Su cama no había sido colocada todavía en medio de la enfermería, sino al fondo, en un ángulo. Para celebrar al día siguiente, de agosto, la fiesta de la Transfiguración de Nuestro Señor, habíamos cogido del coro la Santa Faz, que a ella le gustaba mucho, y habíamos colgado el cuadro, rodeado de flores y de luces, a su derecha, en la pared. Me dijo, mirando la imagen:
¡Qué bien hizo Nuestro Señor en bajar los ojos al dejarnos su retrato! Como los ojos son el espejo del alma, si hubiésemos entrevisto su alma habríamos muerto de alegría.
¡Y cuánto bien me ha hecho esa Santa Faz a lo largo de mi vida! Cuando componía mi cántico «Vivir de amor», me ayudó a hacerlo con gran facilidad. Durante el silencio de la noche, escribí de memoria las quince estrofas que había compuesto, sin borrador, durante el día.
Ese día, al ir al refectorio después del examen de conciencia, acababa de componer la estrofa:
Vivir de amor es enjugar tu rostro, es de los pecadores alcanzar el perdón.
Al pasar junto a ella, se le repetí con gran amor.
Y mirándola, lloré de amor.
Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, últimas conversaciones con la Madre Inés (Paulina)
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