viernes, 13 de septiembre de 2019

¿NINGUNO TE HA CONDENADO?, CARTA 230

A la madre Inés de Jesús

28 de mayo de 1897 

J.M.J.T. 

Querida Madrecita: 

Tu hijita ha vuelto a derramar hace un momento dulces lágrimas; lágrimas de arrepentimiento, pero más aún de gratitud y de amor... ¡Sí, esta noche te he demostrado mi virtud, mis TESOROS de paciencia...! ¡¡¡Yo, que predico tan bien a las demás!!! Me alegro de que hayas visto mi imperfección (1). ¡Sí, cuánto bien me hace el haber sido mala...! Tú no reprendiste a tu hijita, y, sin embargo, se lo merecía; pero la niña está ya acostumbrada a eso, tu dulzura le dice mucho más que las palabras severas, tú eres para ella la imagen de la misericordia de Dios. 

 

Sí, pero... sor San Juan Bautista es, por el contrario, ordinariamente, la imagen de la severidad de Dios. Pues bien, acabo de encontrarme con ella, y, en vez de pasar fríamente a mi lado, me ha abrazado, diciéndome (exactamente como si yo hubiese sido la criatura más linda del mundo): «¡Pobre hermanita, me has dado lástima, no quiero cansarte, he obrado mal, etc., etc.» Yo, que sentía en mi corazón una contrición perfecta, no acababa de creerme que no me hiciese ningún reproche. 

Sé muy bien que, en el fondo, le debo de parecer imperfecta, y si me ha hablado así es porque cree que me voy a morir; pero no importa, no he oído salir de su boca más que palabras dulces y tiernas, y por eso he pensado que ella es muy buena y yo muy mala... 

Al volver a mi celda, me preguntaba qué pensaría Jesús de mí, y al instante me acordé de aquellas palabras que un día dirigió a la mujer adúltera: «¿Ninguno te ha condenado?» Y yo, con lágrimas en los ojos, le contesté: «Ninguno, Señor... Ni mi Madrecita, imagen de tu ternura, ni mi hermana sor San Juan B., imagen de tu justicia, y sé muy bien que puedo irme en paz ¡porque tú tampoco me condenarás...!» 

Madrecita, ¿por qué será Jesús tan bueno conmigo? ¿Por qué no me riñe nunca...? ¡Sí, verdaderamente es como para morir de gratitud y de amor...! 

Estoy mucho más contenta de haber sido imperfecta que si, sostenida por la gracia, hubiese sido un modelo de bondad... ¡Me hace tanto bien ver que Jesús es siempre tan dulce y tan tierno conmigo...! Sí, desde ahora lo reconozco: sí, todas mis esperanzas se verán colmadas; sí, el Señor hará en nosotras maravillas que rebasarán infinitamente nuestros inmensos deseos... 

Madrecita, Jesús hace bien en esconderse, en no hablarme más que de tarde en tarde, y esto «a través de las rejas» (Cant. de los Cant.), pues siento claramente que no podría soportar más, que mi corazón estallaría, incapaz de contener tanta felicidad... Tú, dulce eco de mi alma, tú comprenderás que esta noche el vaso de la misericordia divina se ha desbordado sobre mí..., tú comprenderás que has sido y serás siempre el ángel encargado de guiarme y de anunciarme las misericordias del Señor... 

Tu insignificante hija, 

Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz rel. carm. ind. 
 

 

 NOTAS

 1 La madre Inés presenta así los hechos: «Un día (estaba ya enferma de continuo), vino una hermana a pedirle su ayuda inmediata para un trabajo de pintura. Yo estaba presente, y por más que objeté que estaba con fiebre y extremadamente cansada, la hermana insistía. Entonces en el rostro de Teresa apareció su tensión interior. Por la noche me escribió estas líneas». 


Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.


 

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