sábado, 10 de noviembre de 2018

TERESITA REFLEXIONA SOBRE ZAQUEO Y LA VIRGEN MARÍA EN UNA CARTA A CELINA, CARTA 137

 A Celina   J.M.J.T. 
Jesús + El Carmelo 19 de octubre de 1892 


Querida Celina: 
Hace años, en los días de nuestra infancia, nos alegrábamos de que llegase nuestro santo por los regalitos que nos hacíamos una a otra. El objeto más insignificante tenía entonces a nuestros ojos un valor inigualable... Bien pronto la escena cambió. Al más joven de los pájaros le salieron alas y voló lejos del dulce nido de su infancia, ¡y entonces todas las ilusiones se desvanecieron! El verano sucedió a la primavera, y a los sueños de la juventud la realidad de la vida...  


CELINA Y TERESITA

Celina, ¿no fue en ese momento decisivo cuando se estrecharon todavía más los lazos que encadenaban ya nuestros corazones? 
Sí, la separación nos unió de una manera que las palabras no pueden expresar. Nuestro cariño infantil se trocó en unión de sentimientos, en unidad de almas y de pensamientos. ¿Quién pudo realizar esta maravilla...? Sólo aquél que cautivó nuestros corazones. «El amado escogido entre millares. El solo aroma de sus perfumes basta para atraer tras de sí». «A zaga de tu huella, / las jóvenes discurren al camino» (1) (Cant. de los Cant.) 

Jesús nos ha atraído a las dos juntas, aunque por caminos diferentes. Juntas nos ha elevado sobre todas las cosas quebradizas de este mundo, cuya apariencia pasa. Él ha puesto, por así decirlo, todas las cosas bajo nuestros pies. Como Zaqueo, nos hemos subido a un árbol para ver a Jesús... Por eso, podemos decir con san Juan de la Cruz: «Todo es mío, todo es para mí; la tierra es mía, los cielos son míos, Dios es mío y la Madre de mi Dios es mía» (2). 

A propósito de la Santísima Virgen, quiero confiarte una de las simplezas que tengo con ella. A veces me sorprendo diciéndole: «Querida Virgen Santísima, me parece que yo soy más dichosa que tú, porque yo te tengo a ti por Madre, mientras que tú no tienes una Virgen Santísima a quien amar (3)... Es cierto que tú eres la Madre de Jesús, pero ese Jesús nos lo has dado por entero a nosotros..., y él, desde la cruz, te nos ha dado a nosotros por Madre. Por eso, nosotros somos más ricos que tú, pues poseemos a Jesús y tú eres nuestra también. Tú, en otro tiempo, en tu humildad, deseabas ser un día la humilde esclava de la Virgen feliz que tuviera el honor de ser Madre de Dios; y ahora yo, pobre criaturita, soy no ya tu esclava sino tu hija. Tú eres la Madre de Jesús y eres mi Madre».  


Seguro que la Santísima Virgen se ríe de mi ingenuidad, y, sin embargo, lo que le digo es una gran verdad... 

Celina, ¡qué gran misterio es nuestra grandeza en Jesús! Ya ves todo lo que Jesús nos ha enseñado al hacernos subir al árbol simbólico del que te hablaba hace poco. Y ahora ¿qué ciencia va a enseñarnos? ¿No nos lo ha enseñado ya todo...? Escuchemos lo que él nos dice: «Bajad enseguida, porque hoy tengo que alojarme en vuestra casa». 

¿Pero cómo...? Jesús nos dice que bajemos... ¿Adónde tenemos que bajar? Celina, tú lo sabes mejor que yo; sin embargo, déjame que te diga hasta dónde debemos ahora seguir a Jesús. Una vez, los judíos le preguntaron a nuestro divino Salvador: «Maestro, ¿dónde vives?», y él les respondió: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, yo no tengo donde reclinar la cabeza». 
He ahí hasta dónde tenemos que bajar nosotras para poder servir de morada a Jesús: hacernos tan pobres, que no tengamos donde reposar la cabeza.


Ya ves, querida Celina, lo que Jesús ha obrado en mi alma durante estos ejercicios... Ya entiendes que se trata del interior. 
Por lo demás, el exterior ¿no ha sido ya reducido a la nada con la dolorosísima prueba de Caen...? En nuestro padre querido, Jesús nos ha golpeado en la parte externa más sensible de nuestro corazón. Ahora dejémosle obrar, él sabrá llevar a feliz término su obra en nuestras almas... 

Lo que Jesús desea es que lo recibamos en nuestros corazones. Estos, qué duda cabe, están ya vacíos de criaturas, pero yo siento que lamentablemente el mío no está totalmente vacío de mí misma, y por eso Jesús me manda bajar... Él, el Rey de reyes, se humilló de tal suerte, que su rostro estaba escondido y nadie lo reconocía... Pues yo también quiero esconder mi rostro, quiero que sólo mi amado pueda verlo, que sólo él pueda contar mis lágrimas..., que al menos en mi corazón sí que pueda reposar su cabeza querida y sentir que allí sí es conocido y comprendido... 

Celina, no puedo decirte todo lo que quisiera, mi alma es incapaz de ello... ¡Ay, si pudiera...! Mas no, no está en mi poder... ¿Pero por qué desconsolarme? ¿No piensas tú siempre lo mismo que yo...? Por eso, adivinas todo lo que no te digo. Jesús se lo hace sentir a tu corazón. Además, ¿no ha establecido en él su morada para consolarse de los crímenes de los pecadores? Sí, allí, en el retiro íntimo del alma, es donde nos instruye a las dos juntas, y un día nos mostrará el día que ya no tendrá ocaso... 

¡Feliz día de tu santo! ¡Qué feliz será un día tu Teresa cuando lo celebre en el cielo...! 



Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.
 

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