domingo, 29 de diciembre de 2019

INSTRUMENTOS DE DIOS


Puesto que mi querida Teresita era mi ideal, y yo me abrasaba en el deseo de imitarla, se lo manifestaba muchas veces. 
A cada temor que yo le comunicaba ella oponía respuestas que volvían mi alma a la verdad, pues yo era inclinada a estimar lo que brilla.        
«Ya veis, le dije yo, que Dios os ama particularmente, pues os pone en primera fila y permite que seáis estimada y amada de las criaturas; ¡porque no podéis negar que cada una de nosotras, en la Comunidad, os busca y os ama!  - Eso no me añade nada, me respondió, y no soy, realmente, más de lo que Dios piensa de mí. En cuanto a amarme más porque me pone en primera fila y permite que sea su intérprete cerca de unas pocas novicias, me parece que es todo lo contrario. Dios me constituye en sierva de ellas. Para vosotras, no para mí, ha puesto Dios en mí encantos de virtud exterior.     
Me comparo muchas veces a una pequeña escudilla de leche: todos los gatitos van a beber en ella y hasta disputan, a veces, a quién le tocará más; ¡pero allá en el fondo, apartado, el Niño Jesús vigila! «Me gusta que bebáis en mi escudilla, dice, pero voy a vigilar para que no la volquéis». En efecto, él cuida de eso. Por lo demás, seria difícil quebrarla, pues está en el suelo... También las prioras están llenas de gracias para las otras, pero están sobre una mesa, hay más peligro: ¡el honor es siempre peligroso! Dios pone, a medida que lo necesitáis, leche en su pequeña escudilla, ¡y vosotras decís que es para mí más que para vosotras! ¡Pero no soy yo quien se aprovecha, sino vosotras!        
- Si, pero es señal de que pone en vos su confianza. Estáis colocada en un puesto de honor, estando en un puesto de abnegación. ¡Dios está seguro de vos!        
- ¡Ah, no sabéis lo que decís! Humanamente hablando, los más privilegiados son los que Dios se reserva para sí solo. Por ejemplo: Él tiene dos vasitos de incienso; se reserva uno para sí y hace exhalar el perfume del otro ante las criaturas: ¿cuál de los dos es más privilegiado?     
Él tiene dos graciosas cestitas: unas, las guarda en el almacén; otras, las pone en el escaparate para atraer a los que pasan. A éstas, les ata unas cintas de color rosa y azul para que parezcan más bonitas, pero esto no añade nada a su intrínseco valor de cestas, y las que están en los armarios del almacén son tan bonitas, y aún más, pues casi se necesita un milagro de su gracia para que las cestitas que él pone en el escaparate conserven su frescura. ¡Y he aquí que vos envidiáis a éstas!        - ¡Ah! No envidio eso en sí mismo, sino porque vos lo tenéis.        
- Bien. Si yo fuese favorecida con gracias extraordinarias, no podríais, no obstante, desearlas, porque sería una falta venial» 
Entonces yo asumí una expresión de tristeza y enrojecí al contestar: 
«Me costaría mucho privarme de ese deseo... Confieso que esto es una niñería. La prueba está en que si yo recibiese gracias extraordinarias y vos no las tuvieseis, desearía no tenerlas: tanta es la confianza que tengo en el camino por donde os lleva Dios.        
- Un alma, replicó ella, no es santa porque Dios la tome como instrumento. Es como si un artista cogiese tal o cual pincel. ¿Por qué coge a éste, mientras al otro lo deja a un lado? No es menos pincel que el otro, y tal vez es mejor. En todo caso, el ser empleado por el maestro no le añade nada al primero.        
- ¿Qué es, pues, lo que vale?        
- Reconocer esta verdad, no atribuirse nada, no juzgar más grande esto o aquello, referirlo todo a Dios. Del mismo modo que una llama pequeña, débil y temblorosa, puede provocar un gran incendio, así Dios se sirve de quien quiere para extender su reino. Un libro ordinario, y aun profano, puede servir para ello. No hay por qué, pues, enorgullecerse cuando somos tomados como instrumentos. Dios no tiene necesidad de nadie».   Sin embargo, yo insistía aún:        
«Las luces me vienen por vos, le decía yo por centésima vez, mientras que a vos, Dios os habla directamente.        
- Eso no es una señal de predilección hacia mí, al contrario. Nuestro Señor, como os digo, me constituye en siervecita vuestra. Él me dice tal o cual cosa expresamente para vosotras. Yo debería, antes bien, sentir mi inferioridad en esta circunstancia. Dios, en efecto, nos habla a través de los libros, a través de las cosas exteriores; se sirve muchas veces de objetos materiales; pues bien: todo eso está a nuestro servicio. De la misma manera, lo que nos viene a través de ciertos Santos es mucho más para nosotros que para su gloria propia. Dios les exalta para nosotros. También ellos son nuestros servidores. Si, en verdad: «Todo es nuestro, todo es para nosotros» 



Fuente: Consejos y recuerdos (Recogidos por Sor Genoveva de la Santa Faz, Celina)

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