martes, 6 de noviembre de 2018

MI TÍO CAMBIA DE OPINIÓN (DESPUÉS DE LA GRACIA DE NAVIDAD, 1886 -1887) MANUSCRITO A

Isidoro Guerin, tío de santa Teresita

Cuando fui a comunicarle a mi tío la decisión que había tomado, lo hice temblando. 
Me prodigó las mayores muestras de ternura, pero no me dio permiso para irme; al contrario, me prohibió hablarle de mi vocación antes de cumplir los 17 años. 


Era un atentado a la prudencia humana, decía, dejar entrar en el Carmelo a una niña de 15 años. Siendo la vida de las carmelitas a los ojos del mundo una vida propia de filósofos, sería hacer un grave daño a la religión permitir que la abrazase una niña sin experiencia... Todo el mundo hablaría, etc... etc... Hasta llegó a decir que para decidirle a dejarme partir haría falta un milagro. 



Vi claro que todos mis razonamientos serían inútiles, así que me fui con el corazón sumido en la más profunda amargura.

Mi único consuelo era la oración. Suplicaba a Jesús que hiciese el milagro que exigía mi tío, ya que sólo a ese precio podría yo responder a su llamada.  



Pasó bastante tiempo(1) hasta que me atreví a volver a hablarle a mi tío; me costaba horrores ir a su casa. El, por su parte, no parecía pensar ya en mi vocación; pero supe más tarde que mi enorme tristeza lo predispuso mucho a mi favor. 

Antes de hacer brillar en mi alma un rayo de esperanza, Dios quiso enviarme un martirio sumamente doloroso, que duró tres días(2). 

Nunca como en aquella prueba comprendí bien el dolor de la Santísima Virgen y de san José mientras buscaban al divino Niño Jesús... Me encontraba en un triste desierto, o, mejor, mi alma parecía un frágil esquife, abandonado sin piloto a merced de las olas tempestuosas... 

Lo sé, Jesús estaba allí, dormido en mi barquilla; pero la noche era tan negra, que me era imposible verle. Ni una luz. Ni siquiera un relámpago que viniese a surcar las sombrías nubes... Es cierto que es muy triste el resplandor de los relámpagos; pero, al menos, si la tormenta hubiese estallado abiertamente, habría podido ver por un momento a Jesús... Pero era la noche, la noche profunda del alma... Y como Jesús en el huerto de la agonía, me sentía sola, sin encontrar consuelo alguno ni en la tierra ni en el cielo. ¡¡¡Como si el mismo Dios me hubiese abandonado...!!!  


JESÚS ES CONSOLADO POR EL ÁNGEL EN GETSEMANÍ


La naturaleza parecía participar también de mi amarga tristeza: durante esos tres días, el sol no hizo brillar ni uno de sus rayos y la lluvia cayó a torrentes. (He observado que en todas las ocasiones importantes de mi vida la naturaleza ha sido como una imagen de mi alma. En los días de lágrimas el cielo lloraba conmigo; en los días de alegría el cielo enviaba con profusión sus alegres rayos y ni una sola nube oscurecía el cielo azul...) 




Por fin, al cuarto día, que era sábado, día dedicado a la dulce Reina del cielo, fui a ver a mi tío. ¡Y cuál no sería mi sorpresa al ver que me miraba y que me hacía entrar en su despacho sin que yo le hubiese manifestado deseo alguno de hacerlo...! Empezó dirigiéndome tiernos reproches por portarme con él como si le tuviera miedo, y luego me dijo que no hacía falta pedir un milagro: que él sólo había pedido a Dios que le diera «una simple inclinación del corazón», y que había sido escuchado... 

Ya no sentí la tentación de pedir un milagro, pues para mí el milagro ya estaba concedido: mi tío no era el mismo.

Sin hacer la menor alusión a la «prudencia humana», me dijo que yo era una florecita que Dios quería cortar, y que él no seguiría oponiéndose a ello... 

Esta respuesta definitiva era realmente digna de él. Por tercera vez, este cristiano de otros tiempos permitía que una de las hijas adoptivas de su corazón fuera a sepultarse lejos del mundo.

También mi tía fue admirable por su ternura y su prudencia. No recuerdo que, durante el tiempo de mi prueba, me haya dicho una sola palabra que pudiera aumentarla. Yo veía que le daba mucha pena su pobre Teresita. Por eso, cuando obtuve el consentimiento de mi tío, también ella me dio el suyo, aunque no sin hacerme ver de mil maneras que mi partida le iba a costar mucho... ¡Ay, qué lejos estaban nuestros queridos parientes de sospechar entonces que tendrían que renovar otras dos veces ese mismo sacrificio...! Pero Dios, al tender la mano para seguir pidiendo, no la presentó vacía: sus amigos más queridos pudieron beber en ella, y con abundancia, la fuerza y el valor que tanto necesitaban... 


ISIDORO Y CELINA GUERIN, TÍOS DE SANTA TERESITA

Pero mi corazón me ha llevado muy lejos del tema; vuelvo a él casi a disgusto.

Después de la respuesta de mi tío, ya comprenderás, Madre mía, con qué alegría emprendí el camino de regreso a los Buissonnets bajo «un hermoso cielo en el que las nubes se habían disipado por completo»... 

También en mi alma había cesado la noche. Jesús, despertándose, me había devuelto la alegría, el ruido de la olas se había calmado. En lugar del viento de la prueba, henchía mi vela una brisa ligera, y yo creía que pronto llegaría a la ribera bendita que ya divisaba muy cerca de mí. Y esa ribera estaba, en efecto, muy cerca de mi barquilla; pero aún debía levantarse más de una tormenta, que ocultaría a su vista el faro luminoso, haciéndole temer que se había alejado para siempre de la playa tan ardientemente deseada...  




NOTAS:

(1) En realidad, quince días. 

(2)  Dura tuvo que ser esa prueba para que Teresa multiplique de ese modo las imágenes: noche negra, sin tan siquiera un relámpago, como si fuera un presentimiento de la prueba de la fe de los últimos años. 

Fuente: Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux




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