lunes, 23 de diciembre de 2019

CUIDADO DE LAS ENFERMAS, PACIENCIA Y GRATITUD


En la enfermería, donde yo estaba empleada desde mi entrada en el Carmelo, no había ninguna enferma grave, sino religiosas de salud deficiente. Entre ellas se hallaba una afectada de anemia cerebral crónica y atacada de manías que hacían el oficio de enfermera un perpetuo ejercicio de paciencia. 

Esta enferma tenía por principio «que se había de probar adrede a las novicias». Por consiguiente, sucedía que, hallándome en el otro extremo del monasterio, era llamada para oírme decir: «Hermanita mía, distingo vuestro paso del de vuestra compañera». 

Un día, no pudiendo más, me fui a Sor Teresa, toda desecha en lágrimas; ella me recibió con ternura, me consoló, me animó. La veo aún, sentada junto a mí, sobre un baúl, estrechándome entre sus brazos.  

Entretanto, me era necesario volver constantemente sobre mi campo de batalla, y muchas veces daba un gran rodeo para no pasar bajo las ventanas de la enfermería, pues la Madre, viendo que me aproximaba, me hacía una seña para que le prestase algún servicio superfluo. Algunas veces pasaba rápidamente, agachando la cabeza para no ser vista por ella sintiendo en el corazón una cierta amargura.        

Sor Teresa, que conocía la situación y en el fondo me disculpaba de todo corazón, me dijo en una de estas circunstancias:        «Sería necesario pasar expresamente por delante de la enfermería, a fin de que se os moleste, y cuando vayáis cargada y no os podáis detener, responder con amabilidad, prometiendo volver, mostrando un semblante contento, como si se os hiciese un favor.  
La campana de la enfermería debería ser para vos una melodía celestial. Lo mejor para vos es que os llamen; deberíais desearlo. ¡Oh!, mirad: pensar bellas y santas cosas, escribir libros, escribir biografías de santos no vale tanto como un acto de amor de Dios ni como la acción de contestar cuando la campana de la enfermería toca y eso os molesta. Cuando se os pide un favor, o que dispenséis un servicio a las enfermas que no son agradables, tenéis que consideraros como una pequeña esclava a la que todo el mundo tiene derecho a mandar y que ni piensa en quejarse, pues es esclava.

        
- Sí, pero a veces, ya lo sabéis, se me molesta por nada; entonces me hierve la sangre.        
- Comprendo muy bien que eso os cueste; pero ¡si vierais cómo los Ángeles, que os miran en la palestra, esperan el final del combate para arrojaros coronas y flores, como en otro tiempo se las arrojaban a los caballeros! ¡Puesto que queremos ser pequeñas mártires, en nosotras está el ganarnos las palmas! Y no creáis que estos combates carezcan de valor: «El hombre paciente vale más que el hombre fuerte, y el que doma su alma, más que el que conquista ciudades» (Proverbios 16, 32) 
  
«En cuanto a mí, si hubiese de vivir todavía, el oficio de enfermera sería el que más me gustaría. No quisiera solicitarlo, temiendo que eso fuera presunción, pero si me lo diesen, me creería muy privilegiada. ¡Oh, sí, me sentiría muy feliz, si me hubiesen pedido esto! Tal vez la naturaleza lo hubiera hallado costoso; pero me parece que habría obrado con mucho amor, pensando en las palabras de Nuestro Señor: «Estaba enfermo y me aliviasteis» (Mateo, 25, 36)        

Me recomendaba mucho que cuidase a las enfermas con amor, que no hiciese este trabajo como uno de tantos, sino con tanto cuidado y delicadeza como si prestase este servicio al mismo Dios.        
No obstante, después de una jornada de labor se me hacía muy duro tener que ir por la noche, durante la hora del descanso o después de Maitines, a llevar algún alivio a las Hermanas fatigadas. Me quejaba, y ella me dijo:        
«Ahora sois vos quien lleva tacitas a diestro y siniestro; pero un día, en el cielo, será Jesús «quien irá y vendrá para serviros a vos» (Lucas, 12, 37),  

Prudencia humana
«Vos decís: quiero ser buena con las que son buenas, dulce con las que son dulces; y cuando alguna os contradice, salís fuera de vos. Obráis en esto como los paganos de los que habla el Evangelio. Por el contrario: Haced bien a los que os odian, orad por los que os persiguen (Mateo 5, 44; Lucas 6, 27), Ser buenos con los que nos favorecen es prudencia humana: no queda nada para Dios». 



Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)

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