Me siento muy contenta de irme pronto al cielo. Pero cuando pienso en aquellas palabras del Señor: «Traigo conmigo mi salario, para pagar a cada uno según sus obras», me digo a mí misma que en mi caso Dios va a verse en un gran apuro: ¡Yo no tengo obras! Así que no podrá pagarme «según mis obras»... Pues bien, me pagará «según sus propias obras...»
Sólo en el cielo veremos la verdad de todas las cosas. En la tierra es imposible
Cuando esté en el cielo, ¡cuántas gracias pediré para ti! Sí, importunaré tanto a Dios, que si al principio quisiera negarse a lo que le pido, mi insistencia lo obligará a satisfacer mis deseos.
¡Me sentiré muy desdichada en el cielo si no puedo dar pequeñas alegrías en la tierra a los que amo!
Cuando esté en el cielo, me acercaré a Dios,
Dios me preguntará: "¿Qué quieres, hijita?" Y yo contestaré: "Felicidad para todos los que amo". Y haré lo mismo ante delante de todos los santos.
Seguro que lloraré al ver a Dios... Pero no, en el cielo no se puede llorar... O sí, ya él mismo ha dicho: «Enjugaré las lágrimas de vuestros ojos».
En el cielo, como una madre está orgullosa de sus hijos, así lo estaremos nosotros unos de otros, sin la menor envidia.
Dios tendrá que satisfacer todos mis caprichos en el cielo, porque yo no he hecho nunca mi voluntad aquí en la tierra.
Con las vírgenes, seremos vírgenes; con los doctores, doctores; y con los mártires, mártires, pues todos los santos son parientes nuestros. Pero lo que hayan seguido el camino de la infancia espiritual conservarán siempre los encantos de la infancia.
Sus corazones, que nunca pudieron saciarse en la tierra, irán a abrevarse en las mismas fuentes del amor.
No penséis que cuando esté en el cielo os dejaré caer alondras asadas en el pico... No es eso lo que yo he tenido ni lo que he deseado tener. Quizás tengáis grandes pruebas, pero os enviaré luces que os las harán apreciar y amar. Os veréis obligadas a decir como yo: «Tus acciones, Señor, son nuestra alegría».
Siempre me dieron mucha lástima las personas que servían en los grandes banquetes. Si, por desgracia, les sucedía que dejaban caer algunas gotas sobre el mantel o sobre alguno de los comensales, veía al ama de casa mirarles severamente, mientras los pobrecillos enrojecían de vergüenza; y yo me decía interiormente:
Estas diferencias que existen en la tierra entre amos y criados ¡qué bien prueban que hay un cielo en el que cada cual será colocado según su valía interior y en el que todos estaremos sentados al banquete del Padre de familia! Y entonces ¡qué Servidor tendremos, pues Jesús dijo que él mismo "se pondrá a servirnos"! Ese será el momento en que sobre todo los pobres y los pequeños se verán ampliamente recompensados de sus humillaciones.
¡Qué alegría ver a Dios!, ser juzgados por Aquel a quien hemos amado sobre todas las cosas!
Dios no me daría este deseo de hacer el bien en la tierra después de mi muerte, si no quisiera hacerlo realidad. Me daría más bien el deseo de descansar en él.
¡Cómo me gustará conocer en el cielo la historia de todos los santos! Pero no tendrán que contármela, pues resultaría demasiado largo. Cuando me acerque a un santo, tendré que poder conocer su nombre y toda su vida con una sola mirada.
En mi enfermedad soy como un auténtico niño: no pienso en nada, estoy contenta de ir al cielo, y eso es todo.
... Sí, robaré... Desaparecerán muchas cosas del cielo, que yo os traeré... Seré una ladronzuela, cogeré todo lo que me plazca...
¡Qué necesidad tengo de ver las maravillas del cielo! Ya nada me impresiona en la tierra.
¡Ah, el cielo! Allí, una sola mirada, ¡y todo estará dicho y comprendido...!
...¡Mamá...! Me falta el aire de la tierra, ¿cuándo me dará Dios el aire del cielo...?
Entonces respondió con total espontaneidad:
No, ¡bajaré¡
No, ¡bajaré¡
Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux
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