J.M.J.T.
El sueño del Niño Jesús (1).
Mientras juega con las flores que su esposa querida le ha llevado a la cuna, Jesús piensa qué podrá hacer para agradecérselo... Allá arriba, en los jardines del cielo, los ángeles, servidores del divino Niño, trenzan ya las coronas que su corazón tiene reservadas para su amada.
Mientras tanto, ha llegado la noche. La luna envía su resplandor de plata, y el Niño Jesús se duerme... Su manita no suelta las flores con que se ha divertido a lo largo del día, su corazón continúa soñando con la felicidad de su esposa querida.
Muy pronto, allá en la lejanía, divisa unos objetos extraños que no tienen ningún parecido con las flores primaverales. ¡Una cruz...! ¡Una lanza...! ¡Una corona de espinas! Y sin embargo, el divino Niño no tiembla. ¡Eso es lo que él escoge para demostrar a su esposa cuánto la ama...! Pero esto no basta todavía. Su rostro infantil y tan hermoso, lo ve desfigurado, ¡sangrante...!, ¡irreconocible...! Jesús sabe muy bien que su esposa siempre lo reconocerá, y que cuando todos lo abandonen ella seguirá a su lado.
Por el eso el divino Niño sonríe ante esa imagen sangrante, y sonríe también ante el cáliz lleno del vino que hace germinar a las vírgenes. Sabe que en la eucaristía los ingratos lo van a abandonar, pero Jesús piensa en el amor de su esposa y en sus delicadezas. Ve cómo las flores de sus virtudes perfuman el santuario, y Jesús niño sigue durmiendo dulcemente... Espera a que las sombras declinen..., a que la noche de la vida sea reemplazada por el día radiante de la eternidad...
En ese día Jesús devolverá a su amada esposa las flores que ella le dio, para consolarlo, en la tierra... En ese día inclinará hacia ella su Faz divina, toda radiante de gloria, ¡¡¡y hará gustar eternamente a su esposa la dulzura inefable de su beso divino...!
Madre mía querida, acabas de leer el sueño que tu hija quería reproducir para el día de tu santo. ¡Pero sólo tu pincel de artista podría pintar tan dulce misterio...! Espero que sólo mires a la buena voluntad de quien se sentiría dichosa de haberte agradado.
Eres tú, Madre mía, son tus virtudes lo que he querido representar en las florecitas que Jesús aprieta contra su corazón. Las flores son todas sólo para Jesús. Sí, las virtudes de mi Madre querida permanecerán siempre escondidas con el Niñito del pesebre. Sin embargo, y a pesar de la humildad que quisiera ocultarlas, el perfume misterioso que se desprende de esas flores me hace ya presentir las maravillas que un día veré en la patria eterna, cuando me sea dado contemplar los tesoros de ternura que ahora prodigas a Jesús (2).
Tú lo sabes, Madre mía. Nunca podré expresarte toda mi gratitud por haberme guiado como un ángel del cielo por entre los senderos de la vida. Tú fuiste quien me enseñó a conocer a Jesús y a amarlo. Ahora que eres doblemente mi Madre, sigue conduciéndome hacia el Amado, enséñame a practicar la virtud, para que en el cielo no me vea colocada demasiado lejos de ti y puedas reconocerme por hija y por hermanita tuya.
Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz rel. carm. ind.
NOTAS
1 Teresa comenta aquí el cuadro que había pintado para la primera celebración del santo de la madre Inés de Jesús como priora.
2 Alusión a los choques que se habían producido ya entre la antigua y la nueva priora, que exigen de ésta mucha humildad.
Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.
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