Si fuese infiel, si cometiese la más pequeña infidelidad, sé que lo pagaría con turbaciones espantosas y ya no podría aceptar la muerte. Por eso, no ceso de decirle a Dios: «Dios mío, por favor, líbrame de la desgracia de ser infiel».
¿A qué infidelidad te refieres?
A alimentar voluntariamente un pensamiento de orgullo.
Si, por ejemplo, me dijese a mí misma: He adquirido tal virtud y estoy segura de poder practicarla. Pues eso sería apoyarse en las propias fuerzas, y cuando se hace eso, se corre el peligro de caer al abismo.
Pero si soy humilde, si soy siempre pequeñita, tendré el derecho de hacer pequeñas travesuras hasta el día de mi muerte sin ofender a Dios.
Mira a los niños: están siempre rompiendo cosas, rasgándolas, cayéndose, a pesar de querer muchísimo a sus padres. Cuando yo caigo de esa manera, compruebo todavía más mi propia nada y me digo a mí misma: ¿Qué no haría yo, a qué extremos no llegaría si me apoyase en mis propias fuerzas...?
Comprendo muy bien que san Pedro cayera. El pobre san Pedro confiaba en sí mismo, en vez de confiar únicamente en la fuerza de Dios. Y saco para mí la conclusión de que si yo dijera: «Dios mío, tú sabes que te amo demasiado para detenerme en un solo pensamiento contra la fe», mis tentaciones se harían más violentas y ciertamente sucumbiría a ellas.
Estoy convencida de que si san Pedro hubiese dicho humildemente a Jesús: «Concédeme fuerzas para seguirte hasta la muerte», las habría obtenido inmediatamente.
Estoy convencida también de que Nuestro Señor no hablaba más a sus discípulos con sus enseñanzas y con su presencia sensible, de lo que hoy nos habla a nosotros con las inspiraciones de su gracia.
Él podía muy bien haber dicho a san Pedro: Pídeme fuerzas para cumplir lo que quieres. Pero no lo hizo así, porque quería hacerle ver su debilidad, y porque, antes de gobernar a toda la Iglesia, que está llena de pecadores, le convenía experimentar en su propia carne lo poco que puede el hombre sin la ayuda de Dios.
... Antes de su caída, Nuestro Señor le dijo: «Cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos». Con lo cual quería decirle: Persuádeles con tu propia experiencia de la debilidad de las fuerzas humanas.
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Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, últimas conversaciones con la Madre Inés.
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