sábado, 17 de noviembre de 2018

PARA SER DE JESÚS ES PRECISO SER PEQUEÑOS, PEQUEÑOS COMO GOTAS DE ROCÍO, CARTA 141

 A Celina    J.M.J.T. 
Jesús + El Carmelo, 25 de abril de 1893 

Querida Celina: 
Voy a decirte un pensamiento que tuve esta mañana; o, mejor, te voy a transmitir los deseos de Jesús sobre tu alma...  

Cuando pienso en ti junto al amigo único de nuestras almas, es siempre la sencillez la que se me presenta como la nota característica de tu corazón... ¡Celina...!, sencilla florecita-Celina, no envidies a las flores de los jardines. Jesús no nos ha dicho: «Yo soy la flor de los jardines, la rosa cultivada», sino: «Yo soy la flor de los campos y el lirio de los valles»(1). 
 


Pues bien, esta mañana, junto al sagrario, yo pensé que mi Celina, la florecita de Jesús, debía ser -y serlo siempre- una gota de rocío escondida en la corola divina del Lirio de los valles. Una gota de rocío, ¿qué hay de más sencillo y de más puro? No son las nubes las que la han formado, pues el rocío desciende sobre las flores cuando el azul del cielo está estrellado. Ni puede tampoco compararse con la lluvia, a la que supera en belleza y en frescor. El rocío sólo existe por la noche; en cuanto el sol empieza a lanzar sus cálidos rayos, hace destilar las preciosas perlas que brillan en las puntas de las briznas de hierba de la pradera, y el rocío se torna en un ligero vapor. 

Celina es una gotita de rocío que no ha sido formada por las nubes, sino que ha caído de ese hermoso cielo que es su patria. Durante la noche de la vida, su misión es esconderse en el corazón de la Flor de los campos. Ninguna mirada humana debe descubrirla, sólo el cáliz que contiene la pequeña gotita conocerá su frescor.  

¡Dichosa gotita de rocío, tan sólo conocida de Jesús...!, no te pares a contemplar el curso sonoro de los ríos que causan la admiración de las criaturas; no envidies ni siquiera al claro arroyo que serpentea por la pradera. Cierto que es muy dulce su murmullo... Pero pueden oírlo las criaturas..., y además el cáliz de la flor de los campos no puede contenerlo. 
No puede ser sólo de Jesús. Para ser suyos, es preciso ser pequeños, ¡pequeños como gotas de rocío...! ¡Y qué pocas son las almas que aspiran a ser así de pequeñas (2)...! 

Pero tal vez digan: ¿acaso no son mucho más útiles el río y el arroyo que la gota de rocío? ¿Para qué sirve ésta? No sirve más que para refrescar durante unos instantes a una flor de los campos que hoy es y mañana ha desaparecido... 

Sin duda, estas personas tienen razón: la gota de rocío sólo sirve para eso. Pero esas personas no conocen a la Flor de los campos que ha querido habitar en nuestra tierra de destierro y vivir en ella la breve noche de la vida. 
Si la conociesen, entenderían el reproche que Jesús hizo una vez a Marta... Nuestro amado no tiene necesidad de nuestros grandes pensamientos ni de nuestras obras deslumbrantes; si quisiera pensamientos sublimes, ¿no tiene a sus ángeles, a sus legiones de espíritus celestiales cuyos conocimientos están infinitamente por encima de los más grandes genios de nuestra triste tierra...? 

No es, pues, el ingenio ni los talentos lo que Jesús vino a buscar a la tierra. Si se convirtió en la Flor de los campos, sólo fue para mostrarnos cómo le gusta la sencillez. El Lirio del valle no aspira más que a una gotita de rocío... Y justo por eso se ha creado una ¡que se llama Celina...! Durante la noche de la vida, ella deberá vivir oculta a toda mirada humana; pero cuando las sombras comiencen a declinar y la Flor de los campos se convierta en el Sol de la justicia cuando venga a consumar su carrera de gigante, ¿podrá entonces olvidar a su gotita de rocío...? ¡De ninguna manera! Cuando él aparezca en su gloria, su compañera de destierro aparecerá también gloriosa. 
El Sol divino posará sobre ella uno de sus rayos de amor, y de pronto la humilde gotita de rocío aparecerá ante los ojos maravillados de los ángeles y los santos, y brillará como un diamante precioso que, reflejando al Sol de la justicia, se tornará semejante a él. Pero esto no es todo. El Astro divino, al mirar a su gota de rocío, la atraerá hacia sí, y ella ascenderá como un ligero vapor (3) e irá a clavarse por toda la eternidad en el seno del foco ardiente del amor increado, y vivirá para siempre unida a él. 
Así como en la tierra fue la fiel compañera de su destierro y de sus desprecios, así también en el cielo reinará eternamente con él... 
CELINA, HERMANA DE TERESITA

¡Y qué asombrados quedarán entonces los que en este mundo tuvieron por inútil a la gotita de rocío...! Sin duda, tendrán una disculpa: no se les había revelado el don de Dios, no habían acercado su corazón al de la Flor de los campos y no habían escuchado estas palabras irresistibles: «Dame de beber». Jesús no llama a todas las almas a ser gotas de rocío. Quiere que haya licores preciosos que las criaturas puedan apreciar y que las alivien en sus necesidades; pero para él se reserva una gota de rocío, ésa es su mayor ilusión... 

¡Qué privilegio ser llamada a tan alta misión...! Mas para responder a ella, es absolutamente necesario ser sencillas... Jesús sabe bien que es difícil mantenerse puros en la tierra; por eso quiere que sus gotas de rocío se ignoren a sí mismas. Le gusta contemplarlas, pero sólo él las mira. En cuanto ellas, al no conocer su propio valor, se consideran por debajo de las demás criaturas... Y esto es lo que desea el Lirio de los valles. 

La gotita de rocío, Celina, ha comprendido... Este es el fin para el que Jesús la ha creado. Pero no debe olvidarse de su pobre hermanita; tiene que alcanzarle la gracia de hacer realidad lo que Jesús le hace comprender, para que, un día, el mismo rayo de amor evapore a las dos gotitas de rocío y juntas puedan, después de no haber sido más que una sola cosa en la tierra, estar unidas por toda la eternidad en el seno del Sol divino (4). 


Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz rel. carm. ind.  



NOTAS


1 La expresión bíblica «Flor de los campos» aparece ocho veces en esta carta; la de «Lirio de los valles» cuatro veces. 

2 «Ser pequeña»: es la primera vez que aparece en la pluma de Teresa esta expresión, destinada a ser una de las líneas de fuerza de su espiritualidad; cf Ms C 3rº, supra, n. 33. Hasta 1895 (Cta 178) y sobre todo hasta 1896 (Cta 182) Teresa no inventará su fórmula definitiva: «ser siempre niños, ser siempre niñitos». 


3 Cf Ca 7.4.1. La misma idea en san Juan de la Cruz, CE canc. 31. 


4 Desde Caen, Celina le da las gracias a su hermana el 28 de abril. He aquí un extracto de su respuesta: «Teresa, mi Teresa querida, ¡si supieras todo lo que pienso y cuántas veces a lo largo del día medito en eso que tú susurras al corazón de tu Celina... 

«Ser el rocío, la gota de rocío del Lirio de los campos...» ¡Ay, Teresa, qué bien lo comprendo, y cómo se hunde mi alma en abismos de profundidad...! Si supieras... No, nunca sabré decirte todo lo que pasa dentro de mí a ese respecto. Actualmente no ansío nada más, nada me atrae más que ser la gota de rocío que refresque el cáliz de la Flor de los campos. Cada palabra de tu carta abre todo un mundo a mi corazón... 

«Pero voy a callarme, pues prefiero meditar en silencio a hablar acerca de algo sobre lo que no existen palabras. La gotita de rocío es siempre, y en todo, incapaz, excepto para dar de beber a la Flor de los campos... Pero, Teresa, nosotras dos ¿no somos dos gotas de rocío en el cáliz de la Flor de los campos? Y tú sabes que dos gotas de rocío no pueden estar una junto a otra, muy cerquita la una de la otra, sin mezclarse y formar así una sola gota de rocío. Y entonces, el cáliz de la Flor de los campos se satisface con la gota de rocío «Teresa-Celina», ¡con esa única gota que es para él todo un océano! 

«Paulina me dice en su carta que «el amor de Celina es más precioso para Jesús de lo que le es amargo el odio de los malvados, y que una sola gota del gemido de su alma le hace olvidar las blasfemias de los pecadores». Sí, es gran verdad que una sola gota de rocío le basta a Jesús, ¡una sola! Y él se siente consolado y apaga su sed... Teresa, mi Teresa querida, no acierto a decirte todo lo que siento. Es demasiado. Y yo me explico muy mal. Pero ¡adivíname!» (A Teresa, LC, 152). 
 

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