Un domingo (1), mirando una estampa de Nuestro Señor en la cruz, me sentí profundamente impresionada por la sangre que caía de sus divinas manos.
Sentí un gran dolor al pensar que aquella sangre caía al suelo sin que nadie se apresurase a recogerla.
Tomé la resolución de estar siempre con el espíritu al pie de la cruz para recibir el rocío divino que goteaba de ella, y comprendí que luego tendría que derramarlo sobre las almas...
También resonaba continuamente en mi corazón el grito de Jesús en la cruz: «¡Tengo sed!».
Estas palabras encendían en mí un ardor desconocido y muy vivo... Quería dar de beber a mi Amado, y yo misma me sentía devorada por la sed de almas...
No eran todavía las almas de los sacerdotes las que me atraían, sino las de los grandes pecadores; ardía en deseos de arrancarles del fuego eterno... Y para avivar mi celo, Dios me mostró que mis deseos eran de su agrado.
NOTAS:
(1) En julio de 1887, según las Novissima Verba. Estampa de Cristo en la cruz, de Müller.
(1) En julio de 1887, según las Novissima Verba. Estampa de Cristo en la cruz, de Müller.
Fuente: Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux
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