lunes, 10 de diciembre de 2018

UNA ROSA DESHOJADA




 
Jesús, cuando te veo 
que abandonas los brazos 
de tu Madre, y tenido por ella, 
ensayas, vacilante, 
por nuestra triste tierra 
tus indecisos y primeros pasos,  
yo quisiera ir delante 
deshojando una rosa 
blanca y fresca, 
y así tu piececito posaría 
muy suave y dulcemente 
sobre una flor.


La rosa deshojada, 
¡oh mi Niño divino!, 
es la más fiel imagen 
del corazón que quiere 
a cada instante por tu amor 
inmolarse enteramente. 
Hay muchas rosas frescas 
que gustan de brillar 
en tus altares 
y se entregan a ti. 
Mas yo anhelo otra cosa: 
deshojarme...


La rosa en su esplendor puede, 
mi Niño, embellecer tu fiesta. 
A la rosa en deshoje se la olvida,  
se la tira y arroja 
al capricho del viento. 
La rosa, deshojándose, 
se entrega a cada instante 
con ansia de no ser. 
Como ella, quiero yo 
buscar mi dicha dándome, 
mi Jesús, del todo a ti.


Se pasa sobre pétalos de 
rosa deshojada, y se pisan sin pena. 
Y esos muertos despojos 
son un simple ornamento, 
dispuestos al azar, 
sin arte y sin estudio, 
lo comprendo... 
Yo prodigué mi vida, 
prodigué mi futuro por tu amor, 
¡oh Jesús! A los ojos profanos 
de los hombres, como rosa 
marchita para siempre  
un día moriré...


Mas moriré por ti, ¡oh Niño mío, 
hermosura <1> suprema! 
¡Oh suerte venturosa! 
Deshojándome quiero 
demostrarte  mi amor, 
¡oh, mi tesoro...! 
A zaga de tus pasos infantiles,  
escondida vivir quiero aquí abajo. 
Y aun suavizar quisiera 
tus últimas pisadas 
camino del Calvario...
 



NOTAS 


Fecha: 19 de mayo de 1897. - Compuesta para: María Enriqueta, del Carmelo de París, a petición suya. - Publicación: HA 98 («La rose effeuillée»), cinco versos corregidos. - Melodía: Le fil de la Vierge, o bien La rosse mousse.


La verdad es que pocos místicos han llegado tan lejos como Teresa, minada por la enfermedad, en el límite de sus fuerzas y que ofrece su «nada» arrojándose a los pies de Jesús en un acto de amor puro y total. Así la descubrimos aquí: no pide nada, se entrega por entero, está casi casi al otro lado de la muerte, se diría que al otro lado del amor.


En mayo ya no está en condiciones de participar en la liturgia floral de las novicias (cf P 23). Uno tras otro va renunciando a los actos de comunidad. Ahora le queda una tarea suprema: «Debo morir». Morir disolviéndose al filo de los días, como una «rosa» que se «deshoja». En la más completa oblación: «enteramente, a cada instante, sin pena alguna», sin escenografías («sin arte y sin estudio»). Su generosidad sólo puede compararse con su delicadeza: que su vida así «prodigada» sea sólo dulzura bajo el «piececito» del Niño Jesús y bajo las «últimas pisadas» del Varón de dolores. El símbolo de la rosa deshojada, hoy aparentemente desgastado, surge aquí en toda su patética belleza, con la autenticidad de lo vivido.


Teresa ya no sueña siquiera con entregarse a Jesús, sino con deshojarse bajo sus pasos, con morir disolviéndose. En las estrofas 3 y 4 desarrolla esta idea hasta unos límites a los que antes aún no había llegado: «La rosa en su esplendor puede embellecer tu fiesta, a la rosa en deshoje se la tira y arroja (nótese la fuerza de esta palabra al final del verso) al capricho del viento» (es decir, a ninguna parte, no importa dónde). La rosa deshojada se entrega para ya no ser más («con ansias de no ser»), lo cual es ya el colmo del abandono; ni siquiera se le presta atención (4,13), no es más que unos «muertos despojos». Teresa «lo comprende»: ella «prodigó su vida, prodigó su futuro», está «marchita para siempre, un día morirá...». De esta manera, ofrece la prueba suprema de su amor, sin saber lo que Jesús hará de ella. Ella es sólo una rosa deshojada, es decir, nada.


Teresa responde a una petición de una carmelita de París, antigua priora, que había oído hablar maravillas de sus dotes de poeta y que quiere ponérselas a prueba: «Si es verdad que esa hermanita es una joya (...), que me envíe una de sus poesías, y lo comprobaré por mí misma»; y, según María de la Trinidad, proponía incluso el tema de la rosa deshojada. 


»La madre Enriqueta quedó muy contenta (...), pensando únicamente que le faltaba una última estrofa para explicar que, a la hora de mi muerte, Dios recogería esos pétalos para volver a formar con ellos una rosa preciosa que brillaría por toda la eternidad». ¡Qué gran error! Para Teresa, «amar es entregarse» sin pedir nada a cambio. Y contesta: «Que esa buena Madre haga la estrofa tal como lo dice, que yo no me encuentro en absoluto inspirada para hacerlo. Mi deseo es ser deshojada para siempre, para alegrar a Dios. Y se acabó».



<1> Teresa tiene un sentimiento muy agudo de la Belleza (cincuenta y seis veces emplea esa palabra en sus escritos, y veintiocho veces ser trata de la belleza de Jesús). Belleza suprema en P 15,31; 18,2; RP 2,1rº y 8rº; RP 4,3rº.


 




 

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