Un día que la vi tocando dulcemente la corona de espinas y los clavos de su Jesús con la punta de los dedos, le dije: «¿Qué hacéis?».
Entonces, con un suave gesto de admiración ante mi sorpresa, me confesó:
«Le estoy desclavando y quitándole la corona de espinas».
No quería dar a las criaturas el testimonio de amor de echarles flores. Un día, le había yo puesto en la mano unas rosas pidiéndole que se las arrojase a alguna Hermana en señal de afecto; ella rehusó.
Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
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