Entretanto, había llegado la fecha de mi toma de hábito. Fui aprobada por el capítulo conventual. Pero ¿cómo pensar en una ceremonia solemne? Ya se hablaba de darme el santo hábito sin hacerme salir de la clausura (1), cuando se optó por esperar.
Contra toda esperanza, nuestro padre querido se repuso de su segundo ataque, y Monseñor fijó la ceremonia para el día 10 de enero.
La espera había sido larga, pero, también, ¡qué hermosa fue la fiesta...! No faltó nada, nada, ni siquiera la nieve...
Lo cierto es que siempre había deseado que, el día de mi toma de hábito, la naturaleza estuviese vestida de blanco como yo. La víspera de ese hermoso día, yo miraba tristemente el cielo plomizo, del que de vez en cuando se desprendía una lluvia fina; pero la temperatura era tan suave, que ya no esperaba que nevase.
A la mañana siguiente, el cielo no había cambiado. Sin embargo, la fiesta resultó maravillosa, y la flor más bella, la más preciosa de todas, fue mi rey querido.
Nunca había estado tan guapo y tan digno... Fue la admiración de todo el mundo. Aquel día fue su triunfo, su última fiesta aquí en la tierra. Había entregado todas sus hijas a Dios, pues cuando Celina le confió su vocación, él había llorado de alegría, y había ido a dar gracias a Quien «le hacía el honor de tomar para sí a todas sus hijas».
Al final de la ceremonia, Monseñor entonó el Te Deum. Un sacerdote trató de advertirle que aquel cántico sólo se cantaba en las profesiones, pero ya estaba entonado, y el himno de acción de gracias se cantó hasta el final.
¿No debía ser completa aquella fiesta, si en ella se resumían todas las demás...? Después de abrazar por última vez a mi rey querido, volví a entrar en la clausura. Lo primero que vi en el claustro fue a «mi Niño Jesús color rosa (2)» sonriéndome en medio de flores y de luces. Inmediatamente después mi mirada se posó sobre los copos de nieve... ¡El patio estaba blanco, como yo!
NIÑO JESÚS DEL CARMELO DE LISIEUX |
Monseñor entró en clausura después de la ceremonia, y estuvo conmigo muy paternal. Creo que estaba orgulloso de que lo hubiera conseguido, y decía a todo el mundo que yo era «su hijita». Siempre que Su Excelencia volvió a visitarnos después de aquella hermosa fiesta, se mostró muy bueno conmigo. Me acuerdo muy especialmente de su visita con ocasión del centenario de N. P. san Juan de la Cruz. Me tomó la cabeza entre sus manos y me acarició de mil maneras. ¡Nunca me había visto tan honrada! En aquel momento Dios me hizo pensar en las caricias que un día él me prodigará delante de los ángeles y los santos, de las que me daba ya en este mundo una tenue imagen. Por eso, fue muy grande el consuelo que sentí...
NOTAS:
(1) La postulante salía de la clausura vestida de novia y asistía a la ceremonia exterior rodeada de su familia.
(2) Una estatua del Niño Jesús pintada de color rosa, que Teresa fue la encargada de adornar hasta su muerte.
(2) Una estatua del Niño Jesús pintada de color rosa, que Teresa fue la encargada de adornar hasta su muerte.
Fuente: Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux
Fuente: Historia de un alma, autobiografía de santa Teresa de Lisieux