miércoles, 25 de abril de 2018

FIESTAS Y DOMINGOS EN FAMILA (EN LOS BUISSONNETS, 1877 - 1881) MANUSCRITO A


¡Las fiestas...! ¡Cuántos recuerdos me trae esta palabra...! ¡Cómo me gustaban las fiestas...! Tú, Madre querida, sabías explicarme tan bien todos los misterios que en cada una de ellas se encerraban, que eran para mí auténticos días de cielo.

Me gustaban, sobre todo, las procesiones del Santísimo.
¡Qué alegría arrojar flores al paso del Señor...! Pero en vez de dejarlas caer, yo las lanzaba lo más alto que podía, y cuando veía que mis hojas deshojadas tocaban la sagrada custodia, mi felicidad llegaba al colmo...

¡Las fiestas! Si bien las grandes eran raras, cada semana traía una muy entrañable para mí.: «el domingo». ¡Qué día el domingo...! Era la fiesta de Dios, la fiesta del descanso.

Empezaba por quedarme en la cama más tiempo que los otros días; además, mamá Paulina mimaba a su hijita llevándole el chocolate a la cama, y después la vestía como a una reinecita... 

La madrina venía a peinar los rizos de su ahijada, que no siempre era buena cuando le alisaban el pelo, pero luego se iba muy contenta a coger la mano de su rey, que ese día la besaba con mayor ternura aún que de ordinario. 

Después toda la familia iba a misa. Durante todo el camino, y también en la iglesia, la reinecita de papá le daba la mano. Su sitio estaba junto al de él, y cuando teníamos que sentarnos para el sermón, había que encontrar también dos sillas, una junto a otra. Esto no resultaba muy difícil, pues todo el mundo parecía encontrar tan entrañable el ver a un anciano tan venerable (en 1880 el señor Martin tenía cincuenta y siete años)con una hija tan pequeña, que la gente se apresuraba a cedernos el asiento.


Mi tío, que ocupaba los bancos de los mayordomos, gozaba al vernos llegar y decía que yo era su rayito de sol...

No me preocupaba lo más mínimo que me mirasen. Escuchaba con mucha atención los sermones, aunque no entendía casi nada. El primero que entendí, y que me impresionó profundamente, fue uno sobre la pasión, predicado por el Sr. Ducellier, y después entendí ya todos los demás.


Cuando el predicador hablaba de santa Teresa, papá se inclinaba y me decía muy bajito: «Escucha bien, reinecita, que está hablando de tu santa patrona». Y yo escuchaba bien, pero miraba más a papa que al predicador. ¡Me decía tantas cosas su hermoso rostro...! A veces sus ojos se llenaban de lágrimas que trataba en vano de contener. Tanto le gustaba a su alma abismarse en las verdades eternas, que parecía no pertenecer ya a esta tierra... Sin embargo, su carrera estaba aún muy lejos de terminar: tenían que pasar todavía largos años antes de que el hermoso cielo se abriera ante sus ojos extasiados y de que el Señor enjugara las lágrimas de su servidor fiel y cumplidor...

Pero vuelvo a mi jornada del domingo. Aquella alegre jornada, que pasaba con tanta rapidez, tenía también su fuerte tinte de melancolía.


Recuerdo que mi felicidad era total hasta Completas (en aquella época se rezaban inmediatamente después de Vísperas, al principio de la tarde).





Durante esta Hora del Oficio, me ponía 
a pensar que el día de descanso se iba a terminar, que al día siguiente había que volver a empezar la vida normal, a trabajar, a estudiar las lecciones, y mi corazón sentía el peso del destierro de la tierra... y suspiraba por el descanso eterno del cielo, por el domingo sin ocaso de la patria...

Hasta los paseos que dábamos antes de volver a los Buissonnets dejaban en mi alma un sentimiento de tristeza. En ellos la familia ya no estaba completa, pues papá, por dar gusto a mi tío, le dejaba a María o a Paulina la tarde de los domingos.

Sólo me sentía realmente contenta cuando me quedaba yo también. Prefería eso a que me invitasen a mí sola, pues así se fijaban menos en mí. 

Mi mayor placer era oír hablar a mi tío, pero no me gustaba que me hiciese preguntas, y sentía mucho miedo cuando me ponía sobre una de sus rodillas y cantaba con voz de trueno la canción de Barba Azul...
  




Cuando papá venía a buscarnos, me ponía muy contenta. Al volver a casa, iba mirando las estrellas, que titilaban dulcemente, y esa visión me fascinaba... Había, sobre todo, un grupo de perlas de oro en las que me fijaba muy gozosa, pues me parecía que tenían forma de T (poco más o menos esta forma ). Se lo enseñaba a papá, diciéndole que mi nombre estaba escrito en el cielo, y luego, no queriendo ver ya cosa alguna de esta tierra miserable, le pedía que me guiase él. Y entonces, sin mirar dónde ponía los pies, levantaba bien alta la cabeza y caminaba sin dejar de contemplar el cielo estrellado... 

¿Y qué decir de las veladas de invierno, sobre todo de las de los domingos? ¡Cómo me gustaba sentarme con Celina, después de la partida de damas, en el regazo de papá...! Con su hermosa voz, cantaba tonadas que llenaban el alma de pensamientos profundos..., o bien, meciéndonos dulcemente, recitaba poesías impregnadas de verdades eternas. 

Luego subíamos para rezar las oraciones en común, y la reinecita se ponía solita junto a su rey, y no tenía más que mirarlo para saber cómo rezan los santos...  



Santa Teresita con sus padres, Celia Guerin y Luis Martín

Finalmente, íbamos todas, por orden de edad, a dar las buenas noches a papá y a recibir un beso. La reina iba, naturalmente, la última, y el rey, para besarla, la cogía por los codos, y ella exclamaba bien alto: «Buenas noches, papá, hasta mañana, que duermas bien». Y todas las noches se repetía la escena...


Después mi mamaíta me cogía en brazos y me llevaba hasta la cama de Celina, y yo entonces le decía: «Paulina, ¿he sido hoy bien buenecita...? ¿Vendrán los angelitos a volar a mi alrededor ?» La respuesta era siempre sí, pues de otro modo me hubiera pasado toda la noche llorando...


Después de besarme, al igual que mi querida madrina, Paulina volvía a bajar y la pobre Teresita se quedaba completamente sola en la oscuridad. Y por más que intentaba imaginarse a los angelitos volando a su alrededor, no tardaba en apoderarse de ella el terror; las tinieblas le daban miedo, pues desde su cama no alcanzaba a ver las estrellas que titilaban dulcemente...

Considero una auténtica gracia el que tú, Madre querida, me hayas acostumbrado a superar mis miedos. A veces me mandabas sola, por la noche, a buscar un objeto cualquiera en alguna habitación alejada. De no haber sido tan bien dirigida, me habría vuelto muy miedosa, mientras que ahora es difícil que me asuste por nada... 


A veces me pregunto cómo pudiste educarme con tanto amor y delicadeza, y sin mimarme, pues la verdad es que no me dejabas pasar ni una sola imperfección. Nunca me reprendías sin motivo, pero tampoco te volvías nunca atrás de una decisión que hubieras tomado. Tan convencida estaba yo de esto, que no hubiera podido ni querido dar un paso si tú me lo habías prohibido.



Paulina

Hasta papá se veía obligado a someterse a tu voluntad. Sin el consentimiento de Paulina, yo no salía de paseo; y si cuando papá me pedía que fuese, yo respondía: «Paulina no quiere», entonces él iba a implorar gracia para mí. A veces Paulina, por complacerlo, decía que sí, pero Teresita leía en su cara que no lo decía de corazón y entonces se echaba a llorar y no había forma de consolarla hasta que Paulina decía que sí y la besaba de corazón. 

Cuando Teresita caía enferma, como le sucedía todos los inviernos, es imposible decir con qué ternura maternal era cuidada. Paulina la acostaba en su propia cama (merced incomparable) y le daba todo lo que le apetecía. Un día, Paulina sacó de debajo de la almohada una preciosa navajita suya y se la regaló a su hijita, dejándola sumida en un arrobamiento imposible de describir. -«¡Paulina!, exclamó, ¿así que me quieres tanto, que te privas por mí de tu preciosa navajita que tiene una estrella de nácar...? Y si me quieres tanto, ¿sacrificarías también tu reloj para que no me muriera...» -«No sólo sacrificaría mi reloj para que no te murieras, sino que lo sacrificaría ahora mismo por verte pronto curada». Al oír esas palabras de Paulina, mi asombro y mi gratitud llegaron al colmo... 

En verano, a veces tenía mareos, y Paulina me cuidaba con la misma ternura. Para distraerme -y éste era el mejor de los remedios-, me paseaba en carretilla alrededor del jardín; y luego, bajándome a mí, ponía en mi lugar una matita de margaritas y la paseaba con mucho cuidado hasta mi jardín, donde la colocaba con gran solemnidad...

Paulina era quien recibía todas mis confidencias íntimas y aclaraba todas mis dudas... En cierta ocasión, le manifesté mi extrañeza de que Dios no [19vº] diera la misma gloria en el cielo a todos los elegidos y mi temor de que no todos fueran felices. Entonces Paulina me dijo que fuera a buscar el vaso grande de papá y que lo pusiera al lado de mi dedalito, y luego que los llenara los dos de agua. Entonces me preguntó cuál de los dos estaba más lleno. Yo le dije que estaba tan lleno el uno como el otro y que era imposible echar en ellos más agua de la que podían contener. Entonces mi Madre querida me hizo comprender que en el cielo Dios daría a sus elegidos tanta gloria como pudieran contener, y que de esa manera el último no tendría nada qué envidiar al primero. Así, Madre querida, poniendo a mi alcance los más sublimes secretos, sabías tú dar a mi alma el alimento que necesitaba...


¡Con qué alegría veía yo llegar cada año la entrega de premios...! Entonces como siempre, se hacía justicia, y yo no recibía más recompensas que las que había merecido. Sola y de pie en medio de la noble asamblea, escuchaba la sentencia, que era leída por el rey de Francia y Navarra. El corazón me latía muy fuerte al recibir los premios y la

corona..., ¡era para mí como una imagen del juicio...! Inmediatamente después de la entrega, la reinecita se quitaba su vestido blanco, y se apresuraban a disfrazarla para que tomara parte en la gran representación...!  


Fuente: Historia de un alma (autobiografía de santa Teresa de Lisieux)

EL DESEO DE SANTA TERESITA: SUFRIR SIEMPRE POR JESÚS, CARTA 43


 A sor Inés de Jesús
18 (?) de marzo de 1888 

Querida Paulina: 

Me hubiera gustado escribirte enseguida para darte las gracias por tu carta, pero me fue imposible, he tenido que esperar hasta hoy. 

¡Si supieras, Paulina, qué verdad tan grande es que en todos los cálices ha de mezclarse una gota de hiel! Pero creo que las tribulaciones ayudan mucho a despegarse de la tierra y nos hacen mirar más allá de este mundo.

Aquí abajo nada puede llenarnos, sólo podemos gustar un poco de reposo cuando estamos dispuestos a cumplir la voluntad de Dios. 

A mi navecilla le cuesta mucho llegar a puerto. Hace ya mucho tiempo que diviso la orilla, y aún me encuentro lejos de ella; pero es Jesús quien guía mi barquilla, y estoy segura de que el día que él quiera la hará arribar felizmente a puerto.  




Paulina querida, cuando Jesús me deje en la ribera bendita del Carmelo, quiero entregarme a él por entero, no quiero vivir más que para él.

No, no temeré sus golpes, porque, hasta en los más amargos sufrimientos, siento siempre que es su dulce mano la que golpea.
Lo experimenté muy bien en Roma, en el momento mismo en que hubiera creído que la tierra se iba a hundir bajo mis pies.
 

Sólo deseo una cosa para cuando esté en el Carmelo: sufrir siempre por Jesús.
La vida pasa tan deprisa que, realmente, vale más lograr una corona muy bella con un poco de dolor, que una ordinaria sin dolor.
¡Cuándo pienso que por un solo sufrimiento soportado con alegría se amará mejor a Dios durante toda la eternidad!
Además, con el sufrimiento podemos salvar almas. Paulina, ¡qué feliz me sentiría si en el momento de la muerte pudiese yo tener un alma que ofrecer a Jesús! Habría un alma arrancada al fuego del infierno que bendeciría a Dios por toda la eternidad. 

Querida hermanita, veo que aún no te he hablado de tu carta, que, sin embargo, me gustó muchísimo. Paulina, me siento muy dichosa de que Dios me haya dado una hermana como tú. Espero que rezarás por tu pobre hijita, para que corresponda a las gracias que Jesús tiene a bien concederle. Necesita mucho de tu ayuda, pues está MUY LEJOS de ser lo que quisiera. 

Dile a mi querida madrina que me acuerdo mucho de ella; quisiéramos saber cuándo va a hacer su profesión en el interior (
Sor María del Sagrado Corazón hará la profesión «en el interior», es decir en la sala capitular, el día 22 de mayo).

Celina te manda un fuerte abrazo. A esta pobre hermanita nuestra le duele mucho un pie, creo que no va a poder ir a vísperas. En casa de nuestro tío, casi todos están enfermos.

Verdaderamente, la vida no es alegre, resulta muy difícil apegarse a ella. 

Adiós, Paulina querida, mi confidente. Hasta el lunes de Pascua (El 2 de abril, primer día de locutorio después de la cuaresma), pero sobre todo hasta el 9 de abril (Fecha de su entrada en el Carmelo)... Un abrazo de mi parte para nuestra QUERIDA Madre (
Madre María de Gonzaga).



  

Fuente: 
Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.



 

viernes, 20 de abril de 2018

PRIMERA CONFESIÓN (EN LOS BUISSONNETS, 1877 - 1881) MANUSCRITO A



Fue también un miércoles cuando vino a visitarnos el Sr. Ducellier (párroco de la catedral de san Pedro).
Cuando Victoria le dijo que no había nadie en casa, más que Teresita, entró a la cocina para verme, y estuvo mirando mis deberes. Me sentí muy orgullosa de recibir a mi confesor, pues había hecho poco antes mi primera confesión. 

¡Qué dulce recuerdo aquel...! ¡Con cuánto esmero me preparaste, Madre querida, diciéndome que no era a un hombre a quien iba a decir mis pecados, sino a Dios! Estaba profundamente convencida de ello, por lo que me confesé con gran espíritu de fe, y hasta te pregunté si no tendría que decirle al Sr. Ducellier que lo amaba con todo el corazón, ya que era a Dios a quien le iba a hablar en su persona...

Bien instruida acerca de todo lo que tenía que decir y hacer, entré al confesonario y me puse de rodillas; pero al abrir la ventanilla, el Sr. Ducellier no vio a nadie:

yo era tan pequeña, que mi cabeza quedaba por debajo de la tabla de apoyar las manos.
Entonces me mandó ponerme de pie. Obedecí en seguida, me levanté y, poniéndome exactamente frente a él para verle bien, me confesé como una persona mayor, y recibí su bendición con gran fervor, pues tú me habías dicho que en esos momentos las lágrimas del Niño Jesús purificarían mi alma.



Recuerdo que en la primera exhortación que me hizo me invitó, sobre todo, a que tener devoción a la Santísima Virgen, y yo prometí redoblar mi ternura hacia ella. Al salir del confesonario, me sentía tan contenta y ligera, que nunca había sentido tanta alegría en mi alma.
Después volví a confesarme en todas las fiestas importantes, y cada vez que lo hacía era para mí una verdadera fiesta. 



Fuente:
Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux

 

jueves, 19 de abril de 2018

LOS SANTOS ME CONOCEN Y ME AMAN

26 de mayo 

Víspera de la Ascensión.

Esta mañana, durante la procesión , estaba yo en la ermita de san José y miraba de lejos por la ventana a la comunidad en la huerta.

Era fantástica esa procesión de religiosas con capas blancas; me hacía pensar en el cortejo de las vírgenes en el cielo.



Al doblar el paseo de los castaños, os veía a todas medio tapadas por las altas hierbas y por los capullos dorados del prado.
Era cada vez más delicioso. 


Y de pronto, entre esas religiosas veo a una, de las más elegantes, que mira hacia mí y se inclina sonriendo para hacerme una seña de que me había visto. ¡Era mi Madrecita! Inmediatamente me acordé de mi sueño: la sonrisa y las caricias de la madre Ana de Jesús (santa Teresita tuvo un sueño con la venerable Ana de Jesús, un sueño que más bien parecía una visión, donde santa Teresita se sintió amada por los santos del cielo) y sentí que me invadía la misma impresión de dulzura que entonces.

Y pensé: ¡De modo que los santos me conocen, me aman, me sonríen desde lo alto y me invitan a reunirme con ellos! 

Entonces se me saltaron las lágrimas... Hace muchos años que no había llorado tanto. ¡Y qué dulces eran esas lágrimas!  







Fuente: 
Obras completas, santa Teresa de Lisieux





 

jueves, 12 de abril de 2018

HISTORIA DE UNA PASTORA CONVERTIDA EN REINA, poesía de santa Teresita dedicada a un novicia que iba a ser la profesión


 


A sor María Magdalena en el día de su profesión en manos de la madre Inés de Jesús.

 En este día feliz,

¡oh Magdalena!, a tu lado
venimos a celebrar
el maravilloso enlace,
el dulce enlace que une
con tu celestial Esposo.
Escucha con embeleso
esta encantadora historia
de una pastorcita humilde
a la que un gran Rey llamó
para colmarla de honores,
y ella respondió a su voz.


Estrib. Cantemos a la pastora, 

pobrecita de la tierra,
a quien el gran Rey del cielo
en el Carmelo hoy escoge
por esposa.

Erase una pastorcita

que guardaba sus corderos
mientras hilaba la rueca.
Admiraba a cada flor
y escuchaba a cada pájaro,
y comprendía muy bien
el dulcísimo lenguaje
del bosque y del cielo azul.
En todo hallaba la imagen
que le revelaba a Dios.

Ella a Jesús y a María

amaba con gran ardor, y ellos,
amando a Melania,
le hablaron al corazón.
La dulce Reina divina
le dijo amorosamente:

«¿Quieres, Melania, venir

conmigo al Monte Carmelo,
y llamarte Magdalena
y no ganar más que el cielo?

«¡Oh, niña, deja tus campos,

tu rebaño deja, nena!
Allá arriba en mi montaña
mi Jesús y tu Jesús
será tu único Cordero» (1).

Jesús, a su vez, le dijo:

«¡Oh, ven pronto, que tu alma
ha cautivado a la mía!
Por prometida te tomo,
serás mía para siempre».

Dichosa, la pastorcita

oyó la dulce llamada,
y tras la Virgen, su Madre,
llegó a la cumbre del Monte
 

¡Oh pequeña Magdalena!,
en este dichoso día
es a ti a quien festejamos.
Hoy la pastora es ya reina,
y reina junto a Jesús,
que es su Rey
y que es su amor.

Tú lo sabes, hermanita:

servir a Dios es reinar (2).
Jesús, durante, su vida,
nos lo enseñó claramente:

«Si en la celeste patria

quieres ser el primero,
procura ser el último
en el destierro».

Magdalena, estás contenta

con el lugar que te toca
en este Monte Carmelo.

¿Cómo no habías de estarlo,

si estás tan cerca del cielo?

A Marta y María imitas (3):

orar y servir a Cristo.
Esta es toda nuestra vida,
nuestra dicha verdadera.

Si, tal vez, el sufrimiento,

el amargo sufrimiento,
visita tu corazón,
haz de él tu dicha y tu gozo:
¡qué dulce es sufrir por Dios!

Y las ternuras divinas

te harán muy pronto olvidar
que caminas sobre espinas,
te parecerá volar...

Hoy hasta el ángel te envidia (4), ¡

quisiera gustar la dicha
que tú posees, María,
siendo esposa del Señor!

Muy pronto podrás cantar,

en el concierto glorioso
de los Tronos y Virtudes,
del Rey Jesús los loores,
del Rey Jesús, que es tu Esposo.

Muy pronto la pastorcita, 

pobrecita de la tierra,
volando, al cielo se irá
a reinar con el Eterno.

A nuestras Reverendas Madres:

A vosotras, nuestras Madres,

a vuestro orar y desvelos,
nuestra hermana Magdalena
debe su dicha y su paz.
Ella sabrá agradeceros
vuestro tierno amor materno,
pidiéndole a su Maestro
que os dé sus dones del cielo.

Y en vuestras coronas, 

Madres tan buenas,
brillará la flor
que hoy a él ofrecéis.



Notas:
Fecha: 20 de noviembre de 1894. -
Compuesta para: sor María Magdalena del Ssmo. Sacramento, para su profesión.
La última estrofa está dedicada a la madre Inés y a la madre María de Gonzaga.
Había que ser Teresa para escribir un poema tan libre y lleno de chispa dedicado a una novicia de temperamento tan tenso, que se encierra en sí misma ante la perspicacia de la Santa. Y sin embargo, María Magdalena la quiere: su deposición en el Proceso Ordinario es uno de los más bellos retratos de Teresa.

Esta, por su parte, nunca perdió la paciencia. En este poema no hay ni una sombra de reticencia, nada que deje adivinar la menor irritación o el menor esfuerzo. El poema es un misterio de amor: el del gran Rey hacia una pobre pastora, el de Teresa hacia su prójimo a quien ama «como la amó Jesús».

(1)  Teresa se acuerda de san Juan de la Cruz: «Ya no guardo ganado» (Cántico Espiritual, canción 28), pero la consagración exclusiva al «único cordero» es una explicitación propia de Teresa que nos recuerda a Apocalipsis 14, 3,4.

(2) Cita de san Agustín.

(3) A Marta y a María: Teresa no se para en las distinciones de «clases», tan marcadas en su época. «Orar y servir» es el patrimonio de toda carmelita. (cf RP 4).

(4) Idea que gustaba mucho a Teresa.

martes, 10 de abril de 2018

TERESITA SE PREGUNTA SI DIOS ESTÁ CONTENTO CON ELLA


Esta noche estaba un poco triste, preguntándome si Dios estaría realmente contento de mí.
Pensaba en que cada una de las hermanas diría de mí, si se lo preguntasen. Una diría: «Es un alma buena, puede llegar a ser santa». Otra: «Es muy amable, muy piadosa, pero esto..., y lo de más allá...». Y otras tendrían también otros pareceres;
muchas me juzgarían muy imperfecta, lo cual es verdad... Mi Madrecita me quiere tanto, que el amor la ciega, así que no puedo creerla.

¿Y quién me dirá lo que piensa Dios?
Estaba en estos pensamientos cuando me llegó tu billetito. Me decías que todo en mí te gustaba, que Dios me amaba de manera muy especial, que él no me había hecho subir como a las demás la áspera escalera de la perfección sino que me había puesto en un ascensor para que llegase antes a Él.

Todo eso me emocionaba, pero el pensamiento de que tu amor te hacía ver lo que en realidad no existía me impedía gozar en plenitud.
Entonces tomé en mis manos el Evangelio, pidiendo a Dios que me consolase, que él mismo me respondiera... Y he aquí que mis ojos se posaron en este pasaje que nunca me había llamado la atención:
«El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no le comunicó su Espíritu con medida».

Entonces derramé lágrimas de alegría, y esta mañana, al despertarme, me encontraba todavía inundada de gozo. Eres tú, Madrecita querida, la que Dios me ha enviado, eres tú quien me educó, eres tú quien me ha traído al Carmelo; todas las grandes gracias de mi vida las he recibido a través de ti. Por eso, tú dices las mismas cosas que Dios, y ahora creo que Dios está muy contento de mí, ya que tú me lo dices. 


Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux

lunes, 2 de abril de 2018

UNA EXPERIENCIA HACE MEDITAR A SANTA TERESITA QUE NO HAY QUE APEGARSE A NADA, CARTA 42

A sor María del Sagrado Corazón


Martes, 21 de febrero de 1888 

Mi querida madrina: 

No me he olvidado de que mañana es tu cumpleaños. Hace mucho ya que pienso en él.

Me encantaría poder verte para felicitarte tus veintiocho años; pero como estamos en cuaresma, hay que hacer algún sacrificio, (durante la cuaresma se suprimen las visitas al locutorio).

Querida Mariíta, el miércoles de ceniza papá me hizo un regalo. Sería inútil preguntarte, no lograrías adivinarlo ni a la de cien ni a la de mil. Figúrate, querida María, en el fondo del gran bolso de papá un corderito precioso y todo rizado. Nuestro buen papaíto me dijo, al dármelo, que quería que antes de entrar en el Carmelo tuviese el gusto de tener un corderito. 


TERESITA Y SU PADRE
Todo el mundo se sentía feliz. Celina estaba loca de contenta por tener un corderito de un día; lo que más me emocionó fue la bondad de papá al regalármelo. Y además, un cordero es algo tan simbólico... Me hacía pensar en Paulina (cordero en francés es agneau, y el nombre francés de Paulina en el Carmelo era Agnès (Inés) de Jesús. )

Hasta aquí todo va bien, todo es fantástico, pero espera al final. 

Ya nos hacíamos castillos en el aire a cuenta del corderito y esperábamos verlo retozar a nuestro alrededor al cabo de dos o tres días. Pero, ¡ay, dolor!, el precioso animalito se murió por la tarde; había cogido mucho frío en el carro donde nació. ¡Pobrecito!, apenas nacido ya tuvo que sufrir, y luego se murió.  




Era tan lindo el corderito y tenía un aire tan inocente, que Celina hizo su retrato en un trozo de lienzo. Después papá cavó una pequeña fosa en la que metimos al corderito, que parecía dormir.

No quise que lo cubriera la tierra: le echamos nieve encima, y asunto concluido... 

No sabes, querida madrina, cuánto me ha hecho pensar la muerte de ese animalito. No, no hay que apegarse a nada en la tierra, ni siquiera a las cosas más inocentes, pues nos faltan en el momento que menos se piensa. Sólo lo que es eterno puede llenarnos. 

Querida María, veo que no te he hablado en todo el tiempo más que del cordero, y Leonia quiere que le deje un huequecito en mi carta. Adiós, pues, madrina querida. Tu hijita te quiere mucho más de lo que puedes imaginarte.

Teresita 

Mañana ofreceré la comunión por mi madrina querida... Dale un fuerte abrazo de mi parte a la Madre, y otro a Paulina, y dile que estoy bien. 


He rezado mucho por el señor de Virville (Hermano de la madre María de Gonzaga)



Fuente: Cartas, obras completas de santa Teresa de Lisieux