«Para andar por el caminito, declaraba, hay que ser humilde, pobre de espíritu y sencillo».
¡Cómo habría ella gustado, de haberla conocido, esta oración de Bossuet!
«¡Gran Dios! ..., no permitáis que ciertos espíritus, de los que unos se clasifican entre los sabios y otros entre los espirituales, puedan jamás ser acusados ante vuestro inapelable Tribunal de haber contribuido en algún modo a cerraros la puerta de no sé cuántos corazones, por el solo hecho de que vos queríais entrar en ellos de una manera cuya sola sencillez les extrañaba, y por una puerta que, aunque está abierta de par en par por los santos desde los primeros siglos de la Iglesia, ellos, tal vez, no conocían aún suficientemente. Antes bien, haced que, volviéndonos todos tan pequeños como niños, a la manera que Jesucristo lo ordenó, podamos entrar una vez por esta puertecita, a fin de poder después enseñársela a los demás más segura y más eficazmente». Así sea.
Teresa supo maravillosamente, con la luz revelada a los pequeños, descubrir esta puerta de salud y enseñársela a los otros. ¿No han fijado, acaso, tanto la Sabiduría divina como la sabiduría humana en este espíritu de infancia «la verdadera grandeza del alma?». Por ejemplo, dos grandes filósofos chinos, anteriores a la era cristiana, así lo habían establecido en estas poderosas definiciones:
«La virtud madura tiende al estado de infancia». (Lao-Tsé, siglo VII antes de Jesucristo).
«Es grande el hombre que no ha perdido su corazón de niño». (Meng-Tsé, siglo IV antes de Jesucristo)
Para nuestra Santa, este «caminito» consistía prácticamente en la humildad, como ya he dicho.
Pero se traducía también por un espíritu de infancia muy acusado.
Por eso, gustaba ella mucho de hablarme sobre estas sentencias que sacaba del Evangelio:
«Dejad que se me acerquen los niñitos, pues de ellos es el reino de los cielos... Sus Ángeles contemplan continuamente el Rostro de mi Padre Celestial... Quien se hiciere pequeño como un niño, será el más grande en el reino de los cielos. Jesús abrazaba a los niños después de haberles bendecido».
EVANGELIO.
Ella había copiado estas palabras, tal como las reproducimos, en el reverso de una estampa sobre la que estaban pegadas las fotografías de nuestros cuatro hermanitos, que habían volado al cielo en tierna edad. Me la regaló, guardándose otra parecida en su breviario. Las fotos están ahora borradas, en parte, por el tiempo.
A estos textos evangélicos había añadido otros, sacados de la Sagrada Escritura, que la encantaban, y siempre en relación con el Espíritu de infancia:
«Dichosos aquellos a quienes Dios justifica sin las obras, pues al que trabaja, el salario no se le cuenta como una gracia, sino como una deuda... Reciben, pues, un don gratuito los que sin hacer las obras son justificados por la gracia en virtud de la redención, cuyo autor es Jesucristo». (Epístola de San Pablo a los Romanos 4, 4-6)
«El Señor conducirá a los pastos su rebaño. Reunirá a los corderitos y les tomará en su regazo». Isaías, cap. XL, 11.
En el reverso de otra estampa grande, había reunido otras citas escriturísticas, algunas de las cuales repetían las precedentes. Pero es interesante ver hasta qué punto esclarecían su Camino.
«¡Si alguno es pequeñito, que venga a mí!» (Proverbios)
«Quien se hiciere pequeño como un niño, será el más grande en el reino de los cielos. . . » (Evangelio)
El Señor reunirá a los corderitos y les tomará en su regazo.
«Como una madre acaricia a su niño, así os consolaré yo: os llevaré sobre mi regazo y os acariciaré sobre mis rodillas». (Isaías 46, 13).
«De la misma manera que un padre siente ternura para con sus hijos, el Señor siente compasión para con nosotros; tanto como dista el levante del poniente, tanto ha alejado él de nosotros los pecados de que somos culpables. El Señor es compasivo y lleno de dulzura, parco en castigar y abundante en misericordia» (Salmo 102, 12)
Le enseñé un recordatorio con la fotografía de un niño, muerto en tierna edad; ella señaló con su dedo el rostro del niño, diciendo con ternura y orgullo:
«¡Están todos bajo mi dominio!», como si previese ya su título de «Reina de los Pequeñitos».
Sor Teresa del Niño Jesús era alta, medía un metro sesenta y dos, mientras que la Madre Inés de Jesús era mucho más baja. Yo le dije un día:
«Si se os hubiese dado a escoger, ¿qué hubierais preferido: ser alta o baja?
Y me contestó sin vacilar:
«Hubiera escogido ser baja para ser pequeña en todo».
Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
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