domingo, 26 de agosto de 2018

RECUERDOS DE SANTA TERESITA RECOGIDOS POR SUS HERMANAS DE COMUNIDAD


SOR GENOVEVA:

Junio
Durante su enfermedad, había acompañado a la comunidad con gran dificultad a la ermita del Sagrado Corazón, y se había sentado mientras entonábamos un canto. Una hermana le hizo señas de que se uniese al coro. Estaba agotada y no podía tenerse de pie. Sin embargo, se levantó enseguida, y como yo la critiqué por ello después de la reunión, me dijo simplemente: 
-He cogido la costumbre de obedecerlas a todas como si fuese Dios quien me manifestase así su voluntad. 
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Una hermana le decía que podría tener una hora de temor antes de morir, para expiar sus pecados. 

-¡El temor de la muerte para expiar mis pecados...! ¡Eso no tendría más eficacia que un poco de agua cenagosa! Por eso, si llego a tener esos temores, los ofreceré a Dios por los pecadores, y como será un acto de caridad, ese sufrimiento será para los demás mucho más eficaz que el agua. A mí lo único que me purifica es el fuego del amor de Dios. 

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(Un día en que se encontraba delante de una biblioteca) 

 -¡Cómo me pesaría haber leído todos esos libros! 

 -¿Por qué? Haberlos leído sería una riqueza que habrías adquirido. Entiendo que resulte pesado leerlos, pero no el haberlos leído. 

 - Si los hubiese leído, me habría roto la cabeza y habría perdido un tiempo precioso que hubiese podido emplear sencillamente en amar a Dios... 

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Me encuentro en un estado de ánimo en que me parece que ya no sé ni pensar. 

-No importa, Dios conoce tus intenciones. Cuanto más humilde seas, tanto más feliz serás. 


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Una vez, en que sonó el reloj y yo no me movía del sitio con la suficiente rapidez, me dijo: 

-Vete a tu obligación... 

Y corrigiéndose: 

-No, a tu amor. 

Y en otra ocasión yo le decía: Tengo que trabajar, porque, si no, Jesús se pondría triste. Y ella me respondió: 

-No, no, tú te pondrías triste. El no puede entristecerse por nuestras componendas. ¡Pero qué pena la nuestra, de no darle todo lo que podemos! 

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Cuando se presentaban las hemorragias, se alegraba, pensando que estaba derramando su sangre por Dios: 

-No podía ser de otra manera, yo sabía que tendría el consuelo de ver derramada mi sangre, pues muero mártir de amor. 


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SOR MARÍA DEL SAGRADO CORAZÓN:

Mayo
La enfermera le había aconsejado darse todos los días un paseíto de un cuarto de hora por la huerta. Yo me la encontré caminando penosamente y, por así decirlo, al límite de sus fuerzas. 
"Harías mucho mejor descansando;le dije; en las condiciones en que estás, este paseo no puede hacerte ningún bien; te estás agotando, y basta. 

-Es verdad;me contestó,  ¿pero sabes lo que me da fuerzas? Pues camino por un misionero. Pienso que allá lejos, muy lejos, tal vez alguno de ellos esté agotado en sus correrías apostólicas, y para aminorar sus fatigas ofrezco yo las mías a Dios 

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Julio
Su gran sufrimiento en el Carmelo fue el no poder comulgar todos los días. Un poco antes de su muerte decía a la madre María de Gonzaga, la cual tenía miedo a la comunión diaria: 

-Madre, cuando esté en el cielo le haré cambiar de opinión. 

Y así sucedió. Después de la muerte de la Sierva de Dios, el Sr. capellán nos dio la sagrada comunión todos los días, y la madre María de Gonzaga, en lugar de rebelarse como antes, se sentía muy dichosa. 

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Un día le decía yo: ¡Si fuese yo la única que va a sufrir con tu partida...! ¿Pero cómo voy a poder consolar a la madre Inés de Jesús, que te quiere tanto? 
-Estáte tranquila, no tendrá tiempo para pensar en su sufrimiento, pues estará ocupada conmigo hasta el fin de su vida, y no podrá dar abasto con todo.

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SOR MARÍA DE LA EUCARISTÍA:

 11 de Julio
Cuando tengas tentaciones contra la caridad, te aconsejo que leas este capítulo de la Imitación: «De cómo se han de soportar los defectos ajenos». Verás cómo tus tentaciones se desvanecen. Siempre me ha ayudado mucho; es muy bueno y muy verdadero.
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18 de julio
Le pedía que, cuando estuviera en el cielo, me alcanzara muchas gracias, y me respondió: 

-Cuando esté en el cielo, haré muchas cosas, grandes cosas... Es imposible que no sea Dios mismo quien me da este deseo, ¡y estoy segura de que me escuchará! Y además, cuando esté allá arriba, te seguiré de cerca... 

Y como le dijese que a lo mejor me daba miedo: 

¿Te da miedo el ángel de la guarda...? Sin embargo, te sigue de continuo. Bueno, pues yo te seguiré lo mismo, ¡y mucho más de cerca todavía!, no te dejaré pasar ni una...

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Julio 
Siempre que se razona un poquito sobre lo que dice la madre priora, se le da a Dios un poquito de pena; y se le da mucha pena cuando se razona mucho, aunque sea interiormente.

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2 de agosto:

No encuentro ningún placer natural en que me quieran y me mimen, pero lo encuentro muy grande en que me humillen. Cuando hago alguna tontería que me humilla y me hace ver lo que soy, entonces sí que siento un placer natural y experimento una verdadera alegría, como la que tú experimentarás cuando te sientes amada.

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11 de septiembre:
Tendrías que hacerte muy dulce: nunca palabras duras, tono duro, nunca adoptes una expresión dura. Sé siempre dulce.
Por ejemplo, ayer le diste un disgusto a sor XXX; un momento después, otra hermana hizo lo mismo. ¿Y qué pasó...? ¡Pues que acabó llorando...! Si tú no la hubieses tratado con dureza, habría aceptado mejor el segundo disgusto, que le hubiera pasado desapercibido. Pero dos disgustos tan seguidos la sumieron en un estado de tristeza muy grande; mientras que si tú hubieses sido tierna con ella, nada de eso habría ocurrido. 

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Un día me hizo prometer que sería santa. Me preguntó si hacía progresos, y yo le contesté: Te prometo ser santa cuando tú te hayas ido al cielo; en ese momento pondré manos a la obra con toda el alma. 

-No, no esperes hasta entonces;me contestó. Comienza ahora mismo. El mes que precedió a mi entrada en el Carmelo se me ha quedado grabado como un dulce recuerdo. Al principio, me decía a mí misma, como tú ahora: «Seré santa cuando esté en el Carmelo; mientras tanto, no pienso molestarme». Pero Dios me hizo ver el valor del tiempo, e hice todo lo contrario de lo que pensaba. Quise prepararme para entrar, siendo muy fiel. Y fue ése uno de los meses más hermosos de mi vida. 
Créeme, nunca esperes a mañana para empezar a ser santa. 

SOR MARÍA DE LA TRINIDAD: 

Abril
Me contó la siguiente anécdota, que ocurrió cinco meses antes de su muerte: 

-Una tarde, vino la enfermera a ponerme una botella de agua caliente a los pies y tintura de yodo en el pecho. Yo estaba consumida por la fiebre y una sed ardiente me devoraba. 
Mientras soportaba esos remedios, no pude por menos de quejarme a Nuestro Señor: «Jesús mío, le dije, tú eres testigo de que estoy ardiendo, ¡y encima me traen calor y fuego! ¡Si en vez de todo eso, me diesen medio vaso de agua...! ¡Jesús mío, tu hijita tiene mucha sed! Pero, no obstante, se siente feliz de encontrar la ocasión de que le falte lo necesario, a fin de parecerse más a ti y salvar almas». 

Al poco, me dejó la enfermera, y yo ya no contaba con volverla a ver hasta el día siguiente por la mañana, cuando, con gran sorpresa de mi parte, volvió pocos minutos después trayéndome una bebida refrescante... ¡Qué bueno es nuestro Jesús! ¡Y qué dulce confiar en él!.

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Mayo
Ayer, el canto de la «Rosa deshojada» me trajo a la memoria un grato recuerdo. 
La madre María Enriqueta, del Carmelo de París, avenida de Mesina, me había pedido que pidiera a santa Teresa del Niño Jesús que le compusiese una poesía sobre este tema. Como el tema respondía a los sentimientos de nuestra querida santa, puso en ello toda el alma. 

La madre Enriqueta quedó muy contenta; únicamente me escribió diciéndome que le faltaba una última estrofa explicando que, a la hora de la muerte, Dios recogerá esos pétalos deshojados para formar con ellos una rosa preciosa que brillará por toda la eternidad. Entonces sor Teresa del Niño Jesús me dijo: 

-Que esa buena Madre haga ella misma esa estrofa como quiera, pues yo no me siento inspirada en absoluto para hacerlo. Mi deseo es ser deshojada por siempre jamás, para alegrar a Dios. ¡Y punto...!

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Junio
Tengo siempre presentes los tres largos meses de agonía de nuestro Angel (...) Tenía prohibición de hablarle, bajo el pretexto de que, al ser joven, ¡podía contraer su enfermedad! (Sin embargo, yo estaba segura de todo lo contrario, pues sor Teresa del Niño Jesús me había asegurado que nadie cogería su enfermedad, que así se lo había pedido a Dios.) 

Las noticias sobre su salud eran cada día más tristes; yo me ahogaba de pena... Un día que salí a tomar el aire a la huerta, la vi en su coche de enferma, debajo de los castaños. Estaba sola, y me hizo señas de que me acercase: "No, le dije, pueden vernos, y no tengo permiso". Entré en la ermita de Santa Faz, donde me eché a llorar. Al levantar la cabeza, vi con sorpresa a mi hermanita sor Teresa del Niño Jesús sentada en un tronco de árbol a mi lado. Me dijo: 

-Yo no tengo prohibido acercarme a ti, y aunque tuviese que morir, quiero consolarte. 

Me secó las lágrimas, apoyando mi cabeza sobre su pecho. Le supliqué que volviera al coche, pues estaba temblando de fiebre: 

-Sí, pero antes tienes que sonreírme. 

Lo hice inmediatamente, por miedo a que se pusiese peor, y la ayudé a llegar hasta el coche. 

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Yo sentía mucha pena de verla enferma, y le repetía con frecuencia: «¡Qué triste es la vida!». Pero ella me corregía inmediatamente, diciendo: 

-¡La vida no es triste! Al contrario, es muy alegre. Si dijeses: «El destierro es triste», te entendería. Se comete un error al dar el nombre de vida a lo que tiene que acabar. Sólo se puede dar de verdad ese nombre a las cosas del cielo, a lo que nunca jamás morirá; y bajo este aspecto, la vida no es triste, es alegre, muy alegre.

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Julio;agosto
Un día de fiesta, en el refectorio, se habían olvidado de ponerme el postre. Después de comer, fui a la enfermería, a ver a sor Teresa del Niño Jesús, y al encontrar allí a mi vecina de mesa, le di a entender bastante sutilmente que se habían olvidado de mí. Cuando me oyó sor Teresa del Niño Jesús, me obligó a que fuera yo misma a decírselo a la hermana encargada del refectorio, y como yo le suplicaba que no me obligase a eso: 

-No, me dijo, ésa será tu penitencia, no eres digna de los sacrificios que Dios te pide. El te pedía que te privaras del postre, pues fue él quien permitió que se olvidaran de ti. Te creía suficientemente generosa para hacer ese sacrificio, ¡y tú has defraudado sus esperanzas viniendo a reclamarlo! 

Puedo decir que la lección dio frutos y que me curé para siempre de querer volver a las andadas.

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Agosto
Esto me trae a la memoria el recuerdo de un momento de intimidad con mi hermanita sor Teresa del Niño Jesús. Fue, poco más o menos, un mes antes de su muerte. Toda la comunidad estaba triste, y yo ciertamente no le iba a la zaga a nadie en la pena. 
Fui a verla a la enfermería y descubrí al pie de la cama un gran balón rojo que habían traído para que se entretuviese. Aquel balón me despertó las ganas de jugar, y no pude por menos de decirle: «¡Cómo me gustaría jugar con él!». Ella sonrió, pero como su debilidad era tan grande que no podía soportar el menor ruido, me dijo: 

Ponte detrás de mí mientras no haya nadie, y juega con él; yo cerraré los ojos para que el ruido no me aturda. 

Cogí encantada el balón, y le sacaba tanto gusto al juego, que Teresita parpadeaba una y otra vez por verme sin aparentarlo y no podía contener la risa. Entonces le dije: «¡No soporto estar triste tanto tiempo! ¡Ya no puedo más! Me vienen tentaciones de distraerme, ganas de jugar a la trompa que me regalaste por Navidad; pero si alguien me ve, es capaz de escandalizarse y de decir que no tengo corazón». 

-No, no;me respondió, yo misma te mando coger la trompa e ir a jugar durante una hora en el desván del noviciado. Allí nadie te oirá, y si alguien se da cuenta le dirás que te lo he mandado yo. Vete ya, me gusta mucho pensar que vas a divertirte. 

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-Cuando esté en el cielo, me dijo, tendréis que llenar a menudo mis manos de oraciones y de sacrificios, para darme el gusto de arrojarlos en lluvia de gracias sobre las almas.

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Septiembre
Ocho días antes de su muerte, yo había estado llorando durante toda la recreación de la noche, pensando en su próxima partida. Ella se dio cuenta y me dijo: 

-Has estado llorando. ¿Lo has hecho en la concha? (Una concha de mejillón que Teresa utilizaba para sus trabajos de pintura. Había mandado a su novicia, sor María de la Trinidad, que cada vez que le vinieran ganas de llorar recogiera en ella las lágrimas). 
 
No podía mentirle..., y mi confesión la entristeció. Continuó: 

-Me voy a morir, y no me quedaré tranquila respecto a ti si no me prometes que vas a seguir fielmente mi consejo. Lo considero de capital importancia para tu alma. 

-No tuve más remedio que rendirme, y le di mi palabra, pidiéndole sin embargo, como una gracia, permiso para llorar libremente su muerte. 

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El día de su muerte, después de Vísperas, fui a la enfermería, donde encontré a las Sierva de Dios sosteniendo, con ánimo invencible, las últimas luchas de la más terrible agonía. Tenía las manos completamente amoratadas, las juntaba angustiosamente y exclamaba con una voz que la sobreexcitación de un intenso sufrimiento hacía clara y fuerte: 

-¡Dios mío..., ten compasión de mí...! ¡María, venid en mi ayuda...! ¡Ay, Dios mío, cuánto sufro...! El cáliz está lleno... ¡Lleno hasta los bordes...! ¡Nunca voy a saber morir...! 

-¡Animo!, le dijo nuestra Madre, estás llegando al final. Un poco más y todo habrá terminado. 

-¡No, Madre, todavía no ha terminado...! Estoy segura de que seguiré sufriendo así durante meses. 

- Y si fuera la voluntad de Dios dejarte así un largo tiempo en la cruz, ¿lo aceptarías? 

Con un acento de extraordinario heroísmo contestó: 

-¡Lo acepto! 

Y su cabeza volvió a caer sobre la almohada con una expresión tan tranquila y resignada, que no podíamos contener las lágrimas. Era exactamente idéntica a una mártir a la espera de nuevos suplicios. Yo abandoné la enfermería, incapaz de soportar por más tiempo tan doloroso espectáculo. Ya sólo volví con la comunidad para los últimos momentos, y fui testigo de su hermosa y prolongada mirada extática en el momento en que murió, el jueves 30 de septiembre de 1897 a las 7 de la tarde.

SOR TERESA DE SAN AGUSTÍN:

Junio
-Dime si has tenido luchas interiores. 

-Pues sí, las he tenido. Tenía un temperamento nada fácil; no lo parecía, pero yo lo sabía muy bien. Y puedo asegurarle que no he pasado un solo día sin sufrir, ni uno solo. 

-Pues creen que no los has tenido. 

-¡Ay, los juicios de las criaturas! Si no ven, no creen. 

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-Hay hermanas que piensan que sufrirás los espantos de la muerte. 

-Todavía no han llegado. Si llegan, los soportaré; pero si los sufro, no bastarán para purificarme, no pasarán de ser una simple lejía... Lo que necesito es el fuego del amor.

SOR MARÍA DE LOS ÁNGELES:

La madre Inés de Jesús le decía, un día en que la comunidad estaba reunida en torno a su lecho: «¿Y si arrojaras flores a la comunidad?». 

-No, mamaíta, respondió, no me pidas eso, por favor; no quiero arrojar flores a las criaturas. Quiero, sí, arrojárselas a la Santísima Virgen y a san José, pero no a las demás criaturas. 

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Algunos días antes de la muerte de la Sierva de Dios, habían llevado la cama, que tenía ruedas, al claustro. 

Sor María del Sagrado Corazón, jardinera del patio, que estaba a su lado, le dijo: «Mira este retoño de rododendro que se está muriendo, voy a arrancarlo». 

-Sor María del Sagrado Corazón;le contestó, con voz lastimera y suplicante, no te entiendo... Te pido por mí, que voy a morir, que perdones la vida a ese pobre rododendro. 

Tuvo que seguir insistiendo, pero su deseo fue respetado.

SOR AMADA DE JESÚS: 

En los últimos días de septiembre de 1897, en que la debilidad de nuestra querida Santa no le permitía ya moverse, tuvimos que colocarla momentáneamente en una cama provisoria, para arreglar su cama de enferma. Viendo el apuro de las enfermeras, que temían hacerle daño, dijo: 

-Creo que sor Amada de Jesús podría cogerme fácilmente en brazos. Es alta y fuerte, y muy tierna con las enfermas. 

Llamamos, pues, a la hermana, que levantó a la santa enfermita como si fuese una ligera carga, sin darle la menor sacudida. En aquel momento, con los brazos alrededor de su cuello, nuestro ángel le dio las gracias con tal sonrisa de cariñosa gratitud, que la hermana no olvidó nunca aquella sublime sonrisa. Y hasta llegó a ser para ella una especie de compensación por el pesar que sintió de haber sido la única que no oyó la campana de la enfermería que convocaba a las hermanas en el momento supremo de la muerte más bella que jamás se vio en el Carmelo de Lisieux.

ANÓNIMO:

Le preguntaban bajo qué nombre habría que invocarla cuando estuviese en el cielo. 

-Me llamaréis Teresita, respondió humildemente. 



Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, consejos y recuerdos


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