Jesús + El Carmelo, 20 de octubre de 1891
Querida Celina:
Es la cuarta vez que te felicito tu santo desde que estoy en el Carmelo... Me parece que estos cuatro años han apretado más aún los lazos que nos unían ya tan estrechamente. Cuanto más avanzamos en la vida, más amamos a Jesús. Y como nos amamos en él, nuestro afecto se hace tan fuerte, que es más unidad que unión lo que existe entre nuestras dos almas...
Celina, ¿qué puedo decirte, no lo sabes ya todo...? Sí, pero quiero decirte por qué las Celinas han florecido antes este año.
Jesús me lo hizo comprender esta mañana con ocasión de tu santo.
Sin duda te habrás dado cuenta de que el invierno nunca había sido tan riguroso como este año pasado; por consiguiente, todas las flores han tardado en abrirse.
Era algo completamente natural, y nadie se extrañó de ello. Pero hay una florecita misteriosa que Jesús se ha reservado para instruir nuestras almas. Esa flor es la flor-Celina... A diferencia de las demás, se abrió un mes antes de la época de su floración... ¡¡¡¿Comprendes, Celina, el lenguaje de mi florecita querida..., la flor de mi infancia..., la flor de los recuerdos...?!!! Las escarchas y el rigor del invierno, en vez de retrasarla, la hicieron brotar y florecer... Nadie se fijó en ello, ¡es tan pequeña esta flor, tan poco brillante...! Tan sólo las abejas conocen los tesoros que encierra su cáliz misterioso, compuesto de una multitud de pequeños cálices, a cuál más rico... Al igual que las abejas, Teresa ha comprendido este misterio: el invierno es el sufrimiento, el sufrimiento incomprendido, desconocido, tenido como inútil a los ojos de los profanos, pero fecundo y poderoso a las miradas de Jesús y de los ángeles que, cual abejas vigilantes, saben recoger la miel contenida en los misteriosos y múltiples cálices que simbolizan a las almas, o, mejor, a los hijos de la florecilla virginal...
FLOR CELINA |
Quizás Jesús quiera, después de habernos pedido, por así decirlo, amor por amor, pedirnos también sangre por sangre y vida por vida... Mientras tanto, tenemos que dejar que las abejas liben toda la miel de los pequeños cálices, no guardarnos nada para nosotras, dárselo todo a Jesús, y luego decir, como la flor, en la tarde de nuestra vida:
«¡La tarde, ha llegado la tarde!» (1). Entonces, todo habrá terminado..., y a las escarchas les sucederán los dulces rayos del sol, y a las lágrimas de Jesús las sonrisas eternas...
CELINA, HERMANA DE TERESITA |
Querida florecita, ¿entiendes a tu Teresa...?
NOTAS
1 Cita de una poesía de Celina, «La Rosée».
Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.
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