martes, 24 de diciembre de 2019

OBEDIENCIA


La obediencia de Sor Teresa del Niño Jesús se extendía a todo. Ella me decía: «No nos debemos procurar una vida cómoda. Puesto que quisiéramos ser mártires, es necesario que nos sirvamos de los instrumentos que tenemos y hacer de nuestra vida religiosa un martirio».        
Este consejo lo practicaba ella rigurosamente, al pie de la letra. 
Las Superioras habían de tener un gran cuidado con lo que decían en su presencia, pues un consejo era para ella una orden, y no lo seguía un día sólo, ni quince, sino continuamente.  
Así es como la vi observar algunas pequeñas cosas, como cerrar tal puerta, no pasar por tal corredor, no cruzar el coro, y otras mil recomendaciones de este género, de las cuales nuestra Madre Priora -la Reverenda Madre María de Gonzaga-, pasados algunos días, ya no se acordaba. 
No sospechaba ella que tenía a sus órdenes un alma que tomaba sus palabras como oráculos y las cumplía como si fuesen la voluntad expresa de Dios.  
Obedecía de igual manera a cada una de las Hermanas, sin que se la viese ni por asomo buscar su propia voluntad, sacrificada en todo momento. 

Un día que la Comunidad se había reunido en una ermita para entonar unos cánticos, agotada por la enfermedad, se sentó; una Hermana le hizo señas de que se levantara, y ella obedeció enseguida con rostro amable. 
Después de la reunión, yo le pregunté el porqué de aquella obediencia, que yo reputaba demasiado ciega. Me contestó sencillamente «que, en las cosas de poca importancia, había cogido la costumbre de obedecer a todas y a cada una por espíritu de fe, como si fuese Dios mismo quien le manifestase su voluntad».  


Había yo contestado vivamente a una Hermana que me había hecho un reproche a mi ver inmerecido. 
«¡No tiene razón, eso no le concierne a ella!, decía yo. 
-Es verdad, me contestó nuestra Maestra; pero Nuestro Señor no dijo: obedeced solamente a vuestros Superiores, sino: «Dad a quienquiera que os pida» (Lucas 6, 30) y «dad mil pasos con quien os obligue a dar cien» (Mateo 5, 41).

Algo antes de morir, Sor Teresa dijo delante de mí a la Madre Inés de Jesús: «Tengo que daros un pequeño consejo: convendría que las Prioras recomendasen a las enfermeras que éstas obligasen a sus enfermas a pedir todo lo que les haga falta. Esto es muy necesario, Madre mía...» 

Me lo dijo también a mi, que estaba empleada en este oficio. De este hecho dedujimos que hablaba por experiencia, pero era demasiado tarde para poner remedio eficaz. ¡De cuántas cosas no se privaría! Estos sacrificios son secreto de Dios, pues aun pensando aliviarla la hacíamos sufrir.       Así, por ejemplo, la enfermera, una buena anciana, un poco sorda, creyendo que tenía frío, cuando estaba ardiendo de fiebre, la cubría hasta la cabeza y, viendo que su enferma recibía todo lo que ella le daba, le llevaba aún más mantas. Sor Teresa se dejaba hacer. Cuando yo volví, la encontré empapada en sudor. Toda sonriente, me contó este episodio, sin que ni una sola palabra de descontento, saliese de sus labios. 
Por el contrario, me dijo «que lo había aceptado todo por espíritu de obediencia a su primera enfermera». 



Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)

No hay comentarios:

Publicar un comentario