Para asegurarme acerca de la felicidad inalterada del cielo, me decía y me repetía: "que Dios sabría disponer tan bien todas las cosas, que no tendríamos nada que envidiarnos los unos a los otros".
A fin de comunicarnos esta convicción, ella se apoyaba en los hechos más menudos que ocurrían a su alrededor.
Viéndome arreglar las flores artificiales combinándolas de manera que pudiese sacar partido aun de las más pequeñas para mejorar a las más marchitas, de tal modo, que una vez terminado el ramillete, no se reconocía en él a aquél cuyo arreglo me habían confiado, me dijo que esto le suministraba un ejemplo sorprendente de lo que haría Dios cuando nos pusiese de relieve después de haber hecho desaparecer todas nuestras miserias.
Se verá entonces al más grande de los Santos puesto de relieve por el más pequeño, y al más pequeño se le verá muy grande por la proyección de gloria que le dará el mayor.
El Evangelio de los obreros de la última hora, pagados lo mismo que los que habían soportado el peso de la jornada (Mateo 20, 1-16), le encantaba:
«Mirad, nos decía: si ponemos toda nuestra confianza en Dios, haciendo los pequeños esfuerzos posibles y esperándolo todo de su misericordia, recibiremos tanto como los grandes Santos».
Habiéndome dado una de mis amigas una muñeca, se la ofrecí a nuestra Madre el día de su santo; y mientras las demás Hermanas aportaban cosas magníficas, mi modesto regalo causó mayor placer que todo lo demás.
A propósito de esto, nuestra querida Hermanita me dijo: «Así obrarán los Santos con nosotras: ellos son nuestros hermanos mayores, nos harán regalos y nos hallaremos ricas...
Las Hermanas que han confeccionado cofrecitos espléndidos, objetos de valor y de paciencia me representan a los Santos que han realizado obras y dejado escritos admirables. Y sin embargo, vuestra muñequita ha llamado la atención... ¡y eso que era un juguetito que se os había dado! ¡No era obra vuestra!».
Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
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