miércoles, 25 de diciembre de 2019

NO PEDIR CONSUELOS (FUERZA EN EL SUFRIMIENTO)


Su mortificación interior era tan grande, que nunca pidió a Dios el menor consuelo. 
He aquí un episodio, que dio origen a la lección que ella me enseñó a este propósito:        
En los comienzos de mi vida religiosa, yo luchaba; sufría muchas derrotas, conseguía pocas victorias, y el desaliento estaba a la orden del día. 
Los consejos, tan sabios, de mi Hermanita Sor Teresa me penetraban profundamente el alma; pero cuanto más los saboreaba, tanto más sufría por no poder llevarlos a la práctica. 
Me decía a mí misma: 
«No, nunca tendré la fuerza para llegar hasta el fin; prefiero tener menos en el Paraíso, no puedo adelantar».        
Estando en esta perplejidad, me dirigí a la Santísima Virgen, suplicándole, me diese un pequeño consuelo o bien un sueño. 
Fui escuchada.  
Mientras dormía me vi en el patio, llorando mucho. Con el corazón oprimido por la angustia, levanté los ojos: una inmensidad de cielo me rodeaba. Había en él algunas nubecillas y, entre ellas, coronas entrelazadas: eran como nimbos rematados por una estrella. Había miles, cantidades innumerables, y a medida que las nubecillas se apartaban, yo descubría otras más. Me quedé jadeante, mis lágrimas se secaron, y veía que el horizonte estaba todo rojo, rojo de sangre, y aquel rojo era cada vez más subido.        Entonces comprendí que no debía trabajar para mí, sino que era necesario trabajar para complacer a Dios y salvarle almas; ganar, sí, el Paraíso, pero para los pecadores. Y puesto que una madre da a luz con dolor, era necesario que yo sufriese mucho para engendrar muchas almas.        
Como mi corazón se abriera y dilatara ante la belleza de mi misión, me desperté y, toda feliz, conté este sueño alentador a nuestra querida Maestra. 
Ella me dijo con viveza: 
«¡Ah! ¡He ahí una cosa que yo nunca hubiera hecho! ...; ¡pedir consuelos! Puesto que os queréis parecer a mi, ya sabéis que yo digo:        
¡Oh! No temáis, Señor, que yo os despierte. Yo espero en paz el Reino de los cielos».
«¡Es tan dulce servir a Dios en la noche de la prueba! ¡No tenemos más que esta vida para vivir de fe! ...».     

Durante su última enfermedad, ella misma estaba muy lejos de ser llevada por el camino de los consuelos. 
Después de una de sus comuniones, nos dijo:        «Es como si hubieran puesto a dos niños juntos, y los niños no se dijesen nada; no obstante, yo he dicho alguna palabrita a Jesús, pero él no me ha respondido: ¡sin duda dormía!».   


Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)

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