lunes, 6 de agosto de 2018

FRASES Y PENSAMIENTOS DE SANTA TERESITA SOBRE LA MUERTE


No es «la muerte» quien vendrá a buscarme, será Dios. La muerte no es un fantasma ni un espectro horrible, como se la representa en las estampas. En el catecismo se dice que la «la muerte es la separación del alma y el cuerpo», ¡no es más que eso!  



El Sr. Youf me ha dicho también: «¿Está usted resignada a morir?" Y yo le contesté: "Padre, me parece que sólo se necesita resignación para vivir; para morir, lo que yo siento es alegría». 





Después de mi muerte, no hace falta que me rodeéis de coronas, como a la madre Genoveva . A las personas que quieran traerlas, podréis decirles que prefiero que empleen ese dinero en rescatar a algunos negritos. Eso sí que me gustaría.  


No deseo más morir que vivir. Es decir: si tuviese que escoger, preferiría morir; pero como es Dios quien escoge por mí, prefiero lo que quiera él. Me gusta siempre lo que él hace.


  

Si una mañana me encuentras muerta, no sufras: será que papá Dios habrá venido a buscarme con la mayor sencillez. Sin duda es una gracia muy grande recibir los sacramentos; pero cuando Dios no lo permite, también está bien, TODO ES GRACIA.  



Nuestro Señor murió en la cruz entre angustias, y sin embargo la suya fue la más hermosa muerte de amor. 
Es la única que se ha visto; la de la Santísima Virgen no se vio. Morir de amor no es morir entre arrobamientos. Te lo confieso francamente: me parece que eso es lo que yo estoy viviendo.  



Yo no digo: «Si es duro vivir en el Carmelo, es dulce vivir en él», sino: «Si es dulce vivir en el Carmelo, más dulce aún es morir en él».  



 
 Dios me dio desde la niñez la profunda convicción de que moriría joven.



No creáis que siento una intensa alegría de morir.
No puedo pensar mucho en la dicha que me espera en el cielo; sólo una esperanza hace ya palpitar mi corazón, y es el amor que recibiré y el que yo misma podré dar. Además, pienso en todo el bien que podré hacer después de la muerte: hacer que se bauticen niñitos, ayudar a los sacerdotes, a los misioneros, a toda la Iglesia... 
 

«Rompe la tela de este dulce encuentro».
Yo siempre he aplicado estas palabras a la muerte de amor que deseo para mí. El amor no gastará la tela de mi vida: la romperá de repente.  



Nunca he pedido a Dios morir joven; por eso estoy convencida de que en estos momentos él sólo está cumpliendo su voluntad.



¡Qué feliz me siento de verme imperfecta y con tanta necesidad de la misericordia de Dios en el momento de la muerte!  



Temo haber tenido miedo a la muerte... Pero no tengo miedo a lo que haya después, ¡eso no! Y no lamento la vida, no. Sólo me he preguntado: ¿qué será esa misteriosa separación del alma y del cuerpo? Es la primera vez que me ha sucedido eso, pero me he abandonado enseguida a Dios. 


 

-...¡Mamá...! Me falta el aire de la tierra, ¿cuándo me dará Dios el aire del cielo...?
  
Estaba ya sin fuerzas. 

-¡Ay, qué acabada estoy...! 

Mirando por la ventana una hoja muerta desprendida del árbol y suspendida en el aire por un ligero hilo: 

-Mira, ésa es mi imagen, mi vida sólo pende de un ligero hilo. 

Después de su muerte, la noche misma del 30 de septiembre, la hoja, que hasta entonces había estado balanceándose a merced del viento, cayó al suelo, y yo la recogí con el hilo de araña que todavía estaba adherido a ella.



La primera vez que me dieron uvas en la enfermería, le dije al Niño Jesús: ¡Qué ricas son las uvas! No entiendo por qué esperas tanto para cogerme, pues soy un pequeño racimo de uvas y dicen que estoy tan madura...  




Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux

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