Nuestra Madre había leído en recreación un día que ella estaba ausente una carta en que se hacía referencia a Sor Teresa del Niño Jesús. Me pidió que se la enseñase. Yo se la pasé con permiso. Algunos días después tuve necesidad de la carta. Me la devolvió; y como yo le preguntase si le había interesado, se vió obligada a confesarme que no la había leído. Se la remití de nuevo para que la leyese, pero fue inútil, no la abrió.
Así mortificaba ella en todas las cosas sus más inocentes deseos, y en esta ocasión quiso castigarse particularmente por habérmela pedido.
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No se informaba nunca de las noticias. Si veía un grupo de Hermanas a las que la Madre Priora parecía contar alguna nueva, se guardaba mucho de ir a su lado.
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A mi entrada en el Carmelo, el 14 de septiembre de 1894, Sor Teresa del Niño Jesús se alegró viendo realizado su más entrañable deseo, pues iba a poder ella misma instruirme y guiarme en su «Caminito». Sin embargo, cuando franqueé la puerta de la clausura, su primer acto fue un renunciamiento. Después de haberme abrazado como las demás religiosas, se marchaba ya, cuando nuestra Madre Inés de Jesús le hizo señas para que fuese a esperarme a la celda que se me había destinado. Ella tenía derecho
como «ángel» y ayudante de la Maestra de novicias, pero no hubiera ido sin aquella indicación.
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Del mismo modo, a la entrada en el Carmelo de Sor María de la Eucaristía (prima de Teresita), en el momento de ir la Comunidad a buscarla a la puerta conventual, Sor Teresa del Niño Jesús, formando grupo con las más jóvenes se mantuvo en lugar separado. Una Hermana le dijo: «Adelantaos: veréis a vuestra familia mientras la puerta está abierta», pero ella no se movió.
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Se ha de advertir que por estar los locutorios en construcción, no habíamos visto a nuestros parientes desde hacía un año. Como yo le hiciese más tarde el reproche de haber sido la única en faltar a la cita, me dijo que se había privado para mortificarse, añadiendo que este sacrificio le había costado mucho.
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Algunas veces sentía ella verdadero deseo de echar una mirada al reloj del coro, durante la oración o en otras circunstancias. Se privaba siempre, y esperaba pacientemente a que sonase la hora: «Tengo prisa, es verdad, pero no adelanto nada con saber si faltan todavía cinco o diez minutos».
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Soportaba con una paciencia de ángel y por espíritu de mortificación los excesivos cuidados que le prodigaba su primera de oficio en el Torno. Era una buena anciana, muy lenta y muy maniática, que le cuidaba sus manos llenas de sabañones y de grietas durante el invierno. Esta Hermana le envolvía los dedos uno por uno en una multitud de pequeñas vendas. Un día ya no quedaba libre más que la última falange del dedo meñique, ¡pero no tardó en ser amortajada como las otras! ¡Y, ante mi estupefacción, Sor Teresa reía!
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Durante su enfermedad, nos trajeron una caja de almendras de bautismo muy lindamente pintada. La ponderaron delante de ella, pusieron la caja sobre la mesa, no lejos de su lecho, olvidando enseñársela: ella se abstuvo de pedirla.
Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
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