miércoles, 28 de noviembre de 2018

SUIZA (EL VIAJE A ROMA, 1887) MANUSCRITO A




Antes de llegar a la ciudad eterna, meta de nuestra peregrinación, tuvimos ocasión de contemplar muchas maravillas. Primero fue Suiza, con sus montañas cuyas cimas se pierden entre las nubes, y sus impetuosas cascadas despeñándose de mil diferentes maneras, y sus profundos valles plagados de helechos gigantes y de brezos rosados. 

¡Cuánto bien, Madre querida, hicieron a mi alma todas aquellas maravillas de la naturaleza derramadas con tanta profusión! ¡Cómo la hicieron elevarse hacia Quien quiso sembrar de tanta obra maestra esta tierra nuestra de destierro que no ha de durar más que un día...! No tenía ojos bastantes para mirar. De pie, pegada a la ventanilla, casi se me cortaba la respiración. Hubiera querido estar a los dos lados del vagón, pues, al volverme, contemplaba paisajes de auténtica fantasía y totalmente diferentes de los que se extendían ante mí.

Unas veces nos hallábamos en la cima de una montaña. A nuestros pies, precipicios cuya profundidad no podía sondear nuestra mirada parecían dispuestos a engullirnos... 
 

Otras veces era un pueblecito encantador, con sus esbeltas casitas de montaña y su campanario sobre el que se cernían blandamente algunas nubes resplandecientes de blancura... 
PAISAJE DE SUIZA

Allá más lejos, un ancho lago, dorado por los últimos rayos del sol. Sus ondas, serenas y claras, teñidas del color azul del cielo mezclado con las luces rojizas del atardecer, ofrecían a nuestros ojos maravillados el espectáculo más poético y encantador que se pueda imaginar...  

En lontananza, sobre el vasto horizonte, se divisaban las montañas cuyos contornos imprecisos hubieran escapado a nuestra vista si sus cumbres nevadas, que el sol volvía deslumbrantes, no hubiesen añadido un encanto más al hermoso lago que nos fascinaba...

La contemplación de toda esa hermosura hacía nacer en mi alma pensamientos muy profundos. Me parecía comprender ya en el tierra la grandeza de Dios y las maravillas del cielo... 

La vida religiosa se me aparecía tal cual es, con sus sujeciones y sus pequeños sacrificios realizados en la sombra. Comprendía lo fácil que es replegarse sobre uno mismo y olvidar el fin sublime de la propia vocación, y pensaba: Más tarde, en la hora de la prueba, cuando, prisionera en el Carmelo, no pueda contemplar más que una esquinita del cielo estrellado, me acordaré de lo que estoy viendo hoy; y ese pensamiento me dará valor; y al ver la grandeza y el poder de Dios -el único a quien quiero amar-, olvidaré fácilmente mis pobres y mezquinos intereses. 
Ahora que «mi corazón ha vislumbrado lo que Jesús tiene preparado para los que lo aman», no tendré la desgracia de apegarme a unas pajas... 



Fuente: Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux
 

viernes, 23 de noviembre de 2018

PARÍS: NUESTRA SEÑORA DE LAS VICTORIAS (EL VIAJE A ROMA, 1887) MANUSCRITO A

NUESTRA SEÑORA DE LAS VICTORIAS, PARÍS

La peregrinación salía de París el 7 de noviembre, pero papá nos llevó allí unos días antes para que la visitáramos.
Una mañana (1), a las tres de la madrugada, atravesaba la ciudad de Lisieux, que aún dormía. Muchas emociones pasaron en esos momentos por mi alma. Sabía que iba hacia lo desconocido y que allá lejos me esperaban grandes cosas... Papá iba feliz. Cuando el tren arrancó, él se puso a cantar aquella vieja canción: «Rueda, rueda, diligencia, que ya estamos en camino».  

Llegamos a París por la mañana, y comenzamos enseguida a visitar la ciudad. Nuestro pobre papaíto se desvivió por complacernos, así que en poco tiempo teníamos vistas todas las maravillas de la capital.  Yo sólo encontré una que verdaderamente me encantara, y esa maravilla fue: «Nuestra Señora de las Victorias». ¡Imposible decir lo que sentí a sus pies...! Las gracias que me concedió me emocionaron tan profundamente, que sólo mis lágrimas traducían mi felicidad, como en el día de mi primera comunión... 
La Santísima Virgen me hizo sentir que había sido realmente ella quien me había sonreído y curado. Comprendí que velaba por mí y que yo era su hija; y que, entonces, yo no podía darle ya otro nombre que el de «mamá», que me parecía mucho más tierno que el de Madre...  

TERESITA CON SU PADRE Y SU HERMANA CELINA
REZANDO ANTE NTRA. SRA. DE LAS VICTORIAS

¡Con qué fervor le pedí que me amparara siempre y que convirtiera pronto mi sueño en realidad, escondiéndome a la sombra de su manto virginal...! Ese había sido uno de mis primeros deseos de niña... Luego, al crecer, había comprendido que sólo en el Carmelo podría encontrar de verdad el manto de la Santísima Virgen, y hacia esa fértil montaña volaban todos mis deseos... 

Supliqué también a Nuestra Señora de las Victorias que alejase de mí todo lo que pudiese empañar mi pureza. No ignoraba que en un viaje como éste a Italia, se encontrarían muchas cosas capaces de turbarme, sobre todo porque, al no conocer el mal, temía descubrirlo, por no haber experimentado todavía que para el puro todo es puro y que las almas sencillas y rectas no ven mal en ninguna parte, pues el mal sólo existe en los corazones impuros y no en los objetos inanimados...

Rogué también a san José que velase por mí. Desde mi niñez le tenía una devoción que se confundía con mi amor a la Santísima Virgen. Todos los días le rezaba la oración: «San José, padre y protector de las vírgenes».




SAN JOSÉ, PROTECTOR DE LAS VÍRGENES 


Con esto, emprendí sin miedo el largo viaje. Iba tan bien protegida, que me parecía imposible tener miedo.

Después de consagrarnos al Sagrado Corazón en la basílica de Montmartre, salimos de París el lunes 7 muy de madrugada. No tardamos en ir conociendo a las demás personas de la peregrinación. Yo, que era tan tímida que no solía atreverme casi a hablar, me hallé completamente libre de tan molesto defecto. Con gran sorpresa mía, hablaba libremente con todas las grandes damas, con los sacerdotes, e incluso con el obispo de Coutances. Como si hubiese vivido siempre en ese mundo. 

Creo que todo el mundo nos quería, y a papá se le veía orgulloso de sus hijas. Pero si él estaba orgulloso de nosotras, nosotras no lo estábamos menos de él, pues en toda la peregrinación no había un caballero más apuesto ni distinguido que mi querido rey. Le gustaba verse acompañado de Celina y de mí, y muchas veces, cuando no íbamos en coche y yo me alejaba de su lado, me llamaba para que le diese el brazo como en Lisieux... 

El Sr. abate Révérony se fijaba muy atentamente en todo lo que hacíamos. Con frecuencia le sorprendía mirándonos de lejos. En la mesa, cuando yo no estaba enfrente de él, encontraba la manera de inclinarse para verme y para escuchar lo que decía. Quería, sin duda, conocerme para saber si yo era realmente capaz de ser carmelita. Y creo que debió quedar satisfecho del examen, pues al final del viaje pareció estar bien dispuesto en mi favor. Pero en Roma estuvo muy lejos de serme favorable, como luego diré.  


 

NOTAS:

(1)  El viernes 4/11/1887. 

Fuente: Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux

jueves, 22 de noviembre de 2018

EL VIAJE A ROMA (1887) MANUSCRITO A



Tres días después del viaje a Bayeux, tenía que emprender otro mucho más largo: el viaje a la ciudad eterna (1)...

¡Qué viaje aquél...! Sólo en él aprendí más que en largos años de estudios, y me hizo ver la vanidad de todo lo pasajero y que todo es aflicción de espíritu bajo el sol... 

Sin embargo, vi cosas muy hermosas; contemplé todas las maravillas del arte y de la religión; y, sobre todo, pisé la misma tierra que los santos apóstoles y la tierra regada con la sangre de los mártires, y mi alma se ensanchó al contacto con las cosas santas...

Me alegro mucho de haber estado en Roma; pero comprendo a quienes, en el mundo, pensaron que papá me había hecho hacer este largo viaje para hacerme cambiar de idea sobre la vida religiosa. Y la verdad es que hubo cosas en él capaces de hacer vacilar una vocación poco firme.
 

Celina y yo, que nunca habíamos vivido entre gentes del gran mundo, nos encontramos metidas en medio de la nobleza, de la cual se componía casi exclusivamente la peregrinación (2). 
Pero todos aquellos títulos y aquellos «de», lejos de deslumbrarnos, no nos parecían más que humo...Vistos de lejos, me habían ofuscado un poco alguna vez, pero de cerca, vi que «no todo lo que brilla es oro» y comprendí estas palabras de la Imitación: «No vayas tras esa sombra que se llama el gran nombre, ni desees tener muchas e importantes relaciones, ni la amistad especial de ningún hombre (3)».

Comprendí que la verdadera grandeza está en el alma, y no en el nombre, pues como dice Isaías: «El Señor dará otro nombre a sus elegidos», y san Juan dice también: «Al vencedor le daré una piedra blanca, en la que hay escrito un nombre nuevo que sólo conoce quien lo recibe». Sólo en el cielo conoceremos, pues, nuestros títulos de nobleza. Entonces cada cual recibirá de Dios la alabanza que merece. Y el que en la tierra haya querido ser el más pobre y el más olvidado, por amor a Jesús, ¡ése será el primero y el más noble y el más rico...! 

La segunda experiencia que viví se refiere a los sacerdotes. Como nunca había vivido en su intimidad, no podía comprender el fin principal de la reforma del Carmelo. Orar por los pecadores me encantaba; ¡pero orar por las almas de los sacerdotes, que yo creía más puras que el cristal, me parecía muy extraño...! 


En Italia comprendí mi vocación. Y no era ir a buscar demasiado lejos un conocimiento tan importante... 

Durante un mes conviví con muchos sacerdotes santos, y pude ver que si su sublime dignidad los eleva por encima de los ángeles, no por eso dejan de ser hombres débiles y frágiles... Si los sacerdotes santos, a los que Jesús llama en el Evangelio «sal de la tierra», muestran en su conducta que tienen una enorme necesidad de que se rece por ellos, ¿qué habrá que decir de los que son tibios? ¿No ha dicho también Jesús: «Si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?» 

¡Qué hermosa es, Madre querida, la vocación que tiene como objeto conservar la sal destinada a las almas! Y ésta es la vocación del Carmelo, pues el único fin de nuestras oraciones y de nuestros sacrificios es ser apóstoles de apóstoles, rezando por ellos mientras ellos evangelizan a las almas con su palabra, y sobre todo con su ejemplo... 


He de detenerme, pues si continuase hablando de este tema, ¡no acabaría nunca...!

Voy a contarte mi viaje, Madre querida, con algún detalle; perdóname si te doy demasiados, pues no pienso lo que voy a escribir, y lo hago en tantos ratos perdidos, debido al poco tiempo libre que tengo, que mi narración quizás te resulte aburrida... Me consuela pensar que en el cielo volveré a hablarte de las gracias que he recibido y que entonces podré hacerlo con palabras amenas y arrobadoras... Allí nada vendrá ya a interrumpir nuestros desahogos íntimos y con una sola mirada lo comprenderás todo... Mas como ahora necesito todavía emplear el lenguaje de esta triste tierra, trataré de hacerlo con la sencillez de un niño que conoce el amor de su madre... 



NOTAS

 (1) Peregrinación (del 7 de noviembre al 2 de diciembre de 1887) organizada por la diócesis de Coutances con ocasión de las bodas de plata sacerdotales de León XIII y como «testimonio de fe» frente a las «expoliaciones anticlericales» (en Italia). La diócesis de Bayeux se había asociado a ella, y el Sr. Révérony iba representando a Mons. Hugonin. 

(2)  Ciento noventa y cinco peregrinos, setenta y tres de los cuales eran eclesiásticos y numerosas familias nobles de Normandía

(3)  Imitación, II, 24, 2. 

Fuente: Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux

EL EJEMPLO DEL MELOCOTÓN, CARTA 147

 A Celina        J.M.J.T. 
Jesús + El Carmelo, 13 de agosto de 1893 
Querida Celinita: 

Sentimos mucho todos esos problemas que tienes con la sirvienta (1). 

Nuestra Madre no pensaba escribirte antes de que volvieras, pero es tan buena y quiere tanto a su Celinita, que, al saber que estaba triste, ha querido darle un pequeño consuelo permitiendo a tu Teresa escribirte unas letras. 

No sabemos lo que debes hacer con la casa (2). Deberías preguntarle a nuestro tío, nosotras daremos por bueno lo que él decida; de todas formas, ya hablaremos de ello de viva voz. 

Tu pobre sirvienta es bien desgraciada con tener ese vicio tan feo, y sobre todo de ser mentirosa; ¿no podrías convertirla, como a su marido (3)? No hay pecado sin perdón, y Dios es poderoso para dar conciencia aun a las personas que no la tienen. Voy a rezar mucho por ella. Tal vez, en su lugar, yo fuese todavía peor que ella, y tal vez también ella sería ya una gran santa si hubiese recibido la mitad de las gracias de que Dios me ha colmado a mí. 
 

Creo que Jesús es muy bueno al permitir que mis pobres cartitas te sirvan de ayuda. Pero te aseguro que no caigo en el error de pensar que tengo en ello el menor mérito. «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles». Los más bellos discursos de los más grandes santos no lograrían hacer brotar un solo acto de amor de un corazón si Jesús no estuviese adueñado de él. Sólo él sabe servirse de su lira, nadie más puede hacer vibrar sus notas armoniosas. Pero Jesús se sirve de todos los medios, todas las criaturas están a su servicio y a él le gusta utilizarlas durante la noche de la vida para ocultar su presencia adorable. 
Mas no se oculta tanto que no se deje adivinar. En efecto, veo que muchas veces me da luces, no para mí, sino para su Palomita desterrada, para su esposa querida. Esto es muy cierto, y en la misma naturaleza encuentro un ejemplo de ello.  


Imagínate un hermoso melocotón (4) rosado y tan dulce, que todos los confiteros juntos no lograrían imaginar un sabor tan dulce como el suyo. Dime, Celina, ¿acaso creó Dios para el melocotón ese precioso color rosa tan aterciopelado y tan agradable a la vista y al tacto? ¿Gastó por él tanto azúcar...? La verdad que no. Fue para nosotras y no para él. Pero lo más propio suyo, lo que forma la esencia de su vida es el hueso; podemos quitarle toda su belleza, sin quitarle su ser. 

De la misma manera, Jesús se complace en prodigar sus dones a algunas de sus criaturas, pero muchas veces es para atraer hacia sí a otros corazones; y luego, cuando ha logrado su objetivo, hace desaparecer esos dones exteriores y despoja completamente a las almas que le son más queridas. Al verse en tan gran pobreza, esas pobres almas tienen miedo, les parece que no sirven para nada, puesto que lo reciben todo de los demás y ellas no pueden dar nada. Pero no es así: la esencia de su ser trabaja en secreto. Jesús va formando en ellas ese germen que ha de desarrollarse allá arriba en los jardines del cielo. Se complace en hacerles ver su nada y su propio poder. 


Para llegar a ellas, se sirve de los instrumentos más viles, demostrándoles así que es él solo quien trabaja. Se da prisa en perfeccionar su obra para el día en que, desvanecidas las sombras, no se comunicará ya a través de intermediarios, sino en un cara a cara eterno... 

 (Nuestra Madre agradece a María (5) su cartita, lo mismo que la madre María de Gonzaga; les ha encantado.) 

Sor Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz rel. carm. ind. 



NOTAS 

 1 María, la esposa del Sr Désiré, se daba a veces a la bebida. 

 2 La casa de la calle Labbey, alquilada por Celina en 1892, tras el regreso del señor Martin a Lisieux. 

 3 El Sr. Désiré había vuelto a la práctica religiosa después de una novena de Celina a San José, en marzo de 1893. 

 4 Una de las frutas preferidas de Teresa; cf CA 24.7.1. 

 5 María Guérin, que deseaba entrar en el Carmelo.  

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.

 

miércoles, 21 de noviembre de 2018

MIS ARMAS

(Cántico compuesto para el día de una profesión) 



«Revestíos de las armas de Dios, para poder resistir los estratagemas del enemigo» (San Pablo).

«La esposa del rey es terrible, como un ejército en orden de batalla. Se parece a un coro de música en medio de un campamento» (Cant. de los Cant.)

Vestí las armas <1> del Omnipotente,  
y su mano divina me adornó. 
Nada me hará temer en adelante, 
¿quién podrá separarme de su amor? 
A su lado, lanzándome al combate, 
ya ni al fuego ni al hierro temeré <2>.  
Sabrán mis enemigos que soy reina, 
que esposa soy de un Dios <3>. 
Guardaré la armadura que me ciño, 
Jesús, ante tus ojos adorados, 
y hasta la última tarde del destierro 
serán mis votos mi mejor adorno.

Eres tú, ¡oh Pobreza!, mi primer sacrificio, 
te llevará conmigo hasta la muerte. 
Sé que el atleta, puesto en el estadio, 
para correr de todo se despoja. 
Gustad, mundanos,
vuestra angustia y pena,
de vuestra vanidad amargos frutos; 
yo, jubilosa, alcanzaré en la arena 
de la pobreza las triunfales palmas. 
Jesús dijo que «por la violencia 
el reino de los cielos se conquista». 
Me servirá de lanza la pobreza, 
y de glorioso casco.

Hermana de los ángeles victoriosos 
y puros la Castidad me hace. 
Formar espero un día en sus falanges; 
mas debo en el destierro 
como lucharon ellos luchar yo. 
Luchar continuamente, sin descanso 
ni tregua, por mi Esposo adorado, 
el Señor de los señores. 
Porque es la castidad celeste espada <4>
 que puede conquistarle corazones. 
La castidad será mi arma invencible, 
con ella venceré a mis enemigos. 
Por ella llego a ser, ¡oh inefable ventura!, 
la esposa de Jesús.
En medio de la luz gritó, orgulloso, el ángel:
 «¡Nunca obedeceré... <5>!»  
En medio de la noche de la tierra yo grito:
«¡Siempre obedeceré <6>!»  
Siento nacer en mí una divina audacia, 
al furor del infierno desafío. 
Y es mi fuerte coraza y de mi corazón 
escudo fuerte, la Obediencia. 
¡Oh mi Dios vencedor!, no ambiciono 
otra gloria que la de someter 
mi voluntad en todo, pues será 
el obediente quien cantará victoria 
en el descanso de la eternidad.

Si tengo del guerrero las poderosas armas 
y le imito luchando bravamente, 
quiero también como graciosa virgen 
cantar mientras combato. 
Tú haces vibrar las cuerdas de tu lira, 
¡y es tu lira, Jesús, mi corazón <7>!  
Por eso, cantar puedo la fuerza 
y la dulzura de tus misericordias. 
Sonriendo, yo afronto la metralla, 
y en tus brazos, cantando, 
¡oh --divino Esposo--, mi divino Esposo!,
 moriré <8> sobre el campo de batalla,  
¡las armas en la mano! 




NOTAS

Fecha: 25 de marzo de 1897. Compuesta para: sor María de la Eucaristía con ocasión de su profesión. - Publicación: HA 98, tres versos corregidos. - Melodía: Canto de despedida a los misioneros «Partez, hérauts de la bonne nouvelle».

Una poesía enérgica, aguerrida, tensa, echada sobre el papel como para entablar batalla. Una Teresa segura de sí misma y segura de Dios, que pasa por el crisol de la prueba como Juana de Arco por la hoguera. Ella sabe bien que es reina, una reina que lucha y que bruñe sus armas para triunfar, y cuya primera preocupación es la eficacia.

La cita de san Pablo en el epígrafe (tomada de la Regla del Carmelo) introduce directamente en la ceremonia de «armar caballeros»; la audaz yuxtaposición de dos versículos independientes del Cantar de los Cantares da la imagen de una reina imponente y de inmenso poderío, «terrible como un ejército en orden de batalla, semejante a un coro de música en medio de un campamento». Hay que tener verdadera mirada de poeta para elaborar de esa manera una cita tan brillante, hermética y antitética, como fuente de inspiración capaz de animar una profesión religiosa y de bosquejar una alegoría completa de los votos, tema ingrato donde los haya para hacer una poesía.

La destinataria es María Guérin, a la vez «angelito» y «mujer fuerte», «niñito» y «valiente guerrero» (P 24); pero también sor Genoveva, que el año anterior había quedado defraudada [porque a Teresa no se le había pedido componer para ella una poesía en nombre de la comunidad y tuvo que conformarse con entregarle casi a escondidas apenas unas migajas] (cf PN 27) y que sigue vibrando con las «imágenes de la caballería».

Pero para Teresa se trata mucho más de un romance de caballería, aunque el lenguaje alegórico pueda llamarnos a engaño (cf Cta 224); ella libra su batalla en «la realidad de la vida» (cf Ms A 31vº), y pronto la librará en la de la muerte. «Sonriendo» (como su amigo Teófano), «cantando» (como una esposa enamorada), Teresa lucha hasta el límite de sus fuerzas, antes de caer «con las armas en la mano» (nótese la fuerza de este final).


<1> Obsérvese el vocabulario tan paulino de esta poesía, inspirada en Ef 6, aun cuando las alegorías sean diferentes: en Pablo, «la verdad como cinturón, la justicia como coraza, como calzado el celo por anunciar el Evangelio, como escudo la fe, como casco la salvación y como espada la del Espíritu; en Teresa, «la armadura» son los «sagrados votos: la Pobreza, lanza y casco; la espada de la Castidad; la coraza de la Obediencia; el escudo de mi corazón».


<2> Cf P 17,9.


<3> Cf RP 7, 1rº.


<4> La espada implica en el caso de Teresa un trasfondo bíblico en el que se mezclan Mt 10,34 y Ef 6,17; cf P 31,5 y Or 17.


<5> Cf RP 7,3rº.


<6> Teresa recobra por un momento (en estos versos) el tono de los poetas románticos (Vigni, Lamartine, Hugo), a los que les gustan los diálogos fantásticos a través de los espacios infinitos... La antítesis luz-noche hace que la prueba de la fe aparezca en toda su intensidad; este enraizamiento existencial del poema confiere un carácter de auténtica bravura a lo hubiera podido parecer pura literatura o una simple bravata. 


<7> Tras el choque del enfrentamiento, la calma. La ternura de la femineidad recobra sus derechos, a ejemplo de santa Cecilia (la «virgen», con la mención de la lira; cf P 2).


<8> Esta muerte en el campo del honor le habría encantado a Teresa de Avila: «Los defensores de la Iglesia (...) pueden morir; ser vencidos, jamás» (Camino de perfección, cap. 3). [Las palabras originales de la Santa son: «Porque, como no haya traidor, si no es por hambre, no los pueden ganar. Acá esta hambre no la puede haber que baste a que se rindan; a morir, sí, mas no a quedar vencidos», Camino 3,1.]



Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, poesías.
 

VIAJE A BAYEUX (DESPUÉS DE LA GRACIA DE NAVIDAD, 1886 -1887) ) MANUSCRITO A



El 31 de octubre fue el día fijado para mi viaje a Bayeux. Partí sola con papá, con el corazón henchido de esperanza, pero también muy emocionada al pensar que iba a presentarme al obispo. 
Por primera vez en mi vida iba a hacer un visita sin que me acompañaran mis hermanas, ¡y esta visita era nada menos que a un obispo (1)! Yo, que nunca hablaba, a no ser para contestar a las preguntas que me hacían, tenía que explicar por mí misma el motivo de mi visita y exponer las razones que me movían a solicitar la entrada en el Carmelo. En una palabra, iba a tener que demostrar la solidez de mi vocación. 




¡Cuánto me costó hacer ese viaje! Tuvo que concederme Dios una gracia muy especial para que pudiera vencer mi gran timidez... Aunque también es verdad que «para el amor nada hay imposible, porque todo lo cree posible y permitido»(2). Y realmente sólo el amor de Jesús podía hacerme vencer aquellas dificultades y las que vendrían más tarde, pues quiso hacerme comprar mi vocación a costa de pruebas muy grandes... 

Hoy, que gozo de la soledad del Carmelo (descansando a la sombra de Aquel a quien tan ardientemente deseé), creo que he comprado mi dicha a muy bajo precio y estaría dispuesta a soportar sufrimientos mucho mayores para alcanzarla si aún no la tuviese.

Cuando llegamos a Bayeux, llovía a cántaros. Papá, que no quería ver a su reinecita entrar en el obispado con su hermoso vestido hecho una sopa, la hizo subir a un ómnibus que nos llevó a la catedral. Allí comenzaron mis desgracias. 

Monseñor, con todo su presbiterio, estaba asistiendo a un solemne funeral. La iglesia estaba llena de señoras vestidas de luto, y todo el mundo me miraba a mí con mi vestido claro y mi sombrero blanco. Hubiera querido salir de la iglesia, pero no había ni que pensarlo a causa de la lluvia. Y para humillarme más todavía, Dios permitió que papá, con su sencillez patriarcal, me hiciese pasar hasta el fondo de la catedral; yo, por no disgustarlo, obedecí de buen grado y ofrecí aquella distracción a los habitantes de Bayeux, a los que deseaba no haber conocido en mi vida...

Por fin pude respirar tranquila en una capilla que había detrás del altar mayor, y allí me quedé un largo rato rezando con fervor, en espera de que la lluvia cesase y nos dejase salir.

Al salir, papá me hizo admirar la belleza del edificio, que al estar vacío parecía mucho mayor. Pero a mí sólo una idea me ocupaba el pensamiento, y no podía encontrarle gusto a nada.

Fuimos directamente a ver al Sr. Révérony (3), que estaba informado de nuestra llegada y que había fijado él mismo la fecha del viaje; pero estaba ausente. Así que tuvimos que andar errando por las calles, que me parecieron muy tristes. 

Por fin, volvimos cerca del obispado, y papá me llevó a un hotel en el que no hice honor al buen cocinero.

Mi pobre papaíto me demostraba una ternura casi increíble. Me decía que no me preocupase, que seguro que Monseñor me concedería lo que iba a pedirle.

Después de descansar un poco, volvimos en busca del Sr. Révérony. Llegó al mismo tiempo que nosotros un señor, pero el Vicario general le pidió cortésmente que esperara y nos hizo entrar a nosotros primero en su despacho (el pobre señor tuvo tiempo de aburrirse, pues nuestra visita fue larga). 



El Sr. Révérony se mostró muy amable, pero creo que le sorprendió mucho el motivo de nuestro viaje. Después de mirarme sonriente y de hacerme algunas preguntas, nos dijo: «Voy a presentarles a Monseñor, tengan la bondad de acompañarme». Y al ver brillar lágrimas en mis ojos, añadió: «¡Pero bueno!, estoy viendo diamantes... ¡No podemos enseñárselos a Monseñor...!»

Nos hizo atravesar varios aposentos muy amplios, adornados con retratos de obispos. Viéndome en aquellos enormes salones, me sentía como una pobre hormiguita y me preguntaba qué me atrevería a decirle a Monseñor.

El estaba paseando por una galería con dos sacerdotes. Vi que el Sr. Révérony le decía unas palabras y volvía con él. Nosotros lo esperábamos en su despacho, donde había tres enormes sillones colocados delante de la chimenea en la que chisporroteaba un buen fuego. 


Al ver entrar a Su Excelencia, papá se arrodilló a mi lado para recibir su bendición. Luego Monseñor hizo tomar asiento a papá en uno de los sillones, se sentó frente a él, y el Sr. Révérony quiso que yo ocupara el del medio. Rehusé cortésmente, pero él insistió, diciéndome que tenía que demostrar si era capaz de obedecer. 
Me senté enseguida, sin pensarlo dos veces, y tuve que pasar por la vergüenza de verle a él tomar una silla mientras yo me veía arrellanada en un sillón donde habrían cabido cómodamente cuatro como yo (y más cómodas que yo, ¡pues me hallaba muy lejos de estarlo...!)

Yo esperaba que hablaría papá, pero me dijo que explicara yo misma a Monseñor el motivo de nuestra visita. Lo hice lo más elocuentemente que pude. Pero Su Excelencia, acostumbrado a la elocuencia, no pareció conmoverse mayormente por mis razones. Una sola palabra del Superior me hubiera valido mucho más que todas ellas, pero lamentablemente no la tenía y su oposición no abogaba precisamente en mi favor...

Monseñor me preguntó si hacía mucho tiempo que deseaba entrar en el Carmelo. -«Sí, Monseñor, muchísimo tiempo...» -«¡Vamos!, replicó riendo el Sr. Révérony, ¿no dirás que hace quince años que lo estás deseando?» «Desde luego, respondí yo riendo también. Pero no hay que quitar muchos años, porque deseo ser religiosa desde que tengo uso de razón, y deseé el Carmelo desde que lo conocí, porque me parecía que en esta Orden se verían satisfechas todas las aspiraciones de mi alma».

MONSEÑOR RÉVÉRONY

No sé, Madre querida, si fueron éstas exactamente mis palabras, creo que lo dije todavía peor; pero, bueno, ese fue el sentido. 
Monseñor, creyendo agradar a papá, intentó hacer que me quedara con él algunos años más. Por eso, no fue poca su sorpresa y su edificación al verlo ponerse de mi parte e interceder para que me concediera permiso para volar a los quince años.

Sin embargo, todo fue inútil. Dijo que antes de tomar una decisión, era indispensable tener una entrevista con el Superior del Carmelo. 

Nada podía yo escuchar que me causase una pena mayor, pues conocía la abierta oposición de nuestro Padre. Así que, sin tener en cuenta ya la recomendación del Sr. Révérony, hice algo más que enseñar diamantes a Monseñor: ¡se los regalé...! 

Vi muy bien que estaba emocionado. Poniendo su mano en mi cuello, apoyó mi cabeza sobre su hombro y me acarició como creo que nunca había acariciado a nadie. Me dijo que no todo estaba perdido, que estaba muy contento de que hiciese el viaje a Roma para afianzar mi vocación, y que, en vez de llorar, debería alegrarme. Añadió que, a la semana siguiente, tenía que ir a Lisieux y que le hablaría de mí al párroco de Santiago, y que no dudase que en Italia recibiría su respuesta.  

OBISPO DE BAYEUX

Comprendí que era inútil seguir insistiendo. Además, ya no tenía nada más que decir, pues había agotado todos los recursos de mi elocuencia. 

Monseñor nos acompañó hasta el jardín. Papá le hizo reír mucho contándole que, para aparentar más edad, me había hecho recoger el pelo. (Este detalle no lo echó Monseñor en saco roto, pues cuando habla de su «hijita» nunca deja de contar las historia de su pelo...)  

TERESITA SE HIZO RECOGER EL PELO PARA PARECER MAYOR

El Sr. Révérony quiso acompañarnos hasta la puerta del jardín del obispado, y dijo a papá que nunca se había visto una cosa así: «¡Un padre tan deseoso de entregar a Dios su hija como ésta de ofrecerse a él!»

Papá le pidió algunas explicaciones sobre la peregrinación, entre otras cómo había que ir vestidos para presentarse ante el Santo Padre. Aún lo estoy viendo darse vuelta ante el Sr. Révérony, diciéndole: «¿Estaré bien así...?» 

Él le había dicho también a Monseñor que si él no me daba permiso para entrar en el Carmelo, yo pediría esta gracia al Sumo Pontífice. 

Era muy sencillo en sus palabras y en sus modales mi querido rey, pero era tan guapo... Tenía una distinción tan natural, que debió de agradarle mucho a Monseñor, acostumbrado a verse rodeado de personajes que conocían todas las reglas de la etiqueta, pero no al Rey de Francia y de Navarra en persona con su reinecita ...

Cuando llegué a la calle, volvieron a correr las lágrimas, pero no tanto a causa de mi disgusto cuanto por ver que mi papaíto querido acababa de hacer un viaje inútil... Él, que saboreaba ya por adelantado la alegría de enviar un telegrama al Carmelo anunciando la feliz respuesta de Monseñor, se veía obligado a volver sin respuesta de ninguna clase... 

¡Qué disgusto tan grande tenía yo...! Me parecía que mi futuro estaba roto para siempre. Cuanto más me acercaba a la meta, más veía embrollarse mis asuntos.

Mi alma estaba hundida en la amargura, pero también en la paz, pues lo único que buscaba era la voluntad de Dios. 

En cuanto llegamos a Lisieux, fui a buscar consuelo en el Carmelo, y lo encontré a tu lado, Madre querida. ¡No!, nunca olvidaré todo lo que tú sufriste por mi causa. Si no temiera profanarlas sirviéndome de ellas, podría repetir las palabras que Jesús dirigió a los apóstoles la noche de su Pasión: «Tú has permanecido siempre conmigo en mis pruebas...» 

También mis queridísimas hermanas me ofrecieron muy dulces consuelos... 




NOTAS

(1) Mons Hugonin, obispo de Bayeux desde hacía veinte años. 

(2) Imitación, III, 5, 4.

(3) Vicario general 

Fuente: Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux
  

martes, 20 de noviembre de 2018

CARTA DE TERESITA A SU TÍA, QUE SE ENCONTRABA EN EL CASTILLO DE LA MUSSE, CARTA 146

 A la señora de Guérin   J.M.J.T. 
Jesús + El Carmelo, 10 de agosto de 1893  

Querida tía: 
He visto gustosa cómo usted supo leer en el corazón de su hijita. No quiero, sin embargo, que mi hermosa letra pierda el honor de ser admirada en el castillo de La Musse... Por eso me he sentido muy feliz cuando nuestra Madrecita me confió la dulce misión de contestar a su carta. 
Querida tía, todas y cada una de las líneas que nos ha escrito me revelan su corazón, que es el de la más tierna de las madres. Pero también el de su Teresita es un corazón de hija, lleno de amor y de gratitud... 

CELINE GUERIN, TÍA DE TERESITA
Pido a Dios que cure a mi querido tío (1). Y la verdad es que me parece que esta súplica no puede dejar de ser escuchada, puesto que Nuestro Señor mismo está interesado en esa curación. ¿No trabaja, acaso, el brazo de mi tío, escribiendo incansablemente páginas admirables, destinadas a salvar almas y a hacer temblar a los demonios (2)?  

ISADORE GUERIN, TÍO DE TERESITA

Creo que Dios nos está escuchando ya, y espero que disfruten en paz de los últimos días que les quedan por pasar en su hermoso castillo (3). ¡Qué feliz debe de sentirse Juana al poder gozar a sus anchas de la presencia de Francis, al que tiene tan poco a su lado en Caen (4)! He rezado mucho para que desaparezca por completo ese dichoso esguince, pues tiene que ser un negro nubarrón en el azul del cielo de mi Juana.  

CELINA Y MARÍA, PRIMA DE TERESITA, AL FONDO, EL CASTILLO DE LA MUSSE

Me acuerdo también de mi hermanita María. Me parece que desde que plantó su morada en las copas de los árboles (5), yo le debo de parecer muy pequeña y despreciable. Cuando uno se acerca al cielo, descubre maravillas que no existen en los humildes valles. Me llamará mala, pero eso no me impedirá ofrecer la sagrada comunión por Su Alteza el día de su santo... 

No acierto a expresarle, querida tía, lo feliz que me siento cuando pienso que mi querido papaíto está con ustedes, rodeado de cariño y de cuidados. Dios ha hecho con él lo mismo que con su servidor Job: después de haberlo humillado lo colma de favores, y todos esos bienes y ese cariño le llegan por medio de ustedes. 

Querida tiíta, tengo todavía muchas cosas que decirle, pero no me queda espacio, y no es respetuoso terminar así una carta escribiendo de través. Perdóneme, querida tía, y ojalá sepa intuir todo lo que quisiera escribirle, lo mismo que al resto de la familia. 

La madre María de Gonzaga y nuestra Madre les mandan muchos y muy cariñosos saludos. Se sienten encantadas de saber que os va a ser presentada la señora de Virville (6). 

Un abrazo con todo el corazón, querida tía, y siempre seré 

Su respetuosa hijita, 


Sor Teresa del Niño Jesús rel. carm. ind. 


 
NOTAS


1 El señor Guérin sufría de reumatismo en un brazo. 

2 Desde octubre de 1891, el señor Guérin sostenía con su pluma y con su fortuna el periódico conservador Le Normand. 

3 El regreso de La Musse a Lisieux estaba fijado para el 18 de agosto. 

4 El ejercicio de su profesión obligaba al Dr. La Néele (Francis) a frecuentes ausencias. 

5 María Guérin le había tomado un cariño especial a uno de los robles del parque. 

6 Cuñada de la madre María de Gonzaga.  

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.

JESÚS ES UN TESORO ESCONDIDO QUE POCAS ALMAS SABEN ENCONTRAR, CARTA 145

 A Celina    J.M.J.T. 
 Jesús + El Carmelo, 2 de agosto de 1893 

Querida Celinita: 
Tu carta me ha llenado de alegría. El camino que sigues es un camino real. No es un camino trillado, sino un sendero que ha sido trazado por el mismo Jesús. La esposa de los Cantares dice que, al no encontrar a su Amado en el lecho, se levantó para buscarle por la ciudad, pero en vano; y que en cuanto salió de la ciudad, encontró al que amaba su alma... 
 

Jesús no quiere que encontremos en el reposo su presencia adorable; él se esconde, se rodea de tinieblas. No se comportaba así con la muchedumbre de los judíos, pues vemos en el Evangelio que «el pueblo estaba PENDIENTE de sus labios». Jesús cautivaba a las almas débiles con sus divinas palabras y trataba de hacerlas fuertes para el día de la prueba... ¡Pero qué pequeño fue el número de los amigos de Nuestro Señor cuando SE CALLABA delante de sus jueces...! ¡Y qué melodía es para mi corazón ese silencio de Jesús...! El se hace pobre para que nosotras podamos darle limosna, nos tiende la mano como un mendigo, para que cuando aparezca en su gloria el día del juicio, pueda hacernos oír aquellas dulces palabras: «Venid vosotros, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve enfermo y en la cárcel y me socorristeis». 


El mismo Jesús que pronunció estas palabras es quien busca nuestro amor, quien lo mendiga... Se pone, por así decirlo, a nuestra merced. No quiere tomar nada sin que se lo demos, y hasta la cosa más insignificante es preciosa a sus ojos divinos... 

Celina querida, alegrémonos de la porción que nos ha tocado, ¡es tan hermosa! ¡Demos, demos a Jesús, seamos avaras con los otros, pero pródigas con él! 

Jesús es un tesoro escondido, un bien inestimable que pocas almas saben encontrar porque está escondido y el mundo ama lo que brilla. ¡Ah!, si Jesús hubiera querido mostrarse a todas las almas con sus dones inefables, ciertamente ni una sola lo hubiera desdeñado. Pero él no quiere que le amemos por sus dones: él mismo quiere ser nuestra recompensa. Para encontrar una cosa escondida, hay que esconderse también uno mismo (1). Nuestra vida ha de ser, pues, un misterio. Tenemos que parecernos a Jesús, al Jesús cuyo rostro estaba escondido... «¿Queréis aprender algo que os sea útil? -dice la Imitación-. Gustad de ser ignorados y tenidos en nada» (2). Y en otra parte: 
«Después de haberlo dejado todo, es necesario dejarse, sobre todo, a sí mismo» (3). «Que éste se gloríe de una cosa, aquél de otra. En cuanto a vosotros, no pongáis vuestro gozo sino en el desprecio de vosotros mismos» (4). 

¡Qué paz dan al alma estas palabras, Celina! Tú las conoces, ¿pero no sabes ya todo lo que quisiera decirte...? Jesús te ama con un amor tan grande, que, si lo vieras, caerías en un éxtasis de felicidad que te causaría la muerte. Pero no lo ves y sufres... 

¡Pronto Jesús «se levantará para salvar a todos los mansos y humildes de la tierra»...! 

 


NOTAS

1 SAN JUAN DE LA CRUZ, CE 1,9. 

2 Im I,2,3,. 

3 Im II,11,4. 
 
4 Im III,49,7; cf Cta 176 y Ms A 71rº.  

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.
 

sábado, 17 de noviembre de 2018

JESÚS ESTÁ ALLÍ DORMIDO, CARTA 144

 A Celina          J.M.J.T. 
Jesús + El Carmelo, 23 de julio de 1893 

Querida Celinita: 
No me sorprende que no entiendas nada de lo que ocurre en tu alma. Un niño PEQUEÑO completamente solo en el mar, en una barca perdida en medio de las olas borrascosas ¿podrá saber si está cerca o lejos del puerto? Mientras sus ojos divisan todavía la orilla de donde zarpó, sabe cuánto camino lleva recorrido y, al ver alejarse la tierra, no puede contener su alegría infantil. ¡Pronto -se dice a sí mismo- llegaré al final del viaje! Pero cuanto más se aleja de la playa, más vasto parece también el océano. Entonces la CIENCIA del niñito se ve reducida a nada, y ya no sabe hacia dónde va su navecilla. Como no sabe manejar el timón, lo único que puede hacer es abandonarse, dejar flotar la vela a merced del viento... 
 

Celina mía, la niñita de Jesús se encuentra completamente sola en una barquichuela, la tierra ha desaparecido a sus ojos y no sabe a dónde va, ni si avanza o retrocede... Teresita sí lo sabe: está segura de que su Celina está en alta mar, de que la navecilla que la lleva boga a velas desplegadas hacia el puerto, de que el timón, que Celina ni siquiera puede ver, no está sin piloto. 
Jesús está allí, dormido, como antaño en la barca de los pescadores de Galilea. Él duerme... y Celina no lo ve porque la noche ha caído sobre la navecilla... Celina no oye la voz de Jesús. El viento sopla y ella lo oye soplar, ve las tinieblas... y Jesús sigue durmiendo. Sin embargo, si se despertara solamente un instante, sólo tendría que «ordenar al viento y al mar, y vendría una gran calma», y la noche sería más clara que el día. Celina vería la mirada divina de Jesús, y su alma quedaría consolada... Pero entonces Jesús ya no dormiría, ¡y está tan CANSADO...! Sus pies divinos están cansados de buscar a los pecadores, y en la navecilla de Celina Jesús descansa tan a gusto... 

 Los Apóstoles le habían dado una almohada, el Evangelio nos cuenta este detalle. Pero en la barquilla de su esposa querida Nuestro Señor encuentra otra almohada mucho más suave: el corazón de Celina. Allí lo olvida todo, allí está como en su casa... No es una piedra lo que sostiene su cabeza divina (aquella piedra por la que suspiraba durante su vida mortal): es un corazón de hija, un corazón de esposa. ¡Y qué contento está Jesús! ¿Pero cómo puede estar contento cuando su esposa sufre, cuando vela mientras él duerme dulcemente? ¿No se da cuenta de que Celina no ve más que la noche, de que su rostro divino está escondido para ella, y de que a veces hasta la carga que siente sobre su corazón le parece pesada...? 
¡Qué gran misterio! Jesús, el niñito de Belén, a quien María llevaba como una «carga ligera», se vuelve pesado, tan pesado que san Cristóbal se queda sorprendido... También la esposa de los Cantares dice que su «Amado es un ramillete de mirra que descansa sobre sus senos». La mirra es el sufrimiento, y así es como Jesús reposa sobre el corazón de Celina... Y sin embargo, Jesús está contento de verla entre sufrimientos, se siente feliz de recibirlo todo de ella durante la noche... Espera la aurora, y entonces... sí, entonces ¡¡¡qué despertar el de Jesús...!!!  

A LA IZQUIERDA DE LA FOTO, MARÍA GUERIN, 
PRIMA DE TERESITA, A LA DERECHA, CELINA.

Celina querida, ten la seguridad de que tu barca está en alta mar, tal vez muy cerca ya del puerto. El viento del dolor que la empuja es un viento de amor, y ese viento es más rápido que el relámpago... 

¡Cómo me emocionó saber que Jesús te había inspirado la idea de los pequeños sacrificios! Yo se lo había pedido, no contando con escribirte tan pronto. Hasta ahora, nunca Nuestro Señor se me ha negado a inspirarte lo que le he pedido que te diga. Siempre nos concede las mismas gracias a las dos. Hasta me veo obligada a llevar un rosario de prácticas (1).
Lo hago por caridad hacia una de mis compañeras (2). Ya te lo contaré detalladamente, es muy divertido... Estoy presa entre unos hilos que no me gustan, pero que me son muy útiles en la situación en que se encuentra mi alma (3). 

 


NOTAS
1 Rosario de cuentas móviles para contar los actos de virtud o los sacrificios. De niña, Teresa se había servido de este sencillo medio ascético: cf Cta 11. 

2 Sor Marta de Jesús, Cf Or 3. 


3 Celina responde a esta carta el 27 de julio. Tu carta, escribe, «me ha hecho tanto bien, que he dado gracias por ella a Nuestro Señor. No lo entiendo, pero siempre me dices justamente lo que necesito que me digan...

«La imagen del niño en alta mar me ha dado mucho que pensar, y también esto otro: «Jesús se siente feliz de recibirlo todo durante la noche... Espera la aurora, y entonces..., sí, entonces ¡¡¡qué despertar el de Jesús...!!!». Esto, Teresa, me transporta. 

«Me ha emocionado, me ha emocionado mucho nuestra coincidencia en los pequeños sacrificios. Sí, Jesús me los pide y yo no los rechazo. Me siento inclinada a, «ya que Jesús no me da», dar yo sin medida y aprovechar las ocasiones» (LC 155, 27/7/1893).  

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.


 

NO ME DESANIMO NUNCA, ME ABANDONO EN LOS BRAZOS DE JESÚS, CARTA 143

 A Celina        J.M.J.T. 
Jesús + El Carmelo, 23 de julio de 1893 

Mi querida Celinita: 
No contaba con responder yo esta vez a tu carta (1), pero nuestra Madre quiere que añada unas palabras a la suya. 
 

¡Cuántas cosas tendría que decirte! Pero como no tengo más que unos momentos, quiero, ante todo, asegurar a la gotita de rocío que su Teresa la comprende... Después de leer tu carta, me fui a la oración. 

Tomando el evangelio, pedí a Jesús encontrar un pasaje para ti, y mira el que me salió: «Fijaos en la higuera o en cualquier árbol: cuando veis que comienzan a echar brotes, os dais cuenta de que está próximo el verano. Pues cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios» 

Cerré el libro. Ya había leído bastante. En efecto, «estas cosas» que suceden en el alma de mi Celina demuestran que el reino de Jesús se ha establecido ya en su alma... Ahora quiero decirte lo que sucede en la mía, que sin duda es lo mismo que sucede en la tuya. 

Es cierto lo que dices, Celina: las frescas mañanas (2) han pasado ya para nosotras, ya no quedan flores que cortar, Jesús las ha cogido para sí. Tal vez algún día haga brotar otras nuevas; pero mientras tanto, ¿qué debemos hacer? Celina, Dios no me pide ya nada... Al principio me pedía una infinidad de cosas. Durante algún tiempo pensé que ahora, como Jesús no me pedía nada, tendría que caminar dulcemente en la paz y en el amor, haciendo solamente lo que él me pedía (3)... Pero tuve una inspiración. 

Dice santa Teresa que es necesario alimentar el amor (4). Cuando estamos en tinieblas, en sequedades, la leña no se encuentra a nuestro alcance; pero ¿no tendremos que echar en él al menos unas pajitas? Jesús es lo bastante poderoso para alimentar él solo el fuego; sin embargo, le gusta vernos echar en él algo que lo alimente. Es éste un detalle que le agrada, y entonces arroja él al fuego mucha leña. A él nosotras no le vemos, pero sentimos la fuerza del calor del amor.  


Yo lo he visto por experiencia: cuando no siento nada, cuando soy INCAPAZ de orar y de practicar la virtud, entonces es el momento de buscar pequeñas ocasiones, naderías que agradan a Jesús más que el dominio del mundo e incluso que el martirio soportado con generosidad. 
Por ejemplo, una sonrisa, una palabra amable cuando tendría ganas de callarme o de mostrar un semblante enojado, etc., etc. 

¿Comprendes, Celina querida? No es para labrar mi corona (5), para ganar méritos, es por agradar a Jesús... Cuando no tengo ocasiones, quiero al menos decirle muchas veces que le amo. Esto no resulta difícil, y alimenta el fuego; aun cuando me pareciese que está apagado ese fuego del amor, me gustaría echar en él alguna cosa, y Jesús podría entonces reavivarlo. 

Celina, temo no haber dicho lo que debiera. Tal vez pienses que yo hago siempre esto que digo. Pues no, no siempre soy fiel. Pero no me desanimo nunca (6), me abandono en los brazos de Jesús. La gotita de rocío se hunde más adentro en el cáliz de la Flor de los campos y allí encuentra todo lo que ha perdido, y mucho más. 

Tu hermanita 

Sor Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz. rel. carm. ind. 


NOTAS 


1 La del 12 de julio (LC 154). En su respuesta a la Cta 142, Celina decía entre otras cosas: «Tu hermosa carta me ha gustado mucho y es todo un alimento para mi alma. (...) En mi interior, todo es la nada, todo es noche oscura. ¿Dónde queda el tiempo en que yo -tan transportada, tan fuerte, tan animosa- leía a san Juan de la Cruz y, con el alma dilatada de alegría, volaba tan alto? Ha pasado ya el tiempo en que cantaba: «De flores y esmeraldas, / en las frescas mañanas escogidas, / haremos las guirnaldas...». 

«Teresa querida, ¡tu me comprendes tan bien, y tu alma es un eco tan fiel de la mía...! Sí, la mañana de nuestra vida ha pasado, y ahora ha llegado el mediodía, tan pesado y agobiante... 

«Sin embargo, me viene a la mente un pensamiento: y es que san Juan de la Cruz no dice que el alma trence las guirnaldas en las frescas mañanas, sino con flores escogidas en las frescas mañanas. Es, por tanto, ahora, en el mediodía, cuando el alma trenza las flores que antes escogió en las frescas mañanas... 

«Ahora ya no tiene para ofrecer a su Amado más que el ramillete ya escogido; ahora ya no puede hacer otra cosa que anudarlo en uno solo de sus cabellos»... 

«Teresa querida, ¿así que tú crees que basta con un solo cabello de nuestro amor...? ¿Crees que Dios no me pide que escoja nuevas flores y nuevas esmeraldas, que practique muchas virtudes, que produzca «emisiones de bálsamo divino», sino únicamente que trence con amor las flores de las frescas mañanas...? ¿Así que tú crees que ahora sólo basta el amor? ¡Cuánto bien me hace este pensamiento! ¡Me ha venido de pronto al escribirte, pues yo interpretaba de otra manera esas palabras!. (LC 154, 12/7/1893). 


2 SAN JUAN DE LA CRUZ, CE, can. 30. 


3 En el autógrafo: «lo que me pedía en otro tiempo». El añadido es de sor Genoveva y quedó registrado en los Procesos (CE II) y en la edición de 1948. 


4 SANTA TERESA DE JESÚS, V 30,20. 


5 Cf Cta 43 y 94; PN 13, 17; el Acto de Ofrenda (Or 6); Cta 182; carta de María de la Eucaristía a la señora de Guérin del 10/7/1897. 

 
6 El rechazo del desaliento es una actitud muy teresiana, ya desde su niñez; cf el propósito de su primera comunión: «Nunca me desanimaré» (VT nº 74, p. 134) y supra, Ms C n. 50.  

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.

 

LA PERFECCIÓN CONSISTE EN HACER SU VOLUNTAD, CARTA 142

 A Celina     J.M.J.T. 
Jesús + El Carmelo, 6 de julio de 1893 


Querida Celina: 
Tus dos cartas han sonado como una dulce melodía en mi corazón... Me siento feliz al ver la predilección de Jesús hacia mi Celina. ¡Cómo la quiere, y con qué ternura la mira...! 

Ahora ya estamos las cinco en nuestro camino (1). ¡Qué suerte poder decir: «Estoy segura de hacer la voluntad de Dios»! Y su santa voluntad se ha manifestado claramente respecto a mi Celina. Es a ella a quien Jesús ha escogido entre todas para ser la corona y la recompensa del santo patriarca que ha cautivado al cielo por su fidelidad. 
¿Cómo te atreves a decir que has sido olvidada o menos amada que las otras? Yo te digo que has sido ESCOGIDA de manera privilegiada, que tu misión es tanto más bella cuanto que, siendo el ángel visible de nuestro padre querido, eres a la vez la esposa de Jesús.  

DE IZQUIERDA A DERECHA: MARÍA, PAULINA, CELINA 
Y TERESITA.
SENTADA, SU PRIMA MARÍA GUÉRIN

«Es verdad -piensa tal vez mi Celina-, pero en definitiva yo hago por Dios menos que las otras, tengo muchos menos consuelos, y por lo tanto menos méritos». «Mis planes no son vuestros planes», dice el Señor. El mérito no consiste en hacer mucho ni en dar mucho, sino más bien en recibir, en amar mucho... Se ha dicho que hay más felicidad en dar que en recibir, y es verdad; pero cuando Jesús quiere reservarse para sí la felicidad de dar, no sería educado negarse. 
Dejémosle tomar y dar todo lo que quiera. La perfección consiste en hacer su voluntad (2)
 y al alma que se entrega enteramente a él,  el mismo Jesús la llama «su madre y su hermana» y toda su familia. 
Y en otra parte: «Si alguien me ama, guardará mi palabra (es decir, cumplirá mi voluntad), y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos en él nuestra morada» 

¡Ay, Celina, qué fácil es agradar a Jesús, cautivar su corazón! Lo único que hay que hacer es amarle sin mirarse uno a sí mismo y sin examinar demasiado los propios defectos... 

Tu Teresa no se encuentra en este momento en las alturas, pero Jesús le enseña a «sacar provecho de todo, del bien y del mal que halla en sí» (3). Le enseña a jugar a la banca del amor, o, mejor, no, él juega por ella sin decirle cómo se las arregla, pues eso es asunto suyo y no de Teresa. Lo que ella tiene que hacer es abandonarse, entregarse sin reservarse nada para sí, ni siquiera la alegría de saber cuánto rinde su banca (4). 

Pero, después de todo, ella no es el hijo pródigo, y por tanto no vale la pena que Jesús le ofrezca un festín, porque «ella está siempre con él». 

Nuestro Señor quiere dejar «las ovejas fieles en el desierto». ¡Cuánto me dice esto...! Él está seguro de ellas: no pueden descarriarse, porque están cautivas del amor. 
Por eso Jesús las priva de su presencia sensible para ofrecer sus consuelos a los pecadores; y si las lleva al Tabor, es por breves instantes: los valles son, por lo regular, el lugar de su descanso. «Allí es donde él sestea a mediodía».  


La mañana de nuestra vida ya ha pasado, hemos gozado de las brisas perfumadas de la aurora, todo entonces nos sonreía, Jesús nos hacía sentir su dulce presencia. Pero cuando el sol cobró fuerza, el Amado «nos condujo a su jardín y nos hizo recoger la mirra» de la tribulación separándonos de todo y hasta de sí mismo. La colina de la mirra nos fortaleció con sus perfumes amargos, por eso Jesús nos hizo bajar de nuevo y ahora estamos en el valle y él nos conduce suavemente a lo largo de las aguas. 

Celina querida, no sé muy bien lo que te digo, pero creo que comprenderás, que adivinarás lo que quisiera decirte. ¡Seamos siempre la gota de rocío de Jesús! Ahí está la dicha, la perfección... Afortunadamente es a ti a quien estoy hablando, pues otras personas no sabrían comprender mi lenguaje, y confieso que a muy pocas almas les suena a verdadero. En efecto, los directores hacen progresar en la perfección a base de un gran número de actos de virtud, y tienen razón; pero mi director, que es Jesús (5), no me enseña a llevar la cuenta de mis actos, él me enseña a hacerlo todo por amor, a no negarle nada, a estar contenta cuando él me ofrece una ocasión de demostrarle que le amo; pero esto se hace en la paz, en el abandono (6), es Jesús quien lo hace todo y yo no hago nada. 

Me siento muy unida a mi Celina. Creo que no es frecuente que Dios haya hecho dos almas que se comprendan tan bien, sin que haya nunca entre ellas una nota discordante. La mano de Jesús, al tocar una de las liras, hace vibrar al mismo tiempo la otra... ¡Vivamos escondidas en nuestra Flor divina de los campos hasta que declinen las sombras; dejemos que las gotas de licor sean apreciadas por las criaturas! Puesto que nosotras le gustamos a nuestro Lirio, sigamos siendo gustosas ¡su gota exclusiva de rocío...! Y a cambio de esta gota, que habrá sido su consuelo durante el destierro, ¿qué no nos dará él en la patria...? Él mismo nos lo dice: «Quien tenga sed, que venga a mí y beba» Así pues, Jesús es y será siempre nuestro océano... Como el ciervo sediento, nosotras suspiramos por ese agua que se nos promete; pero nuestro mayor consuelo es ser también nosotras el océano de Jesús, el océano del Lirio de los valles. 

Sólo tu corazón podrá leer esta carta, pues a mí misma me cuesta descifrarla. Se me acabó la tinta, he tenido que echar saliva en el tintero para arreglármelas, ¿no es para reírse...? 

Abrazos a toda la familia, pero sobre todo a mi Rey querido, que recibirá un beso de su Celina de parte de su reina, 


Sor Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz rel. carm. ind.  



NOTAS


1 Leonia ha entrado de nuevo en la Visitación de Caen el 24 de junio. 

2 Cf Ms A 2vº. 

3 SAN JUAN DE LA CRUZ, Glosa a lo divino; cf Ms A 83rº y PN 30. 

4 Cf CSG, p. 71. 


5 Cf Ms A 71rº y80 vº. 

 
6 Es la primera vez que esta palabra aparece en los escritos.  

Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.