miércoles, 21 de noviembre de 2018

MIS ARMAS

(Cántico compuesto para el día de una profesión) 



«Revestíos de las armas de Dios, para poder resistir los estratagemas del enemigo» (San Pablo).

«La esposa del rey es terrible, como un ejército en orden de batalla. Se parece a un coro de música en medio de un campamento» (Cant. de los Cant.)

Vestí las armas <1> del Omnipotente,  
y su mano divina me adornó. 
Nada me hará temer en adelante, 
¿quién podrá separarme de su amor? 
A su lado, lanzándome al combate, 
ya ni al fuego ni al hierro temeré <2>.  
Sabrán mis enemigos que soy reina, 
que esposa soy de un Dios <3>. 
Guardaré la armadura que me ciño, 
Jesús, ante tus ojos adorados, 
y hasta la última tarde del destierro 
serán mis votos mi mejor adorno.

Eres tú, ¡oh Pobreza!, mi primer sacrificio, 
te llevará conmigo hasta la muerte. 
Sé que el atleta, puesto en el estadio, 
para correr de todo se despoja. 
Gustad, mundanos,
vuestra angustia y pena,
de vuestra vanidad amargos frutos; 
yo, jubilosa, alcanzaré en la arena 
de la pobreza las triunfales palmas. 
Jesús dijo que «por la violencia 
el reino de los cielos se conquista». 
Me servirá de lanza la pobreza, 
y de glorioso casco.

Hermana de los ángeles victoriosos 
y puros la Castidad me hace. 
Formar espero un día en sus falanges; 
mas debo en el destierro 
como lucharon ellos luchar yo. 
Luchar continuamente, sin descanso 
ni tregua, por mi Esposo adorado, 
el Señor de los señores. 
Porque es la castidad celeste espada <4>
 que puede conquistarle corazones. 
La castidad será mi arma invencible, 
con ella venceré a mis enemigos. 
Por ella llego a ser, ¡oh inefable ventura!, 
la esposa de Jesús.
En medio de la luz gritó, orgulloso, el ángel:
 «¡Nunca obedeceré... <5>!»  
En medio de la noche de la tierra yo grito:
«¡Siempre obedeceré <6>!»  
Siento nacer en mí una divina audacia, 
al furor del infierno desafío. 
Y es mi fuerte coraza y de mi corazón 
escudo fuerte, la Obediencia. 
¡Oh mi Dios vencedor!, no ambiciono 
otra gloria que la de someter 
mi voluntad en todo, pues será 
el obediente quien cantará victoria 
en el descanso de la eternidad.

Si tengo del guerrero las poderosas armas 
y le imito luchando bravamente, 
quiero también como graciosa virgen 
cantar mientras combato. 
Tú haces vibrar las cuerdas de tu lira, 
¡y es tu lira, Jesús, mi corazón <7>!  
Por eso, cantar puedo la fuerza 
y la dulzura de tus misericordias. 
Sonriendo, yo afronto la metralla, 
y en tus brazos, cantando, 
¡oh --divino Esposo--, mi divino Esposo!,
 moriré <8> sobre el campo de batalla,  
¡las armas en la mano! 




NOTAS

Fecha: 25 de marzo de 1897. Compuesta para: sor María de la Eucaristía con ocasión de su profesión. - Publicación: HA 98, tres versos corregidos. - Melodía: Canto de despedida a los misioneros «Partez, hérauts de la bonne nouvelle».

Una poesía enérgica, aguerrida, tensa, echada sobre el papel como para entablar batalla. Una Teresa segura de sí misma y segura de Dios, que pasa por el crisol de la prueba como Juana de Arco por la hoguera. Ella sabe bien que es reina, una reina que lucha y que bruñe sus armas para triunfar, y cuya primera preocupación es la eficacia.

La cita de san Pablo en el epígrafe (tomada de la Regla del Carmelo) introduce directamente en la ceremonia de «armar caballeros»; la audaz yuxtaposición de dos versículos independientes del Cantar de los Cantares da la imagen de una reina imponente y de inmenso poderío, «terrible como un ejército en orden de batalla, semejante a un coro de música en medio de un campamento». Hay que tener verdadera mirada de poeta para elaborar de esa manera una cita tan brillante, hermética y antitética, como fuente de inspiración capaz de animar una profesión religiosa y de bosquejar una alegoría completa de los votos, tema ingrato donde los haya para hacer una poesía.

La destinataria es María Guérin, a la vez «angelito» y «mujer fuerte», «niñito» y «valiente guerrero» (P 24); pero también sor Genoveva, que el año anterior había quedado defraudada [porque a Teresa no se le había pedido componer para ella una poesía en nombre de la comunidad y tuvo que conformarse con entregarle casi a escondidas apenas unas migajas] (cf PN 27) y que sigue vibrando con las «imágenes de la caballería».

Pero para Teresa se trata mucho más de un romance de caballería, aunque el lenguaje alegórico pueda llamarnos a engaño (cf Cta 224); ella libra su batalla en «la realidad de la vida» (cf Ms A 31vº), y pronto la librará en la de la muerte. «Sonriendo» (como su amigo Teófano), «cantando» (como una esposa enamorada), Teresa lucha hasta el límite de sus fuerzas, antes de caer «con las armas en la mano» (nótese la fuerza de este final).


<1> Obsérvese el vocabulario tan paulino de esta poesía, inspirada en Ef 6, aun cuando las alegorías sean diferentes: en Pablo, «la verdad como cinturón, la justicia como coraza, como calzado el celo por anunciar el Evangelio, como escudo la fe, como casco la salvación y como espada la del Espíritu; en Teresa, «la armadura» son los «sagrados votos: la Pobreza, lanza y casco; la espada de la Castidad; la coraza de la Obediencia; el escudo de mi corazón».


<2> Cf P 17,9.


<3> Cf RP 7, 1rº.


<4> La espada implica en el caso de Teresa un trasfondo bíblico en el que se mezclan Mt 10,34 y Ef 6,17; cf P 31,5 y Or 17.


<5> Cf RP 7,3rº.


<6> Teresa recobra por un momento (en estos versos) el tono de los poetas románticos (Vigni, Lamartine, Hugo), a los que les gustan los diálogos fantásticos a través de los espacios infinitos... La antítesis luz-noche hace que la prueba de la fe aparezca en toda su intensidad; este enraizamiento existencial del poema confiere un carácter de auténtica bravura a lo hubiera podido parecer pura literatura o una simple bravata. 


<7> Tras el choque del enfrentamiento, la calma. La ternura de la femineidad recobra sus derechos, a ejemplo de santa Cecilia (la «virgen», con la mención de la lira; cf P 2).


<8> Esta muerte en el campo del honor le habría encantado a Teresa de Avila: «Los defensores de la Iglesia (...) pueden morir; ser vencidos, jamás» (Camino de perfección, cap. 3). [Las palabras originales de la Santa son: «Porque, como no haya traidor, si no es por hambre, no los pueden ganar. Acá esta hambre no la puede haber que baste a que se rindan; a morir, sí, mas no a quedar vencidos», Camino 3,1.]



Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, poesías.
 

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