Yo le había confiado una pena.
Para animarme, demostrándome que no era insensible, me contó que siendo segunda tornera le aconteció una noche, durante el «silencio», tener que preparar una lamparilla para afuera.
Había que buscar aceite, mechas; no había nada preparado, todas se habían retirado a sus celdas, las puertas estaban trancadas.
«Tuve un gran combate, me confidenció ella. Murmuraba interiormente contra las personas y las circunstancias, reprochaba a las torneras externas el hacerme trabajar así durante un tiempo de descanso, cuando ellas mismas podían haberse muy bien bastado. Pero de repente la luz se hizo en mi alma. Me figuré que estaba sirviendo a la Sagrada Familia en Nazaret, que preparaba aquella lamparilla para el Niño Jesús, y entonces puse en ello tanto, tanto amor, que andaba con paso muy ligero y con el corazón desbordando de ternura.
Desde entonces, añadió, he empleado siempre este método, que me sigue resultando a las mil maravillas».
Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
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