Mi santa Hermanita conservó hasta el fin de su vida maneras infantiles y encantadoras, que hacían muy agradable su compañía.
Todas querían verla y oírla. Hasta parecía que su amable jovialidad crecía con el sufrimiento; de este modo, reveló su extraordinaria fuerza de ánimo y su exquisita caridad hacia nosotras, queriendo distraernos -a pesar nuestro- de nuestra pena.
Se gozaba, pues, en multiplicar las pequeñas diversiones, permitiéndose el uso de sobrenombres que evocaban recuerdos de nuestra infancia para divertirme y, alguna vez, para envolver en una forma graciosa un consejo.
Por eso no vacilo en revelar estas graciosas frases familiares, que la muestran tan sencilla en las horas más dolorosas de su vida.
Las agrupo por no haber conservado las fechas precisas.
Entre las historietas que más nos divirtieron en nuestra infancia, había un cuento en el que figuraban una jovencita, la señorita Lilí, y su hermanito, el señor Totó.
Como yo era la mayor, se me había dado el papel de Lilí, y Teresa había heredado el de Totó. Por eso, repetidas veces y para calmarme, ella hizo alusión a esta historieta en la intimidad, aun en el Carmelo.
Así, cuando por estar fatigada temía no oír la llamada para despertarse, me recomendaba: «¿Queréis mirar mañana por la mañana si el señor Totó ha oído la matraca.?».
O también:
«No os olvidéis de despertar mañana al señor Totó, pobre señorita Lilí, humillada por todo el mundo pero amada de Jesús y del señor Totó».
Le daba fricciones por orden del médico; esto era para ella un martirio. Se lo confió más tarde a la Madre Inés, pero a mi me las reclamaba... Una vez que yo, sin duda, quería omitirlas, me hizo esta observación:
«Tengo miedo de descontentar a nuestra Madre, pues insiste mucho en las fricciones, sobre todo en la espalda. Si el médico viene el domingo, preguntará por qué no se ha hecho lo que él mandó... ¿Será mejor esperar al lunes? En fin, Pobre, Pobre, haced lo que queráis; todo estará preparado mañana. Sobre todo, no habléis a este pobre Señor; obrad como os parezca y ¡acordaos de que debemos ser ricas, muy ricas las dos!...». Este final se refiere a un chiste que una novicia le había hecho leer en un almanaque, al pie de un dibujo que representaba a un judío muy forrado de dinero, diciendo a un amigo:
«Soy rico, muy rico. ¡Pues bien: cuando comencé los negocios, no tenía nada!
- ¡Si, replicó el otro, pero aquél con quien los habéis hecho tenía algo!».
Nuestra Santita replicó finamente: «Yo soy como este judío: Soy rica, muy rica. ¡Pues bien: cuando comencé los negocios, no tenía nada! ...
Sí, pero Aquél con quien los hice tenía algo!...».
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