miércoles, 12 de diciembre de 2018

EN TODO HAY QUE VERLO SOLO A ÉL, CARTA 149

 A Celina    20 (?) de octubre de 1893 
J.M.J.T.   Jesús +  

Celina querida: 
He encargado a Jesús que felicite en mi nombre a mi hermanita sor María de la Santa Faz (1)... Sólo Jesús debe ser el vínculo divino que nos una. Sólo él tiene derecho a penetrar en el santuario de su esposa... Sí, él, y sólo él, escucha cuando nada nos responde (2)... Sólo él dispone los acontecimientos de nuestra vida de destierro. Él es quien a veces nos ofrece el cáliz amargo. Pero nosotras no le vemos, él se esconde, oculta su mano divina, y no logramos ver más que a las criaturas. Entonces sufrimos, porque la voz de nuestro Amado no se deja oír y la de las criaturas parece despreciarnos... 

Sí, el sufrimiento más amargo es el de no ser comprendidas... Pero nunca será ése el sufrimiento de Celina y de Teresa. Nunca, pues sus miradas están puestas más allá de la tierra y se elevan por encima de lo creado. Cuanto más se esconde Jesús, tanto más sienten ellas que Jesús está cerca. En su delicadeza exquisita, él marcha por delante, apartando las piedras del camino y alejando a los reptiles. Pero no es nada todavía: él hace resonar en nuestros oídos voces amigas, y esas voces nos advierten que no caminemos demasiado seguras... ¿Y por qué? ¿No es acaso el mismo Jesús quien ha trazado nuestra ruta? ¿No es él quien nos alumbra y se revela a nuestras almas...? Todo nos lleva a él, las flores que crecen al borde del camino no cautivan nuestros corazones (3). Las miramos, las amamos, porque nos hablan de Jesús, de su poder, de su amor, pero nuestras almas permanecen libres. ¿Por qué turbar, pues, nuestra dulce paz? ¿Por qué temer la tormenta cuando el cielo está sereno...?  


¡Celina, querida Celina...! No son los precipicios lo que hay que evitar. Estamos en brazos de Jesús; y si voces amigas nos aconsejan temer, es nuestro Amado en persona quien así lo quiere. ¿Y por qué...? Porque, en su amor, ha escogido para sus esposas el mismo camino que escogió para sí. Quiere que las alegrías más puras se cambien en sufrimientos, a fin de que nuestro corazón, no teniendo, por así decirlo, ni siquiera tiempo para respirar a gusto, se vuelva hacia él, que es nuestro único sol y nuestra única alegría... 

Las flores del camino son los placeres puros de la vida. No hay mal alguno en disfrutar de ellos. Pero Jesús está celoso de nuestras almas, y desea que para nosotras todos los placeres estén mezclados con amargura... Y aunque las flores del camino conducen al Amado, son, sin embargo, un camino indirecto; son la placa o el espejo que reflejan al sol, pero no son el sol... 

No estoy diciendo a mi Celina querida lo que quisiera decirle, me explico tan mal... Tal vez ella me entienda con medias palabras, ¡se las arregla tan bien Jesús para cumplir los encargos de su pobre Teresa...!  

CELINA


Hay en el Cantar de los Cantares un pasaje que le cuadra a la perfección a la pobre Celinita desterrada. Es éste: «¿Qué veis en la esposa sino coros musicales en un campo de batalla?» ¡Sí, la vida de mi Celina es realmente un campo de batalla...! Como pobre palomita, gime junto a los canales de Babilonia, ¿y cómo podrá cantar los cánticos del Señor en tierra extranjera...? Y sin embargo, tiene que cantar, su vida tiene que ser una melodía (un coro musical). Es Jesús quien la retiene cautiva, pero él está a su lado... Celina es la humilde lira de Jesús (3)... ¿Es completo un concierto cuando nadie canta...? Si Jesús toca, ¿no tiene Celina que cantar...? Cuando el aire sea triste, ella cantará el cántico del destierro, y cuando el aire sea jubiloso, su voz dejará oír los acentos de la patria... Todo lo que pueda suceder, todos los acontecimientos de la vida no serán más que ruidos lejanos que no harán vibrar a la pequeña lira, sólo Jesús tiene derecho a posar en ellas sus dedos divinos. Las criaturas son peldaños, instrumentos, pero es la mano de Jesús la que lo dirige todo. En todo hay que verlo sólo a él... 

No puedo pensar sin extasiarme en mi querida santa Cecilia. ¡Qué modelo para la humilde lira de Jesús...! En medio del mundo, metida entre toda clase de peligros, en el momento de unirse a un joven pagano que no respira más que amor profano, me parece que Cecilia hubiese debido temblar y llorar... Pero no: al oír el sonido de los instrumentos que festejaban sus bodas, Cecilia cantaba en su corazón (4)... ¡Qué abandono...! Escuchaba, sin duda, unas melodías que no eran de la tierra; su esposo divino cantaba también; los ángeles hacían resonar en el corazón de Cecilia el sonido de sus conciertos celestiales... Cantaban como en otro tiempo junto al pesebre de Jesús: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama».  

SANTA CECILIA

¡La gloria de Dios! Cecilia adivinaba que su esposo divino tenía sed de almas y anhelaba ya la del joven romano que sólo soñaba en la gloria de la tierra; pronto hará de él un mártir, y las multitudes marcharán en pos de sus huellas... Cecilia no teme, porque los ángeles cantaron: «Paz a las almas que el Señor ama»; ella sabe que Jesús está obligado a guardarla, a proteger su virginidad. Por eso, ¡qué recompensa...! 

Sí, es preciosa la casta generación de las almas vírgenes, canta frecuentemente la Iglesia, y esta palabra sigue siendo hoy tan verdadera como en los tiempos de la virgen Cecilia... 

Celina querida, ¡qué contento está Jesús con su pequeña lira! ¡Tiene tan pocas en el mundo! Déjale descansar a tu lado, no te canses de cantar, pues Jesús no se cansa nunca de tocar... Un día, allá arriba en la patria, verás los frutos de tus trabajos... Después de haber sonreído a Jesús en medio de las lágrimas, gozarás de los rayos de su Faz divina y él seguirá tocando en su pequeña lira. ¡Tocará durante toda la eternidad aires nuevos que nadie, excepto Celina, podrá cantar...! 


 
NOTAS


1 Nombre dado espontáneamente por Teresa a Celina.

2 San Agustín. 

3 Teresa se siente a gusto con este instrumento «melodioso», cuyo simbolismo le es familiar.

4 Oficio litúrgico de santa Cecilia; cf Cta 54, n. 2. 



Fuente: Obras completas, santa Teresa de Lisieux, cartas.



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