lunes, 6 de agosto de 2018

ÚLTIMOS DIÁLOGOS EDIFICANTES DE SANTA TERESITA CON LA MADRE INÉS DE JESÚS (PAULINA)

A propósito de la gracia tan señalada que había recibido tiempo atrás, cuando su misal se cerró sobre una estampa de Nuestro Señor crucificado, de la que sobresalía sólo una mano. Me repitió lo que se había dicho a sí misma en aquella ocasión: 

-"No quiero dejar que se pierda esa sangre preciosa. Pasaré mi vida recogiéndola para las almas".  






-¿Cómo has logrado llegar a esa paz inalterable que posees? 

-Me he olvidado de mí y he procurado no buscarme a mí misma en nada.  




Hacía mucho calor, y el sacristán nos compadecía por llevar hábitos gruesos. 

-En el cielo Dios nos recompensará por haber llevado por su amor hábitos gruesos en la tierra.  




Me enseñó, en el breviario del Sagrado Corazón, estas palabras de Nuestro Señor a la beata Margarita María, que ella había encontrado allí al azar el día de la Ascensión: 

«La cruz es el lecho de mis esposas, en ella te haré consumar las delicias de mi amor». 

Y me contó que, un día, una hermana había abierto al azar ese mismo libro y que, al toparse con un pasaje muy exigente, le había pedido que probase ella también. Y se encontró con estas palabras: 

«Abandónate en mí...»



Le decían que era una santa: 

-No, no soy una santa; yo nunca he realizado las acciones de los santos. Soy un alma muy pequeña a la que Dios ha colmado de gracias, eso es lo que soy. Lo que digo es la verdad, ya lo veréis en el cielo. 




Le decían que las almas que habían llegado, como ella, al amor perfecto podían ver su propia hermosura, y que ella pertenecía a ese número. 

-¿Qué hermosura...? Yo no veo, en absoluto, mi hermosura; lo único que veo son las gracias que he recibido de Dios. Estáis muy equivocadas, no sabéis que yo no soy más que un huesecito ..., que una pepita insignificante... 




- Muchas veces rezo a los santos sin ser escuchada; pero cuanto más sordos parecen a mis ruegos, más los amo. 

 ¿Por qué? 

- Porque he deseado no ver a Dios ni a los santos y vivir en la noche de la fe, con mucha mayor intensidad con que otros desean ver y comprender 




Del lado de los intestinos y... en otras partes sufría intensamente; se temió la gangrena. 
 
-Bueno, al fin y al cabo, es preferible sufrir mucho y en todo el cuerpo y tener varias enfermedades juntas. Es como un viaje, en el que se soportan toda clase de incomodidades sabiendo que pronto todo pasará y que, en cuanto se llegue al final, ya todo será disfrutar.  




- Me alegré al pensar que rezan por mí, y entonces le dije a Dios que quería que esas oraciones se aplicasen por los pecadores. 
 

-¿Entonces no quieres que sirvan para aliviarte a ti? 

-No.  




-¡Qué larga es tu enfermedad, pobrecita! 

-No, no, a mí no me parece larga. Cuando todo haya acabado, ya verás cómo no te parece larga. 




-¿Estarías contenta si te anunciasen que ibas a morir indefectiblemente dentro de unos días a más tardar? ¿Preferirías eso a que te anunciasen que ibas a sufrir cada vez más durante meses y aun durante años? 

-No, no estaría en modo alguno más contenta. Lo único que me contenta es cumplir la voluntad de Dios.  





- Si murieses mañana, ¿no tendrías un poco de miedo? ¡Sería tan pronto! 

-No, aunque fuese esta misma noche, no tendría nada de miedo, sólo tendría alegría.  




Entró un pequeño petirrojo y se puso a dar saltitos sobre su cama.  

Leonia le envió la caja de música que aún se conserva, y las melodías, aunque profanas, son tan tiernas, que las escuchó con auténtico placer. 

Por último, le trajeron un manojo de flores silvestres para festejar el aniversario de su profesión. Al verse tan colmada de atenciones, lloró de agradecimiento y nos dijo: 
-Lloro por las delicadezas que Dios tiene conmigo. Por fuera me veo colmada de ellas, pero por dentro sigo en la prueba..., pero también en la paz. 



Le decían: ¡Es horroroso lo que estás sufriendo! 

-No, no es horroroso. A una víctima de amor no puede parecerle horroroso lo que su Esposo le envía por amor. 




En el aniversario de su toma de velo, yo había encargado la Misa por ella. 

-¡Gracias por la Misa! 


Como la veía sufrir tanto, contesté con tristeza: ¿Pero ya ves que te encuentras más aliviada? 

-¿O sea, que has obtenido permiso para mandar decir la Misa para aliviarme? 

-Lo hice por tu bien. 

-Mi bien consiste, sin duda alguna, en sufrir
.





Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, últimas conversaciones

 






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