desde mi tierna infancia <1>;
puedo en verdad llamarme
la obra de tu amor.
¡Cómo quisiera yo poder,
Dios mío, pagarte, agradecida,
devolviéndote amor.
Jesús, Amado mío,
¿qué privilegio es éste?
Yo, pobrecita nada <2>,
¿qué había hecho por ti?
¡Y me veo en el blanco
cortejo de las vírgenes
que componen tu corte,
dulce y divino Rey!
Sabes que soy, Dios mío,
pura debilidad,
sabes también, Señor,
que no tengo virtud.
Pero igualmente sabes
que mi único amigo <3>,
el único a quien yo amo,
el que me ha cautivado,
eres tú, mi Jesús.
Cuando en mi joven corazón
la llama se encendió del amor,
tú viniste, Jesús,
a quemarte en tu fuego.
¡Y sólo tú pudiste
saciarme el alma entera,
pues mi urgencia de amar
era infinita!
Cual tierno corderillo
lejos de la majada,
jugueteaba alegre
ignorando el peligro.
Mas ¡oh Reina del cielo,
mis pastora querida!,
tu blanca, tu invisible,
dulce mano sabía protegerme.
Y así, aunque yo jugaba
al borde de los hondos precipicios,
ya tú me señalabas
la cumbre del Carmelo,
y ya yo comprendía
las austeras delicias
que habría de abrazar
para volar al cielo.
Si amas, mi Señor,
la pureza del ángel
-de ese brillante espíritu
que nada en el azul-,
¿no amarás la blancura
del lirio que se eleva
sobre el fango, del lirio
que tu amor
supo conservar limpio?
Si el ángel de alas rojas
goza de presentarse
ante tus ojos radiante de pureza,
yo me gozo también,
porque ya en este mundo
el ropaje que visto
al suyo se parece,
pues poseo el tesoro
de la virginidad <4>...
NOTASFecha: mayo de 1897. - Compuesta para: sor María de la Trinidad, a petición suya. - Publicación: HA 98 («Un lis au milieu des épines»), trece versos corregidos. - Melodía: L'envers du ciel.
A pesar de su tonalidad lamartiniana, este poema -de una firmeza que se ve confirmada por la grafía, y de una energía sorprendente en una enferma de esa índole- es sobrio, con una impronta clásica y una notable reducción de adjetivos,
Teresa ofrece a María de la Trinidad un verdadero «canto de las misericordias». Esta, «débil y sin virtudes», gracias al humillamiento constante a que se somete, es una candidata de primera calidad para la obra del «amor consumidor y transformante» (Cta 197). Y sobre todo para Teresa, ahora más que nunca, ya sólo cuenta el amor (Cf Cta 242, final).
Un toque de travesura ilumina la estrofa 3 al evocar las escapadas de la adolescencia al torbellino de las atracciones de París: estampa simpática y pintoresca, con «el cordero lejos de la majada», que «retoza alegre ignorando el peligro»..., y la Virgen Santísima como «pastora»..., una antítesis alpestre de los «precipicios» y de la «cumbre del Carmelo»..., y todo ello endulzando de antemano las «austeras delicias» de los dos últimos versos.
<1> La elección divina; cf prólogo del Ms A, 2rº; PN 16,6; P 16,8; 25,6.
<2> La misma tonalidad de la Rosa deshojada. La prueba de la fe y el debilitamiento producido por la enfermedad producen en Teresa una toma de conciencia más aguda de su «nada». Cf Ms B (cuatro veces) y Cta 197; y sobre todo, en la primavera de 1897: Cta 226, 243, 261 y Ms C 2rº. Lo mismo en la enfermería: CA 6.8.8; 7.8.4; 8.8.1; 13.8.1.
<3> Cf P 14,5. La amistad con Jesús, que implica igualdad en la confianza y en la ternura, floreció muy pronto en el alma de Teresa; cf Ms A 40vº; Cta 57 (dos veces), 74, 92, 109, 141, 157, 158, 169; Ms B 4vº; y en este mes de mayo, el «tierno amigo» de Cta 226. En las poesías: PN 15,5 y 9; P 14,5; 25,6.
<4> Unas brillantes imágenes (estr. 4, vv. 2, 5, 7, 9, 12-13) concurren a exaltar la «virginidad», última palabra y coronación del poema.
Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, poesías.
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