La pintó de rosa y la rodeó siempre de alegres flores y de pajarillos disecados, de plumaje tornasolado.
ESTATUA DEL NIÑO JESÚS EN EL CLAUSTRO DE LISIEUX,
QUE SANTA TERESITA SE ENCARGABA DE CUIDAR
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En lugar de descansar, como estaba permitido durante la hora de silencio, de media a una hora en el verano, pasaba en parte este tiempo adornando a su Jesusín.
Pero las flores en el Carmelo eran raras en aquel tiempo. ¡Prisionera a los quince años, no pudiendo pasearse por los campos ni coger un solo capullo de oro, aquello era penoso para una naturaleza como la suya! Sin embargo, Jesús se encargó de proveer de flores a su pequeña prometida. Ella misma me contó la siguiente anécdota:
«El primer verano que pasó en el Carmelo, llegó a decirse a sí misma: ¡Ya no volveré, pues, a ver nunca acianos, margaritas, amapolas, ni avena, ni trigo! ..., lo cual le causaba una verdadera pena. En esto, la portera fue a llevar a nuestra Madre una soberbia gavilla campestre, compuesta de todas las flores y espigas que Teresa había deseado. La tornera externa la había hallado colocada en el reborde de su ventana, sin ninguna explicación. Ignorando la pena de Teresa, nuestra Madre le mandó el ramillete para la estatua del Niño Jesús. A partir de aquel momento nunca le faltaron las flores del campo».
Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)
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