber... Muchas veces, a medida que las almas suben, pierden la estima de los que las rodean. De igual modo que un globo, elevándose en los aires, parece cada vez más pequeño, así la santidad más sublime es a veces menospreciada. 
Sabiendo esto, «¿haremos caso de la gloria que los unos reciben de los otros?» (Juan 5, 44)     
Nada nos asegura que los Santos canonizados sean los más grandes. Dios les ha puesto de relieve para su gloria y para nuestra edificación, más que para ellos mismos. 
He leído esto: el amor que los Santos se tendrán los unos a los otros en la eternidad no se medirá según su respectiva grandeza y elevación en la gloria, sino que habrá simpatías entre ellos. 
Podremos amar a almas pequeñitas con un afecto mucho más grande que a otras almas mucho más santas. Este pensamiento me ha encantado siempre.    
¿Creéis que los santos canonizados son los más amados sobre la tierra? ¡Ah!, ¿quién ama desinteresadamente en la tierra? ¿Qué santo es amado por sí mismo? Se le alaba, se escribe su vida, se le preparan fiestas magníficas, hay solemnidades religiosas. «Echemos el resto», y veamos a esas personas agitarse alrededor de una colgadura, contrariarse porque no todas las cosas salen bien, o alegrarse porque nada sale en contra de su voluntad. Se grita, se tumultúa en el ardor de los preparativos... Luego se habla del órgano, de los sermones... Y ¿el Santo? ¡Ah! Prefiero permanecer escondida a tener una media gloria. 
Sólo de Dios espero la alabanza que merezco.   Los Santos no son santos porque se les reconozca por tales, ni son más grandes
porque se haya escrito su Vida. ¿Quién sabe si no es a otro santo -desconocido- a quien debemos el bien hecho con tal obra, sea que él la haya inspirado, dirigido, o que haya dispuesto a las almas para gustarla? ¡Cuántas cosas se verán más tarde! Pienso a veces si no seré yo, tal vez, el fruto de los deseos de algún alma pequeña, a la que deberé todo lo que poseo...     
«Luego la gloria para Dios sólo; nosotros no debemos desear más que una cosa; que esa gloria se realice, y estar igualmente contentos de que se realice o por nuestro medio o por medio de los otros. ¡Qué ilusión juzgar a los Santos según lo que se piensa de ellos! ¡Cuántas santas carmelitas han tenido circulares mal escritas y, por eso, no han recibido honor alguno, mientras que otras, de virtud muy ordinaria, han parecido encantadoras porque su Madre Priora sabía manejar la pluma!     
No puedo, verdaderamente, desear una gloria que pende de un cabello: ¡es una lotería! Y si los Santos volviesen a la tierra a decirnos lo que piensan acerca de lo que de ellos se ha escrito, quedaríamos muy sorprendidos... Sin duda, confesarían que no se reconocen en el retrato que se ha trazado de su alma.»
¿De quién somos perfectamente conocidos en la tierra y de quién perfectamente amados?      Por mi parte no deseo ser amada más que en el cielo. Mi alegría consiste en pensar que allí todos me amarán, aun los que menos me amaron en este mundo... Me parece que el amor que damos a los Santos en la tierra es más para nosotros que para ellos, pues somos nosotros quienes recogemos el bien, somos nosotros quienes nos aprovechamos.    
Todo puede ser igualmente apreciado aquí abajo... En una «Vida», se alaba a un Santo porque estuvo exento de las tentaciones de la carne; en otra, se alabará al Santo porque venció esas mismas tentaciones... ¿Dónde está la gloria? ¿Qué es lo verdadero, puesto que de cualquier lado que uno se vuelva todo es digno de elogio?...     
La gloria humana es pura nada. Los artistas, por ejemplo, se la disputan entre sí. El resto del mundo, totalmente ignorante de sus obras, no se ocupa de ellos para nada. No tienen, pues, más que un reducido número de admiradores; en su locura, están contentos. Lo mismo sucede con la gloria exterior aneja a la santidad: no habrá nunca más que un reducido número de personas que la admirarán, que amarán a tal o cual santo, que leerán su «Vida».     
Todo está sujeto a la envidia. Desde la infancia aparece su germen. San Agustín cuenta la historia de dos niñitos que tenían la misma nodriza: cuando uno veía que llegaba el turno a su hermanito, lanzaba gritos de rabia y se revolvía con cólera. Sin embargo, no hubiera sido capaz de tomar una gota más de leche.     
Por mi parte, confieso que nunca he buscado la gloria. El desprecio tenía para mi corazón algún atractivo, pero reconociendo que esto era aún demasiado glorioso, me resolví apasionadamente por el olvido».     
Me dijo, no obstante, que al igual que yo, ella estaba entusiasmada por lo bello, por lo sublime, por lo perfecto, y que había probado ese cierto sentimiento de destierro, esa tristeza que se siente cuando uno se cree inferior o menos privilegiado que otros a
quienes oímos alabar.        
Le pregunté cómo había combatido esta impresión.        
«La he soportado, me contestó humildemente, y me he aplicado a amar mi inferioridad...: así, ella ha llegado a hacérseme tan dulce como todo lo demás».   



Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)

INSTRUMENTOS DE DIOS


Puesto que mi querida Teresita era mi ideal, y yo me abrasaba en el deseo de imitarla, se lo manifestaba muchas veces. 
A cada temor que yo le comunicaba ella oponía respuestas que volvían mi alma a la verdad, pues yo era inclinada a estimar lo que brilla.        
«Ya veis, le dije yo, que Dios os ama particularmente, pues os pone en primera fila y permite que seáis estimada y amada de las criaturas; ¡porque no podéis negar que cada una de nosotras, en la Comunidad, os busca y os ama!  - Eso no me añade nada, me respondió, y no soy, realmente, más de lo que Dios piensa de mí. En cuanto a amarme más porque me pone en primera fila y permite que sea su intérprete cerca de unas pocas novicias, me parece que es todo lo contrario. Dios me constituye en sierva de ellas. Para vosotras, no para mí, ha puesto Dios en mí encantos de virtud exterior.     
Me comparo muchas veces a una pequeña escudilla de leche: todos los gatitos van a beber en ella y hasta disputan, a veces, a quién le tocará más; ¡pero allá en el fondo, apartado, el Niño Jesús vigila! «Me gusta que bebáis en mi escudilla, dice, pero voy a vigilar para que no la volquéis». En efecto, él cuida de eso. Por lo demás, seria difícil quebrarla, pues está en el suelo... También las prioras están llenas de gracias para las otras, pero están sobre una mesa, hay más peligro: ¡el honor es siempre peligroso! Dios pone, a medida que lo necesitáis, leche en su pequeña escudilla, ¡y vosotras decís que es para mí más que para vosotras! ¡Pero no soy yo quien se aprovecha, sino vosotras!        
- Si, pero es señal de que pone en vos su confianza. Estáis colocada en un puesto de honor, estando en un puesto de abnegación. ¡Dios está seguro de vos!        
- ¡Ah, no sabéis lo que decís! Humanamente hablando, los más privilegiados son los que Dios se reserva para sí solo. Por ejemplo: Él tiene dos vasitos de incienso; se reserva uno para sí y hace exhalar el perfume del otro ante las criaturas: ¿cuál de los dos es más privilegiado?     
Él tiene dos graciosas cestitas: unas, las guarda en el almacén; otras, las pone en el escaparate para atraer a los que pasan. A éstas, les ata unas cintas de color rosa y azul para que parezcan más bonitas, pero esto no añade nada a su intrínseco valor de cestas, y las que están en los armarios del almacén son tan bonitas, y aún más, pues casi se necesita un milagro de su gracia para que las cestitas que él pone en el escaparate conserven su frescura. ¡Y he aquí que vos envidiáis a éstas!        - ¡Ah! No envidio eso en sí mismo, sino porque vos lo tenéis.        
- Bien. Si yo fuese favorecida con gracias extraordinarias, no podríais, no obstante, desearlas, porque sería una falta venial» 
Entonces yo asumí una expresión de tristeza y enrojecí al contestar: 
«Me costaría mucho privarme de ese deseo... Confieso que esto es una niñería. La prueba está en que si yo recibiese gracias extraordinarias y vos no las tuvieseis, desearía no tenerlas: tanta es la confianza que tengo en el camino por donde os lleva Dios.        
- Un alma, replicó ella, no es santa porque Dios la tome como instrumento. Es como si un artista cogiese tal o cual pincel. ¿Por qué coge a éste, mientras al otro lo deja a un lado? No es menos pincel que el otro, y tal vez es mejor. En todo caso, el ser empleado por el maestro no le añade nada al primero.        
- ¿Qué es, pues, lo que vale?        
- Reconocer esta verdad, no atribuirse nada, no juzgar más grande esto o aquello, referirlo todo a Dios. Del mismo modo que una llama pequeña, débil y temblorosa, puede provocar un gran incendio, así Dios se sirve de quien quiere para extender su reino. Un libro ordinario, y aun profano, puede servir para ello. No hay por qué, pues, enorgullecerse cuando somos tomados como instrumentos. Dios no tiene necesidad de nadie».   Sin embargo, yo insistía aún:        
«Las luces me vienen por vos, le decía yo por centésima vez, mientras que a vos, Dios os habla directamente.        
- Eso no es una señal de predilección hacia mí, al contrario. Nuestro Señor, como os digo, me constituye en siervecita vuestra. Él me dice tal o cual cosa expresamente para vosotras. Yo debería, antes bien, sentir mi inferioridad en esta circunstancia. Dios, en efecto, nos habla a través de los libros, a través de las cosas exteriores; se sirve muchas veces de objetos materiales; pues bien: todo eso está a nuestro servicio. De la misma manera, lo que nos viene a través de ciertos Santos es mucho más para nosotros que para su gloria propia. Dios les exalta para nosotros. También ellos son nuestros servidores. Si, en verdad: «Todo es nuestro, todo es para nosotros» 



Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)

DUEÑA DE SÍ MISMA


Sor Teresa juzgaba las cosas con verdad. No se excitaba. Estábamos seguras de hallar en ella un consejo prudente y ponderado. Nada precipitada en su conducta, tenía un dominio de sí misma muy notable. 
Nos aconsejaba que no le confiásemos nunca una pena, una tentación, mientras estuviésemos todavía agitadas. Si no teníamos la fuerza de esperar, nos escuchaba, no obstante, pero nos decía: «No contéis, ni aun a nuestra Madre, una dificultad con el fin de que cese aquello de que os quejáis; sino abriros por deber, con desasimiento de corazón. Mientras no sintáis este desasimiento, mientras haya en vosotras aunque no sea más que una chispa de pasión, es más perfecto callarse y esperar a que se tranquilice vuestra alma; de lo contrario la conversación no hará más que enconar las cosas».  

Nada la podía irritar o descomponer. Las amenazas de persecución, los cataclismos de aquí abajo hacían que sus cantos subiesen más alto. La paz y la tranquilidad se reflejaban en su rostro en todo momento y quería ver en sus novicias la misma serenidad, no permitiendo, por ejemplo, que frunciésemos el ceño, lo cual es indicio de alguna preocupación.  

Un día, en la fiesta de nuestra Madre Priora, estando Sor Teresa del Niño Jesús representando a Juana de Arco sobre la pira, poco faltó para que se quemase a causa de una imprudencia. Pero a una orden de nuestra Madre de que no se moviese del sitio, mientras se esforzaban en apagar las llamas que crepitaban a sus pies, ella permaneció tranquila en medio del peligro, ofreciendo su vida a Dios, como más tarde nos confidenció.  

TERESITA REPRESENTANDO A JUANA DE ARCO

Cuando sobrevenía algún accidente, ella reparaba los estragos con una tranquilidad perfecta. 
Poco después de mi entrada en el Carmelo me aconteció derramar todo un tintero sobre la blanca pared de nuestra celda y sobre el entarimado: acudí a ella fuera de mí: «Venid en seguida, le dije. -¡Para ayudarme, según me parecía, hubiera sido necesario volar!        
Ella, siempre dueña de sí misma, a duras penas pudo mantener su porte serio. Es verdad que mi aspecto era lastimoso, a lo que se añadía aún el gran velo de crespón que pendía de mi gorro de postulante. 
Mirándome, mientras sonreía, me dijo con dulzura:        
«No tengáis pena, en seguida vamos a reparar el desastre; vuestro velo me representa ese lago de tinta de que me habláis, pero vamos a hacer que desaparezca». 
Y cogiendo tranquilamente los utensilios necesarios, reparó, en efecto, muy pronto la desgracia, aunque sin darse prisa. Y yo, estupefacta, admiraba aquella su calma, que la impedía desconcertarse ante los contratiempos de la vida.        

Sentía pena, sin embargo, cuando le acontecía cometer una falta contra la pobreza rompiendo un objeto cualquiera.     
El mismo año de su muerte -el 2 de febrero de 1897-, siendo servidora en el refectorio, rompió uno de los cristales de la ventanilla de servicio con la esquina de la tabla de servir. Como estaba ya muy enferma, no pudo disimular con bastante prontitud su agitación, y la vi llorar.        
Después de la comida de la Comunidad, mientras la ayudaba a reunir los restos del cristal, quise consolarla, pero me dijo: 
«Había pedido a Dios tener hoy una gran pena que ofrecerle en honor de mi hermanito Teófano Vénard, de cuyo martirio es hoy el aniversario: ¡Pues bien, hela aquí! Yo no la hubiera escogido, pues es una falta contra la pobreza; pero ha sido involuntaria: se la presento a Dios como un sacrificio de agradable olor». 

  

Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)

miércoles, 25 de diciembre de 2019

NO HACERSE COMPADECER (FUERZA EN EL SUFRIMIENTO)


Un día de colada, me quejaba de estar más fatigada que las otras, pues, además del trabajo común, había realizado una labor que se ignoraba. 
Ella me contestó: 
«Quisiera veros siempre como un soldado valiente que no se queja de sus penalidades, que llama a sus heridas rasguños, que está continuamente dispuesto a aliviar a los demás y a juzgar muy graves sus más pequeños males».        
Me hizo confesar, a continuación, que yo sentía mi cansancio tanto más cuanto más las otras lo ignoraban. 
«¿Por qué no tenemos valor? ¡Porque no somos comprendidas! Sí se le dijera a una Hermana: «Estáis fatigada, id a descansar», en seguida se sentiría menos fatigada... Es portarse a lo vulgar querer que cuando nos sentimos mal los demás lo sepan. La beata Margarita María, habiendo tenido dos panadizos, juzgaba que sólo le había hecho sufrir el primero, pues el segundo, no habiendo podido quedar oculto, había sido objeto de la compasión de las Hermanas».        
«Si os compadecen, será un consuelo. Si no os compadecen, ¡alegraos de ello! En vuestro lugar yo preferiría esto último, y me complacería en ello. Todo o nada: o compasión cuando vuestro dolor lo merezca, o un gran olvido, y para que sea más grande ¡cooperad a él! ... 
Haced resaltar las penas de las otras, los títulos que tienen para ser compadecidas, consoladas más que vos...».     

Le hacía observar también que ocupaciones imprevistas me impedían aprovecharme del tiempo libre de los domingos y días de fiesta. Ella me respondió: «¿Sabéis cuáles son mis domingos y días de fiesta?... Aquéllos en los que más probada soy».   




Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)

NO PEDIR CONSUELOS (FUERZA EN EL SUFRIMIENTO)


Su mortificación interior era tan grande, que nunca pidió a Dios el menor consuelo. 
He aquí un episodio, que dio origen a la lección que ella me enseñó a este propósito:        
En los comienzos de mi vida religiosa, yo luchaba; sufría muchas derrotas, conseguía pocas victorias, y el desaliento estaba a la orden del día. 
Los consejos, tan sabios, de mi Hermanita Sor Teresa me penetraban profundamente el alma; pero cuanto más los saboreaba, tanto más sufría por no poder llevarlos a la práctica. 
Me decía a mí misma: 
«No, nunca tendré la fuerza para llegar hasta el fin; prefiero tener menos en el Paraíso, no puedo adelantar».        
Estando en esta perplejidad, me dirigí a la Santísima Virgen, suplicándole, me diese un pequeño consuelo o bien un sueño. 
Fui escuchada.  
Mientras dormía me vi en el patio, llorando mucho. Con el corazón oprimido por la angustia, levanté los ojos: una inmensidad de cielo me rodeaba. Había en él algunas nubecillas y, entre ellas, coronas entrelazadas: eran como nimbos rematados por una estrella. Había miles, cantidades innumerables, y a medida que las nubecillas se apartaban, yo descubría otras más. Me quedé jadeante, mis lágrimas se secaron, y veía que el horizonte estaba todo rojo, rojo de sangre, y aquel rojo era cada vez más subido.        Entonces comprendí que no debía trabajar para mí, sino que era necesario trabajar para complacer a Dios y salvarle almas; ganar, sí, el Paraíso, pero para los pecadores. Y puesto que una madre da a luz con dolor, era necesario que yo sufriese mucho para engendrar muchas almas.        
Como mi corazón se abriera y dilatara ante la belleza de mi misión, me desperté y, toda feliz, conté este sueño alentador a nuestra querida Maestra. 
Ella me dijo con viveza: 
«¡Ah! ¡He ahí una cosa que yo nunca hubiera hecho! ...; ¡pedir consuelos! Puesto que os queréis parecer a mi, ya sabéis que yo digo:        
¡Oh! No temáis, Señor, que yo os despierte. Yo espero en paz el Reino de los cielos».
«¡Es tan dulce servir a Dios en la noche de la prueba! ¡No tenemos más que esta vida para vivir de fe! ...».     

Durante su última enfermedad, ella misma estaba muy lejos de ser llevada por el camino de los consuelos. 
Después de una de sus comuniones, nos dijo:        «Es como si hubieran puesto a dos niños juntos, y los niños no se dijesen nada; no obstante, yo he dicho alguna palabrita a Jesús, pero él no me ha respondido: ¡sin duda dormía!».   


Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)

A PROPÓSITO DEL SUFRIMIENTO (FUERZA EN EL SUFRIMIENTO)


«Yo tenía, me dijo, una capacidad muy grande para sufrir y muy reducida para gozar: no podía soportar el gozo. 
Por eso, el gozo me quitaba enteramente el apetito, mientras que los días en que sufría mucho comía por cuatro: ¡al revés de todo el mundo!».        
Aunque deseaba el martirio, Sor Teresa no buscaba el sufrimiento por el sufrimiento; lo amaba porque era para ella un medio de probar a Jesús su amor, de la misma manera que nuestro Señor deseaba el bautismo de sangre para mostrarnos el suyo, aunque al mismo tiempo lo temía según su naturaleza humana. 
Además, cuando ella expresa a Dios su deseo de sufrir mucho por Él, siempre subordina su oración a los designios de la Providencia sobre ella. Y aun al final de su vida, esta disposición de abandono total al beneplácito divino ejerció en su alma una influencia tan predominante, que la hacía exclamar: 
«No deseo ni el sufrimiento ni la muerte, y sin embargo, los amo a los dos. Hoy por hoy, sólo me guía el abandono total; ya no sé pedir nada con ardor, excepto el cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios sobre mi alma».



Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)

TUS OBRAS NO SE VEN (FUERZA EN EL SUFRIMIENTO)

CELINA EN EL CARMELO

Celina cuenta:
He aquí un ejemplo de las «cruces» que se encuentran en la vida religiosa:        
Durante mi postulantado fui puesta en la ropería, con la encomienda de desempeñar algunos servicios en la enfermería. 
Pero desde mi entrada se me pidieron trabajos enteramente distintos de aquellos para los que «se me esperaba».        
Tuve que pintar un medallón sobre una casulla, luego una multitud de pequeños objetos que las Hermanas me traían para embellecerlos con miras a la fiesta de Santa Inés, onomástico de nuestra Madre.        
Como quien me mandaba todo esto era mi primera de oficio, lo hacía dócilmente, y, sin embargo, hubiera preferido coser.        
Pero luego, dándose cuenta esta religiosa de que el trabajo de la ropería se retrasaba, se quejó, lo cual me causó grandes penas, que yo confiaba a mi Teresa.        
La noche de Navidad hallé en mi zapato una poesía, que ella me dirigía bajo el nombre de la Santísima Virgen (yo me llamaba entonces María de la Santa Faz); he aquí un fragmento: 

No Le inquiete la labor  

que has de cumplir cada día,  
tu solo quehacer, María,  
en la vida es el amor.  
   
Puedes decir a quien diga  
«que tus obras no se ven»:  
amo mucho, y en la vida  
el amor es mi quehacer.        

Mi querida Hermanita hizo esta poesía de propia iniciativa, sin que mediase petición de parte mía. Deseaba animarme, consolarme, y lo consiguió perfectamente.   



Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)

LAS CRUCES DEL MUNDO Y LAS CRUCES DE LA VIDA RELIGIOSA (FUERZA EN EL SUFRIMIENTO)


«Se piensa comúnmente en el mundo, me dijo, que no tenemos nada que sufrir, o que, a lo sumo, se trata de sufrimientos pueriles, y se dice: «¡Enhorabuena! ¡Las cruces que se encuentran en el mundo son las únicas que Se pueden llamar cruces!»       
Es verdad que en el mundo hay cruces muy grandes y muy pesadas... Las de la vida religiosa son alfilerazos cotidianos; la lucha se desarrolla en un terreno completamente distinto. Hay que combatirse a sí mismo, hay que destruirse a sí mismo: aquí es donde se consiguen las verdaderas victorias. 
¡Cuántos hay que vienen del mundo al claustro después de haber perdido a los padres, a los hijos, cuyo ánimo varonil y fortaleza de alma causan admiración, y que luego frente a la cruz de la vida religiosa se hallan con frecuencia desanimados! 
Yo misma he comprobado aquí que las naturalezas más fuertes en apariencia son las que más fácilmente se abaten en estas cosas pequeñas: 
¡tan verdad es que la mayor de las victorias es la de vencerse a sí mismo!… 
       
- ¡Oh, sí, contesté yo, el renunciamiento en las cosas pequeñas es demasiado difícil! ¡Yo no llegaré nunca a conseguirlo! Tomo buenas resoluciones, veo claramente lo que tengo que hacer; luego, a la primera ocasión, me dejo vencer, es más fuerte que yo.        

- Os desconcertáis tan fácilmente porque no suavizáis de antemano vuestro corazón. Cuando estáis irritada contra alguien, el medio de encontrar la paz es rogar por esa persona y pedir a Dios que la recompense por haceros sufrir. Acontece, sin embargo, que a pesar de todos sus esfuerzos Dios permite algunas debilidades en ciertas almas, pues les sería muy perjudicial tener una virtud sentida, es decir, creer poseerla y que los demás se la reconociesen».
  
En cuanto a nuestra vida de clausura sin ningún apostolado activo, ella juzgaba que lo más duro para la naturaleza es trabajar sin ver nunca el fruto del propio trabajo, trabajar sin aliciente, sin distracciones de ninguna clase; que el trabajo más penoso de todos es el que se emprende sobre sí mismo, para llegar a vencerse.   



Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)

HERMOSO SUEÑO Y VERDADERO ÁNIMO (FUERZA EN EL SUFRIMIENTO)


Como nuestro Padre San Juan de la Cruz, ella vivía el lema «con arrimo y sin arrimo» Yo, que no saboreaba, al menos en la práctica, estas máximas austeras, estaba admirada de las ruinas que se amontonaban en mi alma, por la destrucción que obraba en mi «yo» la formación religiosa, y echaba de menos las impresiones vivas y ardientes sentidas en otro tiempo.       
"En el mundo, le dije, me enardecía, sentía palpitar mi corazón de celo, era emprendedora. ¡Por la gloria de Dios hubiera ido hasta el fin del mundo, no hubiera temido a las fieras; mientras que al presente todas estas impresiones vivas están apagadas, y no me siento con ánimo para nada!"      
- "Eso, me respondió, era la juventud. El verdadero ánimo no está en ese ardor de un momento que empuja a la conquista de las almas al precio de todos los peligros imaginables, los cuales no añaden sino un encanto más a ese hermoso sueño; está en quererlo con angustia del corazón y al mismo tiempo en rechazarlo, por decirlo así, como Nuestro Señor en el Huerto de los Olivos". 


Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)

TENTACIONES CONTRA LA FE (FUERZA EN EL SUFRIMIENTO)


Su conformidad perfecta a la voluntad de Dios se leía hasta en su semblante: se la veía siempre graciosa y con una amable alegría, y, cuando no se penetraba en su intimidad se hubiera podido creer que seguía un camino muy dulce, todo hecho de consuelos.     
No hablaba a nadie acerca de la gran prueba de sus tentaciones contra la fe, que volvió tan sombrío el cielo de su alma durante los dieciocho últimos meses de su vida.        
Me dijo que sólo se había confiado al Reverendo Padre Godofredo Madelaine, el cual le había aconsejado copiar el Credo y llevarlo sobre su corazón, lo que ella hizo al instante. 
Hasta lo escribió con su sangre.        
Sabía yo que ella hubiera querido confiarme todas sus penas; le parecía que este desahogo la hubiera consolado, pero temía hacerme participar de sus dudas, y prefirió soportarlas enteramente sola.        
Cuando le hacía preguntas acerca de su prueba interior, se contentaba con mirarme con sus ojos profundos, diciéndome: «¡Si supierais! ... ¡Oh, si pasaseis sólo cinco minutos por las tentaciones que sufro!».     
A veces, parecía dejar escapar su doloroso secreto, y en medio de una conversación del todo ajena a este asunto me decía con un tono de voz angustiado: «¿Pero, hay un cielo?... Habladme del cielo...». Yo trataba entonces de decirle toda clase de cosas hermosas sobre el cielo y sobre Dios; hubiera querido desahogarme con ella, pero, ¡ay!, mis palabras no hallaban eco.         veces me veía interrumpida por un «¡Ah!» desolado; pero casi siempre era necesario cambiar de conversación, pues mis propósitos parecían aumentar su tormento. 
Sufría mucho viéndola en esta prueba.        
Mi querida Teresita, ante mis esfuerzos impotentes, me decía que pidiese por ella; luego ya nada se traslucía al exterior. Triunfaba de sus tentaciones haciendo frecuentes actos de fe y componiendo sus poesías, que eran el eco de un alma abrasada de amor.  


Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)

 

INSTRUMENTOS DE PENITENCIA


Antes de su entrada en el Carmelo, Teresa se desvió deliberadamente de esta forma de mortificación. Ya religiosa, fue muy fiel a las ordenaciones de la Regla, y, en cuanto se le permitió, llevó los instrumentos de penitencia supererogatoria usados en el monasterio. 
Por mi parte, habiendo experimentado que cuando se lleva esta clase de objetos se evitan instintivamente muchos movimientos dolorosos, y que para la disciplina se atiesa una de suerte que se sufra menos, le revelé a mi virtuosa Hermanita mi experiencia, y ella exclamó:        
«¡Ah! ¡A mí no me pasa eso! Juzgo que no vale la pena hacer las cosas a medias. Yo tomo la disciplina para hacerme daño, y deseo hacerme lo más posible». 
Me confesó que, a veces, le venían las lágrimas a los ojos, pero que se esforzaba por sonreír, a fin de no manifestar en su rostro la huella de los sentimientos de su corazón, gozosa de sufrir en unión con su Amado, para salvarle almas.        
Sin embargo, había ella notado que las religiosas más inclinadas a las austeridades sangrientas no eran las más perfectas, y que aun el amor propio parecía encontrar un alimento en las penitencias corporales excesivas. Esto contribuyó no poco a mostrarle el peligro que en ellas había.      Nos decía que todas las penitencias corporales no eran nada comparadas con la caridad.  
Durante su noviciado -lo supe en los últimos meses de su vida- una de nuestras Hermanas, habiendo querido hacerle el favor de sujetarle el escapulario por la espalda, le atravesó por descuido la epidermis con su gran alfiler, sufrimiento que ella soportó durante varias horas con alegría.


Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)

AMPLITUD DE MIRAS EN LA MORTIFICACIÓN



Por el contrario, tuve ocasión de experimentar su amplitud de miras para no impedir a una postulante una distracción que podía causarle provecho. 
Cuando yo entré, me hizo observar que desde la ventana de nuestra celda se divisaba, a lo lejos, entre dos casas, la vía del ferrocarril, y me dijo: «Estaréis contenta de ver pasar el tren... ».  
No me hizo ninguna alusión a la mortificación que habría consistido en privarme de este inocente placer. ¡Pero Dios tuvo a bien imponérmela, pues la construcción de un nuevo edificio me ocultó, casi en seguida, la vía del ferrocarril!        

Sor Teresa no buscaba para mortificarse cosas extraordinarias, ni era de un rigorismo absoluto respecto a las satisfacciones permitidas. 
En esto, como en todo lo demás, procedía con sencillez y no rehusaba bendecir a Dios en sus obras. Así, gustaba de tocar los frutos, el melocotón en particular admirando su piel velluda; igualmente, de distinguir, unos de otros, los perfumes de las flores. Pero si hubiese sentido un placer natural, aun en estas cosas inocentes, ella se hubiera privado en seguida, lo cual hacía fielmente, puesto que en el momento de morir no tenía que reprocharse en su vida sino el haberse permitido, una vez y por un instante, el placer de respirar un frasco de agua de Colonia que le habían dado en un viaje.     


Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
  

SACRIFICIOS (RENUNCIAMIENTO)

Mi querida Hermanita me confió que a fin de excitar a la virtud a su compañera de noviciado, una Hermana conversa, a quien trataba de dirigir, fingió tener ella misma necesidad de toda una dirección cotidiana de los actos para adelantar en la perfección.  Cada día le ofrecían al Niño Jesús un don especial: a veces flores o frutos, a veces vestidos, o bien le hacían oír conciertos melodiosos con instrumentos de música que variaban sin cesar. Método que iba muy en contra de sus gustos de gran sencillez, pero al que se dedicaba con tanta gracia, que su compañera podía quedar persuadida de que esos estimulantes le eran necesarios a Sor Teresa.  
 


Al principio mismo de mi vida religiosa, pasando en el jardín junto a una parra, le ofrecí algunos pequeños «pámpanos», que tanto gustábamos de chupar cuando éramos pequeñas. Pero los rehusó, diciendo que en el Carmelo estaba prohibida esta satisfacción que tantos recuerdos infantiles despertaba en ella. Insistí aquella vez -era un día de fiesta-, esperando que aceptaría en aquella ocasión lo que se le ofrecía. Todo fue inútil: «He prometido al Niño Jesús, me dijo, no gustar de los «pámpanos» de la parra sino en su Reino»   



Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)



EJEMPLOS DE RENUNCIAS DE SANTA TERESITA

Los escribo, o porque yo misma fui testigo de ellos, o porque ella me los confidenció para exhortarme al sacrificio (Celina)


Nuestra Madre había leído en recreación un día que ella estaba ausente una carta en que se hacía referencia a Sor Teresa del Niño Jesús. Me pidió que se la enseñase. Yo se la pasé con permiso.        Algunos días después tuve necesidad de la carta. Me la devolvió; y como yo le preguntase si le había interesado, se vió obligada a confesarme que no la había leído. Se la remití de nuevo para que la leyese, pero fue inútil, no la abrió. 
Así mortificaba ella en todas las cosas sus más inocentes deseos, y en esta ocasión quiso castigarse particularmente por habérmela pedido.        
***

No se informaba nunca de las noticias. Si veía un grupo de Hermanas a las que la Madre Priora parecía contar alguna nueva, se guardaba mucho de ir a su lado.  

***

A mi entrada en el Carmelo, el 14 de septiembre de 1894, Sor Teresa del Niño Jesús se alegró viendo realizado su más entrañable deseo, pues iba a poder ella misma instruirme y guiarme en su «Caminito». Sin embargo, cuando franqueé la puerta de la clausura, su primer acto fue un renunciamiento. Después de haberme abrazado como las demás religiosas, se marchaba ya, cuando nuestra Madre Inés de Jesús le hizo señas para que fuese a esperarme a la celda que se me había destinado. Ella tenía derecho
como «ángel» y ayudante de la Maestra de novicias, pero no hubiera ido sin aquella indicación.  


***

Del mismo modo, a la entrada en el Carmelo de Sor María de la Eucaristía (prima de Teresita), en el momento de ir la Comunidad a buscarla a la puerta conventual, Sor Teresa del Niño Jesús, formando grupo con las más jóvenes se mantuvo en lugar separado. Una Hermana le dijo: «Adelantaos: veréis a vuestra familia mientras la puerta está abierta», pero ella no se movió.        

***

Se ha de advertir que por estar los locutorios en construcción, no habíamos visto a nuestros parientes desde hacía un año. Como yo le hiciese más tarde el reproche de haber sido la única en faltar a la cita, me dijo que se había privado para mortificarse, añadiendo que este sacrificio le había costado mucho.  

***

Algunas veces sentía ella verdadero deseo de echar una mirada al reloj del coro, durante la oración o en otras circunstancias. Se privaba siempre, y esperaba pacientemente a que sonase la hora: «Tengo prisa, es verdad, pero no adelanto nada con saber si faltan todavía cinco o diez minutos».  

***

Soportaba con una paciencia de ángel y por espíritu de mortificación los excesivos cuidados que le prodigaba su primera de oficio en el Torno. Era una buena anciana, muy lenta y muy maniática, que le cuidaba sus manos llenas de sabañones y de grietas durante el invierno. Esta Hermana le envolvía los dedos uno por uno en una multitud de pequeñas vendas. Un día ya no quedaba libre más que la última falange del dedo meñique, ¡pero no tardó en ser amortajada como las otras! ¡Y, ante mi estupefacción, Sor Teresa reía!  

***

Durante su enfermedad, nos trajeron una caja de almendras de bautismo muy lindamente pintada. La ponderaron delante de ella, pusieron la caja sobre la mesa, no lejos de su lecho, olvidando enseñársela: ella se abstuvo de pedirla.  



Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)


martes, 24 de diciembre de 2019

HACER SU PROPIA VOLUNTAD NO HACIÉNDOLA (RENUNCIAMIENTO)

Algunos meses después de mi entrada en el Carmelo, hallando la vida religiosa un poco dura para la naturaleza, fui animada por Sor Teresa del Niño Jesús:        

«Os quejáis de no hacer vuestra propia voluntad, me dijo, esto no es justo. Admito que no la hacéis en los detalles de cada jornada, pero ¿la vida en sí, no es la que habéis escogido? Luego hacéis vuestra voluntad no haciéndola, pues sabíais muy bien lo que abrazábais viniendo al Carmelo.       
Os confieso que yo no me quedaría aquí ni un minuto a la fuerza. Si se me forzase a vivir esta vida, no podría vivirla; pero soy yo quien la quiere... Quiero todo aquello que me contraría. Sí, soy yo quien quiere todo lo que es contra mi voluntad, pues dije muy alto el día de mi Profesión: «que quería ser carmelita de grado y de libre voluntad» 

En el mes de marzo de 1895, estando en el jardín con las novicias, descubrí una campanilla blanca. Me eché a cogerla, pero Sor Teresa del Niño Jesús me retuvo diciéndome: «Eso no está permitido». El pensar que ya no podría ni coger una flor me pareció tan duro que las lágrimas brillaron en mis ojos. Era un domingo. Al volver a nuestra celda, quise consolarme componiendo un cántico que expresase todo lo que había yo abandonado por hallar a Jesús, pero sólo me salió este final:  «La flor que cojo, ¡oh, Rey mío!, Eres «Tú»  

CELINA LE PIDIÓ A TERESITA QUE HICIESE UNA POESÍA DONDE
CONTARA LO QUE ELLA HABÍA HECHO POR JESÚS, 
PERO TERESITA HIZO UNA POESÍA DONDE CONTABA
LO QUE HABÍA HECHO JESÚS POR CELINA.
     
Teresa, a quien fui a confiar mi pena, no dijo nada, pero algunos días después me trajo una poesía titulada: «El cántico de Celina», que fue publicado más tarde con el titulo de «Lo que yo amaba».        
En cada línea brilla, junto con su esperanza, su desprendimiento de las cosas de este mundo.  



NOTA:
Esta poesía está en este blog, en la pestaña poesías, en el título "El cántico de Celina"

Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)