lunes, 18 de junio de 2018

AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


Junto al sepulcro santo, 
María Magdalena, en lágrimas deshecha, se arrodilló en el suelo, buscando a su Jesús. 

Los ángeles vinieron a suavizar 
su pena, pero no consiguieron 
suavizar su dolor. Luminosos arcángeles, Mas no era vuestro brillo, luminosos arcángeles lo que esta alma ardiente venía aquí a buscar. 

Ella quería ver al Señor de los ángeles,  tomarle en sus brazos y llevarle 
muy lejos.
 
 Junto al sepulcro santo ella quedó 
la última, y al sepulcro volvió antes 
de amanecer. Su Dios se hizo también presente, aunque velando su presencia, no pudo ella vencerle en la lid del amor...

 Cuando llegó el momento, desvelándole él su faz bendita 
envuelta en propia luz, brotóle de 
los labios una sola palabra, fruto del corazón. Jesús el dulce nombre murmuró de: «¡María!»  
y devolvió a María la alegría y la paz.
 
Un día, mi Señor, como la Magdalena, quise verte de cerca, y me llegué 
hasta ti. Se abismó mi mirada 
por la inmensa llanura a cuyo Dueño 
y Rey yo iba buscando. Al ver la flor 
y el pájaro, el estrellado cielo 
y la onda pura, exclamé arrebatada:
 «Bella naturaleza, si en ti no veo a Dios, no serás para mí más que 
un sepulcro inmenso. 
 
  «Necesito encontrar un corazón que arda en llamas de ternura, que me preste su apoyo sin reserva, que me ame como soy, pequeña y débil, 
que todo lo ame en mí, y que no me abandone de noche ni de día». 

No he podido encontrar ninguna criatura capaz de amarme siempre y 
de nunca morir. Yo necesito a un Dios que, como yo, se vista de mi misma 
y mi pobre naturaleza humana, 
que se haga hermano mío <1> 
y que pueda sufrir.
 
  Tú me escuchaste, amado Esposo mío. Por cautivar mi corazón, te hiciste 
igual que yo, mortal, derramaste 
tu sangre, ¡oh supremo misterio!, 
y, por si fuera poco, sigues viviendo 
en el altar por mí. Y si el brillo 
no puedo contemplar de tu rostro 
ni tu voz escuchar, toda dulzura, 
puedo, ¡feliz de mí!, de tu gracia vivir, 
y descansar yo puedo 
en tu sagrado corazón, Dios mío.
 
  ¡Corazón de Jesús, tesoro de ternura, tú eres mi dicha, mi única esperanza! Tú que supiste hechizar mi tierna juventud, quédate junto a mí hasta 
que llegue la última tarde de mi día aquí. Te entrego, mi Señor, mi vida entera, y tú ya conoces todos mis deseos. En tu tierna bondad, siempre infinita, quiero perderme toda, 
Corazón de Jesús.
  
 Sé que nuestras justicias y todos nuestros méritos carecen de valor 
a tus divinos ojos.

Para darles un precio, todos mis sacrificios echar quiero en tu inefable corazón de Dios. No encontraste a 
tus ángeles sin mancha. 
En medio de relámpagos tú dictaste 
tu ley ¡Oh corazón sagrado, yo me escondo en tu seno y ya no tengo miedo, mi virtud eres tú <2>! 

  Para poder un día contemplarte en tu gloria, antes hay que pasar por el fuego, lo sé. En cuanto a mi me toca, por purgatorio escojo tu amor consumidor <3>, corazón de mi Dios. Mi desterrada alma, al dejar esta vida, quisiera hace un acto de purísimo amor, y luego, dirigiendo su vuelo hacia la patria, ¡entrar ya para siempre en tu corazón...! 


NOTAS  - AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


Fecha: 21 de junio o de octubre de 1895. - Compuesta para: sor María del Sagrado Corazón, a petición de ésta. - Publicación: HA 98, nueve versos corregidos. - Melodía: Le petit soulier de Noël.

Teresa no se queda en el símbolo, entonces tan en boga, del Corazón herido por la lanza. Ella ve directamente a la realidad: al amor personal de Jesús, a sus sentimientos profundos, al amor que llena su Corazón. Y la manifestación suprema de este amor, Teresa la encuentra, no en la escena de Getsemaní o en el Corazón traspasado por la lanza en el Calvario, sino en la respuesta del Resucitado a la búsqueda apasionada de María Magdalena: en el murmullo de su nombre.

Fortalecida con esa respuesta, que le garantizaba que «el corazón de su Esposo era sólo para ella, como el suyo era sólo para él», la confianza de la esposa ya no conocerá barreras. Irá cada vez más lejos en su audacia, hasta entrar ya «sin reserva» alguna en el Corazón de su Dios. Este extraordinario dinamismo es lo que da unida al poema. Un cuadro de gran fuerza expresiva en el que se ve plasmado un amor a la vez humano y sobrenatural de enorme intensidad.

<1> Aquí Jesús es el Hermano-Amigo, es decir, el Esposo del Cantar de los Cantares

<2> Cf Ms A 32rº y Cta 197.
479
 
<3> ¿Alusión (que sólo ella entiende) a la herida de amor que ha sufrido poco tiempo antes. Es conocida la insistencia con que san Juan de la Cruz recuerda la fuerza purificadora de la Llama de amor viva, semejante a la del purgatorio 


Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, poesías


 

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