Como recuerdo de mi Profesión, mi querida Hermanita me pintó un escudo de armas que yo había compuesto con la divisa: «Quien pierde gana». Ella me explicaba que en la tierra era necesario perderlo todo, dejarse despojar de todo para llegar a la pobreza de espíritu.
Prefería que las otras recibiesen gracias interiores antes que recibirlas ella misma; y yo vi cómo habiendo encontrado un libro que le hacía mucho provecho, se lo pasaba, sin acabarlo, a las Hermanas, y no lograba nunca terminar la lectura.
Si Dios le concedía luces, nos las comunicaba en cuanto le era posible... Pero hubo a veces luces de éstas, vivas y penetrantes, que no hicieron sino mostrársele, sin dejar en ella recuerdo alguno: «Al punto quería recobrarlas, me dijo, pero era imposible; entonces, en lugar de fatigarme en buscar lo que había producido aquella alegría en mi alma, me contentaba con gozar del bálsamo que me había dejado, sin saber cómo había venido, y me sentía dichosa con esta pobreza. Como los niñitos que no tienen nada propio y dependen absolutamente de sus padres, ella deseaba que se viviese al día, sin hacer provisiones espirituales.
«Si Dios quiere pensamientos bellos y sentimientos sublimes, tiene a sus ángeles... Hasta podría crear almas tan perfectas que no tuviesen ninguna de las debilidades de nuestra naturaleza. Mas no: él cifra sus complacencias en las pobrecitas criaturas débiles y miserables. ... ¡Sin duda que esto le gusta más!».
Sor Teresa traía a la memoria las palabras y los pasajes de los Libros Santos para alimentar su piedad.
Yo le dije: «¡Eso es lo que yo querría hacer, pero no tengo bastante memoria!».
- ¡Ah! ¿De modo que queréis poseer riquezas, tener posesiones? Apoyarse en eso es apoyarse en un hierro ardiente: queda siempre una pequeña marca. Es necesario no apoyarse en nada, ni siquiera en lo que puede ayudar a la piedad. La nada, en verdad, consiste en no tener ni deseo ni esperanza de alegría. ¡Qué dichoso es uno entonces! ¿Dónde se hallará alguien que esté perfectamente exento de la vergonzosa búsqueda de sí mismo?, dice la Imitación de Cristo: Habrá de buscársele muy lejos y en los últimos confines de la tierra.
Muy lejos, es decir, muy bajo... Muy bajo en su propia estimación, muy bajo por su humildad; muy bajo, es decir, alguien que sea enteramente pequeño...».
Muy lejos, es decir, muy bajo... Muy bajo en su propia estimación, muy bajo por su humildad; muy bajo, es decir, alguien que sea enteramente pequeño...».
«Todo el mundo busca los pronósticos» Ella me decía:
«Os entregáis demasiado a lo que hacéis, como si cada cosa fuese vuestro último fin, y estáis constantemente deseando haberlo logrado, os sorprendéis de caer. ¡Es necesario contar siempre con caer! Os preocupáis del futuro como si fueseis vos quien debe disponerlo; así, comprendo vuestra ansiedad. Os estáis diciendo continuamente: ¡Oh Dios mío!, ¿qué saldrá de mis manos? Todo el mundo busca de esta manera los pronósticos, es lo corriente; quienes no los buscan son únicamente los pobres de espíritu».
Yo manifestaba el deseo de que las criaturas tomasen en cuenta mis esfuerzos y notasen mis progresos.
«Obrar así, replicó vivamente Sor Teresa, es imitar a la gallina, que tan pronto como ha puesto, se lo advierte a todos los que pasan. Vos queréis, como ella, que luego que habéis obrado bien, o que vuestra intención ha sido irreprochable, todo el mundo lo sepa y os estime...»
Gran vanidad es querer ser apreciada de veinte personas que viven con nosotras, y de las cuales cada una se ocupa, en su pequeño centro, de sus respectivas intenciones, de su salud, de su familia, de sus progresos espirituales o de sus intereses personales, que dejan escapar palabras más o menos felices! Pero al leer las semblanzas de los santos, pienso que también ellos estuvieron sujetos a muchas debilidades, que de su boca salieron en algunos casos expresiones enteramente humanas, a veces vulgares. Entonces pienso que no quiero ser amada ni estimada más que en el cielo.. , pues solamente allí será todo perfecto».
Al contrario de mi querida hermanita, que no tenía más que un deseo, el de que nadie se percatase de sus sacrificios, yo, siempre seducida por la vanagloria, me esforzaba en atraer la atención sobre lo que hacía.
Ella me decía entonces:
«¡Os empeñáis en hacer que vuestras obras rindan! Hay muchos que se dedican a eso. Yo, por mi parte, me guardo mucho de hacerlo; tendría miedo de no ganar bastante. Por el contrario, escondo cuanto me es posible lo que hago y lo pongo en el banco de Dios, sin preocuparme de si rinde o no».
Ella me decía entonces:
«¡Os empeñáis en hacer que vuestras obras rindan! Hay muchos que se dedican a eso. Yo, por mi parte, me guardo mucho de hacerlo; tendría miedo de no ganar bastante. Por el contrario, escondo cuanto me es posible lo que hago y lo pongo en el banco de Dios, sin preocuparme de si rinde o no».
Mantas gastadas e interés personal
Un día que apaleábamos unas mantas, se me ocurrió decir de mal talante que tuvieran más cuidado, pues estaban muy deterioradas. Sor Teresa del Niño Jesús me hizo entonces esta observación:
«¿Qué haríais si no estuvieseis vos encargada de remendar esas mantas? ¡Obraríais con desinterés de espíritu! Si entonces advirtieseis que fácilmente se pueden desgarrar, obraríais sin apego. Por lo tanto, cuidad de que en ninguna de vuestras acciones se deslice ni la más ligera sombra de interés personal».
«Hasta la edad de catorce años, me confidenció ella, practiqué la virtud sin sentir su dulzura; no recogía los frutos: era mi alma como un árbol cuyas flores caen a medida que se abren. Haced a Dios el sacrificio de no coger los frutos, es decir, de sentir durante toda vuestra vida repugnancia en sufrir, en ser humillada, en ver todas las flores de vuestros deseos y de vuestra buena voluntad caer en tierra sin producir nada. En un abrir y cerrar de. ojos, al momento de morir, él hará madurar hermosos frutos en el árbol de vuestra alma».
Dios tuvo a bien demostrarme cuánta razón tenía mi Teresa, pues leí en el Eclesiástico este pasaje, que le comuniqué y la encantó: «Había un hombre falto de fuerza y muy necesitado, y Dios le miró con ojos benignos, le alzó de su abatimiento y le hizo levantar la cabeza; muchos se maravillaron, y glorificaron a Dios. Abandónate en Dios y sé fiel, pues le es fácil al Señor enriquecer de un golpe al pobre. Su bendición se apresura a recompensar al justo y hace fructificar sus: progresos en un breve instante»
Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
No hay comentarios:
Publicar un comentario