REFECTORIO DE UN CARMELO |
Aprovechaba todas las pequeñas ocasiones de mortificación que no pueden dañar a la salud, y se las imponía siempre y en todo tiempo.
Se trata de prácticas bien pequeñas, sin duda, pero Dios muestra lo mismo su potencia en la creación de las cosas infinitamente pequeñas, y parece que Teresa ha manifestado su fuerza precisamente en la multiplicidad de actos microscópicos, si es lícito expresarse así.
Mi querida Hermanita me confió haber sentido, desde su más tierna infancia, una repugnancia instintiva por las comidas. No podía comprender que las gentes se invitasen para eso, que éste fuese el fin de algunas reuniones.
«Tan pronto como se desea gozar de la presencia de alguno, decía ella, se le invita a comer. ¡Qué extraño! Debería sentirse vergüenza en comer, y esconderse. ¡Ah! Si Nuestro Señor y la Santísima Virgen no hubieran comido, no me hubiera podido nunca consolar de tener que hacerlo!».
Al final de su vida, cuando estaba tan enferma, tuvo caprichos en cuanto al alimento. Por eso, me dijo con un poco de tristeza:
«¡Esto me humilla mucho! Pero lo deseo, pues es voluntad de Dios que pase por esta debilidad».
Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
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