«Se piensa comúnmente en el mundo, me dijo, que no tenemos nada que sufrir, o que, a lo sumo, se trata de sufrimientos pueriles, y se dice: «¡Enhorabuena! ¡Las cruces que se encuentran en el mundo son las únicas que Se pueden llamar cruces!»
Es verdad que en el mundo hay cruces muy grandes y muy pesadas... Las de la vida religiosa son alfilerazos cotidianos; la lucha se desarrolla en un terreno completamente distinto. Hay que combatirse a sí mismo, hay que destruirse a sí mismo: aquí es donde se consiguen las verdaderas victorias.
¡Cuántos hay que vienen del mundo al claustro después de haber perdido a los padres, a los hijos, cuyo ánimo varonil y fortaleza de alma causan admiración, y que luego frente a la cruz de la vida religiosa se hallan con frecuencia desanimados!
Yo misma he comprobado aquí que las naturalezas más fuertes en apariencia son las que más fácilmente se abaten en estas cosas pequeñas:
¡tan verdad es que la mayor de las victorias es la de vencerse a sí mismo!…
- ¡Oh, sí, contesté yo, el renunciamiento en las cosas pequeñas es demasiado difícil! ¡Yo no llegaré nunca a conseguirlo! Tomo buenas resoluciones, veo claramente lo que tengo que hacer; luego, a la primera ocasión, me dejo vencer, es más fuerte que yo.
- Os desconcertáis tan fácilmente porque no suavizáis de antemano vuestro corazón. Cuando estáis irritada contra alguien, el medio de encontrar la paz es rogar por esa persona y pedir a Dios que la recompense por haceros sufrir. Acontece, sin embargo, que a pesar de todos sus esfuerzos Dios permite algunas debilidades en ciertas almas, pues les sería muy perjudicial tener una virtud sentida, es decir, creer poseerla y que los demás se la reconociesen».
En cuanto a nuestra vida de clausura sin ningún apostolado activo, ella juzgaba que lo más duro para la naturaleza es trabajar sin ver nunca el fruto del propio trabajo, trabajar sin aliciente, sin distracciones de ninguna clase; que el trabajo más penoso de todos es el que se emprende sobre sí mismo, para llegar a vencerse.
Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
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