Mi querida Hermanita (Teresita) me decía:
«Lo que alcanza más gracias de Dios es la gratitud, pues si le agradecemos un beneficio, se conmueve y se apresura a hacernos otros diez; y si se los agradecemos aún con la misma efusión, ¡qué multiplicación incalculable de gracias! Yo lo he comprobado por experiencia; probadlo vos y veréis.
Mi gratitud no tiene límites por todo lo que me da, y se lo demuestro de mil maneras».
Era agradecida aun al menor favor recibido, pero particularmente al bien que le habían hecho los ministros de Dios con los que había tenido ocasión de tratar.
Me lamentaba de que Dios parecía abandonarme... Sor Teresa replicó vivamente: «¡Oh, no digáis eso! Mirad: aunque no comprenda nada de lo que acontece, yo sonrío y digo: ¡gracias! Aparezco siempre contenta delante de Dios. No hay que dudar de él: eso es falta de delicadeza.
No: «imprecaciones» contra la Providencia nunca, sino siempre gratitud».
Entraba yo en el Carmelo con la impresión de haber dado mucho a Jesús. Por eso, pedí a mi Teresita que me compusiese, sobre el estribillo «Acuérdate», un poema, destinado a «recordar» a Jesús todo lo que yo creía haberle sacrificado y todo lo que nuestra familia había sufrido. Ella acogió el encargo con gusto, viendo en él la oportunidad de darme una lección. En numerosas estrofas, ella evocó, no lo que yo había hecho por Jesús, sino lo que Jesús había hecho por mí. Pensé entonces en la parábola del Fariseo y del Publicano: ¿No había yo imitado un poco al primero, que se vanagloriaba de pagar las décimas de todos sus bienes?...
Teresa había querido enseñarme el completo olvido de mí misma para vivir en el amor y en la acción de gracias.
Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
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