viernes, 29 de junio de 2018

JESÚS, AMADO MÍO, ACUÉRDATE


«Hija mía, busca entre mis palabras las que respiren más amor; escríbelas, y luego, guardándolas como preciosas reliquias, procura leerlas con frecuencia. Cuando un amigo quiere reavivar en el corazón de su amigo el fuego de su primer afecto, le dice: Acuérdate de lo que sentiste al decirme un día tal o cual palabra. O bien: ¿Te acuerdas de tus sentimientos en tal época, en tal día, en tal lugar...? Créeme, hija: las reliquias más preciosas que de mí quedan en la tierra son las palabras de mi amor, las palabras salidas de mi dulcísimo Corazón».
(Nuestro Señor a santa Gertrudis <1>) 



Acuérdate, Jesús, de la gloria del Padre, 
del esplendor divino que dejaste en el cielo 
al bajar a esta tierra, al desterrarte de aquella eterna patria por rescatar a todos los pobres pecadores. Bajando a las entrañas de la Virgen María, velaste tu grandeza y tu gloria infinita. 
Del seno maternal de tu segundo cielo ¡acuérdate!

Acuérdate que el día en que naciste los ángeles bajaron a la tierra y cantaron a coro: «¡Gloria, honor y potencia a nuestro Dios, y la paz a los hombres de buena voluntad!» Tras diecinueve siglos, sigues cumpliendo siempre tu promesa. 
La paz es la riqueza de tus hijos. Para gustar por siempre la inefable paz tuya, ¡yo vengo a ti!


Yo vengo a ti, en tu cuna quiero, Niño, 
quedarme para siempre, entre esos 
tus pañales escóndeme contigo. 
Ahí podré cantar a coro con los ángeles,  recordarte las fiestas de estos días. 
Acuérdate, Jesús, de los pastores, y de los Reyes Magos, que con gozo sus dones te ofrecieron, corazón y homenaje. Del cortejo inocente 
que por ti dio su sangre ¡acuérdate!

Acuérdate de que los dulces brazos de María, 
tu Madre, preferiste a tu trono de rey. 
Para sostener tu vida, pequeño Niño mío,  
sólo tenías la leche virginal. 
A ese festín de amor que tu madre te da, 
invítame, Jesús, tú que eres mi hermanito.  
De tu pequeña hermana, que te hizo palpitar, ¡acuérdate!

Acuérdate de que llamaste padre 
al humilde José, quien por orden del cielo 
supo, sin despertarte del materno regazo, arrancarte a las iras de un mortal. 
Verbo de Dios, acuérdate de aquel misterio extraño:  ¡Tú guardaste silencio 
e hiciste hablar a un ángel!  
Del lejano destierro a la orilla del Nilo 
¡acuérdate!

Acuérdate, Jesús, de que en otras riberas los mismos astros de oro y la luna de plata que yo contemplo en el azul sin nubes tus ojitos de niño encendieron de gozo y maravilla. 
Con la misma manita con que a tu dulce Madre acariciabas sostenías el mundo y le dabas la vida. Y pensabas en mí, ¡oh mi pequeño Rey!, ¡acuérdate!

Acuérdate, Señor, de que en la soledad con tus divinas manos trabajaste. Vivir en el olvido 
fue tu mayor cuidado, despreciaste la ciencia 
de los hombres. Tú que con sola una palabra 
dicha por tu divina boca sumir podías 
en asombro al mundo, te complaciste en esconder a todos tu profundo saber, ciencia infinita. Pareciste ignorante, siendo el Omnipotente, ¡acuérdate!

Acuérdate de haber vivido errante, extranjero en la tierra, ¡oh Verbo eterno! Ni una piedra tuviste ni un abrigo, ni tan siquiera el nido que los pájaros tienen... Ven, ¡oh Jesús!, a mí, reclina tu cabeza, ven..., para recibirte tengo dispuesta el alma. Sobre mi corazón descansa, Amado mío, 
¡mi corazón es tuyo!

Acuérdate de qué ternura inmensa tú colmaste 
a los niños pequeñitos. ¡Yo deseo también 
recibir tus caricias, dame tus deliciosos, 
suaves besos! Para gozar un día de tu dulce presencia allá en el cielo, practicaré en la tierra 
las pequeñas virtudes de la infancia. 
Muchas veces dijiste: «El cielo es de los niños...», ¡acuérdate!

Acuérdate, Jesús: junto al brocal de un pozo,  
un viajero, cansado del camino, hizo que rebosaran sobre cierta mujer samaritana los raudales de amor que encerraba su pecho. 
¡Yo sé quién es aquel que pidió de beber: 
él es el Don de Dios, la fuente de la gloria! 
Es él, agua que brota, Es él, que nos ha dicho: «¡Venid a mí!

Venid a mí vosotras, pobres almas cargadas, vuestras pesadas cargas pronto se harán ligeras, 
y, saciada la sed ya para siempre, 
de vuestro seno fuentes manarán». 
YO tengo sed, Jesús, esa agua pido, 
que me inunden el alma sus divinos torrentes. 
Por fijar mi morada en el mar del amor 
¡yo vengo a ti!

Acuérdate, Jesús, de que, a pesar de ser hija 
yo de la luz, ¡ay!, de servir a mi Rey me olvido con frecuencia. De mi miseria inmensa 
ten piedad y en tu infinito amor perdóname. 
En las cosas del cielo, Señor, hazme una experta, muéstrame los secretos que tu Evangelio esconde. Haz que este libro de oro sea mi gran riqueza, ¡acuérdate!

Acuérdate, Jesús, del poder asombroso que tu divina Madre tuvo y tiene sobre tu corazón. Acuérdate de haber cambiado un día el agua 
clara en delicioso vino, obedeciendo a su 
sencilla súplica. Dígnate transformar mis mortecinas obras y a la voz de tu Madre, 
dales vida. De que yo soy tu hija, mi Jesús, 
con frecuencia ¡acuérdate!

Acuérdate, Señor: muchas veces subías  a 
las altas colinas al caer de la tarde. 
Recuerda tu oración, tus divinas plegarias 
y tus himnos de amor mientras todos dormían. 
Y yo en mis oraciones, en mi oficio divino, ofrezco con delicia mi oración, ¡oh Dios mío!  Junto a tu corazón canto entonces gozosa, ¡acuérdate!

Acuérdate de que al mirar los campos, 
tu corazón divino presagiaba la siega, 
con los ojos alzados a la santa Montaña,  murmurabas los nombres de tus predestinados... Para que tu cosecha recoger pronto puedas, 
mi Dios, todos los días me inmolo y te suplico. Son mi llanto y mi gozo para tus segadores, ¡acuérdate!

Acuérdate, Jesús, del gozo de los ángeles,  
del júbilo que habrá en tu reino del cielo 
entre sus elegidos moradores, al ver que un pecador alza hacia ti sus ojos. 
Yo quiero acrecentar esa gran alegría, y por los pecadores rogaré sin cesar. Porque al Carmelo vino para poblar tu cielo, ¡acuérdate!

Acuérdate de aquella dulce llama que 
hacer arder querías en nuestros corazones. 
En mi alma has encendido ese fuego del cielo,  
y yo quiero, también, derramar sus ardores. 
Una débil centella, ¡oh misterio de vida!, 
levantar puede sola un grandísimo incendio.  
Muy lejos quiero llevar ¡oh Dios mío!,
tu fuego <2>, ¡acuérdate!

Acuérdate de la grandiosa fiesta que 
te dignaste <3> da al hijo arrepentido.  
Acuérdate igualmente de que al alma 
que es pura tú mismo la alimentas día a día. Recibes con amor al hijo pródigo, mas las olas 
de amor que de tu corazón al mío vienen, 
ésas no tienen número ni dique. 
Tus bienes míos son, mi Rey, Amado mío, ¡acuérdate!.

Acuérdate de que al, obrar milagros, despreciaste la gloria y exclamaste: «¿Cómo podéis creer los que buscáis la estima de los hombres? 
Halláis maravillosas las obras que yo hago,
mayores las harán los que son mis amigos». 
¡Qué humilde y dulce fuiste, Jesús, mi tierno Esposo!, ¡acuérdate!

Acuérdate de que, en un trance santo de divina embriaguez, tu apóstol virgen descansó su 
cabeza sobre tu corazón. ¡Señor, en su descanso conoció tu ternura, comprendió sus secretos! 
No me siento celosa del discípulo amado, 
también yo tus secretos conozco, soy tu esposa. Duermo sobre tu pecho, divino Salvador, ¡él es mío! <4>, ¡acuérdate!

Acuérdate de aquella triste noche, noche de tu agonía, en la que con tu sangre se mezclaron tus lágrimas. ¡Perlas de amor, cuyo infinito precio hizo que germinaran en esta tierra virginales flores! Un ángel, al mostrarte esta mies escogida, renacer hizo el gozo de tu bendita alma. Mas tú, Jesús, me viste en medio de tus lirios, ¡acuérdate!

Acuérdate, Señor, que tu rocío fecundo,  virginizando el cáliz de las flores, capaces 
las volvió, ya en esta vida, de engendrar multitud de corazones. Soy virgen, ¡oh Jesús! 
No obstante, ¡qué misterio!, al unirme yo a ti, 
soy madre de almas <5>. De las vírgenes flores que salvan pecadores, ¡acuérdate!

Acuérdate: un Condenado a muerte, abrevado 
de amargo sufrimiento, alzó al cielo los ojos 
y exclamó: «¡Un día me veréis aparecer con gloria  nimbado de poder sobre las nubes!» 
Nadie creer quería que el Hijo de Dios fuese, 
pues su gloria inefable permanecía oscura. Príncipe de la paz, yo sí te reconozco, 
¡yo creo en ti...!

Acuérdate de que hasta entre los tuyos siempre desconocido fue tu divino rostro. 
Pero a mí me dejaste tu dulce y pura imagen, 
y bien sabes, Señor, que siempre yo te reconocí... Te reconozco, sí, ¡oh rostro eterno!, aun a través del velo de tus lágrimas descubro tus encantos. 
De todos los corazones que recogen tus lágrimas, Jesús, ¡acuérdate!

Acuérdate de la amorosa queja que, clavado 
en la cruz, se te escapó del pecho. 
¡En el mío quedó, Señor, grabada, y por eso comparte el ardor de tu sed <6>! 
Y cuanto más herido se siente por tu fuego, 
más sed tiene, Jesús, de darte almas. 
De que una sed de amor me quema noche y día ¡acuérdate!

¡Acuérdate, Jesús, Verbo de vida, de que tanto 
me amaste, que moriste por mí! También yo quiero amarte con locura,  también por ti vivir 
y morir quiero yo. Bien sabes, ¡oh Dios mío!, 
que lo que yo deseo es hacer que te amen 
y ser mártir un día. Quiero morir de amor. 
Señor, de mi deseo ¡acuérdate!

Acuérdate de aquello que dijiste el día de tu triunfo: «¡Dichoso el que sin ver en plenitud de gloria al Hijo del Altísimo, sin embargo creyó!» Desde la oscura noche de mi fe yo te amo ya 
y te adoro. Para verte, Jesús, espero en paz la aurora. De que no es mi deseo aquí en la tierra verte <7> ¡acuérdate!

Acuérdate de que, subiendo al Padre, no podías dejarnos aquí huérfanos, y haciéndote en la tierra prisionero supiste velar bien tu resplandor divino. Pero es pura y radiante la sombra de tu velo, 
Pan vivo de la fe, alimento celeste. ¡Oh misterio de amor! ¡Mi pan de cada día Jesús, eso eres tú!

No obstante las sacrílegas blasfemias con que insultarte intentan los enemigos que en el mundo tiene el dulce Sacramento de tu amor, 
tú me muestras, Jesús, cuánto me amas, 
pues en mi corazón a morar vienes. 
¡Oh Pan del desterrado! ¡Hostia santa y divina! 
Ya no soy yo quien vive, sino que vivo de tu propia vida. ¡Tu dorado copón preferido entre todos, Jesús, soy yo!

Soy para ti un santuario vivo, que los malvados profanar no pueden. Quédate siempre en mí, 
¿no es, acaso, un parterre  mi corazón 
donde todas las flores se vuelven hacia ti? 
Mas si tú te alejaras, blanco Lirio del valle, 
tú lo sabes muy bien, mis flores serían prestamente deshojadas. 
¡Siempre, Jesús, mi Amado y perfumado 
Lirio, florece en mí!

Acuérdate de que en la tierra quiero consolarte, Señor, del negro olvido al que los pecadores 
te condenan. ¡Amor único mío, escucha mi plegaria, para amarte, Jesús, dame mil corazones! Pero no basta aún, ¡oh Belleza suprema! 
¡Para amarte dame tu propio corazón divino! 
De mi deseo ardiente, Señor, a cada instante ¡acuérdate!

Acuérdate, Señor, de que es tu santa voluntad mi dicha y mi único reposo. Sin temor en tus brazos me duermo y abandono, divino Salvador. 
Si mientras ruge el huracán tú duermes, 
yo seguiré sumida en una paz profunda. 
Mas, Jesús, mientras duermes, para tu despertar ¡prepárame!

Acuérdate, Señor, de que vivo en la espera del gran día. Que, por fin, aparezca el ángel y nos convoque a todos: «¡El tiempo se acabó, 
despertad ya!» Yo hendiré entonces rápida el espacio y muy cerca de ti ocuparé un lugar. 
En la morada eterna mi cielo serás tú, 
¡acuérdate!




NOTAS:

Fecha: 21 de octubre de 1895. - Compuesta para: sor Genoveva, con ocasión de su santo (Celina), a petición de ésta. - Publicación: HA 98, cuarenta y tres versos corregidos. - Melodía: Rapelle-toi.

El noviciado de Celina sigue su curso desde el 5 de febrero de 1895. Suficientemente generoso para que Teresa proponga a su hermana, el 9 de junio, que se entregue totalmente al Amor. Y suficientemente laborioso para que Celina sienta la necesidad de animarse haciendo un recuento de sus méritos pasados. Y acude al genio poético de Teresa para «recordar a Jesús (...) los inmensos sacrificios que ha hecho por él». Pero Teresa invierte la perspectiva, enumerando «los sacrificios de Jesús» por Celina...

No por espíritu de contradicción, sino sencillamente para dar una «pequeña lección» a su novicia (CSG, p. 73). Pero, sobre todo, porque su inspiración la lleva en una dirección completamente distinta. El nervio vital de su existencia se encuentra ahora en una convicción extremadamente fuerte del amor preveniente y gratuito de Jesús hacia su criatura. En treinta y tres estrofas (¿número intencionado para recordar los treinta y tres años de Cristo?) va desarrollando una vida de Jesús a partir del Evangelio, en el que «cada día descubre luces nuevas, sentidos ocultos y misteriosos» 
<1> Este epígrafe (añadido por Teresa en julio de 1896) proviene de L'Année de Sainte Gertrude del P. Cros (Toulouse, 1871).

 <2> La madre Inés escogió en un primer momento estos dos versos para adornar la cruz de la tumba de Teresa y definir así su misión póstuma, netamente apostólica.

<3> El padre del hijo pródigo, para Teresa, es el propio Jesús en seis de los ocho pasajes en que ella menciona.

<4> «El corazón de mi Esposo es sólo para mí, como el mío es sólo para él». 


<5> Los escritos de Teresa evocan con frecuencia este «misterio» de la maternidad espiritual de la virgen consagrada que se une a Jesús.


<6> De las siete palabras de Cristo en la cruz, la que más veces cita Teresa es la queja «Tengo sed»

<7> A pesar de la fuerza de su amor, Teresa prefiere amar a Jesús de acuerdo al estilo que ha elegido para sí. Muy poco antes de morir, reafirmará su deseo de «no ver» a Dios o a los santos aquí abajo.


Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, poesías.
 

jueves, 21 de junio de 2018

EL LENGUAJE DE LOS LIRIOS, CARTA A CELINA, CARTA 57


A Celina 

J.M.J.T. 

Sólo Jesús + Lunes, 23 de julio de 1888 

Querida hermana: 
 

Tu Teresa ha comprendido toda tu alma; incluso ha leído mucho más de lo que le has escrito. He comprendido la tristeza del domingo, yo misma la he vivido toda entera... A medida que iba leyendo, me parecía que nos animaba la misma alma; entre nuestras almas hay algo tan sensible, que nos asemeja tanto... Siempre hemos estado juntas; nuestras alegrías, nuestras penas, todo ha sido común. 

Y siento que esto continúa en el Carmelo... Nunca, nunca jamás nos separaremos. ¿Sabes?, sólo el lirio amarillo (1) habría podido alejarnos un poco. Te lo digo porque estoy segura de que tu lote será siempre un Lirio blanco, puesto que tú le has escogido y él te escogió a ti primero... ¿Comprendes el lenguaje de los lirios...? 


Alguna vez me he preguntado por qué Jesús me había escogido a mí la primera. Ahora lo comprendo: mira, tu alma es un lirio siempreviva (2). Jesús puede hacer con él lo que quiera. Importa poco que esté en un lugar o en otro. Siempre será siempreviva. La tempestad no puede hacer caer el amarillo de los estambres en su blanco cáliz perfumado: Jesús lo ha hecho así. 
Él es libre, y nadie puede pedirle cuentas de por qué concede sus gracias a un alma en vez de a otra (3).  

CELINA Y TERESITA

 Al lado de ese lirio Jesús colocó a otro, su compañero fiel (4). Crecieron juntos, pero uno era siempreviva y el otro no lo era, y Jesús tuvo que coger su lirio antes de que la flor se entreabriera, para que los dos lirios fuesen para él... El uno era débil (ella misma), el otro fuerte. Y Jesús cogió al débil y dejó al fuerte para que se embelleciese con un brillo nuevo... Jesús les pide TODO a sus dos lirios, no quiere dejarles nada más que su blanca vestidura... ¡TODO! ¿Comprende la siempreviva a su hermanita...? 

La vida, a menudo, resulta pesada. ¡Cuánta amargura, pero cuánta dulzura también! Sí, la vida cuesta, es duro comenzar un día de trabajo; tanto el débil capullo como el hermoso lirio lo han comprobado... ¡Y si al menos se sintiese a Jesús...! ¡Por él, todo se haría a gusto! Pero no, él parece estar a mil leguas, estamos solas con nosotras mismas. ¡Y qué enojosa resulta la compañía cuando no está Jesús! 

¿Pero qué hace, entonces, este dulce amigo? ¿No ve nuestra angustia y el peso que nos oprime? ¿Dónde está? ¿Por qué no viene a consolarnos, puesto que no tenemos otro amigo?  



Pero no..., él no está lejos. Está muy cerca y nos mira y nos mendiga esta tristeza, esta agonía... La necesita para las almas, para nuestra alma: ¡quiere darnos tan hermosa recompensa, es tan grande lo que él anhela para nosotras! 

Pero ¿cómo podrá él decir un día: «Ahora me toca a mí» (5) si aún no ha llegado nuestro turno, si todavía no le hemos dado nada? A él le cuesta mucho abrevarnos de tristezas, pero sabe que ésa es la única forma de prepararnos a «conocerle como él se conoce y a convertirnos nosotras mismas en dioses». 
¡Oh, qué destino! ¡Qué grande es nuestra alma...! Elevémonos por encima de lo que es pasajero, mantengámonos a distancia de la tierra. Allá arriba el aire es puro. Jesús se esconde, pero se le adivina... Derramando lágrimas, enjugamos las suyas, y la Santísima Virgen sonríe. ¡Pobre Madre! ¡Ha sufrido tanto por causa nuestra! Justo es que nosotros la consolemos un poco llorando y sufriendo con ella...


Esta mañana leí un pasaje del Evangelio donde se dice: «No he venido a traer paz, sino espada». No nos queda, pues, más que luchar. Cuando no tenemos fuerzas para ello, Jesús combate por nosotras... Pongamos juntas el hacha a la raíz del árbol...(6).

¡Pobre borrador de Teresa! ¡Qué carta, qué confusión! Si hubiese podido decir todo lo que pienso, Celina tendría lectura para rato... 

Jesús es muy bueno al habernos concedido encontrar una madre como la que tenemos (7). ¡Qué tesoro! Si la hubieses visto, hermanita, traerme tu carta esta mañana a las seis (8)...! Me emocionó... 

Jesús te pide TODO, TODO, TODO, como se lo puede pedir a los más grandes santos. 

Tu pobre hermanita, 

Teresa del Niño Jesús  




NOTAS Cta 57 

1 «El lirio amarillo en nuestro lenguaje íntimo significaba el matrimonio», anota sor Genoveva (Celina).

2 «Siempreviva» flor simbólica que sor Inés de Jesús aplicaba a Celina.

3 Cf Ms A 2rº/3rº. 

4 La propia Teresa. 

5 Cita de Arminjon, Fin du monde présent..., p. 290. Respuesta a Celina, que acaba de citar: «Ahora me toca a mí» (LC 86), frase que había encontrado en un cuaderno escolar en el que Teresa había copiado varios pensamientos de Arminjon en 1887. La lectura de ese libro ejerció un influjo considerable en Teresa adolescente (cf Ms A 47rº/vº; Cta 94, 107, 157, 169, todas ellas dirigidas a Celina). La cita de san Pablo [en 2vº] está también en Arminjon. 

6 Cf Im I, 11, 4. 

7 La madre María de Gonzaga. 

8 Al terminar la oración de la mañana.  



Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas

miércoles, 20 de junio de 2018

UN PARQUE (EJERCICIO DE REDACCIÓN DE SANTA TERESITA CUANDO ELLA CONTABA CON UNOS CATORCE AÑOS)


Cuando llega abril, el hermoso mes en que las flores brotan de sus capullos color rosa y en que las violetas despliegan a porfía sus pequeñas corolas perfumadas, también los niños, al igual que las flores, sienten necesidad de aire y de movimiento. 
 

Conozco, a la orilla del mar, un precioso castillo, rodeado de un gran parque. En ese parque retozan siete u ocho hermosos petirrojos, semejantes a una nidada de reyezuelos. 

¡Qué alegre que es ver en primavera cómo se despierta este viejo castillo! Se ve, al poco, la encantadora cabecita de un niño, mirando, inclinada, los pececitos rojos del acuario. Allí, a través de la enramada, se ven flotar al aire las cintas multicolores de las niñeras, que tienen en brazos un rorró que sonríe al sol y a la llegada de la primavera que sus ojos ven por primera vez desde que llegó al mundo. 

Un poco más lejos, bajo los grandes castaños seculares, otros niños que se vuelven semejantes a los pájaros y parecen volar por el aire: una hermana mayor empuja un silloncito en forma de columpio, y la niña hace resonar el aire con su risa argentina al ver que sube tan alto que sus hermanas quedan muy por debajo de ella.

En este gran parque no hay solamente niños. Hay también gacelas, gamos y corzos domesticados. Se ven pasar velozmente ante los ojos a estos preciosos animales. Al principio, uno cree estar en un bosque y contiene el aliento por miedo a asustarlos. Pero no tengáis miedo, mirad a esa gacela seguida de su cervatillo: va a comer de la mano de un niño que le ofrece un trozo de pan blanco. A la vista de esto, uno creería estar realmente en el paraíso terrenal.
 


Pero en este gran parque hay todavía otro entretenimiento más. Mirad, aquí más cerca, en medio de ese césped esmaltado de flores, otros niños montados en un caballo de madera que da vueltas y más vueltas alrededor de un círculo reducido; pero no por eso se les ve menos contentos, y querrían seguir cabalgando sin cesar alrededor de esa línea sin fin, si los brazos del viejo criado no se sintieran cansados por un momento.

En ese gran parque hay también muchas otras maravillas que me llevaría mucho tiempo enumerar. Las personas que deseen adquirir un mayor conocimiento de mi parque sólo tienen que dirigirse al puertecito de mar de L... La encantadora familia X... recibe todos los años muchos visitantes. 

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux

 

lunes, 18 de junio de 2018

AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


Junto al sepulcro santo, 
María Magdalena, en lágrimas deshecha, se arrodilló en el suelo, buscando a su Jesús. 

Los ángeles vinieron a suavizar 
su pena, pero no consiguieron 
suavizar su dolor. Luminosos arcángeles, Mas no era vuestro brillo, luminosos arcángeles lo que esta alma ardiente venía aquí a buscar. 

Ella quería ver al Señor de los ángeles,  tomarle en sus brazos y llevarle 
muy lejos.
 
 Junto al sepulcro santo ella quedó 
la última, y al sepulcro volvió antes 
de amanecer. Su Dios se hizo también presente, aunque velando su presencia, no pudo ella vencerle en la lid del amor...

 Cuando llegó el momento, desvelándole él su faz bendita 
envuelta en propia luz, brotóle de 
los labios una sola palabra, fruto del corazón. Jesús el dulce nombre murmuró de: «¡María!»  
y devolvió a María la alegría y la paz.
 
Un día, mi Señor, como la Magdalena, quise verte de cerca, y me llegué 
hasta ti. Se abismó mi mirada 
por la inmensa llanura a cuyo Dueño 
y Rey yo iba buscando. Al ver la flor 
y el pájaro, el estrellado cielo 
y la onda pura, exclamé arrebatada:
 «Bella naturaleza, si en ti no veo a Dios, no serás para mí más que 
un sepulcro inmenso. 
 
  «Necesito encontrar un corazón que arda en llamas de ternura, que me preste su apoyo sin reserva, que me ame como soy, pequeña y débil, 
que todo lo ame en mí, y que no me abandone de noche ni de día». 

No he podido encontrar ninguna criatura capaz de amarme siempre y 
de nunca morir. Yo necesito a un Dios que, como yo, se vista de mi misma 
y mi pobre naturaleza humana, 
que se haga hermano mío <1> 
y que pueda sufrir.
 
  Tú me escuchaste, amado Esposo mío. Por cautivar mi corazón, te hiciste 
igual que yo, mortal, derramaste 
tu sangre, ¡oh supremo misterio!, 
y, por si fuera poco, sigues viviendo 
en el altar por mí. Y si el brillo 
no puedo contemplar de tu rostro 
ni tu voz escuchar, toda dulzura, 
puedo, ¡feliz de mí!, de tu gracia vivir, 
y descansar yo puedo 
en tu sagrado corazón, Dios mío.
 
  ¡Corazón de Jesús, tesoro de ternura, tú eres mi dicha, mi única esperanza! Tú que supiste hechizar mi tierna juventud, quédate junto a mí hasta 
que llegue la última tarde de mi día aquí. Te entrego, mi Señor, mi vida entera, y tú ya conoces todos mis deseos. En tu tierna bondad, siempre infinita, quiero perderme toda, 
Corazón de Jesús.
  
 Sé que nuestras justicias y todos nuestros méritos carecen de valor 
a tus divinos ojos.

Para darles un precio, todos mis sacrificios echar quiero en tu inefable corazón de Dios. No encontraste a 
tus ángeles sin mancha. 
En medio de relámpagos tú dictaste 
tu ley ¡Oh corazón sagrado, yo me escondo en tu seno y ya no tengo miedo, mi virtud eres tú <2>! 

  Para poder un día contemplarte en tu gloria, antes hay que pasar por el fuego, lo sé. En cuanto a mi me toca, por purgatorio escojo tu amor consumidor <3>, corazón de mi Dios. Mi desterrada alma, al dejar esta vida, quisiera hace un acto de purísimo amor, y luego, dirigiendo su vuelo hacia la patria, ¡entrar ya para siempre en tu corazón...! 


NOTAS  - AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


Fecha: 21 de junio o de octubre de 1895. - Compuesta para: sor María del Sagrado Corazón, a petición de ésta. - Publicación: HA 98, nueve versos corregidos. - Melodía: Le petit soulier de Noël.

Teresa no se queda en el símbolo, entonces tan en boga, del Corazón herido por la lanza. Ella ve directamente a la realidad: al amor personal de Jesús, a sus sentimientos profundos, al amor que llena su Corazón. Y la manifestación suprema de este amor, Teresa la encuentra, no en la escena de Getsemaní o en el Corazón traspasado por la lanza en el Calvario, sino en la respuesta del Resucitado a la búsqueda apasionada de María Magdalena: en el murmullo de su nombre.

Fortalecida con esa respuesta, que le garantizaba que «el corazón de su Esposo era sólo para ella, como el suyo era sólo para él», la confianza de la esposa ya no conocerá barreras. Irá cada vez más lejos en su audacia, hasta entrar ya «sin reserva» alguna en el Corazón de su Dios. Este extraordinario dinamismo es lo que da unida al poema. Un cuadro de gran fuerza expresiva en el que se ve plasmado un amor a la vez humano y sobrenatural de enorme intensidad.

<1> Aquí Jesús es el Hermano-Amigo, es decir, el Esposo del Cantar de los Cantares

<2> Cf Ms A 32rº y Cta 197.
479
 
<3> ¿Alusión (que sólo ella entiende) a la herida de amor que ha sufrido poco tiempo antes. Es conocida la insistencia con que san Juan de la Cruz recuerda la fuerza purificadora de la Llama de amor viva, semejante a la del purgatorio 


Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, poesías


 

CUANDO DIOS NOS PRIVA DE ALGO, HAY QUE ACEPTARLO

Le habían mandado (a Teresita) unas frutas preciosas, pero no podía comerlas. Las fue cogiendo una tras otra, haciendo ademán de ofrecérselas a alguien, y dijo: 
La Sagrada Familia ha quedado bien servida: a san José y al Niño Jesús le han tocado un melocotón y dos ciruelas a cada uno. 

 
Y dijo a media voz: 
"Tal vez no esté bien, pero las he tocado con satisfacción. Me gusta mucho tocar la fruta, sobre todo los melocotones (fruta preferida de Teresita), y verla de cerca". 

Yo la tranquilicé, y prosiguió: 

"La Santísima Virgen también ha tenido su parte. Cuando me dan leche con ron, se la ofrezco a san José, pensando: ¡Qué bien le va a venir esto al pobre san José! 
En el refectorio, pensaba siempre a quién tenía que darle cada cosa. Lo dulce era para el Niño Jesús, los platos fuertes para san José, y tampoco me olvidaba de la Santísima Virgen. Pero cuando me faltaba algo, por ejemplo cuando se olvidaban de pasarme la salsa o la ensalada, estaba mucho más contenta, pues me parecía que entonces se lo daba de verdad a la Sagrada Familia viéndome realmente privada de lo que le ofrecía".

... Cuando Dios quiere que nos veamos privadas de algo, no hay más remedio que aceptarlo. A veces, sor María del Sagrado Corazón ponía mi plato de ensalada tan cerca de sor María de le Encarnación, que yo no podía ya considerarlo como mío, y no lo tocaba. 

¡Ay, Madrecita, y qué tortillas, duras como suelas de zapato, me han servido en mi vida! Creían que me gustaban así, totalmente resecas. Después de mi muerte habrá que poner mucho cuidado en no dar esa porquería a las pobres hermanas.  

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux
 






 

domingo, 3 de junio de 2018

CÁNTICO DE UN ALMA QUE HA ENCONTRADO EL LUGAR DE SU REPOSO

MARÍA GUERIN, PRIMA DE SANTA TERESITA

¡Hoy rompes, Jesús mis lazos <1>! 
En la Orden de María podré hallar
todos los bienes de verdad.
Si abandono a mi familia entrañable,
de tus celestes favores tú la sabrás colmar.
Y a mí el perdón me darás
de los pobres pecadores... 

  En el Carmelo, Jesús, debo vivir, 

pues tu amor a este oasis me ha llamado. 
Aquí te quiero seguir, amarte, 
y pronto morir <2>. ¡Aquí, mi Jesús, aquí!

  En este día, Señor, colmas todos mis


deseos. En adelante podré, cerca de la Eucaristía <3>, inmolarme noche y día, inmolarme silenciosa, y esperar en paz 
y en calma tu llegada para el cielo. 

Exponiéndome a los rayos de la Hostia

inmaculada, en esta hoguera de amor 
pronto me iré consumiendo, y te amaré,
Jesús mío, como un serafín del cielo. 


  Cuando terminen, Señor, mis días aquí
en la tierra, que será pronto, a la playa eterna<4> te seguiré. ¡En el cielo vivir
siempre! ¡Amarte y nunca morir! 
¡Para siempre! ¡Para siempre...! 




NOTAS: CÁNTICO DE UN ALMA QUE HA ENCONTRADO EL LUGAR DE SU REPOSO


Fecha: 15 de agosto de 1895. - Compuesta para: María Guérin (prima de santa Teresita) a su entrada en el Carmelo (sor María de la Eucaristía).

Era costumbre que la postulante cantase «algo» a la comunidad la noche de su entrada. María Guérin está dotada de una hermosa voz de soprano; y Teresa quiere que se luzca eligiendo para ello una romanza apropiada. Y, cosa muy extraña, la poesía plagia muy de cerca a su modelo, al menos en el estribillo. Teresa realiza con destreza la transposición del amor humano al amor místico. A pesar del título [según el original, Cántico de un alma que ha encontrado el lugar de su reposo], un impulso profundo atraviesa este poema, que presuntamente iba a ser de «reposo». 

Teresa dedicará dos poesías más a su prima: Sólo Jesús (P 24, el 15 de agosto de 1896) y Mis armas (P 32, para su profesión, el 25 de marzo de 1897).


<1> Partiendo de un versículo que le ofrece el salmista, Teresa juega con una anfibología: tristeza por la separación de la familia, pero liberación del mundo y libertad para Jesús (cf Ms A 67vº).


<2> Acerca de esta profunda aspiración de María Guérin.


<3> Esta estrofa -breve compendio teológico sobre la adoración ante la hostia- demuestra la fuerte atracción de María por la Eucaristía;

 <4> La rivera eterna, expresión tan frecuente en Teresa es importante en esta poesía, que habla de travesía más que de reposo.
 

MI CIELO EN LA TIERRA


Es tu imagen inefable astro
que guía mis pasos.
Tu dulce rostro, Jesús,
bien lo sabes,
es en la tierra mi cielo.
Mi amor descubre el encanto
de tu rostro embellecido de llanto.
Y a través de mis lágrimas yo sonrío contemplando tus dolores.

 
Quiero, para consolarte (1) 
vivir ignorada (2)
y sola aquí en la tierra.
Tu hermosura,
que tan bien sabes velar,
me descubre todo su
inmenso misterio,
y a ti quisiera volar.

 
Tu faz es mi sola patria,
ella es mi reino de amor,
es mi riente pradera
y mi sol de cada día.
Ella es el lirio del valle,
cuyo aroma misterioso (3)
a mi alma desterrada
en su destierro consuela,
dándole a gustar la paz de los cielos.

  Es mi descanso y dulzura y mi lira melodiosa... Es tu rostro,
¡oh mi dulce Salvador!, el ramillete
divino de mirra, que guardar
quiero prendido sobre mi pecho. (4)


 Es tu faz mi única y sola riqueza,
ninguna otra cosa pido.
En ella, escondida siempre,
a ti me pareceré. (5)

Deja en mí, Jesús, la huella
de tus dulcísimos rasgos,
y muy pronto seré santa,
y hacia ti los corazones atraeré.

 
 A fin de poder juntar
abundante mies dorada,
con tu fuego quémame.
No tardes, Amado mío,
en darme tu eterno beso.
¡Con tus labios bésame!



NOTAS - MI CIELO EN LA TIERRA


Fecha: 12 de agosto de 1895. - Compuesta para: sor María de la Trinidad (entonces María Inés de la Santa Faz), para sus veintiún años.

Al día siguiente de la Transfiguración, en ese clima de resplandor del Tabor, Teresa siente que todo su ser se dilata, seducido por el Rostro divino. Y al igual que en la santa montaña, sus versos evocan los «dolores» de la pasión, pero para embellecerlos enseguida y bañarlos de dulzura. En pleno corazón del verano de 1895, este poema es como un anticipo del Cara a cara del que hablara algunas semanas antes en el Acto de ofrenda.

(1) La representación de la Santa Faz según el modelo de Tours.

(2)  «querer ser ignorada y tenida en nada», (escrito unas semanas después de P 12), según María de la Trinidad, esa era la constante aspiración de Teresa: «Muchas veces, en la recreación o en otras partes, cuando yo le decía: ¿En qué piensas?, dime algo: -¿Que qué pienso?, respondía con un profundo suspiro, Que quisiera ser ignorada y tenida en nada...»
 
(3) Ese aroma designa la patria con la que sueña Teresa.

(4) la reproducción de la Santa Faz (según el modelo de Tours) que pronto Teresa «llevará sobre su pecho» permanentemente.

(5) Sobre el deseo y la necesidad de parecerse a Jesús, sobre todo en su humildad y en su anonadamiento.
 

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux