sábado, 29 de diciembre de 2018

LO QUE PASARÁ EN EL CIELO EL DÍA DE LAS BODAS DE CELINA, CARTA 182

 A sor Genoveva (1)    J.M.J.T. 
 Jesús + 23 de febrero de 1896 

Querida hermanita: 
Me pediste que te dijera lo que va a pasar en el cielo el día de tus bodas. Voy a intentar de hacerlo, pero siento, de entrada, que no voy ni siquiera a poder esbozar unas fiestas que no pueden describirse, pues ni el ojo del hombre vio, ni su oído oyó, ni su corazón puede imaginar lo que Dios tiene reservado para los que ama... 

El 24 de febrero, a medianoche, san Pedro abrirá las puertas del cielo. Inmediatamente después, saldrán los ángeles y los santos, con una alegría sin igual, para formar la corte del Rey y de su prometida. 

 
CELINA, EL DÍA DE SUS BODAS

La Virgen Santísima, inmediatamente delante de la adorable Trinidad, avanzará, llevando el aderezo real de la esposa, su hija querida. Con delicadeza enteramente maternal, antes de bajar a la tierra, abrirá los abismos del purgatorio. Inmediatamente, multitudes innumerables de almas se abalanzarán sobre su liberadora para darle las gracias y para conocer de sus labios el motivo de su inesperada liberación. La dulce Reina les responderá: «Hoy es el día de las bodas de mi Hijo. Allá abajo, en la tierra del exilio, él se ha escogido desde toda la eternidad a un alma que le fascina y le cautiva entre millones y millones de otras almas que él ha creado también a su imagen. Esta alma privilegiada me ha dirigido esta oración: "En el día de mis bodas, yo quisiera que se aleje todo sufrimiento del reino de mi Esposo". Y en respuesta a su llamada, yo he venido a liberaros... Ocupad un lugar en nuestro cortejo y cantad con los bienaventurados las glorias de Jesús y de Celina». 


Entonces todo el cielo bajará a la tierra y encontrará a la feliz prometida postrada ante el sagrario (2); al acercarse el cortejo, ésta, levantándose, saludará atentamente a las falanges angélicas y a la multitud de los santos, y luego, acercándose a María, le presentará su frente para que su beso maternal la prepare a recibir la señal y el beso del Esposo... Jesús tomará de la mano a su amada Celina y la conducirá a la pobre celdita del claustro de San Elías (3) para que descanse allí unas horas. Toda la corte celestial vendrá a alinearse en ese estrecho recinto, los ángeles querrán comenzar su concierto, pero Jesús les dirá: «No despertéis a mi amada, dejadme solo con ella, pues no puedo separarme de ella ni un instante». 

La dulce Reina del cielo comprenderá los deseos de su divino Hijo y hará salir al luminoso cortejo y los llevará hacia la sala de bodas (4). 

Inmediatamente comenzarán los preparativos para la fiesta. Miríadas de ángeles trenzarán coronas como nunca se han visto en la tierra, los querubines prepararán blasones más resplandecientes que los diamantes y sus primorosos pinceles pintarán con trazos imborrables el escudo de armas de Jesús y de Celina (5). Lo pondrán por todas partes, en las paredes, en los arcos de los claustros, en le refectorio, en el coro, etc., y los pintores serán tan numerosos que muchas obras maestras no habrá dónde colocarlas; entonces un numeroso ejército de niñitos vendrá a ofrecerse a sostenerlas durante todo el día ante el Esposo y la esposa. Los ángeles, sonriendo, se negarán a entregar sus blasones, pues los necesitarán para adornar a todos los santos y para adornarse a sí mismos y así demostrar que ellos son los humildes servidores de Jesús y de Celina. Para consolar a los niñitos, darán a cada uno de ellos un precioso blasoncito para que también ellos participen de la fiesta; luego los enviarán a deshojar rosas y lirios y continuarán con los espléndidos preparativos para la fiesta... 
 

Los pontífices y los doctores tendrán una gran misión que cumplir. A petición suya, el Cordero abrirá el Libro de la Vida. De este libro, ellos extraerán preciosos documentos sobre la Vida de Celina, y, para honrar a su Esposo, escribirán todas las gracias de elección y todos los sacrificios escondidos que encontrarán escritos en letras de oro por la mano de los ángeles. Quedará así compuesto, por obra de los doctores, un gran número de estandartes, que ellos mismos se reservarán el honor de llevar delante del cortejo real... 

Los apóstoles reunirán a todas las almas que Celina ya engendró para la vida eterna, y reunirán también a todos los hijos espirituales que aún debe engendrar en el futuro para su divino Esposo. 

Los santos mártires se guardarán muy bien de estar ociosos. Palmas sin igual y flechas inflamadas se dispondrán con conmovedora delicadeza a lo largo de todo el recorrido del cortejo real. Rendirán así homenaje al martirio de amor (6) que deberá consumar en poco tiempo la vida de la feliz esposa... 

Necesitaría mucho tiempo para describir las múltiples ocupaciones de los santos confesores, ermitaños, etc., y de todas las santas mujeres. Baste con decir que cada uno de ellos desplegará todo su talento y toda su exquisitez para festejar dignamente tan hermoso día... 

Sin embargo, no puedo dejar en el olvido los cánticos de las vírgenes, las palmas y los lirios que con alegría indecible presentarán a Celina, su hermana querida. Ya veo a Cecilia, a Genoveva, a Inés, con su compañera Juana, la pastora, vestida con su traje de guerra. Veo a Celina, la patrona de nuestra prometida, ofreciéndole un ramo de las flores que llevan su nombre (7)... 

Veo sobre todo a toda la Orden del Carmen, resplandeciente con una nueva gloria. A la cabeza aparecerán santa Teresa, san Juan de la Cruz y la madre Genoveva. Estas bodas son verdaderamente su fiesta, ya que Celina es su hija querida...
  
 

¿Y podrá ser ajena a la gloria de un día tan hermoso la alegre multitud de los niños inocentes...? No, los veo jugando con sus coronas, que no se han ganado, y que se disponen a colocar sobre la cabeza de la que quiere parecérseles
y no ganar corona alguna. Están orgullosos como reyes y mueven graciosamente a un lado y a otro sus rubias cabezas, pues se sienten triunfadores al ver que su hermana mayor los toma por modelo... 

De pronto, se acerca una madre de una belleza indecible y se coloca en medio de ellos, se detiene y, tomando de la mano a cuatro de los preciosos querubines, los viste con vestidos más blancos que los lirios y con diamantes que brillan como el rocío al darle el sol... También se encuentra allí un venerable anciano de cabellos plateados, que los colma de caricias. Todos los demás niños, al ver esto, se quedan maravillados de semejante preferencia, y uno de ellos se acerca tímidamente a Teresita (9) y le pregunta por qué esa hermosa señora los viste con tanta riqueza. «Es -responde Teresita con su voz argentina-, es que nosotros somos las hermanas y los hermanos de la feliz prometida del Rey Jesús. Elena y yo vamos a ser las damas de honor junto a los dos pequeños Josés, que nos llevarán de la mano (9). Papá y mamá, a quienes veis aquí junto a nosotros, nos llevarán con nuestras hermanitas que aún están desterradas en la tierra, y cuando toda la familia se encuentre reunida gozaremos de una felicidad inigualable». En el colmo de su alegría, la pequeña Teresita se pondrá a aplaudir con sus lindas manitas más blancas que las alas de los cisnes, y luego exclamará, saltando al cuello de su papá y de su mamá: «¡Qué hermosura! ¡Sí, qué hermosura, las bodas de nuestra hermana querida...! Ya hemos venido aquí otras tres veces para fiestas como ésta, la de María, la de Paulina y la de Teresa (esa ladronzuela que me quitó el nombre), pero nunca he visto tan grandes preparativos, ¡bien se ve que Celina es la última...!»  



La pequeña Elena y los dos Josés harán también preciosos comentarios sobre su dicha de pertenecer a la familia de la reina de una fiesta tan hermosa. Y entonces, otros niñitos que los estaban escuchando, con la cabeza gravemente apoyada en su manita, se levantarán con mucha gracia y declararán que también ellos son hermanos de Celina. Y para demostrarlo, explicarán cómo y por parte de quién les viene este ilustre parentesco. Y sólo se escucharán gritos de alegría, y la Virgen Santísima se verá obligada a venir para restablecer la calma entre la tropa infantil. Acudirán también todos los santos. Y al conocer el motivo de ese extraordinario alborozo, les parecerá tan fascinante la idea, que se apresurarán todos ellos a hacer una genealogía con la que demostrar que son todos parientes cercanos de Celina. Y así, todos los pontífices, los gloriosos mártires, los guerreros (con san Sebastián (10) a la cabeza), en una palabra toda la nobleza del cielo se sentirá orgullosa de dar el nombre de hermana a la esposa de Jesús, y la boda estará formada por una sola y gran familia. 

Pero volvamos al noble anciano, a la hermosa señora y a los cuatro querubines. Una vez hayan acabado de vestirse, entrarán en la sala capitular, los ángeles se inclinarán al verlos pasar, y les indicarán los magníficos tronos preparados para ellos, a ambos lados de la humilde silla destinada a la querida Madrecita. Entre sus manos, dentro de unas horas, se formarán los lazos indisolubles que deben unir a Jesús y a Celina. Y así, esta Madre, pequeña a los ojos de las criaturas (11) pero grande a los ojos de Dios, cuyo lugar ocupa, recibirá las más abundantes bendiciones de sus padres queridos para derramarlas sobre la cabeza de su hermana e hija querida... 

Los santos y todos los ángeles vendrán, uno a uno, a felicitar al venerable patriarca y a su feliz esposa, que resplandecerán con una gloria totalmente nueva; y sus queridos hijitos exclamarán llenos de asombro: «¡Papá! ¡Mamá!. ¡Qué guapos que estáis! ¡Qué pena que Celina no os vea...! Aunque sólo sea por hoy, mostradle vuestra gloria». «Dejadme actuar a mí, hijos míos -responderá papá-, vosotros no sabéis que si hoy me escondo es porque sé cuán gran premio sacará mi valiente (12) de vivir sin consuelo en el destierro. Hace tiempo yo he sufrido mucho, y entonces Celina era mi único apoyo; ahora quiero ser yo el suyo. Pero no penséis que quiero quitarle el mérito del sufrimiento. No. Conozco muy bien el premio... Dios no se deja vencer en generosidad (13). Él es ya mi gran recompensa (14) y pronto será la de mi fiel Celina». «Es cierto -dirá a su vez mamá-, es mejor no mostrarnos a ella en tierra extranjera, pues Celina tan sólo está desterrada por un instante, para luchar y morir (15). Pronto llegará el día en que Jesús será realmente su Señor y mi hijita la Señora. Así me lo decía ella cuando pequeñita (16), y veo que tenía toda la razón». 

PADRES DE SANTA TERESITA
 

Esta conversación familiar será interrumpida por los ángeles, que vendrán a anunciar con gran solemnidad que la novia está ya lista para dirigirse a la Misa de Bodas. Entonces se formará el cortejo en un orden perfecto, e irán delante Jesús y Celina, rodeada de su familia del cielo y de la de la tierra. 

No puedo describir los transportes de amor de Jesús por Celina y la belleza radiante de ésta (pues estará vestida con las ropas que la misma Virgen María preparó para ella). Yo no sé si los habitantes del cielo habrán visto jamás una fiesta tan hermosa, pero no lo creo. Por lo que a mí respecta, sí le digo a mi hermana querida que ¡nunca he visto nada tan dulce para mi corazón...! 

No hablaré del momento mismo de la unión, pues las palabras no pueden expresar este misterio incomprensible que sólo en el cielo nos será revelado... Yo sólo sé que en ese momento la Trinidad bajará al alma de mi Celina querida y la poseerá totalmente, confiriéndole un resplandor y una inocencia superiores a las del bautismo... Yo sé que la Santísima Virgen se convertirá en la mamá de su hija predilecta de una forma más íntima y más maternal aún que en el pasado... 

Yo sé que la pobre Teresita siente ya en su corazón una alegría tan grande al pensar en el hermoso día que pronto va a empezar, que se pregunta qué sentirá cuando llegue de verdad... 

Hermanita querida, mi alma ha traducido muy mal sus sentimientos... Pensaba tantas cosas sobre las fiestas en el cielo, que apenas he podido esbozar el tema... 

Yo no tengo un regalo de bodas que ofrecer a mi Celina; pero mañana tomaré en mis brazos a los preciosos querubines de los que le hablado, y ellos serán mi regalo. Puesto que queremos ser siempre niñas, tenemos que unirnos a ellos, y así yo seré la dama de honor de la señorita (17) y llevaré un hermoso ramo de lirios. 

Todo es nuestro, todo es para nosotras, ¡pues en Jesús lo tenemos todo (18)...! 

La hermanita de Celina 


Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz 


Me olvidé de decir que, al despertar, Celina encontrará a su lado a Jesús, a María y a san José, a quien tanto ama, con papá, mamá y los angelitos. Ellos serán quienes la arreglen. Y me olvidé también de hablar de la alegría de Jesús cuando oiga a Celina pronunciar por vez primera las palabras del Oficio divino (19), que ese día serán su oficio, el de ella, el de la esposa de su alma, la encargada de hechizarle en medio de los campos... 

 
NOTAS Cta 182 

1 La profesión de sor Genoveva estaba fijada para el 24 de febrero. La novicia pidió a su hermana que le describiese la «fiesta del cielo» con esa ocasión. Teresa responde a su deseo, adaptándose a los gustos de Celina, en lo maravilloso y en la ornamentación recargada, también a su estilo. 

2 En la víspera de la profesión se acostumbraba hacer oración en el coro hasta la medianoche. 

3 La celda que ocupaba sor Genoveva. 

4 A la sala capitular. 

5 Cf Cta 183. 

6 Cf el Acto de Ofrenda (Or 6). 

7 Los asteres: cf Cta 98. 

8 María Melania Teresa Martin, muerta a los dos meses (1870). 

9 Evocación de los otros tres hijos: Elena, José Luis y José Juan Bautista, muertos en temprana edad. 

10 «Yo quería mucho a san Sebastián», observa sor Genoveva. Cf Or 18. 

11 Alusión a las dolorosas circunstancias que precedieron a la profesión de sor Genoveva, debido al temperamento de la madre María de Gonzaga. Cf CG p. 1182. 

12 Uno de los sobrenombres de Celina. 

13 Máxima que le gustaba mucho al señor Martin; cf Cta 158. 

14 Texto bíblico muy familiar a Teresa (cf Ms A 74º; Ms C 5vº; Cta 145vº; 183; PN 17,15; RP 4,4vº; NPPA/AJ y G; en BT, pp. 52s), siguiendo al señor Martin, de quien escribe sor Genoveva: «Muchas veces sorprendíamos a nuestro padre querido en el mirador, y lo veíamos repetir, con la mirada perdida en el infinito y con un profundo acento, esta frase de la Sagrada Escritura, que le encantaba: «Ego sum merces tua magna nimis»» (...) Por eso hicimos imprimir este texto en la estampa de su recordatorio» (G/NPHF, p. 214). 

 15 Cf LAMARTINE, «Réflexion» en Recueillements poétiques. 

 16 Cf carta de la señora de Martin a Paulina, del 9 de julio de 1873. 

 17 Cf Cta 179, n. 1. 

 18 Cf SAN JUAN DE LA CRUZ, Oración del alma enamorada. 

 19 Según la costumbre de la época, la nueva profesa presidía el Oficio coral el día de su profesión. 


Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.


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