sábado, 25 de agosto de 2018

DICHOS DE TERESITA A LA MADRE INÉS DE JESÚS (su hermana Paulina)

Madre Inés de Jesús, Paulina

Mayo

Un día que fue a Misa y comulgó, aunque acababan de quitarle un vejigatorio, yo me eché a llorar y no pude ir a las Horas. La seguí su celda, y siempre la veré sentada en su banquito y con la espalda apoyada en la pobre pared de tablas. Estaba extenuada, y me miraba con expresión triste, ¡pero tan dulce a la vez! Mis lágrimas arreciaron, y, adivinando cómo la estaba haciendo sufrir, le pedí perdón de rodillas. Ella me respondió simplemente: 

-No es demasiado sufrir a cambio de una comunión... 

Pero repetir la frase es lo de menos: ¡hay que haber escuchado el acento con que la pronunció! 



Tosía mucho aquellos días, sobre todo por la noche. Y en esos momentos se veía obligada a sentarse en el jergón para reducir la opresión y poner recobrar el aliento. Yo hubiera deseado que bajase a la enfermería para poder darle un colchón, pero ella insistía tanto en que le gustaba más estar en su celda, que la dejaron allí hasta que ya no había nada que hacer.: 
 

-"Aquí no me oyen toser, no molesto a nadie, y además si me cuidan demasiado ya no disfruto".



 Para ponerle otro vejigatorio, la enfermera, una anciana venerable, muy bondadosa y abnegada, la había instalado esta vez en la enfermería en un sillón. Pero a fuerza de poner almohada tras almohada sobre el respaldo de aquel asiento para que estuviese más blando, la pobre enfermita pronto se encontró sentada en el borde del sillón, corriendo peligro de caerse en cualquier momento. En lugar de quejarse, le dio efusivamente las gracias a la buena de la hermana, y así estuvo todo el día escuchando los elogios de las caritativas visitas que recibía: «¡Bueno, ya veo que está cómoda! ¡Cuántas almohadas tiene! ¡Bien se ve que la cuida una verdadera mamá, etc.». 


También yo caí en la trampa, hasta que una sonrisa que yo conocía muy bien me hizo comprender..., pero ya era demasiado tarde para remediarlo.


Junio

El 9 de junio de 1897, sor María del Sagrado Corazón le decía que después de su muerte nos quedaríamos muy tristes. Ella respondió: 

 -No, no, ya veréis..., será como una lluvia de rosas... 

Y añadió: 

 -Después de mi muerte, iréis al buzón y allí encontraréis consuelos.  


 

(La madre Inés de Jesús anotó este recuerdo, que data de junio de 1897, relativo a las botellas de leche:) 
Este dibujo (descrito aquí debajo), recortado de una hoja de periódico encontrada por casualidad, me lo trajo con una sonrisa maliciosa sor Teresa del Niño Jesús en un momento en que yo estaba desolada porque ella, que estaba muy enferma, no tomaba más que leche. 

Era una manera de hacerme reír. Me dijo: 

Mi botella de leche me sigue tan fielmente como la suya a este borracho, de quien no se ve más que la punta del bastón, ¡fíjate! 

Así de alegre era nuestra querida Santita. 
 

(Hoja suelta manuscrita, en la que está envuelto el dibujo en cuestión. Este representa a un perro que llega al galope, estimulado por el bastón de un amo invisible, con una botella en la boca.

 
 
 Julio

El cielo, para ella, era la visión y la posesión plena de Dios. A ejemplo de varios santos, particularmente de santo Tomás de Aquino, no aspiraba a otra recompensa que el mismo Dios. 

Recordaba las palabras de Nuestro Señor: «La vida eterna consiste en conocerte a ti...»; y como, para ella, conocer a Dios era amarlo, podía decir: 

Una única esperanza hace latir mi corazón: el amor que recibiré y el que yo podré dar.
 

Le pedía yo explicaciones sobre el camino que decía que quería enseñar a las almas después de su muerte. 

-Madre, es el camino de la infancia espiritual, el camino de la confianza y del total abandono. Quiero enseñarles los medios tan sencillos que a mí me han dado tan buen resultado, decirles que aquí en la tierra sólo hay que hacer una cosa: arrojarle a Jesús las flores de los pequeños sacrificios, ganarle a base de caricias. Así le he ganado yo, y por eso seré tan bien recibida.


 
 
Agosto

Una noche, en la enfermería, se sintió animada a confiarme sus penas más que de costumbre. Nunca se había desahogado sobre ese tema de esa manera. Hasta entonces yo sólo conocía su prueba muy vagamente. 
 
-¡Si supieras, me dijo; qué espantosos pensamientos me asedian! Pide mucho por mí para que no escuche al demonio que intenta convencerme de tantas mentiras. 
Se impone a mi espíritu el razonamiento de los peores racionalistas: más adelante, la ciencia, al hacer nuevos e incesantes progresos, lo explicará todo de manera natural, descubriremos la razón absoluta de todo lo que existe y que hoy aún constituye para nosotros un problema, pues quedan todavía muchas cosas por descubrir..., etc., etc. 

Quiero hacer el bien después de mi muerte, ¡pero no podré! Pasará como con la madre Genoveva: esperábamos verla hacer milagros, y un completo silencio cayó sobre su tumba... 

Madrecita, ¿por qué se han de tener tales pensamientos cuando se ama tanto a Dios? 

En fin..., ofrezco estos tormentos tan grandes para alcanzar la luz de la fe a los pobres incrédulos y por todos los que viven alejados del credo de la Iglesia. 


Y añadió que nunca discutía con esos pensamientos tenebrosos: 

-Los sufro a la fuerza, pero mientras los sufro no ceso de hacer actos de fe. 


 
-En el Carmelo he sufrido de frío hasta morir. 

Me extrañó orla hablar así, pues en invierno su porte no revelaba en absoluto su sufrimiento. Nunca, ni durante los fríos más intensos, la vi frotarse las manos o caminar más ligera o más encorvada que de costumbre, como se hace tan espontáneamente cuando se tiene frío.


 

Durante este período de su enfermedad, ¡cuántas veces debió de hacer sonreír a Dios con su paciencia! ¡Qué sufrimientos tuvo que soportar! A veces se quejaba como un pobre corderito al que están inmolando: 
 
Madre, me dijo un día; cuando tengas enfermas víctimas de tan violentos dolores, ten mucho cuidado con no dejar cerca de ellas medicamentos que contengan veneno. Te aseguro que, cuando se llega a este grado de sufrimiento, basta un solo momento para perder la razón. Y entonces es muy fácil envenenarse. 




 Septiembre

Un día, la madre priora le hablaba al doctor, en su presencia, de la compra que acabábamos de hacer de un nuevo terreno en el cementerio de la ciudad, porque ya no quedaba lugar en el antiguo. Añadió que, en adelante, las fosas se excavarían lo suficientemente hondas como para poder sobreponer en ellas tres féretros. 

Sor Teresa del Niño Jesús dijo riendo: 

-¿Entonces seré yo quien estrene ese nuevo cementerio? 

El doctor, asombrado, le dijo que no pensase aún en su inhumación. 

 -Sin embargo, es un pensamiento muy alegre, respondió ella, pero me preocupa que el pozo sea tan profundo, pues podría ocurrirles alguna desgracia a los que tengan que bajarme. 

Y prosiguió en son de broma: 

-Ya me parece estar oyendo a un sepulturero que grita: ¡No tires tanto por aquí de la cuerda!, y a otro que le responde: ¡Tira de allá! ¡Eh, cuidado! ¡Bueno, ya está! Echan tierra sobre mi féretro y todos se van. 

Cuando se marchó el Sr. de Cornière, yo le pregunté si de verdad no le impresionaba la idea de que la iban a meter tan profundamente en la tierra. Me contestó, con aire de extrañeza: 

-¡No te entiendo! ¿Por qué me a impresionar? Ni siquiera sentiría la menor repulsión si supiese que iba a ser echada en la fosa común.


Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, últimas conversaciones.






 

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