viernes, 21 de diciembre de 2018

COROS MUSICALES EN UN CAMPO DE BATALLA, CARTA 165

 A Celina    J.M.J.T. 
Jesús + 7 de julio de 1894 

Celina querida: 
La carta de Leonia (1) nos preocupa mucho... 

¡Ah, qué desdichada será si vuelve al mundo! Pero te confieso que espero que no sea más que una tentación. Hay que rezar mucho por ella. Dios puede darle muy bien lo que le falta... 
 

Nuestra Madre está de retiro, y por eso no te escribirá. Piensa mucho en ti y en María, y va a rezar mucho por sus dos hijitas.  

CELINA (a la derecha) y MARÍA GUERIN (prima de Teresita)


No sé si sigues aún en el mismo estado de ánimo que el otro día, pero, no obstante, quiero citarte un pasaje del Cantar de los Cantares que expresa a las mil maravillas lo que es un alma hundida en la sequedad y a quien nada puede alegrar ni consolar: 

«Bajé a mi nogueral a contemplar los brotes del valle, a ver si la viña ya verdeaba, a ver si florecían los granados... Y ya no supe dónde estaba... Y mi alma se turbó a causa de los carros de Aminadab» (cap. 6, vers. 10 y 11). 

Esta es la imagen de nuestras almas. Muchas veces bajamos a los fértiles valles, donde nuestro corazón gusta de alimentarse -el vasto campo de las Escrituras (2) que tantas veces se ha abierto ante nuestros ojos para derramar sobre nosotras sus ricos tesoros-, y ese vasto campo nos parece un desierto árido y sin agua..., ni siquiera sabemos ya dónde estamos. En vez de la paz y de la luz, sólo encontramos turbación, o, al menos, tinieblas... 

Pero, al igual que la esposa, también nosotras sabemos la causa de nuestra prueba: nuestra alma está turbada a causa de los carros de Aminadab... No estamos todavía en nuestra patria, y la prueba tiene que purificarnos como el oro en el crisol. A veces nos creemos abandonadas. Los carros, los vanos ruidos que nos afligen, ¿están dentro de nosotras o están fuera? No lo sabemos..., pero Jesús sí que lo sabe. La ve nuestra tristeza y de repente se deja oír su voz, una voz más dulce que el soplo de la brisa de primavera: «¡Vuelve, vuelve, Sulamita, vuelve, vuelve para que te veamos!» (Cant, cap. 6, 5.12).  


¡Qué llamada, ésta de nuestro Esposo...! ¿Cómo? Nosotras no nos atrevemos ni siquiera a mirarnos, de tan sin brillo y sin adornos como pensamos estar, y Jesús nos llama, quiere mirarnos a placer. Pero no está solo: las otras dos Personas de la Santísima Trinidad vienen con él a tomar posesión de nuestra alma... Jesús lo prometió en otro tiempo cuando estaba para subir a su Padre y nuestro Padre. Dijo, con una ternura inefable: «Si alguien me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos en él nuestra morada». 

Guardar la palabra de Jesús. Esa es la única condición para nuestra felicidad, la prueba de nuestro amor a él. ¿Pero qué palabra es ésa...? Me parece que la palabra de Jesús es él mismo..., él, Jesús, el Verbo, ¡la Palabra de Dios...! Nos lo dice más adelante en el mismo evangelio de san Juan cuando ora al Padre por sus discípulos. Se expresa así: «Santifícalos con tu palabra, tu palabra es la verdad». Y en otra parte Jesús nos enseña que él es el camino, la verdad y la vida. Sabemos, pues, cuál es la Palabra que tenemos que guardar. Nosotras no preguntaremos a Jesús, como Pilato: «¿Qué es la verdad?» Nosotras poseemos la Verdad, guardamos a Jesús en nuestros corazones... 
 

Con frecuencia podemos decir, como la esposa, «que nuestro Amado es un ramillete de mirra», que él es para nosotras un esposo de sangre... ¡Pero qué dulce nos sonará un día, cuando salga de su boca, aquella palabra de Jesús: «Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas, y yo os transmito el Reino como me lo transmitió mi Padre a mí» (Evangelio) 

Las tribulaciones de Jesús. ¡Qué misterio! ¿O sea, que también él tiene tribulaciones? Sí, claro que las tiene, y a menudo se encuentra solo pisando el vino en el lagar. Busca consoladores y no los encuentra... Muchos sirven a Jesús cuando los consuela, pero pocos se avienen a hacer compañía a Jesús cuando duerme sobre las olas o cuando sufre en el huerto de la agonía... ¿Quién, pues, querrá servir a Jesús por él mismo...? ¡Lo haremos nosotras...! Celina y Teresa se unirán cada vez más, en ellas se cumplirá esta oración de Jesús: «Padre, que sean uno, como nosotros somos uno». Sí, Jesús nos prepara ya su Reino, como su Padre se lo ha preparado a él. Nos lo prepara dejándonos en la tribulación. Quiere que nuestro rostro sea visto por las criaturas, pero que esté como escondido para que nadie más que él nos reconozca... Pero también ¡qué felicidad pensar que Dios, la Trinidad entera nos está mirando, que vive en nosotras y se complace en contemplarnos! ¿Y qué es lo que quiere ver en nuestro corazón, sino «coros musicales en un campo de batalla»? (Cant, cap.7, v. 1). «¿Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera...? Nuestras arpas llevan ya mucho tiempo colgadas en los sauces de sus orillas», ¡ya no sabemos utilizarlas...! Nuestro Dios, el huésped de nuestras almas, lo sabe, y por eso viene a nosotras con la intención de encontrar una morada, una tienda VACÍA en medio del campo de batalla de la tierra. No pide más que esto, y él mismo es el músico divino que se encarga del concierto... ¡Ah, si escuchásemos esa inefable armonía, si una sola de sus vibraciones llegase a nuestros oídos...!  

AGONÍA DE JESÚS EN EL HUERTO

«Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables» (san Pablo). Lo único, pues, que tenemos que hacer es rendir nuestra alma, abandonársela a nuestro gran Dios. ¿Qué importa, entonces, que carezca de los dones que brillan al  exterior, si dentro de ella resplandece el Rey de reyes con toda su gloria? 


¡Qué grande tiene que ser un alma para contener a Dios...! Y, sin embargo, el alma de un niño recién nacido es para él un paraíso de delicias. ¿Qué serán, pues, las nuestras, que han luchado y sufrido por conquistar el corazón de su Amado...? 

Celina querida, te aseguro que no sé lo que estoy diciendo; esta carta no debe de tener ni pies ni cabeza, pero creo que, a pesar de ello, tú me vas a comprender... ¡Quisiera decirte tantas cosas...! 

No me contestes con una larga carta para hablarme de tu alma, unas pocas palabras bastarán, prefiero que escribas una carta muy divertida para todas. Dios quiere que me olvide de mí misma por dar gusto a las demás. 

Abrazos a mi tío, a mi querida tía y a mi hermanita (3). En cuanto a mi papá querido, le sonrío y le cuido valiéndome de su ángel VISIBLE (4), al que estoy tan íntimamente unida que no formamos más que una sola cosa... 

Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz. rel. carm. ind. 

 

 
NOTAS Cta 165 

1 Esa carta hacía temer que Leonia no pudiera, tampoco esta vez, seguir en la Visitación. 

2 Imitación III,51,2. 

3 María Guérin. 

4 Celina.  


Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.


 

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