Extracto de las cartas que escribió en Tong-King el angélico mártir Juan Teófano Vénard
TEÓFANO VÉNARD |
... Espero en paz el día en que me será dado ofrecer a Dios el sacrificio de mi sangre. No añoro la vida de este mundo, mi corazón tiene sed de las aguas de la vida eterna.
Mi destierro va a concluir; ya estoy tocando el suelo de patria verdadera, la tierra se aleja, el cielo se entreabre. ¡Adiós...! Un día nos volveremos a encontrar en el paraíso y gozaremos de la verdadera felicidad en compañía de Dios, de la Virgen inmaculada, de los ángeles y de los santos...
Teófano Vénard, mártir |
Nada en la tierra me hace feliz; mi corazón es demasiado grande, nada de lo que la gente llama felicidad en esta tierra puede saciarlo.
Aquí estoy, pues, metido en la arena de los confesores de la fe; es gran verdad que el Señor elige a los pequeños para confundir a los grandes de este mundo... No me apoyo en mis propias fuerzas, sino en la fuerza de Aquel que, por la cruz, ha vencido a los poderes del infierno y del mundo.
Madre inmaculada, cuando caiga mi cabeza bajo el hacha del verdugo, recibe a tu humilde servidor, como el racimo maduro de uvas cae bajo la cuchilla, como una rosa florida cortada en tu honor.
MARÍA INMACULADA |
¡Oh curso admirable de la Providencia, que en medio del laberinto de esta vida me ha conducido hasta Tong-King, hasta el martirio! Me habría encantado seguir trabajando, ¡he amado tanto a esta misión! En vez de mis sudores, le daré mi sangre.
Un leve golpe de sable cortará mi cabeza, como flor primaveral que el dueño del jardín corta para deleitarse. Todos nosotros somos flores plantadas en esta tierra y que Dios corta a su tiempo, un poco antes o un poco después. Uno es la rosa empurpurada, otro el lirio virginal, otro la humilde violeta. Tratemos de agradar, según el perfume y el resplandor que se nos ha dado, al soberano Dueño y Señor. Yo, humilde efémero, me marcho el primero...
Mira, pues, a tu hermano, con la corona de los mártires coronando su cabeza, con la palma de los triunfadores levantada en su mano. Un poco más, y mi alma dejará la tierra, acabará su destierro, concluirá su combate. Subo al cielo, toco ya la patria, consigo la victoria. Voy a entrar en la morada de los elegidos, voy a ver bellezas que el ojo del hombre nunca ha visto, a escuchar armonías que el oído nunca ha oído, a disfrutar de alegrías que el corazón del hombre nunca ha saboreado. Pero antes es necesario que el grano de trigo sea molido, que el racimo de uvas sea prensado.
¿Seré yo un pan y un vino que agrade al paladar del padre de familia? Así lo espero de la gracia del Salvador y de la protección de su Madre inmaculada. Y precisamente por eso, aunque esté todavía en la arena, me atrevo a entonar el cántico del triunfo, como si ya estuviese coronado como vencedor.
El bienaventurado mártir nació el 21 de noviembre de 1829 y fue bautizado ese mismo día. Recogió la palma el 2 de febrero de 1861.
Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, escritos varios
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