J.M.J.T. Carmelo de Lisieux
21 de junio de 1897
Jesús +
Querido hermanito:
He dado gracias a Nuestro Señor con usted por la gracia tan señalada que se dignó concederle el día de Pentecostés (1). En esa misma hermosa fiesta (hace 10 años) obtuve yo, no de mi director sino de mi padre, el permiso para hacerme apóstol en el Carmelo. Un motivo más de parecido entre nuestras almas.
Por favor, querido hermanito, ni se le ocurra nunca pensar que «me aburre o me distrae" hablándome mucho de usted. ¿Cómo iba a ser posible que una hermana no tuviese interés por todo lo que se refiere a su hermano? Y en cuanto a distraerme, no tiene nada que temer: sus cartas, por el contrario, me unen más a Dios al hacerme contemplar de cerca las maravillas de su misericordia y de su amor.
A veces Jesús quiere «revelar sus secretos a los más pequeños". Prueba de ello es que, después de haber leído su primera carta del 15 de oct. del 95, yo pensé lo mismo que su director: usted no puede ser un santo a medias, tendrá que serlo del todo o no serlo en absoluto. Comprendí que usted debía de tener un alma valiente, y por eso me sentí feliz de ser su hermana.
No crea que me asusta al hablarme de «sus años más hermosos desperdiciados". Agradezco a Jesús que lo haya mirado con una mirada de amor como en otro tiempo miró al joven del Evangelio. Usted, más afortunado que él, ha respondido fielmente a la llamada del Maestro y lo ha dejado todo para seguirlo, y en la edad más hermosa de la vida, a los 18 años...
Usted, hermano, igual que yo, puede cantar las misericordias del Señor, que brillan en usted en todo su esplendor... Usted ama a san Agustín y santa María Magdalena, esas almas a las que «se les han perdonado muchos pecados porque amaron mucho". También yo les amo, amo su arrepentimiento, y sobre todo... ¡su amorosa audacia! Cuando veo a Magdalena adelantarse, en presencia de los numerosos invitados, y regar con sus lágrimas los pies de su Maestro adorado, a quien toca por primera vez, siento que su corazón ha comprendido los abismos de amor y de misericordia del corazón de Jesús y que, por más pecadora que sea, ese corazón de amor está dispuesto, no sólo a perdonarla, sino incluso a prodigarle los favores de su intimidad divina y a elevarla hasta las cumbres más altas de la contemplación.
Querido hermanito, desde que se me ha concedido a mí también comprender el amor del corazón de Jesús, le confieso que él ha desterrado todo temor de mi corazón. El recuerdo de mis faltas me humilla y me lleva a no apoyarme nunca en mi propia fuerza, que no es más que debilidad; pero sobre todo, ese recuerdo me habla de misericordia y de amor. Cuando uno arroja sus faltas, con una confianza enteramente filial, en la hoguera devoradora del Amor, ¿cómo no van a ser consumidas para siempre?
Sé que ha habido santos que pasaron su vida practicando asombrosas mortificaciones para expiar sus pecados. Pero, ¿qué quiere?, «en la casa del Padre celestial hay muchas estancias". Lo dijo Jesús, y por eso yo sigo el camino que él me traza. Procuro no preocuparme ya de mí misma en nada y dejar en sus manos lo que él quiera obrar en mi alma, pues no he elegido una vida de austeridad para expiar mis faltas sino las de los demás.
Acabo de releer estas líneas, y me pregunto si usted me entenderá, porque me he explicado muy mal. No crea que censuro el arrepentimiento que usted tiene de sus faltas y sus deseos de expiarlas. En absoluto, ¡estoy muy lejos de hacerlo! Pero mire, ahora que somos dos, el trabajo se hará más rápidamente (y a mí, a mi estilo, me cundirá más el trabajo que a usted); por eso espero que algún día Jesús lo hará caminar por el mismo camino que a mí (2).
Perdón, querido hermanito, no sé lo que me pasa hoy, pues realmente digo lo que no quisiera decir. No me queda ya sitio para contestar a su carta. Lo haré en otra ocasión. Gracias por las fechas. Ya he festejado sus 23 años (3). Ruego por sus queridos padres, a los que Dios se llevó ya de este mundo, y no olvido a la madre a la que tanto ama (4).
Su indigna hermanita,
T. del Niño Jesús de la Santa Faz rel. carm. ind.
NOTAS:
(1) El 7 de junio, lunes de Pentecostés, el abate Bellière escribía a Teresa: «Ayer, mi muy querida hermana, a la misma hora en que el Espíritu Santo descendía sobre los apóstoles con su luz y con su fuerza, recibía yo sus órdenes de labios de mi Director. Dicho de otra manera, recibía una confirmación casi decisiva de mi vocación y escuchaba esto: Usted tiene una vocación seria, en la que yo creo firmemente y en la cual Dios manifiesta de manera singular su Providencia. Por mil ocasiones de perderse, Dios le ha concedido diez mil de salvarse. Es más, él quiere que sea misionero. El camino está abierto, vaya.
«Y voy a partir, querida hermanita. Pasaré estas vacaciones con mi familia, y el 1 de octubre llegaré a Argel para hacer el noviciado en Maison-Carrée con los Padres Blancos. (...) Si más tarde me ocurre sentir desmayo o desaliento, (...) sabré, hermana, que usted está cerca de mí con su caridad fraternal, y no será ése el menor sostén de mi pobre alma. Usted me ha prometido que, incluso después del destierro, estará a mi lado, y no tengo miedo.
«Adoremos a Dios, hermana mía, ayúdeme a darle gracias. Yo menos que nadie, créame, merecía este honor, en el que no puedo pensar si no es temblando, y este amor de Dios me asusta un poco. Sin embargo, quiero que venza la confianza y entregarme sin reservas, que, por otra parte, es lo que me han pedido. El Padre me ha dicho: Tiene que entregarse enteramente a Dios, que se lo pide todo. Usted no puede estar a su servicio sólo a medias; o es un buen sacerdote, o no es nada. Estos son también mis sentimientos y quiero darme sin cálculos (...)
«Usted me decía no hace mucho: «Siento que nuestras almas fueron hechas para comprenderse». También a mí me lo parece, y, como soy un poco supersticioso respecto a la Providencia, no puedo dejar de establecer algunas semejanzas (pero también ¡cuántas diferencias!).
«Permítame transmitirle algunas con toda sencillez. Unos mismos deseos: almas, apostolado... -usted es ante todo un apóstol, creo yo-. Esa necesidad de entrega a una causa santa. (...)
«Siendo aún muy joven, usted, querida hermanita, se vio privada de las caricias de una madre. Pues ya ve, yo no llegué a conocer a la mía; es más, ella murió por causa mía. Hasta los 10 ó los 11 años yo ignoraba esta desgracia, pues estaba recibiendo de una tía el afecto y las caricias que yo creía eran caricias de una madre, tan dulces y bienhechoras eran para mí. Por eso siempre llamé «madre» a esta hermana de mi madre, y mi corazón sufrirá [al separarme de ella] tanto como hubiese sufrido si me despidiese de mi madre para ir al lejano apostolado. (...)
«No me sorprendería que tuviésemos también las mismas devociones. A mí me ha convertido el Sagrado Corazón, después de muchas necedades y cobardías. Los años más hermosos de la vida, los que más ama Jesús, yo los he despilfarrado, sacrificando al mundo y a sus locuras los «talentos» que Dios me había prestado. Pero la Santísima Virgen, Nuestra Señora de la Liberación, a la que usted seguramente conoce, me ha ayudado también mucho. San José me ha recibido en su guardia de honor. Y espero mucho de la amistad de los santos Pablo, Agustín, Mauricio, Luis Gonzaga, Francisco Javier, y de las santas Juana de Arco, Celina e Inés (a quienes usted ha cantado), Genoveva, que era una valiente y cuya fiesta está enmarcada entre su nacimiento de usted y su bautismo (3 de enero), Teresa, sobre todo desde que sé que es la santa patrona de mi querida hermanita, María Magdalena, la pecadora a la que Jesús llegó a amar tanto. (...)
«¡Cómo debo de aburrirla y distraerla, mi valiente y querida hermanita, con toda esta palabrería en la que me parece que hablo de mí más de la cuenta! Perdóneme. La verdad, se lo aseguro, es que soy un miserable, y gracias a que usted está ahí Dios me sigue amando todavía. Estoy seguro de que se lo recompensará, y así se lo pido ardientemente.
«Mi muy querida y genial hermanita, yo seré para siempre su agradecido, aunque indigno hermano,
M. Barthélemy Bellière
«No tenga miedo, hermana mía, estoy demasiado celoso de la gracia de Dios que me concede el favor de sus cartas, para que ningún profano penetre en su secreto» (LC 186, 7/6/1897).
(2) El 15 de julio, el abate Bellière escribía a este respecto: «¿Sabe que me abre horizontes nuevos? En su última carta, especialmente, encuentro una serie de reflexiones sobre la misericordia de Jesús, sobre la familiaridad a que él nos invita, sobre la sencillez en las relaciones del alma con nuestro gran Dios, que hasta el presente no me habían conmovido mayormente, sin duda porque nadie me las había presentado con esa sencillez y esa unción que su corazón prodiga. Y pienso como usted. Pero yo sólo llego imperfectamente a esa sencillez exquisita que me parece asombrosa, porque soy un pobre orgulloso y me apoyo todavía demasiado en las cosas creadas.
«No, querida hermanita, no se ha explicado mal, tiene toda la razón. He comprendido bien sus ideas. Y como usted dice tan bien y tan acertadamente, ya que en la práctica somos dos, me fío enteramente de Nuestro Señor y de usted, que es el camino más seguro. Todo lo que me dice lo considero como proveniente del mismo Jesús, tengo plena confianza en usted y me acomodo a su estilo, que quisiera hacer mío» (LC 188, 15/7/1897).
(3) El 10 de junio.
(4) Su tía, la señora Barthélemy.
Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.
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