domingo, 30 de diciembre de 2018

TERESA Y SUS SUPERIORAS (PRIMEROS AÑOS EN EL CARMELO, 1888/1890) MANUSCRITO A

De hecho, lo fue. Y también «mi director espiritual». No quiero decir con esto que mi alma estuviese cerrada a cal y canto para mis superioras. No, más bien siempre he procurado que fuese para ellas un libro abierto. Pero nuestra Madre estaba enferma con frecuencia y tenía poco tiempo para ocuparse de mí (1). Sé que me quería mucho y que hablaba muy bien de mí. Sin embargo, Dios permitió que, sin darse cuenta, fuese MUY DURA. No podía cruzarme con ella sin tener que besar el suelo (2). Y lo mismo ocurría en las escasas conferencias espirituales que tenía con ella... 
MADRE MARÍA GONZAGA

¡Qué gracia inestimable...! ¡Cómo actuaba Dios visiblemente a través de la que estaba en su lugar...! ¿Qué habría sido de mí si, como pensaba la gente del mundo, hubiese sido «el juguete» de la comunidad...? Quizás, en lugar de ver a Nuestro Señor en mis superioras, no me hubiera fijado más que en las personas; y entonces mi corazón, que había estado tan protegido en el mundo, se habría atado humanamente en el claustro... Gracias a Dios, no caí en esa trampa. Cierto, que yo quería mucho a nuestra Madre, pero con un afecto puro que me elevaba hacia el Esposo de mi alma...

Nuestra maestra de novicias era una verdadera santa, el tipo acabado de las primitivas carmelitas. Yo pasaba todo el día a su lado, pues era la que me enseñaba a trabajar.

Su bondad para conmigo no tenía límites, y, sin embargo, mi alma no lograba expansionarse con ella... Me suponía un gran esfuerzo hacer con ella la conferencia espiritual. Como no estaba acostumbrada a hablar de mi alma, no sabía cómo expresar lo que sucedía en mi interior. Una Madre ya mayor intuyó un día lo que me pasaba y me dijo, sonriendo, en la recreación: 
-«Hijita, me parece que tú no debes de tener gran cosa que decir a las superioras».

«¿Por qué dice eso, Madre...?» 

-«Porque tu alma es extremadamente sencilla ; y cuando seas perfecta, serás más sencilla todavía, pues cuanto uno más se acerca a Dios, más se simplifica». 

Aquella anciana Madre tenía razón. No obstante, la dificultad que yo tenía para abrir mi alma, aun cuando proviniese de mi sencillez, era un auténtico problema para mí. Lo reconozco hoy que, sin dejar de ser sencilla, expreso con gran facilidad lo que pienso.

He dicho que Jesús había sido «mi director espiritual». Cuando entré en el Carmelo, conocí al que podía haberlo sido. Pero apenas me había admitido entre el número de sus hijas, tuvo que partir para el exilio... Así que sólo lo conocí para perderle enseguida... Reducida a no recibir de él más que una carta al año, por doce que yo le escribía, pronto mi corazón se volvió hacia el Director de los directores, y él fue quien me instruyó en esa ciencia escondida a los sabios y a los prudentes, que él quiere revelar a los más pequeños...


NOTAS

(1) Es difícil evaluar con precisión las relaciones de Teresa con la madre María de Gonzaga, debido a las verdaderas requisitorias que contra ella dirigieron en los Procesos la madre Inés y varias religiosas más. Los textos de Teresa manifiestan una gran admiración, una cierta confianza, y una reserva ante los excesos de afecto; en definitiva, un juicio sumamente agudo, moderado por la caridad.

(2) Subrayado por tres veces. El estilo duro era propio de la época; en las circulares de otros Carmelos, uno se queda también asombrado de las «pruebas del noviciado», que casi se parecen a novatadas.
Besar el suelo era un gesto de humildad que se practicaba en varias comunidades.
 


Fuente: Historia de un alma, Santa Teresa de Lisieux

 

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